Portada » Historia » La Guerra Civil Española y el Franquismo: Orígenes, Desarrollo y Consecuencias (1936-1975)
En la década de 1930, la democracia estaba en crisis. La República española sufrió un golpe militar en julio de 1936, que derivó en una guerra civil.
Tras la victoria electoral del Frente Popular, algunos grupos antirrepublicanos optaron por acabar con esta situación y recuperar el poder a través de un golpe de Estado.
La conflictividad social (huelgas, etc.) creció y la violencia se intensificó, con atentados y enfrentamientos directos entre fuerzas contrarias (fascistas, tradicionalistas y monárquicos frente a socialistas, comunistas y anarquistas).
Para acabar con el sistema democrático, un grupo de militares dirigido por el general Mola planeó un golpe de Estado que contó con el apoyo de una parte de los oficiales del ejército, en particular de la UME. El general Sanjurjo, exiliado en Lisboa, fue designado jefe de este proyecto golpista contra la República.
El golpe se inició en Melilla el 17 de julio. Al día siguiente triunfó en el Protectorado, donde se desplazó el general Franco para tomar el mando. Mientras, en la Península, la sublevación se impuso por la acción de los generales Mola en Pamplona, Queipo de Llano en Sevilla, Goded en Mallorca y Cabanellas en Zaragoza. Ocuparon gran parte de Castilla y León, Aragón, Galicia, Baleares, Canarias y algunas ciudades andaluzas.
La República se mantuvo en el resto del territorio gracias a la movilización de las organizaciones obreras y republicanas.
En esta situación, la intervención exterior fue decisiva. La pasividad de las democracias contrastó con la intervención de las potencias fascistas. Desde finales de julio, aviones italianos y alemanes trasladaron a las tropas africanas mediante un puente aéreo entre Tetuán y Sevilla.
La España sublevada incluía la zona agraria tradicional y algunas ciudades. Sus apoyos se definían como “nacionales” y su nexo de unión era la oposición radical a la República: militares conservadores, falangistas, carlistas y parte de la jerarquía eclesiástica. Los objetivos de los sublevados eran dispares: los organizadores del alzamiento militar pretendían una dictadura militar y recomponer un poder civil autoritario.
La España republicana se extendía por los centros industriales y las zonas de agricultura de exportación. Tenía su apoyo en las clases populares: obreros, empleados y campesinado sin tierras, en su mayoría en la órbita socialista, comunista y anarcosindicalista, y también en la pequeña burguesía y las clases medias urbanas. Defendían la legitimidad republicana y apoyaban al Frente Popular, pero tenían intereses diversos. Eran designados como “rojos” por los sublevados.
Tras el fracaso del golpe militar, el primer objetivo de los sublevados era la toma de Madrid. Después de cruzar el Estrecho, las tropas de África, al mando del general Yagüe, enlazaron con la zona sublevada del Norte, una vez exterminada la resistencia de Badajoz. En septiembre, Franco, nombrado jefe del ejército tras la muerte de Sanjurjo en un accidente de aviación, ocupó Toledo y puso fin al cerco de su Alcázar.
Ante esta amenaza, el Gobierno decretó la movilización general. Miles de hombres y mujeres fortificaron la capital al grito de “¡No pasarán!”. Ante el avance de Franco, en noviembre el Gobierno se trasladó a Valencia, dejando la ciudad en manos de una Junta presidida por el general Miaja. Poco después tuvieron lugar las “sacas” (excarcelación de presos para fusilarlos) llevadas a cabo por los republicanos, que significaron el asesinato de más de 2000 detenidos, como las de Paracuellos del Jarama.
Madrid resistió al ataque frontal y de la aviación, gracias también a la llegada de las primeras Brigadas Internacionales y de la Columna Liberta, desde Barcelona, al mando del anarquista Buenaventura Durruti.
Franco quedó atascado. Entonces decidió continuar la conquista de Andalucía con la ocupación de Málaga en una operación que fue ensayo de la “guerra relámpago” por parte de las fuerzas italianas, que persiguieron de forma despiadada a los ciudadanos que huían por la carretera Málaga-Almería. Los republicanos frustraron ambos intentos de conquistar la capital, imponiéndose en las batallas del Jarama (febrero de 1937), con la intervención de las Brigadas Internacionales, y de Guadalajara (marzo de 1937), en las que derrotaron a las tropas italianas. De esta forma, se preservó Madrid del ataque de los rebeldes.
