Portada » Lengua y literatura » Un Viaje por la Literatura Española: Del 98 a la Posguerra y la Generación del 27
El árbol de la ciencia es una novela, perteneciente a la trilogía La raza, escrita por Pío Baroja y publicada en 1911. Protagonizada por Andrés Hurtado, una especie de “alter ego” del propio Baroja, y localizada en los últimos años del siglo XIX, la novela se articula en tres partes:
Se trata, por tanto, de una novela de personaje, pero también una novela de carácter filosófico y una novela en la que aparece como tema central “el problema de España”, común a todos los miembros de la Generación del 98. No en vano se trata de la novela más representativa de dicha generación, en la que se analiza y critica amargamente todas las instituciones y aspectos de la sociedad española, sumida en una profunda crisis.
El árbol de la ciencia es, tal vez, la novela más representativa de Pío Baroja, en la que aparecen sus rasgos de estilo más característicos y sus preocupaciones habituales. Pío Baroja, el gran novelista de la Generación del 98 y del siglo XX, introduce innovaciones a la hora de novelar: él llamó a sus novelas “permeables”, en las que cabía todo, con múltiples personajes y sucesos, escritas en frases y párrafos breves. Sus preocupaciones sociales, su sed de justicia, su espíritu individualista y rebelde, su búsqueda constante de un sentido y su rabia ante la corrupción, desidia y falta de ética en España se ponen de manifiesto en este libro.
Baroja fue también creador de personajes de aventureros, entre ellos el protagonista de su novela Zalacaín, el aventurero o Las inquietudes de Shanti Andía. Tiene una extensa obra, organizada casi toda en trilogías, como Tierra vasca o La raza, a la que pertenece El árbol de la ciencia.
Pío Baroja es uno de los miembros más destacados de la llamada Generación del 98, de la que también formaron parte, entre otros, Valle-Inclán, Miguel de Unamuno y Antonio Machado. Esta Generación, que recibe su nombre de la fecha (1898) en que se produjo el llamado “desastre del 98” (pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba y Filipinas), tiene en común precisamente, la preocupación por lo que llamaron “problema de España”, además de la renovación que introdujeron en el lenguaje y géneros que tocaron:
Todos ellos iniciaron su andadura literaria a comienzos del siglo XX, época en la que el Modernismo introdujo una gran renovación formal en la literatura, de la que formaron parte Machado y Valle-Inclán, aunque con posterioridad ambos evolucionaron hacia posturas más comprometidas.
La Generación del 98 vivió en un contexto de crisis en todos los aspectos: crisis política, con el llamado bipartidismo y turnismo en política, crisis económica, crisis y revueltas sociales. Esta situación caótica culmina en 1898 con el llamado “desastre”. Ante esta situación, un grupo de intelectuales se propone “regenerar” España: lo que se llamó el “regeneracionismo”, actitud a la que se sumaron la mayoría de los autores de la Generación del 98. Dicha regeneración debía sustentarse en dos bases fundamentales: “Despensa y escuela”, como formuló Joaquín Costa: economía y educación. Una de las propuestas en educación vino de la mano de Giner de los Ríos, que fundó la Institución Libre de Enseñanza (en la que estudiaría Machado), con la intención de potenciar una enseñanza basada en presupuestos científicos y laica, destinada a formar ciudadanos. Heredera del espíritu de esta Institución sería la Residencia de Estudiantes, que jugó un papel tan importante en la vida de la siguiente Generación, la del 27.
Blas de Otero, poeta nacido en Bilbao en 1916, resume en su trayectoria poética las principales etapas de la poesía española de posguerra: de la angustia de los años 40 a la poesía social de los 50, y de ahí a la búsqueda de nuevas formas poéticas a partir de los 60.
Su obra poética se inicia con textos elaborados entre 1945 y 1950, aunque publicados más tarde. Títulos especialmente significativos de esta etapa son Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia y Ancia, formado por la primera y la última sílaba de los anteriores, y en el que los recopila. Esta primera etapa está marcada por la búsqueda de una respuesta al sentido de la vida, es una poesía existencial, “desarraigada” y angustiosa. A esta temática corresponde un tono dramático, desgarrado y violento, a veces en formas métricas cultas, como el soneto, y otras en verso libre.
Pido la paz y la palabra marca el inicio de su segunda etapa, que se va a desarrollar a lo largo de la década de los 50, en la que va a encontrar una respuesta a su búsqueda en los demás, en la solidaridad, en el compromiso; es una poesía social, cuya forma también va a simplificarse en un intento por llegar a “A la inmensa mayoría”, dedicatoria y título de uno de los poemas más significativos de esta etapa, en la que también encontramos En castellano o Que trata de España.
Ya en los 60 va a iniciar una búsqueda de nuevas formas poéticas, decepcionado por su imposibilidad de llegar a todos, aunque sin abandonar esta actitud de estar “con los demás”.
La producción poética de Blas de Otero, por tanto, se podría sintetizar como una trayectoria del “yo al nosotros”, paralela a la evolución de la poesía española de posguerra.
La poesía de Blas de Otero se desarrolla dentro de la llamada literatura de posguerra, y es muy representativa de la literatura de la década de los 40, 50 y 60.
La década de los 40, inmediata posguerra, se inicia en España bajo el régimen dictatorial, marcado por el aislamiento y la fuerte censura. En este ambiente los jóvenes escritores se encuentran desorientados y sin referencias, ya que la guerra ha truncado la trayectoria de las generaciones anteriores (Generación del 98 y Generación del 27).
En la narrativa los inicios vienen marcados por la publicación de La familia de Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela, y Nada de Carmen Laforet. Novelas pesimistas, dramáticas, angustiadas, con un enfoque existencial e incluso “tremendista” propio de la posguerra.
Este mismo tono existencial se manifiesta en los inicios de la poesía, a la que Dámaso Alonso dio el nombre de “desarraigada”, desorientada, dolorosa. Dicha poesía se publicaba en la revista Espadaña, que nace un año después y como respuesta a Garcilaso, revista de los poetas “arraigados” en palabras del propio Dámaso Alonso. En Espadaña publican, además de Dámaso Alonso, otros dos de los principales poetas desarraigados: Blas de Otero y Gabriel Celaya. Libro fundamental en el arranque de esta poesía de posguerra es Hijos de la ira, publicado en 1944 por Dámaso Alonso.
La década de los 50, en la que se producen algunos cambios socioeconómicos, propicia el cambio hacia una literatura en la que predomina la preocupación social.
En la narrativa el realismo tremendista de los 40 da paso al realismo social, más preocupado por ofrecer un testimonio de la realidad social. La novela más representativa de esta tendencia es La colmena, de Camilo José Cela.
Este mismo giro hacia lo social se observa en la poesía, cuya principal preocupación ahora va a ser el “nosotros”: el poeta deja aparcados sus problemas personales y se funde con el colectivo, al que va a dar voz; poesía solidaria y comprometida, cuyos principales protagonistas son Blas de Otero y Gabriel Celaya.
(Meramente orientativo; recuerda: el mejor resumen es el que cada uno elabora)
Sitúa la obra en el contexto social, cultural y artístico de la época a la que pertenece…
Los miembros de la llamada Generación del 27 inician su andadura literaria en los años 20, alcanzan su esplendor en los 30 y ven truncadas sus vidas y producción literaria con el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936. Son años de grandes convulsiones políticas y sociales en España (dictadura de Primo de Rivera, revoluciones sociales, proclamación de la Segunda República…); sin embargo, en este contexto histórico tan incierto y crítico, se produce un gran florecimiento cultural en todas las esferas: en la pintura, con nombres tan notables como Picasso, Juan Gris, Joan Miró o Dalí; cine, Luis Buñuel; ciencia (Marañón y Ramón y Cajal) y, por supuesto, en literatura, con todos los grandes poetas de la Generación del 27 (Alberti, Salinas, Cernuda, el propio Lorca…).
Se publican numerosas revistas culturales y literarias, e importantes figuras del arte y el pensamiento, como el poeta Juan Ramón Jiménez, el introductor de las vanguardias, Ramón Gómez de la Serna, y el filósofo Ortega y Gasset, animan, comentan y ejercen su magisterio en este contexto cultural enormemente rico y dinámico. La Residencia de Estudiantes, fundada en 1910 por Alberto Jiménez Fraud, e hija de los principios laicos, científicos y tolerantes de la Institución Libre de Enseñanza, alcanza en estos años su esplendor como centro y faro de cultura en España.
Por todo ello esta etapa recibe el nombre de Edad de Plata de la cultura española, dentro de la que ocupa un lugar destacado la Generación del 27.
