Portada » Historia » El Reinado de Pedro I de Castilla: Conflictos, Absolutismo y el Ascenso de los Trastámara
Las condiciones en las que se iniciaba el reinado de Pedro I no eran nada favorables. La peste causaba grandes trastornos en todo el reino hasta el verano de 1350; la difusión de la epidemia provocó graves problemas. A la mortandad se añadía el desconcierto económico y el incremento de la tensión social.
Las Cortes de Valladolid de 1351 intentaban poner fin a esta situación. Pedro I ha sido presentado históricamente como el prototipo de la crueldad y reivindicado a veces como un rey justiciero, lo que le valió los apelativos de “Pedro el Cruel” o “Pedro el Justiciero”. Incluso en esta situación intermedia se le dio el apelativo de “Pedro el Severo”. Parece ser que padecía algún tipo de psicopatía o manía persecutoria. En todo caso, sus condiciones personales constituyeron un elemento más del conflicto que protagonizó.
Fue un defensor acérrimo de la autoridad monárquica y llevó las líneas marcadas por su padre casi a sus últimas consecuencias. No puede rechazarse la posible influencia que tuvieran en Pedro los ejemplos de las monarquías orientales, que representaban reyes y sultanes de tipo despótico.
Pedro I intentó anular a la nobleza como elemento dirigente de la monarquía, buscando su apoyo en:
Esta protección a los judíos era una obligación de los monarcas, ya que eran vasallos directos y no formaban parte de la jurisdicción de los concejos. Enrique de Trastámara utilizó esta situación para presentarlo ante la Santa Sede y Francia como un cristiano protector de infieles, en un marco histórico europeo de cruzadas.
Pedro I impulsó las tareas centralizadoras en múltiples terrenos, un ejemplo sería en el campo fiscal (el Becerro de las Behetrías, señoríos de características peculiares donde los vasallos escogían a su señor). Muchos señoríos habían quedado vacantes, y para saber con cuáles de ellos contaba, se ordenó que se confeccionara un libro con la situación de estos.
En su afán por establecer un gobierno monárquico casi absoluto, desconoció casi por completo el papel de las Cortes, solo las reunió dos veces en todo su reinado: en 1351 en Valladolid y otra en 1366 en plena guerra con Enrique de Trastámara.
Esta política contó desde el primer momento con un enemigo radical: la alta nobleza, a cuya cabeza figuraban los hijos bastardos de Alfonso XI, que aprovecharon los errores del monarca con gran habilidad. Por otra parte, también aprovecharon la fallida boda de Pedro I con Blanca de Borbón en 1353 (la abandonó al día siguiente de la boda). Pedro I alegó haberse casado anteriormente con Doña María de Padilla, lo que al parecer fue testificado por obispos; sin embargo, eso no le impidió casar con Juana de Castro. Todo esto fueron argumentos propagandísticos en su contra en manos de sus rivales, pero más grave era la presión que ejercía Francia, despechada por la suerte de Doña Blanca, sin olvidar la presión de la Santa Sede.
El conflicto estalló de forma abierta en 1354. A los bastardos se unió Juan Alfonso de Alburquerque, que había perdido la privanza que había ejercido años anteriores cerca del monarca.
La lucha se prolongó por dos años con diversas alternativas. La sublevación de Toledo y el fracaso de la entrevista entre el rey y los nobles sublevados en las afueras de Toro dieron a la revuelta el aspecto de una auténtica guerra civil, pero al final, Pedro I consiguió dominarla. Sin embargo, apenas terminó la cuestión con la nobleza y antes de que se apaciguaran los ánimos, en 1356 se inició otro conflicto que duró hasta su muerte: la “Guerra de los Dos Pedros”, que se combinó con la pugna por el trono de Pedro con Enrique de Trastámara, y que se extendió desde 1356 hasta 1363.
El incidente ocurrido en Sanlúcar de Barrameda fue el pretexto que sirvió a los dos Pedros (monarcas de Aragón y de Castilla, respectivamente) para discutir en el campo de batalla viejas querellas.
Castilla ocupó las tierras de Murcia que habían pasado a Aragón. Tras la primera tregua en 1357, Pedro I emprendió una política naval de altos vuelos en el Mediterráneo, haciendo una demostración de fuerza y de hegemonía. Esa retirada de Barcelona en junio de 1359 fue la señal que esperaban los bastardos, que ya habían pactado con Pedro IV el Ceremonioso para invadir Castilla.