Entonces Franco cambió de estrategia. Renunció a la conquista inmediata de la capital y optó por una guerra de desgaste que le permitiese aniquilar al enemigo.
La nueva estrategia de Franco significó el inicio de la Batalla del Norte. Las tropas atacaron Bizkaia y la aviación italiana bombardeó Durango. Poco después, la Legión Cóndor alemana destruyó Guernica, provocando unas 2000 muertes.
Bilbao fue ocupada en junio y la República reaccionó con ataques en Brunete (Madrid) y Belchite (Zaragoza), que no evitaron la entrada de los rebeldes en Cantabria y Asturias. Con estas conquistas, Franco conseguía el control de las industrias básicas y de guerra de estos territorios.
Los republicanos emprendieron una ofensiva contra Teruel, pero el éxito inicial no pudo consolidarse. La República quedó dividida en dos zonas y Franco fijó su objetivo en Valencia.
Tras el hundimiento del frente de Aragón, el general republicano Vicente Rojo planteó la Batalla del Ebro con un triple objetivo: demostrar que la República era capaz de resistir, frenar la ofensiva franquista contra Valencia y restablecer la unidad del territorio republicano.
Franco envió grandes refuerzos, que incorporaban la aviación y la artillería alemana e italiana. Los combates, excepcionalmente duros, se prolongaron durante tres meses, hasta que las tropas de Franco hicieron retroceder a las republicanas al punto inicial.
Fue la batalla más cruenta de la guerra: en el bando republicano se registraron entre 7500 y 15 000 muertos, más de 30 000 heridos y 15 000 prisioneros; y en el bando franquista, entre 6500 y 10 000 muertos, más de 30 000 heridos y unos 5000 prisioneros.
Tras la Batalla del Ebro, el ejército republicano quedó muy dañado y sin capacidad para defender Cataluña, hasta el punto de que las tropas de Franco entraron en Barcelona (enero de 1939) sin encontrar apenas resistencia. Miles de personas, incluyendo el Gobierno de la República y el de la Generalitat, marcharon al exilio.
La República se limitaba a la zona centro. Su sentencia quedó dictada tras dos hechos relevantes. En primer lugar, el Gobierno de Franco fue reconocido por el Reino Unido y Francia, y Azaña presentó su dimisión. En segundo lugar, el coronel Casado, jefe de la defensa de la capital, impulsó un golpe de Estado contra Negrín. Pretendía negociar la rendición con Franco, eliminando a los comunistas y buscando el apoyo de la quinta columna de Madrid. Ello provocó un fuerte enfrentamiento interno y facilitó la ocupación de la capital el 28 de marzo por parte de un Franco que rechazó toda negociación. El 1 de abril de 1939 proclamó la “Victoria”.
Las consecuencias de la guerra fueron terribles. En primer lugar, en número de víctimas: más de 600 000 muertos. Además, en las ciudades se produjeron más de 11 000 muertes por la aviación franquista, italiana y alemana, y más de 1000 por republicanos y soviéticos. Más de 470 000 personas partieron hacia el exilio.
En segundo lugar, las pérdidas materiales: infraestructuras y comunicaciones destruidas, miles de viviendas afectadas por los bombardeos, y campos de cultivo y ganadería devastados. Por último, la guerra destruyó el sistema democrático alumbrado por la Segunda República, que fue sustituido por una dictadura de larga duración.
A finales de los años 50, la economía española estaba al borde de la bancarrota. Para evitar el colapso, el régimen recurrió a tecnócratas del Opus Dei, como Navarro Rubio y Ullastres, quienes elaboraron el Plan de Estabilización de 1959, con apoyo del FMI y la OECE.
Este plan marcó el inicio de una profunda modernización económica y social. Aumentaron el turismo, las exportaciones y las relaciones con el exterior. Se produjo un fuerte crecimiento económico (conocido como el «milagro español») y se lanzaron cuatro Planes de Desarrollo (1962-1975), dirigidos por López Rodó.
En 1969, Franco nombra al príncipe Juan Carlos como su sucesor. Debido a su creciente deterioro físico, Carrero Blanco toma protagonismo político hasta su asesinato por ETA en 1973.
La crisis del petróleo de 1973 frena el crecimiento y marca el fin de los planes desarrollistas.
Aunque el Ejército permanece leal al franquismo, entre los jóvenes oficiales empieza a calar el espíritu democrático, influido por la Revolución de los Claveles en Portugal (1974).