Portada » Historia » Historia de España: Resumen Cronológico de la Prehistoria a la Crisis del Antiguo Régimen (1833)
En el Paleolítico habitaron la Península Ibérica homínidos como el Homo Antecessor, Homo Erectus, Homo Neandertal y Homo Sapiens. Estos grupos vivían en pequeños grupos nómadas en cuevas o refugios, con relaciones familiares sin diferenciación social, dedicados a la caza y recolección, utilizando herramientas de piedra y hueso y desarrollando el lenguaje.
Con el Homo Sapiens surge el arte parietal y mueble, destacando la pintura rupestre cantábrica en cuevas como Altamira, caracterizada por:
En el Neolítico se produce la transición a una economía productora con agricultura y ganadería, utensilios de piedra pulimentada, cerámica y telar. La población aumenta y se sedentariza, surgen excedentes, división del trabajo y diferenciación social (jefes, sacerdotes, guerreros y artesanos). Destacan las culturas de los Sepulcros de Fosa en Cataluña y la Cerámica Cardial en Levante. La pintura levantina representa escenas de caza, luchas, danzas y recolección de alimentos de forma esquemática y monocroma.
Entre las invasiones indoeuropeas y la llegada de Roma se desarrolla la Protohistoria.
Las colonizaciones mediterráneas fueron impulsadas por:
La conquista romana se realizó en tres etapas entre el 218 y el 19 a.C., enfrentando a celtíberos, lusitanos y cántabros. La romanización implicó urbanización, asentamiento de ciudadanos romanos, inclusión de tropas locales en el ejército y concesión de ciudadanía. Se reorganizó el territorio en provincias (inicialmente Hispania Citerior y Ulterior; después Tarraconense, Lusitania y Baetica) y se fundaron numerosas ciudades.
La economía adoptó un sistema esclavista orientado a la exportación de minerales y garum. La sociedad se estructuró entre libres y esclavos. Roma dejó un vasto legado cultural:
En el 409 llegaron suevos, vándalos y alanos. Los visigodos, aliados de Roma, recibieron tierras a cambio de expulsar a los invasores y fundaron el Reino Visigodo de Toledo tras ser expulsados de la Galia en 507. Sus reyes buscaron la unificación territorial, la integración social y la estabilidad política, apoyándose en guerreros, el Officium Palatinum, el Aula Regia y los concilios.
La conversión al catolicismo en 589 convirtió a la Iglesia en apoyo del poder real, y los concilios consolidaron leyes y gobierno. El Liber Iudiciorum unificó el derecho romano y visigodo. San Isidoro de Sevilla destacó en literatura y política, difundiendo teorías como el origen divino del poder real. El arte visigodo incluye iglesias como San Juan de Baños y el tesoro de Guarrazar. Una disputa sucesoria facilitó la invasión musulmana en 711.
La crisis del reino visigodo facilitó la llegada de los musulmanes en 711, derrotando al rey Rodrigo en la Batalla de Guadalete. Al-Ándalus se constituyó como provincia del Califato Omeya de Damasco con capital en Córdoba.
Los primeros núcleos cristianos se organizaron en la franja cantábrica, con el Reino de Asturias fundado tras la Batalla de Covadonga (722), que se expandió hacia Galicia y León. El Condado de Castilla se independizó en el siglo X y se convirtió en reino en el XI. Portugal se independizó en el XII.
Al sur de los Pirineos, Carlomagno creó la Marca Hispánica, que después se fragmentó. En el Reino de Pamplona destacó Sancho III y, tras su muerte, Ramiro I fundó el Reino de Aragón. Los condados catalanes se hicieron independientes con Borrell II y más tarde se unieron a Aragón formando la Corona de Aragón.
Hasta el siglo X los cristianos ocuparon tierras al norte del Duero, y en los siglos XI-XIII avanzaron hasta Toledo, Zaragoza, el Valle del Guadalquivir y el Mediterráneo, dejando solo el Reino Nazarí de Granada. Los reinos cristianos eran monarquías feudales limitadas por la nobleza, la Iglesia y los fueros urbanos. La Curia Regia ayudaba al rey, y las Cortes surgieron con participación de la burguesía, votando aportaciones económicas y asesorando al monarca.
Los territorios conquistados se repoblaron de distintas formas:
La sociedad era estamental:
En el siglo XIV la península sufrió una triple crisis: demográfica (Peste Negra), económica (malas cosechas) y política (revuelta nobiliaria y guerras civiles).
