Portada » Filosofía » Nietzsche y Marx: Pilares del Pensamiento Moderno y sus Conceptos Filosóficos Esenciales
Friedrich Nietzsche (1844–1900) fue un filósofo alemán que rompió con el cristianismo, criticó la moral tradicional y propuso ideas como el nihilismo, la voluntad de poder y el superhombre. Estudió filología, fue profesor en Basilea y tuvo una estrecha relación con Wagner, de quien luego se distanció. Enfermo gran parte de su vida, escribió sus principales obras entre 1872 y 1888. En 1889 sufrió un colapso mental y murió en 1900.
Nietzsche afirma que aún no se han asumido todas las consecuencias de la «muerte de Dios», lo cual implica la pérdida del mundo suprasensible y deja al ser humano sin sentido ni orientación. Esto lleva al nihilismo, que no es una simple doctrina, sino el destino histórico de la cultura occidental, producto de la tradición platónico-cristiana que negaba la vida al enfocarse en un “más allá”.
Nietzsche distingue entre un nihilismo pasivo, que acepta resignadamente esta pérdida, y un nihilismo activo, que reconoce la crisis y busca superarla. Este proceso pasa por tres fases:
La «muerte de Dios» en Nietzsche significa que ya no creemos en Dios como fundamento de la verdad y la moral. Esto deja al ser humano sin sentido ni valores absolutos, llevándolo al nihilismo. Pero para Nietzsche, esta crisis es también una oportunidad: sin Dios, el hombre puede crear nuevos valores por sí mismo y afirmar la vida.
Nietzsche propone una transvaloración moral: superar la moral cristiana (moral de esclavos) que surge de la debilidad y recuperar una moral afirmadora de la vida (moral de señores), basada en la voluntad de poder. Esta transformación culmina en el ideal del superhombre, capaz de crear nuevos valores más allá del bien y del mal.
Karl Marx (1818–1883) fue un filósofo y economista alemán que desarrolló el marxismo. Criticó el capitalismo y propuso una teoría de la lucha de clases y el materialismo histórico. Junto con Engels, escribió el Manifiesto Comunista (1848). Su obra principal, El Capital (1867), analiza la explotación laboral en el capitalismo. Marx murió en Londres en 1883, dejando una gran influencia en la política y la economía mundial.
Para Marx, la alienación es la pérdida del ser humano de sí mismo en el sistema capitalista. Esta alienación comienza en el trabajo, la actividad esencial del ser humano. El trabajador produce bienes, pero estos no le pertenecen: son apropiados por el capitalista. Así, su trabajo se convierte en algo ajeno, en una actividad impuesta y no libre. Ya no se realiza para sí mismo, sino “para otro”. Además, el trabajador es tratado como una mercancía, como una parte más de la maquinaria. De esta forma, el trabajo, que debería ser fuente de realización humana, se vuelve fuente de esclavitud y sufrimiento.
La alienación también se extiende a lo social, lo político y lo ideológico. Las ideas (como la religión o la propiedad privada) justifican esta situación y hacen que el trabajador vea como normal y justo lo que es, en realidad, explotación. Esta “falsa conciencia” completa el proceso de alienación. La superación de la alienación solo es posible transformando las condiciones materiales y sociales que la originan, es decir, aboliendo el sistema capitalista.
Para Marx, la ideología es el conjunto de ideas, creencias y valores que una clase social considera verdaderos. Aunque en general todas las sociedades tienen ideologías, Marx da a este término un sentido crítico y negativo: la ideología es una falsa conciencia, una forma deformada de ver la realidad que justifica y mantiene la desigualdad social.
La ideología nace con la división del trabajo y la propiedad privada, y se desarrolla sobre todo en las sociedades de clases. Las clases dominantes, que controlan los medios de producción, también controlan las ideas. Así, crean teorías filosóficas, jurídicas o religiosas que parecen objetivas, pero en realidad sirven para defender sus propios intereses y mantener su poder.
Un ejemplo clave es la religión, que según Marx es un producto social. Por un lado, sirve para justificar el poder de los que mandan (“voluntad divina”), y por otro, consuela al pueblo que sufre, prometiéndole una recompensa en el más allá. Pero esa esperanza en otro mundo impide luchar por cambiar este. Por eso Marx dice que “la religión es el opio del pueblo”: calma el dolor, pero anestesia la capacidad de transformación.
Marx cree que la ideología desaparecerá solo cuando desaparezca la alienación y se transforme la estructura económica. Para lograrlo, no basta con pensar críticamente: hay que pasar a la acción, es decir, hacer la revolución. El proletariado debe tomar conciencia de su situación y luchar por una nueva sociedad sin clases.
Para Marx, la alienación es la pérdida del ser humano de sí mismo en el sistema capitalista. Esta alienación comienza en el trabajo, la actividad esencial del ser humano. El trabajador produce bienes, pero estos no le pertenecen: son apropiados por el capitalista. Así, su trabajo se convierte en algo ajeno, en una actividad impuesta y no libre. Ya no se realiza para sí mismo, sino “para otro”. Además, el trabajador es tratado como una mercancía, como una parte más de la maquinaria. De esta forma, el trabajo, que debería ser fuente de realización humana, se vuelve fuente de esclavitud y sufrimiento. La alienación también se extiende a lo social, lo político y lo ideológico. Las ideas (como la religión o la propiedad privada) justifican esta situación y hacen que el trabajador vea como normal y justo lo que es, en realidad, explotación. Esta “falsa conciencia” completa el proceso de alienación. La superación de la alienación solo es posible transformando las condiciones materiales y sociales que la originan, es decir, aboliendo el sistema capitalista.