Portada » Filosofía » El Pensamiento Filosófico de Immanuel Kant
Immanuel Kant nació el 22 de abril de 1724 en la ciudad de Königsberg. En 1740, con 16 años, ingresó en la facultad de filosofía de la Universidad de su ciudad natal. Desde 1746 ejerció como preceptor privado. En 1755 obtuvo el título de doctor y comenzó a trabajar como Privatdozent. Años más tarde, le llegó el reconocimiento con el ofrecimiento de varias cátedras alemanas. Sin embargo, se resistió a abandonar su ciudad y rechazó todos los ofrecimientos hasta que en 1770 accedió a la cátedra de metafísica y lógica de Königsberg. Durante 11 años se dedicó a la elaboración de su filosofía trascendental, con Crítica de la razón pura. Llegó a ser decano de la facultad de filosofía. En 1797, abandonó su puesto en la Universidad por problemas de salud y el 12 de febrero de 1804 falleció.
Kant compartió con los autores ilustrados la opinión sobre el papel esencial que había de desempeñar la razón en la necesaria transformación de la sociedad. Consideró imprescindible realizar una revisión crítica de la razón humana.
Kant fue seguidor del racionalismo y desde esta óptica habría llevado a cabo su labor de no haber tenido la oportunidad de leer las obras de Hume. Él reconoció que le había despertado del sueño dogmático, por lo que abandonó la confianza plena en las capacidades de la razón para conocer la realidad. Tampoco se dejó caer en las conclusiones del pensamiento de Hume. Pero, también en determinados asuntos, había aplicado escrupulosamente un pensamiento racional y distintos autores habían llegado a conclusiones opuestas. La razón es un instrumento útil, pero en el que no cabe depositar una confianza ciega. Kant considera urgente la necesidad de realizar una crítica de la razón para determinar sus posibilidades reales y sus límites.
Los racionalistas habían confiado ciegamente en la razón y en toda la realidad sin preguntarse primero si esa era una tarea que estaba a su alcance. Los empiristas, en cambio, consideraban la experiencia sensible como el límite más allá del cual la razón es capaz de producir un conocimiento riguroso y científico. Kant consideraba que unos y otros incurren en el error de creer que el conocimiento es un proceso por el que el sujeto capta un objeto tal cual es, sin que sufra ningún tipo de alteración en el proceso.
Kant tiene una opinión bien diferente al respecto. Para él, todo conocimiento requiere de elementos materiales, provenientes de la experiencia, pero también de elementos formales. El conocimiento resultante se obtiene con las aportaciones que hacen tanto el objeto como el sujeto. Se puede afirmar que el sujeto cognoscente no es un simple receptor de la realidad, sino que la conforma a priori para poder conocerla.
Kant definió su doctrina como idealismo trascendental:
Debe quedar claro que la crítica no se limita al ámbito del conocimiento racional. Para poner a punto la razón, la crítica tiene que ser ambiciosa en cuanto a su amplitud y ocuparse también del papel que debe desempeñar la razón en el terreno de la moral. Se trata de someter a juicio la razón de modo que pueda resolver de modo riguroso las cuestiones que las grandes preguntas de la filosofía nos plantean: ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué me cabe esperar? Son tres preguntas que se pueden sintetizar en una única que sería: ¿Qué es el hombre?
Kant dedicó su obra fundamental, Crítica de la razón pura, a resolver la cuestión relativa a los límites del conocimiento racional de la realidad. El problema se planteaba en relación con el desarrollo experimentado por la ciencia moderna en los dos últimos siglos, con el estancamiento que parecía estar sufriendo la metafísica. Ante esta falta de resultados que presentaba la metafísica, la reacción no podía ser la de desecharla. Los temas eran demasiado importantes. Se necesitaba saber si el límite del conocimiento de la realidad se encontraba más acá o más allá de los objetos de la metafísica. El modo de abordar esta cuestión consistía en averiguar las condiciones que habían hecho posible que disciplinas se convirtiesen en ciencias. Una vez establecidas tales condiciones, bastaba con comprobar si la metafísica podía cumplirlas o no. En caso de que pudiera, había que introducir las modificaciones necesarias para que la metafísica comenzara a progresar; de lo contrario, el ser humano lamentaría renunciar a alcanzar un conocimiento sólido sobre temas tan importantes.
Kant afirmó que las ciencias están compuestas de juicios. Se propuso averiguar las condiciones que cumplían los juicios de los que se componían estas disciplinas.
Los enunciados presentan un significado universal; los juicios son enunciados proferidos por un sujeto, que se compromete con su verdad. Los juicios deben atender a los criterios:
Tradicionalmente, los juicios analíticos son a priori y los juicios sintéticos son a posteriori. Kant añade una nueva posibilidad que hace que su clasificación de los juicios sea sustancialmente diferente de las otras dos: además de juicios analíticos a priori y juicios sintéticos a posteriori, existen juicios sintéticos a priori. Disfrutan de las ventajas y carecen de los inconvenientes: por ser sintéticos, amplían el conocimiento, y por ser a priori, no requieren comprobaciones experimentales para conocer su verdad.
