Portada » Historia » Historia de la Monarquía Hispánica: De los Reyes Católicos a la Crisis de los Austrias (Siglos XV-XVII)
Para reorganizar el nuevo Estado, los Reyes Católicos realizaron una gran labor reformista con el objetivo de imponer su autoridad a la nobleza, cuyos privilegios fueron confirmados en las Leyes de Toro de 1505 a cambio de su sometimiento (generalización del mayorazgo). Las destacadas medidas reformistas afectaron, fundamentalmente, a Castilla:
Las Cortes perdieron protagonismo. Los municipios serían controlados por los corregidores (representantes reales en el municipio). En la Corona de Aragón se mantuvo el pactismo entre la nobleza y el rey, y las Cortes conservaron su importancia. El virrey era una representación de la autoridad real en los diferentes territorios. El Justicia Mayor arbitraría entre los súbditos y el monarca y velaba por el cumplimiento de las leyes.
Los Reyes Católicos creían que la unidad de los reinos hispánicos crearía un Estado fuerte para expandirse al exterior. Sus principales acciones fueron:
Los Reyes Católicos (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) quisieron mantener todos sus territorios dentro de la más estricta ortodoxia cristiana, incluidos los nuevos que se fueron incorporando (como el antiguo Reino Nazarí de Granada, reconquistado en enero de 1492). Para ello, recuperaron la antigua institución romana de la Inquisición, que se dedicaría fundamentalmente a vigilar a los herejes y falsos conversos. Esto ocurrió, sobre todo, tras los edictos de expulsión que afectaron a judíos (1492) y musulmanes (1502), así como a acusados de brujería. La Santa Inquisición, dirigida principalmente por la orden de los Dominicos, tendría un importante poder en la vida cultural y religiosa en los territorios hispánicos (incluida América) hasta su disolución en el siglo XIX.
Carlos I (1516-1556) llegó a la península en 1517 con una corte de extranjeros a quienes concedió cargos importantes en detrimento de la nobleza castellana. El monarca no prestó atención a los problemas internos, pues se preocupó por la elección como emperador tras la muerte de su abuelo Maximiliano en 1519. Su marcha a la coronación imperial y el descontento contra sus decisiones provocaron dos revueltas:
Con estos problemas solucionados, el rey cedió a algunas demandas y no volvieron a producirse más conflictos en los dominios peninsulares, lo que fue ayudado por la alianza entre la monarquía y la alta nobleza.
En la política exterior, Carlos I puso en marcha una amplia estrategia para mantener y aumentar sus territorios, así como defender el catolicismo contra la Reforma Protestante. Mantuvo numerosas y costosas guerras que agotarían a sus reinos peninsulares. Sus enemigos principales fueron:
Agotado por las guerras y enfermedades, Carlos I se retiró a Yuste, dejando el poder a su hijo, Felipe II, y falleciendo en 1558.
Cuando Felipe II llegó al poder en 1556, tenía una amplia experiencia gobernando, pues había ejercido la regencia de los territorios hispánicos desde 1544. Recibió todos los títulos excepto el Imperial, por lo que se pudo centrar en los asuntos hispánicos. Fue el primer imperio en tener dominios en todos los continentes. En la política interior, hizo frente a varios problemas:
Su principal objetivo fue mantener los territorios heredados e imponer la Contrarreforma católica, evitando cualquier foco protestante en sus territorios. Sus principales problemas fueron:
Carlos I y Felipe II tuvieron una política internacional muy activa, pero con objetivos distintos. Carlos I buscó mantener la unidad de su gran imperio y defender el catolicismo frente a los protestantes. Por eso su política fue más europea y universal. Luchó contra:
En cambio, Felipe II tuvo una política centrada en conservar sus territorios y en imponer la Contrarreforma católica. Durante su reinado tuvo diversos problemas:
Durante el siglo XVI, la economía española vivió una etapa de crecimiento impulsada por la llegada masiva de oro y plata de América. Aunque siguió siendo mayoritariamente rural, la Meseta favoreció la ganadería trashumante frente a la agricultura, mientras que los gremios controlaban la producción artesanal. El comercio Atlántico, dominado por Sevilla y la Casa de la Contratación, convirtió a la ciudad en uno de los grandes centros económicos del mundo. Sin embargo, la abundancia de metales preciosos provocó la «revolución de los precios», con una fuerte subida del coste de vida y sucesivas bancarrotas del Estado.
