Portada » Filosofía » Fundamentos Éticos y Sociales: Principios y Valores de la Doctrina Social de la Iglesia
El concepto de la dignidad de la persona (valor de la persona humana) se fundamenta en considerarlo un ser diferente y único respecto a otros seres, llamado a una plena realización.
Este concepto marcará la diferencia entre los distintos tipos de sociedades: aquella que integre la dignidad de la persona como valor central será, por ende, muchísimo más humana.
Constituye la base de los principios de la DSI, especialmente del principio personalista.
Los principios permanentes de la DSI constituyen los pilares fundamentales de la enseñanza social católica. Surgen del encuentro entre el mensaje evangélico (fe) y las exigencias de los problemas sociales (razón). Se presentan como permanentes y universales, interrelacionados entre sí, conformando un cuerpo unitario.
Estos principios poseen un significado profundamente moral. Deben ser apreciados en su unidad, conexión y articulación, ya que son fundamentos últimos y estructuradores de la vida social.
El Bien Común se define como el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible, tanto a las asociaciones como a cada uno de sus miembros, el logro más pleno y más fácil de su propia realización.
Una sociedad que, en todos sus niveles, busca estar al servicio del ser humano, se propone como meta prioritaria el bien común.
El bien común es la base de la legitimidad política.
Según Santo Tomás de Aquino, en toda sociedad son necesarias tres condiciones para el bien común:
El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad y también de la comunidad política.
Podemos afirmar que el bien común es la razón de ser de todo Estado y autoridad política, cuya función es: «no buscar el bien solo de las mayorías o de grupos, sino el bien conjunto de todos».
Es decir, toda acción no solo debe procurar el bien individual, sino también el bien de todos, evitando causar daño a nadie.
Para la Iglesia, el bien común máximo del que no se le puede privar a nadie es Dios.
El concepto de bien que plantea la DSI va más allá de los bienes materiales o de un simple bienestar socioeconómico.
En estrecha relación con el principio del bien común se encuentra el principio que alude a los bienes de la Tierra y a su uso universal, conocido como el principio del destino universal de los bienes.
Este principio está en la base del derecho universal al uso de los bienes; es un derecho natural originario y prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico sobre los mismos y a cualquier sistema y método socioeconómico.
Llevar a la práctica este principio implica una precisa definición de los modos, los límites y los objetos.
Los bienes creados por Dios y no por el hombre, según mantiene la Iglesia, deben llegar a todos de forma equitativa, guiados por la justicia y la caridad.
Es un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre y no solo un derecho positivo ligado a la contingencia histórica.
El concepto de destino y uso universal no significa que todo esté a disposición inmediata de cada uno o de todos; requiere una precisa definición de los modos de uso y límites de los bienes. Este modo de uso se basará en el origen y la finalidad de los bienes, orientándose hacia el bien común y la realización de un mundo justo y solidario que permita la creación de riqueza sin potenciar la injusticia.
Este destino universal de los bienes exige, según la DSI, una opción preferencial por los pobres, cuyas condiciones de vida puedan impedirles un crecimiento adecuado y un uso correcto de los bienes.
El concepto de pobreza se refiere tanto a la pobreza material como a las numerosas formas de pobreza (cultural, religiosa, etc.).
En relación con este principio, la DSI alerta sobre el peligro de idolatrar los bienes y su incorrecta ordenación, desvinculada de su utilidad para el crecimiento de los pueblos.
El derecho natural a la propiedad privada y a otras formas de dominio privado de los bienes es considerado un elemento esencial de una política económica auténticamente social y democrática, y es garantía de un recto orden social. Sin embargo, la DSI y la tradición cristiana nunca han aceptado el derecho a la propiedad privada como absoluto e intocable, sino subordinado al bien común y al destino universal de los bienes.
La DSI exhorta a reconocer la función social de cualquier forma de posesión privada; de ahí deriva el deber de los propietarios de no mantener inoperantes los bienes poseídos y de destinarlos a una actividad productiva.
La actual fase histórica tecnológica impone una relectura del principio del destino universal de los bienes. Los nuevos conocimientos técnicos y científicos deben ponerse al servicio de las necesidades primarias del ser humano, para que el patrimonio común de la humanidad pueda aumentarse y distribuirse justamente.
La subsidiariedad está entre las directrices más características de la DSI. Es imposible promover la dignidad de la persona si no se atiende a la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales y, en definitiva, a todas aquellas expresiones asociativas (económicas, sociales, culturales, deportivas, recreativas, profesionales, políticas, etc.) a las que las personas dan vida.
Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben adoptar una actitud de ayuda (subsidium), es decir, de apoyo, promoción y desarrollo respecto a las de orden inferior.
Es necesario que este principio se tenga en cuenta para cualquier actividad social.
Según este principio, las funciones del Estado deben ser:
Protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas.
Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad. Es esencial que el principio de subsidiariedad respete siempre la libertad de los órganos inferiores y que, en el caso de los Estados, nunca ejerza una función de suplencia que no sea por causas extremas y que no deba prolongarse más allá de lo estrictamente necesario.
(A partir del párrafo 289 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia)
La participación es una consecuencia y característica de la subsidiariedad, ya que es necesaria la contribución del ciudadano, como individuo o asociado con otros, para la vida y el desarrollo de las estructuras sociales.
Consideramos que la participación no solo es un derecho, sino también un deber en orden al bien común.
La participación en la vida comunitaria es uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos y una de las mejores garantías de permanencia de la democracia.
La DSI entiende que el principio de participación es una forma de expresión humana necesaria en diferentes ámbitos, como el político, el laboral, el económico y el cultural. Su objetivo es alcanzar un sistema social y político que respete las libertades, desarrolle el bien común y se construya con la participación de todos.
La solidaridad se refiere al sentido que tiene el individuo de ser con el otro y de ser persona social. Este principio genera un vínculo de colaboración, implicación y deber que une a las personas y a los grupos entre sí.
Este principio rige en diferentes planos:
La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, y al camino común de la humanidad con una conciencia de interdependencia.
Podemos considerar la solidaridad como principio social y como virtud moral, ordenador de las instituciones y promotor del desarrollo de la persona.
La DSI (párrafos 194-195) expresa la exigencia de reconocer el conjunto de los vínculos que unen a los individuos y a los grupos sociales entre sí, potenciando la conciencia de la responsabilidad que la persona debe tener con la sociedad en la cual está inserta.
Desde el punto de vista teológico, este principio es esencial en la acción que Jesucristo muestra como modelo de persona.
Existen aspectos que consideramos buenos y que son valores humanos, como, por ejemplo: la fidelidad, la honradez, etc.
Lo que la DSI plantea es: entre todos estos valores, ¿cuáles serían los valores fundamentales o universales?
¿Cómo discernir si algo es bueno o malo, o si la humanidad avanza hacia el bien o hacia el mal? Sabiendo qué es lo bueno y qué es lo malo. Por lo tanto, será necesario que la sociedad se dirija hacia la verdad y que exista una búsqueda de la verdad que nos permita tener la capacidad de discernir.
El ser humano tiene que ser libre, tiene que conocer qué es lo bueno y qué es lo malo, cuáles son sus valores, etc.
Esa libertad puede estar más o menos condicionada por capacidades, hábitos, vicios o actitudes sociales, lo que puede aumentar o disminuir su grado. El objetivo es que esta no esté condicionada o limitada, sino que se tenga la capacidad de optar por aquello que es bueno o deseable.
Al ejercer esa libertad, es fundamental tener criterio y saber qué es lo justo para uno mismo y para el bien común. Debemos ser justos.
Por tanto, se trata de saber cuál es el bien y el mal, tener libertad para elegir lo que se desea, pero siempre actuando con justicia.
Los principios de la DSI están enfocados a que la sociedad sepa discernir el bien y el mal, que tenga una base para desarrollarse libremente con respeto individual, pero que a la vez sea justa.
Todo aquello que se dirija hacia la búsqueda de la verdad, la libertad y la justicia, se considerará una acción virtuosa, y la continuidad de estas acciones conformará un hábito virtuoso.
La DSI, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del ser humano, indica también valores fundamentales; estos son los objetivos que esa sociedad debe alcanzar (verdad, libertad y justicia).
La relación entre principios y valores es de reciprocidad, en cuanto que los valores sociales expresan el aprecio que se debe atribuir a determinados aspectos del bien moral. Por lo tanto, los principios serán los medios que permitan conseguirlos.
Los valores requieren tanto la práctica de los principios fundamentales como el ejercicio personal de las virtudes y actitudes morales (aquellas que corresponden a la verdad, la libertad, la justicia y el amor).
La DSI considera que todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorece tanto al individuo como a la sociedad. Estos valores fundamentales son: la verdad, la libertad, la justicia y el amor (caridad).
La verdad se define como la conformidad objetiva de las cosas con el entendimiento. La persona y la sociedad requieren obligatoriamente tender hacia la búsqueda de la verdad; para ello, se requiere una intensa actividad educativa y un compromiso por parte de todos los ámbitos sociales.
La libertad es la facultad de obrar y decidir sin coacciones. Para que exista libertad, es necesaria la conciencia o capacidad de verdad y la justicia como opción ordenada.
La plenitud de la libertad es la capacidad de disponer de sí mismo, con vistas al logro del auténtico bien, no solo personal.
La justicia consiste en la virtud de dar a cada uno lo que le corresponde. La justicia humana entiende que toda persona tiene la misma dignidad y, por lo tanto, el derecho a los bienes.
El valor de la justicia se supera por medio de la caridad. Por sí sola, la justicia no basta si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor. (Este punto refuerza la idea de que la caridad supera el valor del amor en su sentido más amplio, elevando la justicia a un plano superior).
La caridad es el criterio supremo y universal de toda ética social. Es la fuente interior de la justicia, la libertad y la verdad. La caridad presupone, supera y trasciende la justicia.