Portada » Historia » La Monarquía Hispánica: Consolidación, Hegemonía y Declive (Siglos XV-XVII)
Durante el reinado de los Reyes Católicos se estableció en los reinos hispánicos la primera monarquía autoritaria, basada en el fortalecimiento del poder real frente a la nobleza y la Iglesia. Isabel y Fernando unieron sus coronas mediante una unión dinástica, en la que cada reino mantuvo sus propias leyes, instituciones y aduanas. Su principal objetivo fue consolidar la autoridad de la Corona y lograr la unificación territorial de la Península, completada con la conquista de Granada (1492) y la incorporación de Navarra (1512).
Para reforzar el poder monárquico, crearon nuevas instituciones dependientes del rey:
Además, organizaron un ejército permanente y una administración más centralizada. Utilizaron la religión como instrumento de control político y social, fundando la Inquisición y decretando la expulsión de los judíos y musulmanes. Aunque fortalecieron el Estado, los Reyes Católicos mantuvieron la autonomía de sus reinos y gobernaron personalmente, desplazándose por el territorio sin fijar una capital permanente.
Con Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, la monarquía se transformó en una monarquía imperial. Heredó un vasto conjunto de territorios en Europa y América, lo que dio a su reinado una dimensión internacional. Su intención fue crear un Estado más centralizado y autoritario, bajo una concepción universal del Imperio cristiano, donde el emperador debía defender la fe católica y la unidad de la cristiandad frente al protestantismo y al poder turco.
Sin embargo, la llegada de consejeros extranjeros y su desconocimiento de los reinos hispánicos provocaron el descontento de la población y el estallido de rebeliones internas, como las Comunidades en Castilla y las Germanías en Aragón. Mientras los Reyes Católicos habían logrado imponer su autoridad dentro del territorio peninsular, Carlos I tuvo que enfrentarse a graves conflictos tanto internos como exteriores. Su monarquía fue más burocrática y compleja, con un poder más distante y orientado hacia la política europea.
Desde muy pronto (1520), Carlos I marcó el eje de su política exterior: el mantenimiento de la unidad de la Europa cristiana católica, amenazada por la doctrina luterana y los turcos. Tuvo que enfrentarse a:
Felipe II, además de enormes posesiones, heredó los problemas de su padre y también las dos grandes directrices de su política exterior:
Durante su reinado, los conflictos con Francia continuaron hasta la victoria española en San Quintín (1557) y la posterior Paz de Cateau-Cambresis (1559), que dieron lugar a un periodo de tranquilidad. Posteriormente, en las guerras de religión de Francia, Felipe II apoyó a los católicos frente a los hugonotes.
En el Mediterráneo oriental, el Imperio Otomano era una gran potencia. Practicaban la piratería y atacaban las poblaciones costeras. Ante ello, se coaligaron la monarquía hispánica, Venecia y el Papado, enfrentándose a los turcos en Lepanto (1571), que fue una gran victoria para los cristianos.
La guerra en los Países Bajos fue el mayor problema de Felipe II. Se originó por los fuertes impuestos, el surgimiento de un sentimiento nacionalista y el conflicto religioso. La primera rebelión se produjo en 1556, con el apoyo de Francia e Inglaterra. Felipe II envió a los Tercios (duque de Alba). Finalmente, en 1579, el sur católico aceptó la obediencia a Felipe; el norte, la futura Holanda, continuó la lucha por la independencia. Sofocó la rebelión y designó a su hija Isabel Clara Eugenia gobernadora. En el siglo XVII, los territorios revirtieron a la Corona.
Respecto a Inglaterra, que había sido aliada desde el reinado de los Reyes Católicos, la situación cambió. Felipe II se casó con María Tudor, pero al morir sin descendencia, Isabel I, de religión anglicana, se convirtió en reina. Ella apoyó a los protestantes de Flandes y protegió a los corsarios que atacaban a los españoles. Felipe II decidió enfrentarse a Inglaterra y preparó la Armada Invencible, que resultó en un desastre (1588).