En el siglo XVII la economía entró en crisis: disminuyó la población por guerras, epidemias y la expulsión de los moriscos, mientras caía la llegada de metales de América. Las malas cosechas, el abandono de las tierras y los altos impuestos hundieron a la población. La emisión de la «moneda de vellón» generó inflación y pérdida del valor del dinero. El comercio y la industria se debilitaron y la Hacienda Real, endeudada, sufrió muchas bancarrotas. Aunque en tiempos de Carlos II se intentaron leves reformas, España terminó el siglo empobrecida y sin su antigua hegemonía.
Con los reyes españoles de la Casa de Habsburgo del siglo XVII (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), los conocidos como «Austrias Menores» (Carlos I y Felipe II, los monarcas del siglo XVI, son conocidos como los «Austrias Mayores»), aparece la figura del valido o privado del rey. Este personaje, perteneciente a la alta nobleza, era una persona de plena confianza del monarca, al que este, por distintos motivos (incapacidad, dejadez, falta de interés…), cedía todos los poderes que le correspondían para que dirigiera los reinos en su nombre. Personajes como el Duque de Lerma y el Conde-Duque de Olivares marcaron el desarrollo y la vida política de los reinos hispánicos durante el siglo XVII. El valido desaparecería con la dinastía de los Borbones del siglo XVIII.
Con los reyes españoles de la Casa de Habsburgo del siglo XVII (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), los conocidos como «Austrias Menores» (Carlos I y Felipe II, los monarcas del siglo XVI, son conocidos como los «Austrias Mayores»), aparece la figura del valido o privado del rey. Este personaje, perteneciente a la alta nobleza, era una persona de plena confianza del monarca, al que este, por distintos motivos (incapacidad, dejadez, falta de interés…), cedía todos los poderes que le correspondían para que dirigiera los reinos en su nombre. Personajes como el Duque de Lerma y el Conde-Duque de Olivares marcaron el desarrollo y la vida política de los reinos hispánicos durante el siglo XVII. El valido desaparecería con la dinastía de los Borbones del siglo XVIII.
El levantamiento de 1640, durante el reinado de Felipe IV, fue consecuencia de la política del Conde-Duque de Olivares, especialmente la Unión de Armas (1626), que pretendía que todos los reinos contribuyeran con tropas y dinero, generando gran rechazo. Las rebeliones más graves fueron:
También hubo conspiraciones en Andalucía y Aragón y revueltas en Nápoles y Sicilia por hambre e impuestos. En conjunto, estas sublevaciones reflejaron el fracaso de la política centralista y aceleraron la decadencia del imperio español.
Durante el reinado de Felipe IV, la política exterior estuvo dominada por las guerras y la pérdida del poder español en Europa. Su valido, el Conde-Duque de Olivares, quiso recuperar el prestigio del imperio con una política muy ambiciosa, pero los resultados fueron negativos. España participó en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) apoyando a los Habsburgo de Austria, aunque tras la entrada de Francia en el conflicto fue derrotada en Rocroi en 1643. Con la Paz de Westfalia en 1648 se reconoció la independencia de Holanda. Después, la guerra con Francia continuó hasta la Paz de los Pirineos en 1659, por la que España perdió territorios como el Rosellón y la Cerdaña. Todas estas guerras, junto con las rebeliones internas, agotaron la economía y debilitaron el ejército. En conclusión, la política exterior de Felipe IV significó el fin de la hegemonía española y el ascenso de Francia como nueva potencia europea.
El reinado de Carlos II (1665-1700), el último de los Austrias, estuvo marcado por crisis políticas, económicas y dinásticas. Al acceder al trono, con solo cuatro años, gobernó su madre, Mariana de Austria, como regente apoyada por una junta de gobierno. El rey sufría graves enfermedades físicas y mentales, lo que le impidió gobernar con eficacia y tener descendencia, generando una crisis sucesoria. Dos candidatos se disputaron la herencia: Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, y el archiduque Carlos de Austria. Las potencias europeas firmaron un tratado de reparto del imperio español, aumentando la tensión.
Mientras tanto, España sufría las crisis económicas del siglo XVII: despoblación, caída del comercio y pobreza general. Aunque se intentaron reformas estabilizadoras, los resultados fueron limitados. Al morir, sin hijos, Carlos II nombró heredero a Felipe de Anjou, lo que provocó la Guerra de Sucesión y el fin de la dinastía de los Austrias.
