Portada » Lengua y literatura » Literatura Barroca Española: Conceptos, Prosa y Poesía del Siglo XVII
Esta convicción de la fugacidad de lo terrenal está en la base de la idea barroca por excelencia: el desengaño. Frente al idealismo y optimismo del siglo anterior, domina ahora una concepción negativa del mundo, que aparece como caos, desorden, confusión.
Este pesimismo barroco puede manifestarse de formas diversas: mediante la angustia existencial, mediante la protesta o la sátira, mediante el estoicismo o resignación, o también mediante la evasión y la búsqueda de la belleza. En la literatura española de la época se rastrean todas estas actitudes.
En literatura, el lenguaje sencillo y elegante, y la estructura armónica y equilibrada, se ven quebrados por el uso y abuso extraordinario de expresiones brillantes, ideas ingeniosas, metáforas sorprendentes, etc. Frente a la serenidad del Renacimiento, también en literatura, como en las artes plásticas, el dinamismo y el movimiento estarán presentes en los textos a través de la abundancia de imágenes o la oposición de contrarios (lo bello y lo feo, lo trágico y lo cómico). Al equilibrio de la expresión renacentista el Barroco opone la exageración, de modo que todo tendrá un carácter desorbitado, llegando incluso a la deformación, como en las caricaturas grotescas de Quevedo.
La figura más importante de la prosa narrativa del XVII es, sin duda, Cervantes, escritor a caballo entre los dos siglos, pero que publica casi la totalidad de su obra en las primeras décadas del XVII. Aunque de espíritu renacentista, los escritos cervantinos suponen una renovación total de los géneros narrativos y dejan el campo abierto a la prosa del XVII.
Buena parte de los géneros del XVI desaparecen, aunque siguen leyéndose: libros de caballerías, pastoriles, etc. Pero algunos modelos que arrancan en el XVI tienen notable descendencia en el XVII: el más destacable es la novela picaresca, que tomando como modelo el Lazarillo de Tormes, se desarrolla definitivamente a partir de la publicación de Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán.
Estas novelas retratan la grave situación social de las ciudades españolas de la época. La abundancia de vagabundos, desocupados y mendigos es un problema social de gran magnitud.
Con más o menos variantes, se publican muchas novelas picarescas en este siglo, entre las que destacamos, al margen de Guzmán de Alfarache, la Vida del Buscón, de Quevedo, y la anónima Vida de Estebanillo González.
Los escritos de carácter didáctico son muy numerosos en el siglo XVII, y los prosistas de este género abordan asuntos muy diversos: históricos, políticos, religiosos, filosóficos, morales, estéticos, etc. Entre los muchos autores de prosa didáctica destacan dos: Baltasar de Gracián y Francisco de Quevedo.
Escribe toda su obra en prosa con una intención didáctica y moral. Destacan obras como El Héroe o El Discreto, que establecen las normas de conducta que deben guiar a un individuo; Agudeza y arte de ingenio, tratado sobre los artificios literarios, indispensable para entender el conceptismo; y, sobre todo, El Criticón.
El Criticón es un extraño y extenso relato en el que dos personajes peregrinan por diversos lugares y aprenden a desconfiar de las apariencias en su búsqueda de la virtud. El pensamiento de Gracián es muy pesimista, y por ello, muy barroco: sus conclusiones son que el mundo es engañoso, y el hombre, un ser débil, miserable y, a menudo, malicioso.
Toda esta filosofía de la vida es inseparable de la conciencia del escritor sobre la decadencia del país, que extiende un velo de amargura en los intelectuales de la época.
Más conocido como poeta, escribe también numerosas obras en prosa. Las más importantes son las de carácter satírico-moral, entre las que destacan Los sueños y La hora de todos.
Los sueños son cinco narraciones en las que satiriza Quevedo diversos tipos humanos y profesiones, pero con una intención moral que revela su marcado pesimismo. La hora de todos continúa la sátira de varios tipos con el artificio literario de que la diosa Fortuna haga que en una hora todos se manifiesten como realmente son, más allá de las apariencias que suelen encubrir sus comportamientos en sociedad.
Aunque entre la poesía de Garcilaso de la Vega y la de Luis de Góngora pueden advertirse grandes diferencias, en realidad no hay ruptura alguna entre la lírica renacentista y la barroca, sino evolución. Ya desde la segunda mitad del XVI existen figuras cultistas, como Fernando de Herrera, que conducirán casi de modo natural al culteranismo típico de Góngora y sus seguidores.
El culteranismo y el conceptismo son las tendencias estéticas dominantes en la literatura barroca española. Culteranismo y conceptismo no son estrictamente movimientos opuestos, pese a los duros enfrentamientos personales de sus defensores, sino que forman parte de una sensibilidad estética general que persigue la originalidad y la admiración del lector mediante el ingenio que sea capaz de mostrar cada autor. Ambas estéticas coinciden en romper el equilibrio clásico de la poesía renacentista.
