Portada » Filosofía » Grandes Ideas y Figuras de la Filosofía: Un Recorrido Esencial
En el siglo XIV, el pensamiento filosófico sufrió una crisis, especialmente en la escolástica, que intentaba unir la filosofía con la teología. Guillermo de Ockham, uno de los pensadores más importantes de esta época, cuestionó esta unión. Influenciado por las ideas de Aristóteles, Ockham defendió que el conocimiento real solo se puede obtener a través de la experiencia directa, ya sea a través de los sentidos o la reflexión interna. Él creía que los conceptos generales (como “animal” o “hombre”) no existen realmente fuera de nuestras mentes, sino que son solo ideas que usamos para comprender el mundo. Este enfoque es conocido como nominalismo.
En su época, hubo mucha incertidumbre debido a problemas sociales y económicos, como la peste y las guerras. Esto hizo que surgieran pensamientos más críticos y escépticos. Ockham también propuso la famosa «navaja de Ockham«, que dice que, cuando hay varias explicaciones para algo, la más simple suele ser la correcta. Esto influyó en el desarrollo de la ciencia moderna.
El pensamiento de Ockham también separó la razón de la fe. Él argumentaba que hay temas que solo deben ser tratados por la fe, como la existencia de Dios, y otros que solo deben ser tratados por la razón. Esta separación de la fe y la razón se puede ver más tarde en filósofos como René Descartes, aunque de una manera diferente.
El empirismo, desarrollado principalmente por filósofos británicos como John Locke, George Berkeley y David Hume, surge como una respuesta al racionalismo y se centra en la experiencia como fuente única del conocimiento. Locke, por ejemplo, sostiene que la mente humana es una «página en blanco» o tabula rasa al nacer y que todo conocimiento proviene de la experiencia sensible o reflexiva. Esta perspectiva desafía la existencia de ideas innatas, como las defendidas por Descartes, quien afirmaba que ciertas ideas, como la de Dios, están presentes desde el nacimiento. Locke, al contrario, argumenta que las ideas se generan a partir de la experiencia.
Hume lleva este enfoque aún más lejos, rechazando incluso la noción de sustancia y manteniendo que solo existen las impresiones sensoriales directas, lo que lo conduce a un escepticismo radical. Su fenomenismo, en el que las percepciones se organizan por principios como la causalidad, cuestiona la certeza de un mundo exterior independiente.
Este giro en el pensamiento filosófico fue contemporáneo a la Revolución Científica y las tensiones políticas entre monarquías absolutistas y corrientes liberales, como se reflejó en el pensamiento político de Locke, quien defiende los derechos naturales y un gobierno limitado, influyendo en la teoría política moderna, incluida la concepción de la división de poderes.
El empirismo de David Hume, desarrollado en el contexto histórico de los siglos XVII y XVIII, se inscribe dentro de la tradición empirista británica, junto con filósofos como Locke y Berkeley. Esta corriente surge como una respuesta crítica al racionalismo cartesiano y las teorías metafísicas, proponiendo que el conocimiento humano proviene exclusivamente de la experiencia sensible, lo que limita la capacidad de la razón para acceder a verdades universales e inmutables.
Hume lleva el empirismo a sus últimas consecuencias al rechazar la existencia de la causalidad como un principio a priori, sugiriendo que no se puede conocer una conexión necesaria entre causa y efecto a través de la experiencia. Además, desafía la noción de «sustancia» y cuestiona la existencia de un «yo» trascendental, proponiendo que el ser humano es una colección de percepciones. Esta postura se conecta con el escepticismo de su pensamiento, que niega la posibilidad de conocer la realidad externa de forma objetiva.
El enfoque de Hume se enfrenta al racionalismo de Descartes, quien atribuía al pensamiento y la razón el acceso a la verdad, y a la tradición metafísica, que sostenía la existencia de una realidad subyacente. Su influencia se extiende a filósofos posteriores, como Immanuel Kant, quien, tomando en cuenta las críticas de Hume sobre la causalidad y el conocimiento, desarrollará su propia teoría crítica, buscando una síntesis entre empirismo y racionalismo. La filosofía de Hume también marca un giro en la ética, al vincular la moral con los sentimientos y no con la razón, desafiando las teorías éticas racionalistas como las de Leibniz.
El siglo IV d.C. marca una transición crucial en la historia del pensamiento occidental, al situarse entre la filosofía antigua y medieval. Agustín de Hipona es una figura clave de la patrística, cuyas ideas definieron el pensamiento medieval y la relación entre la fe y la razón. Su vida y obra se desarrollan en un contexto donde el cristianismo estaba ganando terreno en el Imperio Romano, mientras que el legado de filósofos como Platón y Aristóteles seguía presente.
Agustín, influenciado por el neoplatonismo, integró elementos de la filosofía griega con la teología cristiana, destacando que la razón prepara el camino para la fe, pero esta última es necesaria para alcanzar la verdad divina, una visión que se resume en su lema «creo para entender, entiendo para creer«.
