Portada » Historia » El Reinado de Isabel II: La Unión Liberal, O’Donnell y la Crisis que Desembocó en la Revolución Gloriosa (1856-1868)
La última etapa del reinado de Isabel II se caracterizó por el retorno del moderantismo al poder, inicialmente de la mano del sector más centrista: la Unión Liberal, liderada por O’Donnell. Este periodo inicial (1856-1858) desmanteló toda la obra política y legislativa del Bienio Progresista, disolviendo la Milicia Nacional y las Cortes (antes de que se aprobara la Constitución).
Se restauró la Constitución moderada de 1845, aunque manteniendo algunas medidas progresistas relativas a la imprenta, la desamortización o los ayuntamientos. O’Donnell fue destituido por la Reina, nombrando a Narváez, cuyo nuevo gobierno tuvo como meta la vuelta a un mayor conservadurismo y autoritarismo.
Durante este periodo se llevó a cabo una importante obra legislativa, destacando:
Tras la crisis de subsistencia (escasez de trigo) de 1857, que provocó represiones en el campo y en Madrid, Narváez dimitió. La Reina llamó de nuevo a O’Donnell. Con él se inició un periodo de estabilidad poco común en el reinado de Isabel II, conocido como el Gobierno Largo de O’Donnell (cuatro años y medio).
La Unión Liberal era un partido ecléctico, de centro-derecha, moderado pero con ciertos deseos reformistas. Su objetivo era frenar las posturas más extremas, ofreciendo vías de participación al progresismo para evitar el recurso a la violencia fuera del Parlamento. Buscaba centrar el liberalismo en torno al sufragio censitario y la monarquía constitucional, como barrera frente al peligro de las revoluciones sociales (impulsadas por el elemento demócrata y republicano).
Económicamente, fue un periodo de gran expansión, favorecido por el contexto europeo. Se desarrollaron las obras públicas, el ferrocarril, los transportes y las comunicaciones, acompañados de una política liberalizadora del mercado.
Este optimismo permitió realizar campañas militares exteriores, conocidas como Guerras de Prestigio, cuyo objetivo era más el honor nacional que la rentabilidad económica. Destacan:
Además, se elaboraron importantes leyes para crear una nueva administración, con mayor intervencionismo del Estado.
A pesar del optimismo inicial, la situación empeoró debido a dos problemas principales: la división interna de los partidos y la continua injerencia de la Reina en los asuntos de gobierno. Narváez volvió en 1864, y se sucedieron gobiernos breves que evidenciaron la ineficacia del sistema, incapaz de integrar al progresismo, que comenzó a acercarse a las posturas demócratas.
A esta inestabilidad se unió la grave crisis de 1866, que aceleró la descomposición del sistema. Otros factores fueron:
El catedrático republicano Emilio Castelar escribió un artículo criticando a la Reina, lo que ocasionó su expulsión junto con otros profesores. Esto desató una protesta estudiantil con gran represión y varios muertos, conocida como la «Noche de San Daniel» (abril de 1865).
Los intentos de golpe de Estado se multiplicaron:
En agosto de 1866 se firmó el Pacto de Ostende (Bélgica) entre progresistas y demócratas, al que posteriormente se unió la Unión Liberal, con el objetivo de derrocar a la Reina. Coincidiendo con esto, fallecieron los dos grandes pilares del sistema: O’Donnell (1867) y Narváez (1868).
La crisis económica de 1866 (subsistencia, industrial y financiera) perjudicó gravemente a las clases populares, provocando motines por los altos precios del trigo (como los sucesos de Utrera, El Arahal y Loja), donde los jornaleros reclamaban las tierras comunales perdidas y asaltaban registros de propiedad. Aunque fueron reprimidos, estos sucesos demostraron la violencia como forma de solución al problema de la tierra.
Ante la ineficacia del sistema y el peligro social, se pensó en un golpe de Estado para lograr un cambio político. La revolución estalló en Cádiz, protagonizada por el almirante Juan Bautista Topete, dando lugar a la Revolución Gloriosa o Septembrina (1868), que derrocó a Isabel II, quien marchó al exilio.