El resultado es una literatura hermética y elitista, algo escrito para el disfrute de unos pocos. No es extraño, por ello, que existan autores, como Lope de Vega, que rechacen abiertamente la estética gongorina, aunque, al mismo tiempo, pueda advertirse a veces su admiración ante el virtuosismo literario de Góngora y sus seguidores.
En el Barroco, la métrica y las estrofas italianas conviven con los versos y las formas líricas castellanas.
Junto a las formas italianas, en el siglo XVII abundan también las formas cultas de la lírica castellana: quintillas, redondillas… que se usan, por ejemplo, para los versos de carácter satírico-burlesco. En este tiempo se fija una estrofa que tiene gran éxito en la poesía española: la décima.
Asimismo se revitalizan las formas líricas populares: las letrillas, los romances, los villancicos… son utilizados frecuentemente por autores cultos, como Lope o Góngora.
Los poetas en el Barroco son muy numerosos: se podrían citar muchos nombres y varias escuelas, pero existen tres figuras que destacan sobre el resto en la lírica: Lope de Vega, Luis de Góngora y Francisco de Quevedo.
Su poesía épica se desarrolla en textos inspirados en la épica italiana del Renacimiento: La hermosura de Angélica (1602) y Jerusalén conquistada (1609). De carácter épico son también La Dragontea (1588), sobre el pirata inglés Francis Drake; y El Isidro (1599), sobre el patrón de Madrid, con el que inaugura una nueva clase de poema hagiográfico.
Su obra lírica está recogida en Rimas (1602), Rimas sacras (1614) y Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634). En estos libros Lope nos muestra sus diversas facetas líricas: el poeta vitalista, el petrarquista, el imitador de Góngora, el poeta filosófico y el religioso.
Lope utiliza una gran variedad de formas métricas, pero destacó particularmente en el uso del romance y del soneto.
Lope se desdobla en un personaje, Tomé de Burguillos, ficticio creador de los textos, peculiar individuo, irónico y enamorado, que parece cobrar voz propia para burlarse de los tópicos petrarquistas e incluso de las propias comedias de Lope.
Es cierto que desde 1609, la intención de Góngora es crear un nuevo lenguaje poético mediante la acumulación e intensificación de recursos retóricos utilizados anteriormente y el uso de otros nuevos. A partir de esta voluntad compone sus obras mayores: Fábula de Polifemo y Galatea (1612) y Soledades (1613). El resto de su producción poética consta de más de doscientos romances y letrillas al modo popular, unos doscientos sonetos y un inconcluso poema en octavas reales dedicado al Duque de Lerma.
En las letrillas y otras composiciones de arte menor, es frecuente la presencia de un estribillo o breve estrofa que se va explicando reiteradamente. Aunque a veces las letrillas tienen un tono serio y tratan temas graves, son muy frecuentes los textos de carácter humorístico o satírico.
Lo mismo podemos decir de sus romances: también en ellos mezcla lo serio con lo burlesco y tratan diversos temas: caballerescos, moriscos, pastoriles, amorosos, mitológicos, satíricos… Merece especial atención la Fábula de Píramo y Tisbe, que recrea un tema mitológico con actitud burlesca.
El tema de Soledades es, sin embargo, bien sencillo: nos presenta a un náufrago que huye de un desengaño amoroso y se rodea de una naturaleza en la que se suceden escenas pastoriles y rurales.
La abundantísima obra poética de Quevedo —unas mil composiciones—, al no haber sido editada ni organizada por su autor en distintos libros, suele agruparse temáticamente: poemas filosóficos, morales, religiosos, amorosos, satírico-burlescos y de circunstancias.
Sus poemas serios, en su mayoría sonetos, abordan temas típicamente barrocos, como la muerte, la brevedad de la vida, la fugacidad del tiempo y la belleza, la censura de vicios o el desengaño. Quevedo suele afrontar estos temas desde una perspectiva en la que se funden el cristianismo y el estoicismo, la resignación.
Su poesía amorosa está impregnada de petrarquismo y neoplatonismo, aunque muchas veces el ideal amoroso se ve enturbiado por la presencia destructora de la muerte. Así, Quevedo introduce en su lírica amorosa las preocupaciones metafísicas.
Por otra parte, en ocasiones afronta el tema amoroso de forma burlesca, paródica o abiertamente erótica.
La muerte y el tiempo son una preocupación permanente en la poesía de Quevedo: la vida es una loca carrera hacia la muerte, y el tiempo destructor todo lo puede. Como todo está en constante movimiento, la realidad es, en consecuencia, cambiante y contradictoria. Lo que se ve no es más que una apariencia engañosa, empezando por el amor mismo.
Ejemplos célebres: