Portada » Filosofía » La Esencia del Ser Humano: Reflexiones Filosóficas sobre Evolución y Cultura
La Antropología, como ciencia, estudia al ser humano. Desde los inicios de la filosofía, el hombre fue el tema central. Los Sofistas y Sócrates (siglo V a.C.) entendieron que el humano no es una cosa más del universo, sino una realidad que requiere una reflexión especial. Protágoras afirmó que el hombre es la “medida de todas las cosas”: comprender al humano equivale a comprender mejor lo que nos rodea.
El entorno (clases, sillas, tecnología) es artificial y creado por nosotros, por eso su comprensión depende de la pregunta previa por el humano que lo construyó. La conducta y los principios éticos también necesitan una pregunta fundamental sobre el hombre. Kant expresó que las grandes cuestiones filosóficas (¿Qué puedo saber?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué me cabe esperar?) se reducen a ¿Qué es el hombre?
Esta preocupación se mantuvo en la historia de la filosofía hasta finales del siglo XIX, cuando la antropología cultural (Tylor, Malinowski, Frazer) se separó de la filosofía y adquirió un método propio. Esta antropología defendió que la cultura es parte esencial de la naturaleza humana: el hombre es un animal cultural, distinto del animal guiado solo por instintos.
La Teoría de la Evolución postula que el humano proviene de otras especies primates menos evolucionadas. Esta idea, existente ya en la Grecia clásica, fue desarrollada científicamente por Charles Darwin en el siglo XIX y reforzada por la genética en el siglo XX (Mendel). La Teoría Sintética de la Evolución combina estas aportaciones.
Aunque existan debates sobre aspectos menores, ningún científico duda de la evolución ni de que el humano forma parte de este proceso. La palabra “Teoría” en este contexto significa un modelo científico con pruebas empíricas sólidas (paleontología, fósiles, embriología, anatomía comparada, dinámica de poblaciones).
La Teoría de la Evolución cambió las ideas antiguas sobre el humano y la naturaleza, ahora entendida como una realidad puramente material explicable por leyes físicas y biológicas, sin recurrir a Dios. Surgieron dos corrientes principales: el mecanicismo y el finalismo.
El Mecanicismo, base de la ciencia moderna, entiende la naturaleza como una gran máquina explicable por causas físicas y materiales. Todo fenómeno es describible por leyes causales (selección natural, genética). Esto implica un determinismo: las leyes se cumplen siempre.
Jacques Monod resumió esta postura en el postulado de objetividad: evitar explicaciones basadas en fines (incluido Dios). La ciencia estudia la naturaleza desde la materialidad. Este postulado no es demostrable, pero ha sido fructífero.
Richard Dawkins defendió que no hace falta un plan divino: la naturaleza funciona por leyes (genética, selección natural), como un “relojero ciego”. La mayoría de los científicos defienden el mecanicismo por su simplicidad. Según la Navaja de Occam, la explicación más simple es preferible. La teoría materialista funciona sin Dios, por lo que Dios es prescindible científicamente. Esto no demuestra que Dios no exista; solo que no es necesario para explicar la naturaleza.
Desde el siglo IV d.C., con el cristianismo, predominó una visión creacionista y fijista: Dios creó el mundo de una vez, sin evolución. Esta visión estaba apoyada en el finalismo heredado de Aristóteles.
Si la naturaleza tiene fines, parece creada por una inteligencia. Tomás de Aquino usó esto como prueba de la existencia de Dios. William Paley comparó la naturaleza con un reloj, que requiere un relojero: Dios.
Esta visión funcionaba mientras el fijismo fue aceptado. Con la evolución, hubo que replantearla. En el siglo XX surgieron intentos de conciliar finalismo y evolución:
El finalismo no es una hipótesis científica: no es demostrable ni refutable. Su fuerza reside en el sentido que da a la existencia y en la compatibilidad entre fe y razón. Mecanicistas como Monod afirman que la vida carece de sentido trascendente: es fruto del azar. Los finalistas ven un modo de integrar a Dios y la evolución.
