Portada » Historia » Periodos Clave de la Historia Española
La Prehistoria es el periodo que transcurre desde la aparición del ser humano hasta la invención de la escritura. Se divide en tres etapas principales:
En el Paleolítico se produce el proceso de hominización. La actividad económica es de subsistencia (caza, pesca y recolección), son nómadas, utilizan herramientas de sílex y habitan en cuevas. Su organización social es colectiva, sin clara jerarquización.
Podemos diferenciar los siguientes periodos en esta etapa:
El Neolítico surge cuando, a partir del 5.000 a.C., el ser humano pasó de una economía depredadora a otra productora, al practicar la agricultura y la ganadería. Con ello, se produce la sedentarización. Además, comienza el pulimento de la piedra, se conoce la cerámica, la rueda, la cestería y los tejidos. Como consecuencia de estos avances, aumentó la población y hubo una mayor complejidad social.
La pintura levantina es el máximo exponente pictórico neolítico, con figuras humanas esquemáticas, monócromas y escenas de grupos como las de Cogull (Lleida) o Cueva de la Araña de Bicorp (Valencia).
La conquista de la Península Ibérica por Roma fue consecuencia de los enfrentamientos con Cartago por el dominio de las riquezas del Mediterráneo. Hubo tres etapas:
La romanización es el proceso por el que los pueblos mediterráneos integrados en el Estado romano adoptaron las formas de vida, su organización, su economía y su cultura.
Las principales aportaciones romanas fueron:
Desde el punto de vista de la arquitectura y del urbanismo, se construyen templos (Diana en Mérida), foros, teatros, anfiteatros (Mérida), puentes (Alcántara), murallas (Lugo) y acueductos (Segovia). Las calzadas (Vía Augusta, Vía de la Plata) jugaron un papel fundamental en la romanización.
El proceso no fue homogéneo, siendo más intenso en el sur y este, y menos en el interior y norte.
La caída del reino visigodo abrió la puerta a los musulmanes, que en el año 711, con Tariq y Muza al mando, vencieron al rey Don Rodrigo en la famosa batalla de Guadalete. Así nació Al-Ándalus, que al principio era solo una provincia del Califato Omeya con capital en Córdoba.
Ya en el siglo XV, por culpa de las peleas internas entre familias nobles, Granada fue perdiendo fuerza hasta que, finalmente, los Reyes Católicos la conquistaron en 1492, poniendo fin al dominio musulmán en la península.
Tras la muerte de Enrique IV en 1474, estalló una guerra sucesoria en Castilla entre Isabel, su hermana, y Juana, su hija. Isabel se impuso tras la batalla de Toro (1476) y su esposo Fernando heredó Aragón en 1479, uniéndose ambos reinos bajo una misma corona, aunque manteniendo sus propias leyes e instituciones.
Finalizadas las guerras civiles, los Reyes Católicos centraron sus esfuerzos en la conquista del Reino Nazarí de Granada. La guerra, iniciada en 1482, culminó en 1492 con la rendición de Boabdil tras el asedio de la ciudad, integrando definitivamente Granada en Castilla. En 1515, Fernando anexionó Navarra.
Isabel y Fernando fortalecieron el poder real con una administración centralizada (Santa Hermandad, corregidores, Consejos, Cortes, ejército permanente), limitaron el poder de la nobleza y del clero (mayorazgos, Patronato Regio), y usaron la religión como herramienta política mediante la Inquisición, la expulsión de los judíos (1492) y la conversión forzosa de musulmanes (1502).
La conquista de Granada fue su primera gran empresa conjunta y marcó el inicio del Estado Moderno en España.
En 1516, Carlos I, hijo de Juana I y Felipe I, accedió al trono español. Su llegada generó malestar por la designación de nobles extranjeros y su marcha a Alemania para ser coronado emperador en 1520, lo que provocó la revuelta de las Comunidades en Castilla, iniciada en Toledo y sofocada tras la derrota de Villalar en 1521. Al mismo tiempo, estallaron las Germanías en Valencia y Mallorca (1519-1523), revueltas de artesanos contra los abusos nobiliarios. Ambas rebeliones acabaron reforzando el poder real.
En política exterior, Carlos I se enfrentó a Francia por Italia, a los turcos por Europa Central y el Mediterráneo, y a los príncipes protestantes alemanes, con quienes firmó la Paz de Augsburgo (1555) tras la guerra religiosa.
Su hijo, Felipe II, heredó los dominios hispánicos pero no el título imperial. Centralizó el gobierno con un sistema de consejos y afrontó varios conflictos internos como la rebelión de los moriscos de las Alpujarras (1568-1570) y las Alteraciones de Aragón, que recortaron los fueros.
En política exterior, continuó la defensa del catolicismo:
Su mayor éxito fue la incorporación de Portugal y su imperio colonial en 1581, convirtiéndose en el monarca más poderoso de su tiempo.