Se consolidó en 1230 tras la unión de Castilla y León, controló el Estrecho de Gibraltar, sometió a Granada y comenzó la conquista de Canarias, aunque sufrió revueltas y pogromos judíos. La guerra civil entre Pedro I y Enrique de Trastámara instauró a la dinastía Trastámara y reforzó los privilegios nobiliarios.
Se expandió por el Mediterráneo, tomando Sicilia, Cerdeña, Nápoles y los condados de Atenas y Neopatria. Tras la muerte de Martín I se eligió a Fernando de Antequera en el Compromiso de Caspe (1412). En el siglo XV surgieron conflictos campesinos y urbanos (payeses de remensa, Busca y Biga), así como luchas sucesorias.
Permaneció bajo dominio francés hasta el siglo XV. Los conflictos internos facilitaron su conquista por Fernando el Católico en 1512, incorporándose a Castilla con conservación de fueros.
Con los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, comenzó la Edad Moderna en España. Tras la Guerra de Sucesión (1474-1479), su matrimonio unió ambas coronas en una unión dinástica, pero cada reino mantuvo sus leyes e instituciones. En la Concordia de Segovia (1475) acordaron gobernar juntos y compartir solo la política exterior y la Inquisición, con Castilla como reino dominante.
Buscaron la unidad religiosa con la conquista de Granada (1482-1492), que puso fin al dominio musulmán en la Península. Aunque al principio se respetó la libertad religiosa, finalmente se expulsó a judíos (1492) y musulmanes (1502), instaurando la uniformidad religiosa. En 1515, Fernando incorporó Navarra, completando la unidad territorial bajo la monarquía autoritaria de los Reyes Católicos.
Cristóbal Colón, bajo las Capitulaciones de Santa Fe (1492), descubrió las Antillas y realizó cuatro viajes buscando una ruta a Asia por el oeste. Otros exploradores, como Magallanes y Elcano, confirmaron la esfericidad de la Tierra, y el Tratado de Tordesillas (1494) repartió los territorios entre Castilla y Portugal.
La conquista de América fue rápida debido a la superioridad militar española, el impacto psicológico sobre los indígenas y la debilidad interna de los imperios precolombinos. Cortés derrotó a los aztecas y Pizarro a los incas.
Tras la conquista se organizó la colonización mediante el sistema de encomiendas, que entregaba tierras e indígenas a los colonos para su evangelización, aunque a menudo con trabajos forzosos, regulados luego por las Leyes de Indias. La minería se explotó con la mita, entregando a la Corona el quinto real del mineral.
Castilla administró América a través de la Casa de Contratación de Sevilla, encargada del comercio y la navegación, y el Consejo de Indias, responsable de la legislación y los cargos administrativos. Los territorios se dividieron en virreinatos, principalmente Nueva España (capital en México) y Perú (capital en Lima).
En el siglo XVI España vivió una expansión económica gracias a América, pero el siglo XVII estuvo marcado por crisis demográfica, inflación y recesión. La sociedad siguió siendo estamental: nobleza y clero eran privilegiados, y el estado llano soportaba impuestos y pobreza creciente. Epidemias, guerras y la expulsión de los moriscos (1609) provocaron despoblación.
La economía del XVI prosperó por la plata americana, pero en el XVII las guerras y bancarrotas hundieron la artesanía y el comercio.
Durante el siglo XVI, los Austrias mayores gobernaron personalmente un imperio español hegemónico en Europa.
Heredó extensos territorios europeos, americanos y el título imperial del Sacro Imperio en 1519. Su llegada a España provocó la sublevación de Castilla, conocida como la Revueltas de las Comunidades (1519-1521), y la de las Germanías en Valencia, Murcia y Mallorca, ambas derrotadas por la alianza del rey con la nobleza. Su política exterior fue intervencionista:
Heredó Castilla, Aragón, territorios italianos, Países Bajos, América, Filipinas y Portugal. Centralizó el gobierno con un sistema polisinodial y fijó la Corte en Madrid. Internamente persiguió a los protestantes, reprimió la Revueltas de las Alpujarras (1568-1571) y la de Aragón. En política exterior:
El siglo XVII español fue una etapa de crisis y pérdida de hegemonía bajo los Austrias menores, que delegaron el poder en validos.