Stephen Jay Gould propuso el NOMA (Non-Overlapping Magisteria):
Ambas pueden coexistir.
La génesis humana fue un proceso largo de millones de años. Los primeros primates vivían en grupos con jerarquías moderadas, necesarias por el extenso aprendizaje, fortaleciendo el desarrollo social.
Durante la Era Cenozoica, los cambios ambientales impulsaron adaptaciones: los primates abandonaron el entorno arborícola y desarrollaron:
Estos cambios permitieron la fabricación de herramientas y el desarrollo del aparato fónico, lo que condujo al lenguaje articulado y a la especie plenamente humana.
Además de los cambios anatómicos, los primeros homínidos desarrollaron una evolución cultural. El hombre se separó de la carga instintiva y produjo herramientas líticas, primero rudimentarias, y luego chopping tools, hachas, raederas, puntas y arpones.
El humano se caracteriza por una separación progresiva del medio y un desarrollo cultural superior al condicionamiento biológico.
Kohler demostró que los monos resuelven problemas momentáneos, pero no proyectan el futuro. Los homínidos sí: anticipan resultados y fabrican herramientas planificadamente.
La filosofía es una búsqueda continua de explicación racional del hombre y la naturaleza, diferenciándose de la ciencia, que se basa en la observación y la experiencia empírica. La filosofía tiene un campo de reflexión más amplio.
En situaciones difíciles, algunas personas buscan apoyo en tradiciones o en lo que hicieron los antepasados. La filosofía invita a no aceptar algo solo porque “siempre se hizo así”. La historia sirve para entender el presente y evitar errores.
Filosofía y religión buscan el sentido de la vida y un modo ético de vivir. Figuras como Sócrates o Jesucristo arriesgaron su vida por sus ideales. La religión se basa en la fe; la filosofía, en la razón y la lógica.
El arte expresa problemas universales desde la visión emocional del artista. Ejemplo: Goya transmite ideas filosóficas desde una perspectiva personal. La filosofía busca menor subjetividad y mayor consenso racional.
Filosofía y ciencia comparten la curiosidad y el uso de la razón. La ciencia se centra en lo medible y comprobable; la filosofía, en temas no medibles (ética, existencia de Dios…), usando argumentos que van más allá de lo observable.
La filosofía no es una opinión superficial. Exige argumentos bien pensados, reflexión propia y apoyo en estudios previos. A diferencia de quienes repiten lo escuchado (redes, tertulias…), la filosofía exige profundidad, coherencia y fundamentación.
Esta corriente cuestiona la cultura occidental. Marx sostuvo que las instituciones (filosofía, religión, ciencia…) pueden servir a los poderosos para controlar. Nietzsche y Freud influyen en la posmodernidad, que niega la verdad objetiva y ve los discursos como intereses ocultos. Esta perspectiva ayuda a reivindicar minorías e igualdad de género, pero también origina teorías conspirativas actuales.
La filosofía surge en Grecia (siglo VI a.C.) gracias al comercio y la democracia, que reunían personas e ideas. Al no bastar los mitos para convencer, se recurre a la razón: nace la filosofía presocrática.
Buscan entender la naturaleza usando la razón. Tales de Mileto afirma que todo procede de agua porque cubre gran parte de la Tierra y los seres vivos la necesitan. Con él nace el espíritu científico. Otros proponen el fuego, el aire o los números como principios (arjé).
En el siglo V a.C., la filosofía se vuelve práctica. Los Sofistas usan la persuasión para la política y el derecho, defendiendo el relativismo y la utilidad. Sócrates rechaza esto: defiende la existencia de una verdad buscada con honestidad. Su crítica a las élites y su rechazo del relativismo lo hicieron polémico. Muere coherente con sus ideas, aceptando la condena a muerte.
