Portada » Historia » Grandes Etapas de la Historia de España: Prehistoria, Romanización, Reinos Medievales y Monarquía Hispánica
Durante el Paleolítico, la Península Ibérica fue habitada por diversas especies humanas, destacando el yacimiento de Atapuerca. Entre estas especies se encuentran el Homo Antecessor, Heidelbergensis, Neanderthalensis y Sapiens. La economía era depredadora, basada en la caza, recolección, pesca y marisqueo, lo que obligaba a los grupos nómadas a desplazarse según los recursos disponibles. La sociedad era tribal e igualitaria, aunque con cierta diferenciación de roles y prestigio, reflejado en ajuares funerarios.
Con el Neolítico (VI milenio a.C.), surge la agricultura y la ganadería, marcando el paso a una economía productora. Aparecen nuevas tecnologías como la cerámica y el tejido, aumentando la especialización laboral y la jerarquización social. En el Paleolítico Superior, los Homo Sapiens realizaron las primeras pinturas rupestres en cuevas, representando animales, símbolos y manos. Destacan las pinturas de Altamira, El Castillo y Tito Bustillo, entre otras en la cornisa cantábrica.
Roma conquistó la Península Ibérica por su importancia estratégica, sus recursos y la alianza con algunas regiones. La conquista se dio en tres etapas:
La romanización fue el proceso de asimilación cultural romana, más intenso en el sur y levante. Sus aportes incluyen:
En 409, suevos, vándalos y alanos invadieron Hispania. Roma pactó con los visigodos para expulsarlos, estableciendo su capital en Toledo. Con la caída de Roma (476), formaron un reino independiente basado en la herencia romana (derecho y administración) y germana (monarquía electiva). Los visigodos lograron la unificación territorial, religiosa y jurídica:
El gobierno se apoyaba en el Officium Palatino (nobles con cargos en palacio), el Aula Regia (consejo del rey) y los Concilios de Toledo, asambleas político-religiosas que legislaban sobre el reino.
La conquista musulmana de la Península Ibérica comenzó en el 711 d.C. con la victoria de Tariq sobre el rey visigodo Don Rodrigo en Guadalete. En pocos años, los musulmanes controlaron casi todo el territorio, salvo las zonas montañosas del norte. En Al-Ándalus se distinguen dos grandes etapas iniciales:
Tras la muerte de Almanzor, el califato entró en crisis y se desintegró en múltiples reinos de taifas, débiles y enfrentados entre sí. Muchos pagaron tributos a los cristianos, lo que facilitó la expansión de estos últimos, culminando en la conquista de Toledo (1085). Para frenar este avance, los taifas pidieron ayuda a los almorávides (1086-1144) y después a los almohades (1144-1248), pero estos fueron derrotados en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212). El único territorio musulmán que sobrevivió fue el Reino Nazarí de Granada (1232-1492), fundado por Muhammad I. Su permanencia se debió a su ubicación estratégica, el comercio y su condición de vasallo de Castilla. Tras un período de esplendor en el siglo XIV, entró en crisis y perdió territorio hasta su caída definitiva en 1492, cuando su último rey, Boabdil, entregó Granada a los Reyes Católicos.
La economía de Al-Ándalus se basaba en la agricultura, con cultivos mediterráneos y nuevas introducciones como cítricos, arroz y algodón. Se impulsó el regadío con norias y molinos. La ganadería ovina y equina también fue relevante. La artesanía y el comercio florecieron, destacando la producción textil, la orfebrería y el trabajo del cuero. El comercio interior se concentraba en los zocos urbanos, mientras que el exterior se extendía a Europa y el mundo islámico.
La sociedad era heterogénea, con el califa en la cúspide, seguida por aristócratas (Jassa), una clase media (Ayan) de comerciantes y funcionarios, y las masas populares (Amma). En la base estaban los esclavos. Existía también una división religiosa entre musulmanes y dimmíes (mozárabes y judíos).
Culturalmente, Al-Ándalus fue un puente entre Oriente y Occidente. Destacaron figuras como Ibn Hazm en literatura, Averroes en filosofía y Abulcasis en medicina. Además, se difundió la numeración india y se recopilaron conocimientos científicos y filosóficos del mundo griego, persa e indio.