Kant concluye que los juicios de la ciencia son juicios sintéticos a priori.
Los juicios analíticos a priori tienen su fundamento en el principio de no contradicción. Los juicios sintéticos a posteriori encuentran su fundamento en la experiencia, son juicios experimentales. (El fundamento de los juicios sintéticos a priori) No puede ser el principio de no contradicción, pues puede conducir a una falsedad; tampoco puede ser la experiencia. Para encontrar su fundamento, se debe profundizar en su teoría del conocimiento y seguir el esquema que emplea en su obra Crítica de la razón pura.
La obra está dividida en dos partes: Estética Trascendental y Lógica Trascendental (que a su vez se divide en Analítica Trascendental y Dialéctica Trascendental).
Conocer implica al menos dos procesos diferentes: uno de captación de información y el otro de elaboración de un pensamiento a partir de los datos previamente obtenidos. Estos dos procesos se corresponden con las dos facultades cognoscitivas del hombre: la sensibilidad y el entendimiento. La sensibilidad es pasiva, se limita a recibir la información. El entendimiento es activo, espontáneo, lo que quiere decir que construye algo nuevo. La lógica trascendental es la disciplina encargada de estudiar el funcionamiento del entendimiento humano.
Una sensación es una afección del sujeto provocada por un objeto. Cuando la sensación es captada por el sujeto, se transforma en un conocimiento inmediato que Kant denomina intuición. El objeto captado por la intuición sensible es lo que denomina fenómeno. Al emplear este término, intencionadamente se quiere establecer una distinción entre la cosa misma y su modo de manifestarse a un sujeto. Lo que el sujeto capta no es la cosa misma, sino una manifestación suya.
El fenómeno está compuesto de materia y forma:
Nuestra sensibilidad posee una determinada estructura que se impone sobre la materia de las sensaciones, informándola y constituyendo así el fenómeno que es aquello que en definitiva captamos.
Las intuiciones sensibles están constituidas por dos elementos: espacio y tiempo. El espacio y el tiempo se tratan de formas puras de la sensibilidad. El ser humano capta las cosas en el espacio y en el tiempo, porque es un modo de captarlas. Son estructuras del sujeto que se imponen a los objetos para que estos puedan ser captados. Dado que están en él antes de que se produzca cualquier sensación, diremos de ellas que son a priori (son las formas a priori de nuestra sensibilidad). Puesto que están presentes en toda intuición sensible, diremos que también intuimos el espacio y el tiempo, pero la intuición del espacio y el tiempo carece de materia. Kant dice que estas son intuiciones puras (vacías de contenido empírico).
La geometría y la aritmética constituyen los pilares básicos de las matemáticas. La geometría es el estudio de las propiedades del espacio. La aritmética es el estudio de las propiedades de la serie numérica, que es una serie temporal; por tanto, la aritmética no es otra cosa que el estudio de las propiedades del tiempo. Dado que el espacio y el tiempo son formas a priori de la sensibilidad, cualquier juicio válido formulado en relación a una u otra disciplina será a priori y estrictamente universal y necesario. La geometría y la aritmética explican propiedades del espacio y del tiempo que no están contenidas en la noción misma que tenemos de uno y otro, ya que han de ser investigadas y descubiertas, por lo que los juicios de estas dos disciplinas son sintéticos. La conclusión es que las características que hemos descubierto en el espacio y el tiempo son el fundamento de los juicios sintéticos a priori de las matemáticas.
El proceso de conocimiento no acaba con la intuición sensible; con ella, el entendimiento elabora un producto de conocimiento genuino. En la analítica trascendental, Kant se ocupó del entendimiento que realiza un trabajo doble: construir juicios y encadenarlos formando razonamientos. El estudio de los juicios derivó en el análisis de los elementos que la integran: los conceptos. Un fenómeno es comprendido por el trabajo de la sensibilidad, pero también por el del entendimiento que utiliza como instrumento los conceptos para unificar lo que llega de modo múltiple y disperso.
Al igual que desde la sensibilidad podían tenerse intuiciones sensibles e intuiciones puras, desde el entendimiento también podía considerarse la existencia de conceptos empíricos y conceptos puros:
Kant consideró que había un concepto puro por cada forma de unificar lo dado en la experiencia y que cada una de las formas de unificar la experiencia se expresa en un tipo de juicio diferente, podemos concluir que hay tantas categorías como tipos de juicios. Estas categorías son las leyes del intelecto humano. Todo ha de someterse a las estructuras cognoscitivas del entendimiento expresadas en estos conceptos puros.