A la muerte sin herederos de Carlos II (1700), Felipe de Anjou fue nombrado rey, provocando la Guerra de Sucesión (1702-1714). La alianza antiborbónica apoyó al Archiduque Carlos por temor al poder francés. La Corona de Aragón se rebeló contra los Borbones defendiendo sus fueros. Tras la victoria borbónica en Almansa (1707) y la caída de Barcelona (1714), Felipe V fue confirmado como rey.
La Paz de Utrecht obligó a España a ceder territorios europeos (como Gibraltar y Menorca) y conceder privilegios comerciales a Inglaterra. España y Francia quedaron unidas por los Pactos de Familia, interviniendo juntas en conflictos europeos. Como resultado, España perdió influencia europea, pero recuperó algunos territorios mediterráneos bajo sucesores borbones.
Los Borbones implantaron un modelo centralista inspirado en Francia, reduciendo el poder de los territorios. Los Decretos de Nueva Planta (1707-1716) abolieron los fueros de Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca, integrándolos en el sistema castellano. Se unificaron las Cortes y se sustituyeron los consejos por Secretarías de Estado. El territorio se organizó en intendencias para mejorar justicia, economía y administración.
Los Borbones reorganizaron la administración americana creando nuevos virreinatos (Nueva Granada y Río de la Plata) y capitanías generales. Introdujeron intendencias para mejorar la recaudación y el control territorial. El comercio se liberalizó parcialmente con el Decreto de Libre Comercio de 1765 y se abolió el sistema de flotas. Se impulsaron compañías comerciales como la Guipuzcoana de Caracas y se fortaleció la marina.
Las reformas aumentaron la población, los ingresos y la defensa de las colonias. Aunque mejoraron la economía, también reforzaron el control estatal y crearon tensiones con los criollos. Esta modernización preparó el terreno para futuros conflictos independentistas.
La sociedad del XVIII siguió siendo estamental: nobleza y clero con privilegios, y el estado llano mayoritario, formado por campesinos dependientes y una burguesía comercial aún débil. La población creció por menor mortalidad y mejor situación económica. La agricultura era el sector principal, con intentos de reforma como la liberalización del grano o las colonizaciones de Carlos III.
Se desarrolló la industria gracias a manufacturas reales y talleres privados, y aumentó el comercio con América mediante el libre comercio. La Ilustración introdujo ideas de progreso y educación, difundidas por las Sociedades Económicas. Se fundaron academias, museos y centros científicos. Goya y el arte neoclásico destacaron en este periodo.
El reinado de Carlos IV (1788-1808) estuvo condicionado por la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas. Ante la Revolución, España pasó de la vacilación a la represión: censura, control de fronteras, expulsión de ilustrados y reactivación de la Inquisición. El rey, de carácter débil, dejó el poder en manos de María Luisa y, sobre todo, de Manuel Godoy, aunque antes había gobernado el reformista Floridablanca, que impulsó reformas ilustradas y mantuvo la neutralidad española.
Con Godoy, la política española giró por completo: entró en la Guerra contra la Convención para apoyar a Luis XVI, rompiendo la neutralidad. Luego firmó la Paz de Basilea (1795) —España recuperó territorios, pero cedió Santo Domingo— y el Tratado de San Ildefonso (1796), que acercó a España a Francia y llevó a la guerra contra Inglaterra y Portugal, con derrotas como Trafalgar (1805). En 1807, el Tratado de Fontainebleau permitió la entrada de tropas francesas para invadir Portugal, facilitando la intervención de Napoleón.
La crisis interna y la impopularidad de Godoy provocaron el Motín de Aranjuez (1808), que llevó a las abdicaciones de Bayona de Carlos IV y Fernando VII. Napoleón puso en el trono a José I, cuyo gobierno se apoyó en el Estatuto de Bayona (1808), de carácter liberal.
Fue patriótica, internacional y civil. El pueblo se organizó en Juntas y guerrillas, con apoyo británico. Tuvo tres fases:
La guerra terminó con el Tratado de Valençay (1813), por el que Napoleón reconoció a Fernando VII. Las consecuencias fueron enormes: destrucción económica, debilitamiento de Napoleón, impulso a las independencias americanas y aprobación de la Constitución de Cádiz (1812).
Durante la Guerra de la Independencia surge en España un primer intento de revolución política burguesa. Ante la ausencia de un rey legítimo, los españoles crean instituciones propias para gobernar en nombre de Fernando VII. La más importante de estas instituciones fueron las Juntas, organismos locales y provinciales compuestos por ilustrados, que asumieron la dirección de la guerra y coordinaron sus esfuerzos en la Junta Suprema Central, con sede en Aranjuez y presidida por Floridablanca.
Desde la Junta Suprema surge la iniciativa de convocar unas Cortes Generales. En 1810, tras trasladarse a Cádiz por el avance francés, la Junta se disuelve y crea una asamblea constituyente llamada las Cortes de Cádiz. Las Cortes desmantelaron el Antiguo Régimen. Se reunieron en asamblea única, permitiendo a los liberales imponer su mayoría. Entre los grupos ideológicos presentes estaban: Absolutistas, Reformistas y Liberales.
Propusieron poner fin a la sociedad estamental, a la monarquía absoluta y a los privilegios de las clases sociales. Suprimieron el Honrado Concejo de la Mesta, abolieron los señoríos jurisdiccionales y desamortizaron bienes de afrancesados y órdenes religiosas.
La culminación fue la Constitución de 1812, elaborada por Muñoz Torrero y otros liberales, promulgada el 19 de marzo, conocida como La Pepa. Sus principios fundamentales fueron:
Aunque avanzada para su época, su aplicación fue limitada por la guerra y la restauración absolutista de Fernando VII en 1814. La Constitución de Cádiz se convirtió en símbolo del liberalismo.
Tras la derrota de Napoleón, Fernando VII vuelve al trono español mediante el Tratado de Valençay. La población descontenta pide la vuelta del Antiguo Régimen a través del Manifiesto de los Persas. Tras el decreto de Valencia, Fernando VII vuelve al absolutismo, lo que inicia el Sexenio Absolutista (1814-1820). Abolió la Constitución de 1812 y persiguió a liberales, restaurando privilegios señoriales, la Inquisición y los consejos tradicionales.
Este absolutismo se enfrentó a problemas estructurales: inestabilidad política, crisis económica debido a la deuda y la pérdida de ingresos americanos, y descontento social. La oposición liberal se organizó en sociedades secretas y pronunciamientos militares, como el de Rafael del Riego en 1820, que obliga al rey a aceptar nuevamente la Constitución de Cádiz.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se intentan aplicar las reformas de Cádiz: supresión de la Inquisición y libertades de prensa. Se crea la Milicia Nacional, se intenta modernizar la economía y se regula la educación. Sin embargo, la oposición absolutista, apoyada por Fernando VII y el clero, organiza guerrillas y recurre a la intervención de la Santa Alianza. En 1823, un ejército francés (los Cien Mil Hijos de San Luis) restaura el absolutismo, iniciándose la Década Ominosa (1823-1833).
Durante estos años, Fernando VII anuló la Constitución de 1812 y persiguió a los liberales. El gobierno estuvo marcado por la censura, la represión política y la centralización del poder del rey, aunque se introdujeron algunas reformas administrativas como la creación del Consejo de Ministros y el Ministerio de Fomento.
En sus últimos años, la cuestión sucesoria marca la política española. Fernando VII, sin descendencia masculina, promulgó la Pragmática Sanción (1830), derogando la Ley Sálica para permitir que su hija Isabel heredase el trono. A su muerte en 1833, Isabel II es proclamada heredera y María Cristina regente, provocando la reacción de Carlos María Isidro y sus partidarios, que inician la Primera Guerra Carlista.
El proceso de independencia de las colonias españolas en América se desarrolló principalmente entre 1808 y 1825 y tuvo como resultado la creación de nuevas naciones independientes y la pérdida de la mayoría del territorio colonial español. Tuvo causas ideológicas, políticas, económicas y externas. Las ideas ilustradas, los ejemplos de Estados Unidos y Francia, el descontento criollo por la marginación política, las restricciones comerciales y la invasión napoleónica a España favorecieron los movimientos independentistas.
En paralelo a la Guerra de la Independencia española se desarrolla la independencia de las colonias americanas, que se divide en dos etapas:
Entre las batallas más importantes destacan: Boyacá (1819), que aseguró la independencia de Nueva Granada; Carabobo (1821), que consolidó la independencia de Venezuela; Pichincha (1822), que aseguró la independencia de Ecuador; y Ayacucho (1824), que selló la independencia de Perú y Bolivia.
Las consecuencias incluyeron la pérdida de la mayoría de las colonias para España, la aparición de nuevas repúblicas con desigualdades sociales y políticas, y la permanencia del legado cultural español, como la lengua, la religión, la educación y la arquitectura.