En la Edad Media, los reinos cristianos de la península se organizaron en monarquías hereditarias. A inicios del siglo XI, los principales reinos eran Pamplona (futuro Navarra), León (incluida Castilla), Aragón y los Condados Catalanes. Con la expansión territorial y los matrimonios dinásticos, surgieron nuevos reinos: Castilla y Aragón (siglo XI), la unión de Aragón y Cataluña (siglo XII), la independencia de Portugal (1143) y la unión definitiva de Castilla y León (1230). A finales del siglo XIII, solo el Reino Nazarí de Granada permanecía musulmán.
El régimen señorial se basaba en la cesión de tierras a nobles que controlaban a campesinos en servidumbre. La sociedad era estamental y dividida en tres grupos:
Desde el siglo XI surgió la burguesía, un grupo no privilegiado que ganó influencia en las ciudades y en las Cortes. También existían minorías marginadas, como judíos y mudéjares.
Al final de la Edad Media, los reinos peninsulares compartían una estructura política basada en la monarquía, las Cortes y los municipios, aunque con diferencias.
En la Corona de Castilla, se desarrolló una monarquía autoritaria, fortalecida por la teoría del origen divino y el derecho romano. La administración central incluía el Consejo Real, la Corte, la Chancillería (justicia) y la Tesorería (finanzas). Territorialmente, se dividía en adelantamientos y merindades, con municipios gobernados por concejos.
En la Corona de Aragón, la monarquía era pactista, con un poder más limitado por la nobleza y la burguesía. Cada reino (Aragón, Valencia y Cataluña) tenía sus propias Cortes, y existían instituciones específicas como la Diputación del General (supervisión de acuerdos) y el Justicia Mayor (mediador entre el rey y la nobleza). La administración territorial estaba a cargo de un virrey en cada reino y municipios gobernados por concejos como el Consell de Cent en Barcelona.
En el Reino de Navarra, también prevaleció el pactismo, con unas Cortes fuertes que limitaban el poder real. Su administración combinaba elementos de Castilla y Aragón, destacando el Consejo Real, las Cortes y la Cámara de Comptos (Hacienda).
Al final de la Edad Media, los reinos peninsulares compartían una estructura política basada en la monarquía, las Cortes y los municipios, aunque con diferencias.
En la Corona de Castilla, se desarrolló una monarquía autoritaria, fortalecida por la teoría del origen divino y el derecho romano. La administración central incluía el Consejo Real, la Corte, la Chancillería (justicia) y la Tesorería (finanzas). Territorialmente, se dividía en adelantamientos y merindades, con municipios gobernados por concejos.
En la Corona de Aragón, la monarquía era pactista, con un poder más limitado por la nobleza y la burguesía. Cada reino (Aragón, Valencia y Cataluña) tenía sus propias Cortes, y existían instituciones específicas como la Diputación del General (supervisión de acuerdos) y el Justicia Mayor (mediador entre el rey y la nobleza). La administración territorial estaba a cargo de un virrey en cada reino y municipios gobernados por concejos como el Consell de Cent en Barcelona.
En el Reino de Navarra, también prevaleció el pactismo, con unas Cortes fuertes que limitaban el poder real. Su administración combinaba elementos de Castilla y Aragón, destacando el Consejo Real, las Cortes y la Cámara de Comptos (Hacienda).
El año 1492 marcó un hito en la Historia de España por la conquista del reino nazarí de Granada y el descubrimiento de América. La Guerra de Granada (1482-1492) fue clave para la unificación territorial y religiosa de los Reyes Católicos. Se desarrolló en tres fases:
El descubrimiento de América fue posible por los avances en cartografía y navegación. Buscando una ruta alternativa a las Indias, Cristóbal Colón propuso su plan a los Reyes Católicos, quienes firmaron las Capitulaciones de Santa Fe en 1492. Colón partió en agosto con tres carabelas y llegó el 12 de octubre a Guanahaní (Bahamas), creyendo haber llegado a las Indias. Posteriormente exploró Cuba y La Española. En 1494, el Tratado de Tordesillas inició la división de los territorios descubiertos entre Portugal y Castilla. Con el tiempo, se reconoció que no eran las Indias, sino un nuevo continente, llamado América en honor a Américo Vespucio.
