Portada » Historia » Sociedad y Economía en la España del Siglo XIX: Transformaciones Clave
Durante el siglo XIX, la población española creció lentamente. Este crecimiento fue especialmente modesto en el último tercio del siglo, reflejo de un país predominantemente rural, con 12,6 millones de personas viviendo en núcleos menores de 10.000 habitantes y una economía centrada en el sector primario. La limitada modernización económica contrastaba con otros países europeos industrializados, y las altas tasas de natalidad y mortalidad mantenían la esperanza de vida en solo 35 años.
La elevada mortalidad se explicó por las crisis de subsistencia, epidemias y enfermedades endémicas. Hubo doce crisis de subsistencia asociadas a la escasez de trigo por malas cosechas, atraso técnico agrícola y transporte deficiente. Epidemias como la fiebre amarilla en Andalucía y el cólera en la Meseta oriental causaron gran impacto, junto con enfermedades endémicas como tuberculosis, viruela y sarampión. Estas enfermedades afectaban especialmente a una población debilitada por la desnutrición, condiciones de vida precarias, falta de higiene y atención sanitaria.
A mediados del siglo XIX, la densidad de población en España era de 30 habitantes por km², con un traslado poblacional desde el interior hacia la periferia. En el último tercio del siglo, la urbanización se aceleró debido a la migración del campo a la ciudad, impulsada por la revolución agrícola e industrial.
A partir de 1860, se iniciaron planes de ensanche para ampliar las ciudades más allá de sus murallas, mejorando la habitabilidad y servicios. Destacan los ensanches de Barcelona y Madrid, que sirvieron de modelo para otras ciudades como Bilbao, San Sebastián y Valencia. Estos ensanches, caracterizados por amplias avenidas y manzanas cuadrangulares, marcaron el desarrollo urbano del siglo XIX.
En el siglo XIX, las ciudades españolas comenzaron a modernizarse con mejoras en seguridad, higiene, alumbrado, pavimentación y alcantarillado, inspiradas en modelos franceses e ingleses. Madrid destacó con obras como el Teatro de la Ópera, la reforma de la Puerta del Sol y el Canal de Isabel II.
La transición demográfica en Europa, vinculada a la revolución industrial, implicó una reducción en natalidad y mortalidad. Sin embargo, en España, con solo un 9% de población urbana, predominaban los rasgos del antiguo régimen demográfico, retrasando el cambio al siglo XX.
Tras la muerte de Fernando VII y la revolución liberal burguesa, se consolidó en España la sociedad de clases capitalistas, sustituyendo a la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Este nuevo modelo clasifica a los individuos según su función productiva o nivel de renta, con el criterio económico como predominante. Las clases sociales son abiertas, permitiendo movilidad vertical basada en el éxito individual, aunque sin garantizar una igualdad real de oportunidades. El liberalismo, además, estableció la igualdad legal entre los ciudadanos.
Durante el reinado de Isabel II, la burguesía consolidó su poder como clase dominante gracias a la desamortización y las inversiones industriales, formando junto a la nobleza una oligarquía terrateniente e industrial que lideró el régimen liberal. El ejército garantizó el orden social y apoyó la monarquía constitucional, con figuras destacadas como Espartero y Narváez.
La revolución liberal de 1808 redefinió la propiedad como un derecho sagrado, permitiendo desvincular tierras de la nobleza, desamortizar bienes eclesiásticos y municipales, y abolir señoríos.
La desamortización, que buscaba promover la propiedad privada, se dividió en dos fases: incautación estatal y venta en subasta pública, con los ingresos destinados al Estado. Este proceso, iniciado por Godoy en 1798, tuvo momentos clave en las Cortes de Cádiz, el Trienio Liberal y las desamortizaciones de Mendizábal (1836-1851) y Madoz (1855).
La desamortización de Mendizábal (1836) vendió bienes eclesiásticos para financiar la guerra carlista, reducir la deuda pública y fortalecer el Estado liberal, beneficiando a la burguesía y consolidando el régimen. Aunque se recaudaron fondos y mejoraron infraestructuras, no se resolvió la deuda ni se evitó la pérdida de patrimonio cultural.
La Ley de Desamortización de Madoz (1855) vendió bienes eclesiásticos y municipales para impulsar la industrialización, especialmente el ferrocarril. Aunque no redistribuyó tierras a los más pobres, fomentó la expansión agrícola y la creación de una burguesía terrateniente, sin cambiar significativamente la estructura de la propiedad.
El éxodo rural en España fue provocado por el estancamiento agrario, las expectativas laborales en las ciudades y el desmantelamiento del régimen señorial. A pesar de que en 1860 el 80% de la población trabajaba en la agricultura, la falta de reformas agrarias benefició poco al campesinado. La desamortización del siglo XIX, que afectó a millones de hectáreas, no fue una reforma social, sino un intento de financiar al Estado. Aunque aumentó la tierra cultivada, la estructura de propiedad no cambió y los rendimientos agrícolas seguían siendo bajos.
La industrialización en España fue limitada y desigual, concentrándose en Cataluña, que lideró la industria textil, y en Vizcaya, que destacó en la siderurgia gracias al comercio de hierro y carbón con Cardiff y la fundación de Altos Hornos de Vizcaya en 1902.
La explotación minera creció tras la Ley de Minas de 1869, que atrajo capital extranjero y relegó a España a exportar materias primas. La ausencia de un mercado nacional unificado y de inversiones nacionales frenó el desarrollo industrial en el resto del país.
El comercio español creció en volumen, pero la balanza comercial permaneció deficitaria, con exportación de materias primas e importación de productos industriales, principalmente de Gran Bretaña y Francia. La economía osciló entre el proteccionismo, que favoreció a la industria textil catalana, los cereales castellanos y la siderurgia vasca, y el librecambio, apoyado por comerciantes y compañías ferroviarias. Aunque hubo medidas librecambistas como el Arancel Figuerola de 1869, el proteccionismo prevaleció hasta 1960.
El transporte en España mejoró con la modernización de puertos y la navegación a vapor, destacando Barcelona y Bilbao como centros comerciales clave.