Portada » Historia » Proceso de Romanización en Hispania: Impacto Económico, Social y Político
La romanización es el proceso por el cual los pueblos indígenas hispanos adoptaron las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales del Imperio Romano. Fue un proceso discontinuo y lento que se inició durante la II Guerra Púnica (218 a.C.).
La conquista se produjo en dos aspectos fundamentales:
El proceso fue un éxito en la costa mediterránea y el Guadalquivir, gracias al grado de civilización de sus tribus y a la amplia red de ciudades preexistentes, que se adaptaron al modelo romano. En la cornisa cantábrica, sin embargo, el proceso fracasó debido al atraso y a la carencia de ciudades. En el centro y oeste, el éxito o fracaso de la romanización dependió del desarrollo de los pobladores, fundándose nuevas ciudades.
Los principales agentes de la romanización en la nueva colonia de Hispania fueron los siguientes:
La organización administrativa, la unificación lingüística, la construcción de calzadas o el uso de la moneda fueron otros factores determinantes en el proceso romanizador.
La economía giraba en torno a la ciudad, centro administrativo, de producción y comercio. Las ciudades prerromanas perdieron su autonomía política y se adaptaron a este fin, creándose otras nuevas. Las más importantes se situaban en la costa mediterránea.
Hispania se integró en el mercado de esclavos, favorecido este por la política romana de conquistas, siendo los esclavos la base que sostenía el Imperio. La economía colonial romana provocó que Hispania exportara materias primas e importara manufacturas de la metrópoli, para lo que se fomentó la construcción de calzadas. La riqueza hispana se basaba en:
La minería (oro, plata, cobre, plomo) supuso una gran fuente de ingresos para el Imperio, que explotaba directamente las minas o las arrendaba a compañías. Los trabajadores eran esclavos.
La agricultura se fundaba en la trilogía mediterránea (cereales, vid y olivo). Los romanos introdujeron nuevas técnicas de cultivo (barbecho, abonos, nuevas herramientas) e implementaron el regadío en el Levante. La ganadería lanar fue importante en las zonas del Duero y Guadalquivir. La propiedad de la mayoría de las tierras recayó en el Estado, que las arrendó o repartió posteriormente. Se formaron grandes latifundios.
Su desarrollo se vio favorecido por el libre comercio y la mejora del transporte gracias a la construcción de calzadas, que enlazaban las regiones ricas en materias primas con la metrópoli y las costas. El comercio interior fue más importante que el exterior, pues Hispania solo era valorada por su aceite y sus metales, importando manufacturas y piezas de lujo por puertos como Gades, Tarraco o Cartago Nova. La unidad monetaria se logró con el denario de plata romano, acuñado por las ciudades hispanas. El comercio y la industria eran controlados por la burguesía urbana, que formó asociaciones de artesanos y navieros.
La industria (aceite, salsa garum, salazón) se desarrolló tanto para la exportación como para el abastecimiento local. Estas industrias derivaban de los recursos a disposición de las ciudades (acero, vid…).
El concepto de Hispania, para los romanos, hacía referencia a toda la península ibérica, unidad territorial sobre la que se organizó la administración del Imperio.
El número de provincias no fue siempre el mismo. Durante la conquista fueron dos (Ulterior y Citerior), aumentando a tres (Lusitania, Bética y Tarraconense) con Augusto (14 a.C.) y fragmentándose esta última en tres (Tarraconense, Gallaecia y Carthaginense) con Diocleciano (297 d.C.).
Dependiendo del grado de asimilación a Roma, las provincias se dividían en:
Las provincias se dividían, a su vez, en conventos jurídicos, nacidos a raíz de las reuniones en las que el gobernador impartía justicia. Así, estas reuniones se volvieron permanentes y se transformaron en distritos provinciales con capitales fijas para impartir justicia.
La unidad administrativa básica era la ciudad, formada por tierras rurales (de propiedad privada o de aprovechamiento comunal) regidas por un núcleo urbano que actuaba como centro comercial, político, religioso y de ocio. Cuanto mayor era su lealtad al imperio, mayores eran su autonomía y sus privilegios.
La unificación lingüística se consiguió con la implantación del latín, que sustituyó a las lenguas nativas.
Los hispanos se adaptaron a la mentalidad romana, aportando emperadores (Trajano), escritores (Séneca) y funcionarios. En el panorama religioso, los romanos impusieron el culto al emperador como forma de mantener el Imperio unido divinizando el poder del Estado. Su mitología, una adaptación de la griega junto con cultos orientales traídos por soldados, se extendió por Hispania.
En lo que al cristianismo se refiere, leyendas al margen, las primeras evidencias de cristianos en la península se remontan al siglo III, momento a partir del cual la religión se extendió rápidamente, ayudada por la legalización por Constantino en el 313, estando ya en ese momento fuertemente organizada.
La posición social romana venía determinada por la categoría jurídica de la persona, heredable en un principio pero modificable. Así, existían hombres libres y esclavos, con los libertos en una situación intermedia, existiendo diferencias dentro de los libres. De mayor a menor prestigio social encontramos:
El Imperio Romano unificó la península bajo una misma lengua, cultura, religión, economía y legislación. Abrió la nueva provincia a la realidad comercial mediterránea y marcó el devenir histórico de Hispania, cuyas influencias siguen vivas hoy día en los territorios herederos de la antigua colonia romana.