Portada » Filosofía » La Búsqueda de la Felicidad y el Deber: Un Contraste entre la Ética Aristotélica y Kantiana
La obra Ética a Nicómaco de Aristóteles es un pilar fundamental de la filosofía moral, donde el estagirita expone su visión sobre cómo alcanzar la felicidad, el bien supremo para el ser humano. Dirigida a su hijo Nicómaco, esta ética es profundamente teleológica (orientada a un fin) y eudemonista (centrada en la felicidad).
Según Aristóteles, la verdadera felicidad no reside en la riqueza, la fama o los placeres pasajeros, sino en la acción virtuosa y, de manera preeminente, en la contemplación. Esta última es una actividad exclusiva de los dioses, a la que los humanos pueden aspirar en cierta medida. Al desarrollar la capacidad de pensamiento racional y la contemplación, los seres humanos se acercan a la esencia divina y, por ende, a la felicidad máxima.
Aristóteles clasifica el alma en tres tipos, cada uno con funciones específicas:
La felicidad se logra mediante el desarrollo de esta alma racional y la práctica de las virtudes, que se dividen en:
La prudencia, en particular, se aprende de la experiencia de la vida, de los errores y de la interacción con el mundo. Es a través del raciocinio y la reflexión sobre los propios fallos que el individuo aprende a actuar de manera más virtuosa en el futuro. Aristóteles enfatiza que nunca se puede tener demasiada sabiduría o prudencia, ya que su desarrollo máximo es fundamental para la verdadera virtud del hombre bueno.
Immanuel Kant, un influyente filósofo alemán, propuso una ética radicalmente diferente a las anteriores, buscando establecer principios morales universales y objetivos. Su crítica se centró en las éticas materiales, como el eudemonismo aristotélico o el hedonismo, que basan la moralidad en la consecución de un fin o bien externo (felicidad, placer).
Kant argumenta que las éticas materiales son inherentemente relativas, ya que el «bien» o «fin» que persiguen es subjetivo y varía de una persona a otra. Esto impide la formulación de un juicio moral objetivo y universal. Además, al establecer un objetivo final, estas éticas pueden justificar acciones moralmente incorrectas si estas conducen al fin deseado, lo que Kant rechaza categóricamente con la premisa de que «el fin no justifica los medios». Por ejemplo, matar a alguien para aprender una lección de prudencia sería inaceptable, incluso si el fin fuera la mejora personal.
En contraposición, Kant propone una ética formal, que no depende de ningún contenido o fin, sino de la forma en que se realiza la acción. Esta ética aspira a ser universal y válida para todo ser racional. Para Kant, una acción es moralmente buena si se realiza con buena voluntad, es decir, por el puro deber y sin esperar ningún beneficio o guiarse por inclinaciones personales.
Actuar por deber significa obrar de forma instintiva con la única intención de hacer el bien, no por miedo a las consecuencias o por buscar una recompensa. Esta es la esencia de la ley moral kantiana, que se expresa a través del imperativo categórico. El imperativo categórico exige que la máxima de nuestra acción pueda ser universalizada, es decir, que podamos desear que se convierta en una ley universal sin contradicción. Obrar por deber es el único camino hacia una moralidad genuina y universal.
Mientras Aristóteles nos invita a buscar la felicidad a través del desarrollo de nuestras virtudes y capacidades racionales, especialmente la contemplación, Kant nos desafía a actuar por puro deber, desvinculando la moralidad de cualquier fin o inclinación personal. Ambas éticas, aunque con enfoques distintos, ofrecen marcos profundos para comprender la acción humana y la búsqueda de una vida buena y significativa.