Durante el reinado de Felipe III (1598-1621), se adoptó una política exterior pacifista y diplomática, conocida como la Pax Hispánica, debido a la grave crisis económica que atravesaba el país. España trató de mantener la paz mediante acuerdos y treguas:
Sin embargo, a pesar de esta política de contención, España terminó interviniendo en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en defensa del catolicismo y de sus intereses en Europa.
Bajo el reinado de Felipe IV (1621-1665), la política exterior cambió hacia una postura más belicista y defensiva, dirigida por su valido, el conde-duque de Olivares. España continuó involucrada en la Guerra de los Treinta Años, pero la falta de recursos y los conflictos internos debilitaron su posición. Finalmente, las derrotas obligaron a la monarquía a firmar:
Durante el reinado de Carlos II (1665-1700), la política exterior fue débil y dependiente de los intereses de las potencias europeas, debido a la incapacidad del monarca y la crisis interna del país. Las principales potencias extranjeras comenzaron a maniobrar para repartirse la herencia española, lo que culminó tras la muerte de Carlos II sin descendencia en la Guerra de Sucesión Española, donde se enfrentaron los partidarios de Felipe de Anjou (Borbón) y Carlos de Habsburgo.
La conquista de lo que se denominaría América se realizó en un corto espacio de tiempo, pues a mediados del siglo XVI ya estaba concluida. Las causas de esta rapidez hay que buscarlas en:
La Corona, mediante contratos o capitulaciones, dejó en manos de la iniciativa privada la conquista y explotación de aquellos territorios, recibiendo a cambio el “quinto real” de los beneficios. El jefe de la expedición aportaba los medios económicos.
La conquista se desarrolló en dos grandes etapas:
En esa misma época, otros exploradores destacaron:
Finalmente, en Asia, las islas Filipinas fueron conquistadas por Legazpi y recibieron ese nombre en honor del príncipe Felipe, hijo de Carlos I.
Los Reyes Católicos y sus sucesores consideraron a los indígenas súbditos a los que había que evangelizar y no se podían esclavizar. El problema era cómo obtener la abundante mano de obra necesaria para explotar minas y campos. Al mismo tiempo, se desarrolló una legislación específica para evitar abusos (como las Leyes de Burgos de 1512), que pretendían evitar el abuso de los colonos.
El gobierno de las Indias se ejercía mediante dos tipos de instituciones: las generales, comunes para toda América, pero situadas en la Península Ibérica, y las locales.
Constituía el elemento fundamental del monopolio que ejercía la Corona sobre el comercio con América. Este organismo se localizaba en Sevilla y tenía carácter económico. Sus objetivos principales eran:
Las competencias de este Consejo se extendían por todas las facetas del gobierno de América, salvo la militar y la económica. Realizó una extraordinaria tarea legislativa, pues debió adaptar las leyes castellanas a las necesidades del Nuevo Mundo o elaborar otras nuevas, si era necesario. Hay que destacar que una parte considerable de la legislación de Indias tenía como objeto la protección de la población indígena. Las más famosas fueron las Leyes Nuevas (1542).
A diferencia de las peninsulares, sus competencias no se limitaban a administrar justicia, sino que se extendían al ámbito administrativo (por ejemplo, supervisar la actuación de los funcionarios) y al político (como proteger a los indígenas).
Representaba al rey en ultramar, y como delegados personales de la Corona, eran escogidos entre las familias de la más alta nobleza. Aunque sus poderes eran amplios, tenía prohibido impartir justicia y dirigir la administración de las provincias. Durante los siglos XVI y XVII solo existieron dos virreinatos: Nueva España y Perú.
Por su parte, los municipios se organizaban al estilo castellano. Al frente estaba el corregidor, que actuaba en nombre del monarca e intentaba controlar el poder de las familias criollas.
