Portada » Historia » Periodos Cruciales de la Historia de España: 1814-1898
Fernando VII regresó a España en 1814 entre grandes muestras de apoyo popular. Aunque debía jurar la Constitución de 1812 para ser aceptado como rey, recibió en Valencia el “Manifiesto de los Persas” y el respaldo del general Elío, lo que le animó a restaurar el absolutismo mediante el decreto del 4 de mayo de 1814, anulando toda la legislación de las Cortes de Cádiz. Su entrada en Madrid como rey absoluto marcó el inicio de una etapa represiva. Se persiguió a liberales y afrancesados, muchos de los cuales se exiliaron. La situación económica era crítica, agravada por las guerras de independencia en América, pero el régimen mantenía una fuerte oposición liberal. A pesar de varios pronunciamientos fallidos, en 1820 el levantamiento de Riego obligó al rey a jurar la Constitución de 1812, iniciándose así el Trienio Liberal.
Durante estos tres años, las Cortes impulsaron reformas para desmontar el Antiguo Régimen: supresión del mayorazgo, abolición de señoríos, disolución de conventos, desamortización de bienes eclesiásticos, supresión de la Inquisición y restablecimiento de la Milicia Nacional. Sin embargo, el liberalismo se dividió entre moderados y exaltados, lo que debilitó el gobierno. A esto se sumaron problemas económicos, oposición campesina, tensiones con la Iglesia y conspiraciones absolutistas. En 1822 se frustró un golpe absolutista en Madrid, pero las guerrillas realistas y la Regencia de Seo de Urgel mostraban la creciente amenaza. Finalmente, la Santa Alianza encargó a Francia la intervención militar. Los Cien Mil Hijos de San Luis invadieron España en 1823, liberaron al rey en Cádiz y pusieron fin al régimen constitucional.
La Década Moderada estuvo marcada por el predominio del general Narváez. El primer gobierno fue dirigido por González Bravo, quien inició medidas como la creación de la Guardia Civil (1844), la supresión de la Milicia Nacional y la aplicación de la Ley de Ayuntamientos de 1840. En 1844 se convocaron elecciones y se redactó la Constitución de 1845, que reforzaba el poder de la Corona frente a las Cortes, mantenía el catolicismo como religión oficial y promovía un Estado centralizado. Se impulsaron otras reformas importantes: la Hacienda de Mon (1845), que modernizó el sistema fiscal; la ley electoral de 1846, que restringió aún más el sufragio; y la reconciliación con la Iglesia.
Durante esta etapa se produjo el matrimonio de Isabel II, la Segunda Guerra Carlista y las acciones del gobierno de Bravo Murillo. El matrimonio de la reina con su primo Francisco de Asís (1846) generó tensiones que desembocaron en la Segunda Guerra Carlista (1846-1849), centrada en Cataluña y liderada por Ramón Cabrera. En el gobierno de Bravo Murillo (1851), se firmó el Concordato con la Santa Sede, que fortalecía la confesionalidad del Estado y subordinaba la educación a la moral católica, además de oficializar el sostenimiento económico de la Iglesia por parte del Estado.
Las divisiones internas del partido moderado provocaron la caída de Bravo Murillo. Le sucedieron gobiernos breves, hasta que en 1853 asumió el Conde de San Luis. Su gobierno se vio envuelto en escándalos administrativos, lo que generó descontento en el Senado. La persecución a los senadores provocó el pronunciamiento de 1854, la Vicalvarada, marcando el fin de la Década Moderada.
Durante el periodo de estabilidad de la Restauración Borbónica, el conflicto cubano seguía latente. En 1893, el proyecto de autonomía propuesto por Antonio Maura fracasó, y en 1895 estalló la tercera guerra de independencia cubana, dividida en dos fases: la Guerra Hispano-Cubana y la Guerra Hispano-Estadounidense.
Comenzó con el Grito de Baire en febrero de 1895, liderado por José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo, con el objetivo de lograr la independencia. El ejército español fue sorprendido y no logró sofocar la insurrección, por lo que Cánovas envió a Martínez Campos, y luego lo sustituyó por Valeriano Weyler. Este aplicó duras medidas como las trochas militares y la concentración de población en campamentos, logrando cierto éxito militar pero generando una fuerte crítica internacional, especialmente de la prensa estadounidense. En 1897, Sagasta reemplazó a Weyler y rechazó la oferta de compra de Cuba por parte de Estados Unidos. Mientras tanto, también se inició una rebelión independentista en Filipinas.
En febrero de 1898 se hundió el acorazado estadounidense Maine en La Habana. Aunque España demostró que fue un accidente, Estados Unidos la culpó y, tras un ultimátum rechazado, declaró la guerra en abril. La contienda duró tres meses y fue una derrota aplastante para España, con batallas como Cavite y Santiago. El Tratado de París (diciembre de 1898) puso fin al conflicto: Cuba se independizó bajo control económico estadounidense y Filipinas y Puerto Rico pasaron a EE.UU. España recibió solo 20 millones de dólares.
Las consecuencias fueron múltiples: pérdida de las últimas colonias, unas 55.000 muertes de soldados, desprestigio del Ejército, crisis del sistema político de la Restauración, y surgimiento del pesimismo nacional. Económicamente, España sufrió pérdidas, pero también se reactivó la economía con capitales repatriados desde Cuba.
El Desastre de 1898, tras la derrota en la Guerra de Cuba, marcó un antes y un después en la historia de España, provocando una crisis que afectó a todos los ámbitos: político, económico, social y cultural. La pérdida de las últimas colonias dejó en evidencia el atraso del país frente a Europa y generó un sentimiento de pesimismo nacional.
En este contexto surgieron dos movimientos:
Ambos movimientos denunciaron el atraso del país y plantearon diferentes vías para renovarlo.
Políticamente, el Desastre de 1898 supuso el inicio del debilitamiento del sistema de la Restauración. Aunque el turnismo entre liberales y conservadores se mantuvo, seguía siendo una falsa democracia basada en el fraude electoral y el caciquismo. La desaparición de líderes como Cánovas y Sagasta, y la falta de estabilidad entre sus sucesores agravaron la crisis. Los intentos de aplicar reformas regeneracionistas fueron insuficientes, lo que acabó debilitando el sistema político durante el reinado de Alfonso XIII.