Tras la muerte de Fernando el Católico en 1516, su nieto Carlos I asumió el trono español, instaurando la dinastía de los Habsburgo. En 1519, fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico como Carlos V. Su reinado enfrentó importantes conflictos internos:
En el ámbito exterior, su política se centró en:
El reinado de Felipe II (1556-1598) consolidó la Monarquía Hispánica con un gobierno centralizado y burocrático. Mantuvo el sistema polisinodial con consejos sectoriales y territoriales, apoyándose en virreyes y corregidores para la administración. En política interior, se enfrentó a varias crisis:
En política exterior, defendió la herencia de los Habsburgo y el catolicismo:
Los monarcas Felipe III, Felipe IV y Carlos II delegaron el gobierno en validos, quienes asumieron la dirección de los asuntos políticos. Felipe III (1598-1621) dejó el poder al duque de Lerma, quien promovió la expulsión de los moriscos (1609) y llevó una política de pacificación exterior. Felipe IV (1621-1665) tuvo como valido al conde-duque de Olivares, quien intentó reforzar el poder real con la Unión de Armas, lo que provocó la crisis de 1640 con la rebelión de Cataluña y la independencia de Portugal (1668). Con Carlos II (1665-1700), la dinastía de los Austrias terminó tras un reinado marcado por la debilidad política, la crisis económica y la falta de descendencia, lo que desembocó en la Guerra de Sucesión.
España, aliada de los Habsburgo de Austria, participó en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) en defensa del catolicismo, pero también para mantener su influencia en Europa. Inicialmente, obtuvo algunas victorias, pero la entrada de Francia en el conflicto (1636) inclinó la balanza en su contra. La intervención de Francia debilitó a la Monarquía Hispánica, sufriendo derrotas en Las Dunas (1639) y Rocroi (1643), lo que evidenció el declive del poder militar español. Con la Paz de Westfalia (1648), España reconoció la independencia de las Provincias Unidas, y con la Paz de los Pirineos (1659) cedió territorios a Francia, perdiendo su hegemonía en Europa y consolidando el ascenso de Francia como la nueva potencia dominante.
España sufrió un descenso de población (de 8 a 7 millones) debido a guerras, epidemias, hambrunas y la expulsión de los moriscos, lo que afectó gravemente la producción agraria. La crisis económica se reflejó en la caída del comercio, la industria y el sistema financiero, lo que llevó a la Monarquía a una bancarrota crónica. La guerra contra Holanda e Inglaterra provocó la caída de las exportaciones de lana, mientras que la plata americana comenzó a disminuir, afectando las arcas del Estado. La economía decayó por la crisis agrícola, la falta de inversión en el comercio y la bancarrota del Estado, incapaz de sostener los gastos de la Corte y las guerras, lo que generó una fuerte presión fiscal sobre la población. La pérdida de mercados y la falta de reformas llevaron al declive económico de la Monarquía Hispánica, evidenciado en el aumento del desempleo, la despoblación rural y la emigración hacia América.
Carlos II (1665-1700), de salud frágil, gobernó con sucesivos validos y enfrentó crisis económicas, luchas de poder internas y conflictos militares. Durante su reinado, España perdió territorios ante Francia, lo que debilitó aún más su posición en Europa, aunque la Paz de Ryswick (1697) permitió recuperar algunos de ellos. A pesar de intentos de reforma económica, la crisis continuó debido a la mala gestión financiera y la presión de las guerras exteriores. La falta de descendencia llevó a un conflicto sucesorio entre el archiduque Carlos de Habsburgo y Felipe de Anjou, respaldados por distintas potencias europeas. En su testamento, Carlos II nombró heredero a Felipe de Anjou, iniciando la dinastía borbónica con Felipe V (1700), lo que desencadenó la Guerra de Sucesión Española (1701-1713), un conflicto que involucró a varias naciones y definió el futuro del trono español.