Portada » Magisterio » Fundamentos Sociológicos de la Educación: Paradigmas y Procesos de Socialización
La forma en que tradicionalmente se nos ha evaluado —“te dan una clase, te lo memorizas, haces el examen y te sacas una nota”— refleja una visión tradicional y mecanicista del proceso educativo. Esta perspectiva está muy alineada con el paradigma funcionalista.
Según este paradigma, el sistema educativo busca mantener el orden y el equilibrio social mediante la meritocracia y la igualdad de oportunidades. Desde esta perspectiva, si se obtiene buena nota, es porque se ha esforzado y se merece; si no, es porque no se hizo lo suficiente. Se presupone que todos parten desde las mismas condiciones, lo cual oculta las desigualdades sociales estructurales reales.
Según la teoría funcionalista (Durkheim), el docente cumple una función esencial en:
En este marco, el docente es un agente de estabilidad, orden y homogeneidad, que prepara a los estudiantes para integrarse funcionalmente en la sociedad.
Desde el conflictivismo (inspirado en Marx), la escuela es vista como un instrumento de reproducción social.
Los conflictivistas argumentan que la escuela transmite valores como la obediencia, la competitividad, la jerarquía y el individualismo, que legitiman las desigualdades sociales.
El sistema escolar, desde esta óptica, sirve para reproducir el orden social existente, manteniendo los privilegios de las clases dominantes.
El propósito es asegurar que las élites sigan controlando el acceso al poder, el conocimiento y los recursos. En lugar de promover verdadera igualdad, el conflictivismo sostiene que la escuela oculta la desigualdad bajo el mito de la meritocracia.
El interaccionismo simbólico (inspirado en Weber) ofrece una perspectiva micro-sociológica sobre la educación.
Se centra en las interacciones cotidianas y en cómo se construye la realidad educativa en el día a día. Le interesa comprender los significados compartidos que se generan en la relación entre docentes, estudiantes y el entorno escolar.
Esta corriente estudia cómo las etiquetas, expectativas y roles (por ejemplo, etiquetar a un alumno como “vago” o “brillante”) afectan profundamente el comportamiento y la trayectoria educativa de las personas. También analiza cómo el sistema escolar actúa como dispositivo de control social, pero a través de microsituaciones significativas y sutiles.
María se encuentra en una etapa de socialización secundaria, ya que debe adaptarse a un nuevo entorno social con diferentes normas, costumbres y relaciones. Además, también atraviesa un proceso de resocialización, porque el cambio cultural implica reaprender valores y comportamientos que ya había interiorizado, como el idioma, las formas de convivencia o las dinámicas sociales. Este proceso puede ser desafiante, ya que requiere dejar atrás parte de lo aprendido y abrirse a una nueva forma de vivir y entender la realidad.
Hoy en día, los influencers actúan como agentes socializadores implícitos, especialmente presentes en la vida de los niños desde muy pequeños. Aunque no buscan educar, influyen fuertemente en su forma de pensar, comportarse y consumir, a través de la imitación y la exposición continua en redes.
Los niños tienden a imitarles. Su contenido puede entrar en conflicto con los valores que transmiten la familia y la escuela, promoviendo a veces ideas como el culto a la imagen o el consumo excesivo, en lugar de valores como el respeto o el esfuerzo. Esto genera una tensión entre distintos agentes socializadores, por lo que es fundamental que familias y educadores acompañen y supervisen críticamente el acceso de los menores a estos contenidos.
El cambio social ha afectado especialmente a la función socializadora primaria de la familia, que es la encargada de enseñar a los hijos/as los valores, normas y comportamientos necesarios para integrarse en la sociedad. Factores como el ritmo de vida acelerado, la incorporación de ambos padres al trabajo y la externalización del cuidado (guarderías, escuelas, actividades) han reducido el tiempo de convivencia familiar directa.
Esto ha llevado a que la escuela y otras instituciones asuman parte del papel socializador, aunque no pueden reemplazar el vínculo emocional y cercano que solo la familia puede ofrecer. Como consecuencia, hay confusión sobre quién educa y transmite los valores, y esto puede afectar al desarrollo social y emocional de los menores.