Su obra más significativa, La Ciudad de Dios, contrasta dos esferas: la ciudad terrenal, dominada por el egoísmo y el poder, y la ciudad celestial, donde reina el amor a Dios. Este planteamiento resuena con otros pensadores como Tomás de Aquino, quien más tarde, influido por Aristóteles, también buscó una síntesis entre fe y razón, pero desde una perspectiva más empírica y naturalista. Mientras tanto, figuras como Plotino, con su concepción de un mundo trascendental y no material, también se encuentran en el trasfondo del pensamiento agustiniano. La lucha por reconciliar la razón y la fe es un desafío recurrente que atraviesa la filosofía medieval y continúa vigente en los debates contemporáneos.
René Descartes, al igual que otros filósofos de su época, busca una manera de establecer un conocimiento cierto, pero su enfoque se basa principalmente en la razón. Para él, la razón es la única fuente fiable para llegar a la verdad, lo que lo convierte en una figura central del racionalismo. Descartes cree que el conocimiento verdadero solo puede alcanzarse si se parte de principios claros y evidentes, y de ahí su famosa frase «Pienso, luego existo» (Cogito, ergo sum), que le da una base firme para conocer la realidad.
En contraste, la corriente empirista, representada por pensadores como John Locke, sostiene que todo conocimiento proviene de la experiencia. Locke cree que la mente al nacer es una «tabula rasa» (una hoja en blanco), y que todas nuestras ideas y conocimientos vienen de las percepciones sensoriales que tenemos del mundo. Para Locke, la razón no puede ser la fuente de todo el conocimiento, ya que este solo surge de lo que experimentamos.
La diferencia entre Descartes y Locke radica en la fuente del conocimiento. Mientras que Descartes confía en la razón como la base de todo conocimiento verdadero, Locke pone énfasis en la experiencia sensorial, sugiriendo que nuestra mente es moldeada por las percepciones que recibimos del mundo exterior.
Por lo tanto, Descartes y Locke representan dos enfoques opuestos sobre cómo conocemos la realidad: el racionalismo de Descartes pone la razón como el centro del conocimiento, mientras que Locke, desde el empirismo, sostiene que solo podemos conocer a través de lo que experimentamos.
El calvinismo es una corriente cristiana basada en las ideas de Juan Calvino. Enseña que Dios tiene control absoluto sobre todo, que algunas personas son predestinadas a la salvación y otras no, y que los seres humanos no pueden salvarse por sí mismos debido a la corrupción del pecado. La gracia de Dios, según esta doctrina, es irresistible para aquellos elegidos y, una vez salvos, permanecerán en la fe hasta el final.
Las ideas innatas son aquellas que, según algunos filósofos, los seres humanos traen al nacer y no dependen de la experiencia. Platón las defendía, creyendo que el alma tiene conocimientos previos. Descartes también las apoyaba, considerándolas como ideas claras y distintas que están en la mente desde el nacimiento. Estas ideas son universales y no provienen del mundo exterior, sino de la naturaleza humana.
El empirismo es la corriente filosófica que sostiene que todo conocimiento proviene de la experiencia sensorial. Filósofos como Locke, Berkeley y Hume defendieron esta postura, argumentando que la mente humana al nacer es una «tabla rasa«, sin ideas innatas. Según el empirismo, el conocimiento se construye a través de la percepción de los sentidos y la experiencia. La razón y el pensamiento surgen a partir de la interacción con el mundo exterior.
Los universales son conceptos o propiedades que pueden aplicarse a múltiples objetos o situaciones. En la filosofía medieval y moderna, hubo debate sobre si los universales existen independientemente de los objetos particulares o si son solo nombres que usamos para describir características comunes. Los realistas sostenían que los universales existen de manera objetiva, mientras que los nominalistas afirmaban que son meras construcciones del lenguaje sin existencia independiente.
El maquiavelismo es una corriente de pensamiento político asociada a Nicolás Maquiavelo, que sostiene que el fin justifica los medios. Se centra en la idea de que los líderes deben ser astutos, pragmáticos y dispuestos a usar el poder de manera flexible y, a veces, inmoral, para mantener el orden y el control del estado. Para Maquiavelo, la política debe ser vista de manera realista y alejada de principios éticos tradicionales, poniendo la estabilidad y el poder del gobernante por encima de cualquier otra consideración.
El método cartesiano, desarrollado por René Descartes, se basa en la duda metódica y el análisis lógico para llegar al conocimiento. Consiste en dudar de todo lo que no es absolutamente cierto y partir de lo indudable, como la existencia del pensamiento («pienso, luego existo«). Luego, se reconstruye el conocimiento a partir de lo más simple hacia lo más complejo, usando la razón y el análisis. Este método busca claridad, certeza y orden en la obtención de conocimientos.
La duda metódica, propuesta por René Descartes, es un enfoque filosófico que consiste en dudar de todo lo que no es absolutamente seguro. Descartes aplicó este método para encontrar una base firme para el conocimiento, comenzando con la duda de las percepciones sensoriales, las creencias y las ideas preconcebidas. La única certeza que queda es la de la existencia del pensamiento («pienso, luego existo«), que sirve como punto de partida para reconstruir el conocimiento de manera segura y lógica.