Enrique de Trastámara invadió el territorio castellano y penetró por el norte de Burgos. En el programa de Trastámara figuraba, entre otras cosas, la venganza por la muerte de su hermano Fadrique, mandado ejecutar por Pedro I.
Después de esta invasión y de ese primer triunfo, la ofensiva de Enrique de Trastámara fue detenida en Nájera. Enrique huyó a Francia y se impuso una paz. En su optimismo, el rey de Castilla reanudó una política de agresiones, abriendo de nuevo las hostilidades. Los éxitos se sucedieron en los años 1362 y 1363: las tropas castellanas entraron dentro del reino de Aragón, conquistaron Calatayud, Cariñena y mucho más.
Se impuso la Paz de Murviedro, la cual consagró los triunfos del rey castellano. El gran sueño del monarca era la conquista de Valencia. Una nueva ofensiva se inició ese mismo año, en 1363, con la conquista de Murviedro, pero cuando parecía que todo iba a ir bien, la guerra civil volvió a prender en su reino.
Trastámara había contratado en Francia los servicios de las Compañías Blancas, mercenarios que reclamaban el trono de Castilla. El rey de Aragón había ratificado el acuerdo de Biñéfar en 1363 y se volvió a la disputa por el reino de Murcia. Pedro IV apoyó las pretensiones de Enrique de Trastámara a cambio de Murcia y otros lugares. Por su parte, Pedro I había contrastado y estrechado su alianza con Inglaterra firmando el Tratado de Londres de 1362.
En la primavera de 1366 se inició en Castilla una nueva guerra civil que duraría tres años. Esta guerra, desde la perspectiva internacional, es un episodio de la Guerra de los Cien Años, siendo mucho más complicada con una perspectiva interna.
Algunos historiadores generalizan de forma simplista, presentando a Pedro I como defensor del pueblo y la burguesía, y a Enrique como prototipo de ambiciones nobles, defensor de la Mesta y de los derechos de terratenientes.
En unos meses, Enrique de Trastámara se hizo dueño de la situación gracias a:
Las tropas entraron en Burgos y Enrique fue coronado. Pasaron también a Sevilla, y Pedro I fue obligado a salir de Castilla y refugiarse en el sur de Francia, con un único recurso: la ayuda inglesa.
Por el Tratado de Libourne de 1366, Pedro I se comprometía a conceder al Príncipe Negro Vizcaya y una elevada suma de dinero para reconquistar el trono. El tratado fue efectivo. La intervención de Pedro I, el Príncipe Negro y sus arqueros fue decisiva para esa reconquista. En abril de 1367, la segunda Batalla de Nájera permitió recuperar el trono de Castilla.
Después de esto, Pedro I se encontró sin medios para pagar su deuda, de modo que las tropas mercenarias le abandonaron a su suerte. Por otro lado, no convocó Cortes inmediatamente, siguiendo con su tipo de reinado autoritario, de manera que esta actitud enfrió el entusiasmo popular y precipitó los acontecimientos.
Enrique volvió de nuevo de Francia ante la pasividad inglesa y apoyándose en diversos núcleos de partidarios dispersos por toda Castilla. Ante esto, Pedro I fue retrocediendo al sur. Por el Tratado de Toledo de 1368 se sellaba la alianza franco-castellana, y cuando al año siguiente se dio la derrota ya definitiva de Pedro I en Montiel, se puso término a la contienda civil castellana.
Enrique II quedaba entonces como único rey de Castilla. Con él se entronizaba la dinastía de los Trastámara. Sin embargo, fueron necesarios dos años para acabar con los núcleos petristas. Muchos de los partidarios más significativos de Pedro I huyeron a Portugal y ofrecieron la corona de Castilla a Fernando I, rey de Portugal, que al aceptar complicó la situación.
Por su parte, Pedro IV el Ceremonioso, al no recibir las tierras prometidas en Biñéfar, preparó una campaña para cercar Castilla. Enrique II tuvo que hacer frente a un bloqueo anticastellano a la vez que sofocaba el petrismo en el interior.
La rapidez y su habilidad para romper la coalición permitieron consolidar su triunfo, siendo monarca indiscutido en 1371, firmando la paz con Aragón en 1375.