Sitúa la obra en su contexto literario…
La Generación del 27, nacida en torno al siglo XX (Lorca nació en 1898), sitúa su etapa de formación en los años 20, alcanza su madurez en los 30 y se disgrega, debido al comienzo de la Guerra Civil, en 1936. Está formada, sobre todo, por grandes poetas, entre otros Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso o el propio Lorca. Reciben su nombre de la celebración organizada para homenajear al poeta barroco Góngora en el tricentenario de su muerte. También conocida como la “Generación de la amistad”, debido a los fuertes lazos personales que les unían, sobre todo en la década de los años 20 en torno a la Residencia de Estudiantes.
A pesar de ser todos ellos poetas dotados de gran originalidad, equilibran y sintetizan en su obra tanto la herencia cultural, la tradición, como las más novedosas e innovadoras vanguardias, sobre todo el surrealismo en el caso de Lorca y Alberti o la incorporación del creacionismo en el caso de Gerardo Diego. Todas estas características sitúan a esta generación en el centro de la llamada Edad de Plata de la cultura española. Tras la Guerra Civil, tras el asesinato de Lorca, algunos parten al exilio (Alberti, Salinas, Cernuda) y otros permanecen en España (Dámaso Alonso, Aleixandre).
Figura central de esta generación es el poeta y dramaturgo Federico García Lorca.
Características de su autor…
Federico García Lorca ocupa un lugar fundamental dentro de la literatura española del siglo XX como poeta y dramaturgo, importante miembro de la llamada Generación del 27, protagonista de la Edad de Plata de la cultura española, trágicamente truncada por el inicio de la Guerra Civil en 1936, año del asesinato de Lorca.
Como poeta es autor de libros tan importantes como el Romancero gitano o Poeta en Nueva York, la principal muestra del surrealismo en España. Tampoco podemos olvidar la elegía dedicada a su amigo y organizador del homenaje a Góngora en 1927, Ignacio Sánchez Mejías, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías.
Como dramaturgo Lorca se dedica con especial intensidad al teatro en la década de los 30, a partir de la puesta en marcha de “La Barraca”. Durante los últimos años de su vida escribe sus grandes tragedias: Yerma, Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera y, dos meses antes de su muerte, La casa de Bernarda Alba.
Tanto en su obra teatral como poética subyace un profundo malestar, un dolor de vivir, un sentimiento de frustración ante la imposibilidad de realización personal que se centra en grupos marginales, como los gitanos, los negros o las mujeres.
Su última obra, La casa de Bernarda Alba, es muy representativa, tanto de estos temas y obsesiones como de su concepción del teatro, el “latido” del pueblo y de sus gentes.
Sitúa el fragmento dentro de la obra…
La casa de Bernarda Alba fue firmada por Lorca en la primavera de 1936, dos meses antes de su fusilamiento, y no se representó hasta el 45 en Buenos Aires. Estas circunstancias y sus propias características hacen de ella una obra emblemática y muy representativa de Lorca.
En este “drama de mujeres” el conflicto dramático se plantea en el primer acto: Bernarda impone un luto de 8 años a sus hijas por la muerte de su padre. Todas desean salir y el detonante de la tensión que se va generando es Pepe, el Romano. El conflicto estallará en el último acto con el suicidio de Adela, “el mar de luto” y la orden del “silencio” final de Bernarda.
Como sabemos, este es uno de los temas obsesivos en Lorca, esta queja ante la imposibilidad de realización, personificada en esta obra en las mujeres. Deseo de libertad imposible de realizar, abocado a la frustración: la muerte (Adela) o la locura (María Josefa).
Las cinco hijas, de Angustias a Adela, responden desde el sometimiento, resignación o rebeldía a la imposición; a todas ellas da voz la abuela loca, María Josefa, en este espacio “interior”, cerrado, que es la casa, en la que Bernarda, portando siempre su bastón de mando, personifica esta represión en todos sus niveles: justificando y perpetuando la discriminación de la mujer, manteniendo la rígida estructura jerárquica (La Poncia, criada) y las convenciones sociales, la importancia del “qué dirán”, de la “fachada”, de la decencia.
Este drama con intenciones de “documental fotográfico” alcanza su valor universal a través del uso de un lenguaje poético y de símbolos, como el color, el calor, el agua, el caballo garañón o el bastón de Bernarda.