Portada » Lengua y literatura » Literatura Hispanoamericana Siglo XX: Poesía, Narrativa y Tendencias Clave
A principios de la década de los cuarenta se observan algunos cambios en las orientaciones estéticas; sin embargo, no es fácil establecer rasgos generales en el grupo de poetas que surgen en este período, que más tarde evolucionaron hacia otros caminos. En esta etapa fue relevante la influencia del surrealismo, tanto en lo estilístico como en los temas.
En las producciones poéticas de estos años sobresalen la revisión de la tradición literaria y cultural hispanoamericana y la búsqueda de la expresión poética y de los elementos propios de las producciones nacionales. A partir de los sesenta, además del compromiso político, predomina el cultivo de una poesía que está más interesada por lo hispanoamericano o por lo universal que por lo nacional.
La diversidad de la producción poética de autores como Pablo Neruda y Octavio Paz a lo largo del tiempo permite observar la evolución de la poesía hispanoamericana en la segunda mitad del siglo XX.
El desarrollo de la narrativa hispanoamericana en el siglo XX ha estado condicionado por el modo de entender y narrar los hechos históricos y las realidades sociopolíticas y culturales. En los años veinte, las vanguardias generaron las primeras innovaciones, que se alejaban del realismo tradicional; el influjo, además, de la narrativa europea y estadounidense (Proust, Joyce, Faulkner, Virginia Woolf) dio origen a la literatura moderna.
Se distinguen dos grandes orientaciones: la realista y la innovadora, que llegó a su esplendor con las obras de la nueva narrativa.
En los primeros treinta años del siglo prevalece el interés por la expresión de los rasgos específicos políticos y sociales, que tiene en cuenta diversas realidades: la del indígena, la de la población negra, la del mestizaje y la heterogeneidad cultural. En esta etapa domina el realismo, fundado en la creencia de que es posible representar una realidad percibida como objetiva: el paisaje, el hombre, los conflictos sociales y políticos.
La ruptura con el realismo tradicional implicó un cuestionamiento del mundo percibido como real y de la idea de verosimilitud; la obra de Borges y la influencia del surrealismo fueron determinantes en estos cambios. En los años cuarenta se publicó una serie de obras que mostraban el cambio, pero su consagración definitiva no llegó hasta los sesenta.
En la nueva narrativa dominan dos tendencias: una que cultiva el realismo, renovado en sus aspectos narrativos y lingüísticos, y otra que desarrolla la fantasía, cuyas manifestaciones principales son el realismo mágico y el realismo fantástico.
En los últimos años del siglo XX se aprecia un distanciamiento de la complejidad estructural y lingüística, y del cuestionamiento de la realidad. Hay un regreso al realismo, un estilo más accesible al lector, la presencia del humor y la parodia, y la preferencia por el tema del amor; aunque también existe una corriente que continúa con el experimentalismo y el antirrealismo: Respiración artificial (1980), de Ricardo Piglia (Argentina, 1941).
En general, se pueden destacar tres líneas: la novela testimonial, que combina realidad y ficción; la novela histórica y la novela detectivesca.
La nueva narrativa hispanoamericana se configuró con rasgos temáticos y formales propios de una nueva visión del mundo.
Destacamos los rasgos más importantes, si bien son generalizados dado que nos referimos a un espacio geográfico y cultural muy extenso.
La renovación atañe a las técnicas narrativas y al lenguaje. En las primeras, se advierte una complicación de la estructura: fragmentación, presencia de historias alternadas, alteración del desarrollo cronológico y lógico de las acciones mediante el regreso al pasado, anticipaciones de espacios y de tiempos. El narrador omnisciente se combina con otras voces narrativas o el monólogo interior, lo que conduce a la superposición y multiplicidad de distintos puntos de vista.
Existe una búsqueda de un nuevo lenguaje literario, que adquiere una importancia fundamental: destacan el empleo de la variedad lingüística local, especialmente la lengua hablada o popular; la elaboración poética, el lenguaje simbólico y los neologismos.