Portada » Filosofía » John Locke: Fundamentos del Empirismo, Liberalismo y la Teoría Política Moderna
John Locke desarrolla su pensamiento en un contexto en el que la filosofía se centra en dos grandes cuestiones: el conocimiento humano y la organización política de la sociedad. Desde una postura empirista y liberal, establece los fundamentos del pensamiento moderno en epistemología, ética y política.
Locke rechaza el dogmatismo racionalista, que confía en la razón para alcanzar verdades absolutas sin experiencia, y el escepticismo radical, que niega la posibilidad de conocimiento cierto. Es la razón la que estructura y organiza las ideas. Locke busca un equilibrio, reconociendo los límites del entendimiento y afirmando que la experiencia es la base del conocimiento. Sin embargo, este planteamiento genera un dilema fundamental: conciliar autonomía (libertad) y autoridad (gobierno). La búsqueda de la paz, la seguridad y la satisfacción de las necesidades básicas son las prioridades para alcanzar la felicidad, según Locke, y para resolver esta aparente contradicción.
En ética, Locke intenta definir conceptos como «bondad» y «justicia» a partir de la experiencia. Su moral se basa en la relación entre placer y dolor:
Locke concluye que el bien moral se alcanza cuando nuestras acciones voluntarias están en conformidad con una ley que aumente el placer o bienestar. Aunque no desarrolla una ética formal, su planteamiento se basa en la existencia de normas universales derivadas de relaciones necesarias entre ideas, independientemente del contexto cultural.
En los Dos Tratados sobre el Gobierno Civil, Locke desarrolla una teoría política basada en el pacto social y los derechos naturales, enfrentándose a la visión absolutista de Hobbes. Mientras Hobbes considera que en el estado de naturaleza los humanos viven en una lucha constante («el hombre es un lobo para el hombre») y necesitan someterse a un soberano absoluto (Leviatán) para evitar el caos, Locke tiene una visión más optimista:
Para Locke, el poder político no es absoluto ni arbitrario, sino que debe estar restringido por leyes que protejan la vida, la libertad y la propiedad. Los individuos no renuncian a sus derechos al formar un gobierno, sino que acuerdan obedecer un sistema que los garantice.
Locke defiende una organización política en la que el poder legislativo es el supremo, ya que dicta las leyes en beneficio del bien común sin perjudicar a los propietarios. Aunque reconoce la figura del rey, este no tiene poder absoluto, sino que debe respetar y hacer cumplir las leyes.
Para evitar abusos de poder, Locke propone la separación entre el poder legislativo y el ejecutivo, aunque no distingue aún claramente el judicial. Esta división busca impedir que el mismo organismo que dicta las leyes sea el que las ejecute, evitando así la tiranía.
El pueblo tiene derecho a la resistencia si el gobierno se vuelve tiránico y no cumple su función de proteger los derechos naturales. Esta resistencia es un acto legítimo para restaurar el orden y la naturaleza original de la sociedad civil. Locke justifica la revolución solo cuando el gobierno viola el pacto social, al no proteger la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos.
La preocupación ético-política del pensador clásico sigue estando presente en Locke: definir la justicia. La tarea platónica era la de buscar aquel régimen político que permitiera cumplir el ideal de justicia del ciudadano, y así evitar los desmanes causados por las formas de gobierno conocidas en la historia reciente del mundo clásico. Para Locke, la búsqueda se centra en otro punto de vista acerca de la justicia: ¿Cuándo se puede llamar justo a un Estado? La cuestión es ahora la de la legitimidad del gobierno.
Sin embargo, la manera de proceder de ambos pensadores es distinta. Para Platón, el gobierno ha de ser ejercido por aquellos ciudadanos que son iluminados por la Idea de Bien, es decir, que conocen la esencia del mundo o la verdadera realidad (los sabios filósofos). La justificación del gobierno reside en la sabiduría y, por tanto, los sabios gobernantes permitirán que cada ciudadano logre hacer triunfar el orden individual para el que está mejor dotado (por ejemplo, aquella alma en la que predomine la parte concupiscible deberá encomendarse las tareas básicas de sustento de la ciudad y solo así el alma será armónica y justa).
Para Locke, el gobierno es aquella institución que posee el poder de ejecutar y hacer cumplir las leyes. Y la buena ley queda siempre supeditada a que consiga el bien común, es decir, no a conseguir el saber, como diría Platón, sino a conseguir la paz, la seguridad y la defensa de la propiedad de los bienes particulares. Solo consiguiendo este fin, el Estado, o la organización de la sociedad políticamente, estará legitimado o será justo. La noción de Bien cambia de Platón a los autores contractualistas porque pasamos de un criterio óntico-epistemológico (el Bien es la máxima realidad y la fuente del saber verdadero) a un criterio utilitarista (la moral lockeana es utilitarista, el bien se define por lo que causa mayor felicidad a la mayoría, a saber, la defensa de la paz y la seguridad).