La función de las categorías en el entendimiento es similar a la que desempeñan las intuiciones puras en la sensibilidad. Las intuiciones puras del espacio y el tiempo que constituían el fundamento y garantía de la validez de los juicios sintéticos a priori en matemáticas, ahora las categorías hacen lo propio con los juicios sintéticos a priori de la física. Los principios generales de la física son juicios que expresan conocimientos sobre los conceptos puros. Los juicios de este tipo son sintéticos; sin embargo, Hume sostuvo que su verdad solo podía ser establecida tras la experiencia. Kant afirmó que estos juicios (basados en conceptos puros a priori) son ellos mismos a priori. Dado que todo conocimiento ha de ajustarse al esquema que proporcionan las categorías, los conocimientos que alcanzamos sobre ellas y que expresamos en juicios, son aplicables a toda la experiencia; son estrictamente universales y necesarios.
La lógica trascendental se divide en dos partes: la analítica trascendental, que estudia los conceptos con los que se construyen los juicios, y la dialéctica trascendental, que es la encargada de estudiar el entendimiento concebido como la facultad de encadenar juicios y formar razonamientos. El ser humano razona por medio de silogismos. Un silogismo es un conjunto de enunciados. De ese conjunto de enunciados, uno de ellos llamado conclusión, se obtiene de los otros, denominados premisas. Los silogismos consisten en que aseguran, sin margen de error, que, dada la verdad de las premisas, la conclusión también es verdadera.
¿Cómo se puede estar seguro de la verdad de las premisas? La estrategia que sigue la razón para asegurar la verdad de las premisas consiste en obtenerlas como conclusión de otro silogismo que tenga premisas más generales, y así sucesivamente. Con lo que se va ascendiendo en el grado de generalidad con la esperanza de llegar a un principio absolutamente general que sirva de fundamento último a toda la cadena de conclusiones derivadas.
Kant consideró que este proceso rebasaba los límites de la experiencia y aplica las categorías a aquello de lo que no tenemos intuición sensible (el noúmeno). La misión de las categorías consiste en unificar fenómenos, facilitando así su comprensión por el entendimiento humano. Su aplicación al noúmeno genera en el sujeto la ilusión de estar produciendo conocimiento auténtico, pero solo conduce al error del extravío.
Existen tres tipos diferentes de silogismos, cada uno de los cuales conduce a una idea de la razón pura concebida como principio incondicionado. Al aplicar las categorías a estas tres ideas, se cometen tres tipos de errores diferentes:
Conducen a intentar unificar todos los fenómenos psíquicos en una idea única, la idea del alma. Todas las teorías metafísicas sobre el alma resultan de aplicar las categorías a esta idea de la razón, de la que no se tiene intuición sensible.
Llevan hacia una idea del mundo concebida como totalidad de los fenómenos físicos. Resulta de la aplicación de las categorías a esta idea de la razón. Tampoco se tiene intuición sensible de la idea del mundo así concebida, puesto que si bien se tienen intuiciones de fenómenos singulares, no así de su totalidad.
Encuentran su fundamento último en la idea de Dios. En ellos se unifican tanto los fenómenos físicos como los psíquicos. La metafísica pretende dotar de conocimiento a la teología racional al aplicar las categorías a la idea de Dios.
La metafísica pretende tener juicios sintéticos a priori aplicando las categorías a las ideas de Dios, alma y mundo. Pero el uso que se hace de las categorías en este caso es ilegítimo y no produce verdadero conocimiento. La metafísica no puede convertirse en ciencia porque sus objetos de estudio están más allá de los límites del conocimiento humano. Es consustancial a la razón humana buscar lo incondicionado. Por eso, dice Kant que debemos mantener las ideas de la razón, pero no con la aspiración de obtener un conocimiento de ellas, sino empleándolas para guiar el progreso del conocimiento humano.
Para Kant, la razón posee dos funciones claramente diferenciadas: una función es la teórica, que Kant analiza en la Crítica de la Razón Pura, donde se plantea los límites del conocimiento y la posibilidad de las ciencias; y otra es la función práctica, pues al hombre, según Kant, además del conocimiento le interesa también el hecho moral, y este es propio del uso práctico de la razón, una razón que se plantea la segunda de las preguntas propuestas por el autor: ¿Qué debo hacer? Kant trata este tema en la Crítica de la Razón Práctica y la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres.
Como también ocurría en el conocimiento, Kant pretende fundamentar la ética de forma universal y necesaria, y tras el análisis de las éticas de autores anteriores, decide que ninguna de ellas está fundamentada necesaria y universalmente, pues todas ellas son éticas materiales, es decir, éticas con contenido.
Las éticas materiales establecen un fin o bien supremo que el hombre persigue (la felicidad en Aristóteles, el placer en Epicuro, la salvación en el cristianismo, etc.) y establecen unas normas que nos dicen lo que hay que hacer para alcanzar ese fin (por ejemplo, en la ética epicúrea: si quieres una vida placentera, aléjate de la política; en el cristianismo, los mandamientos que deben ser cumplidos; en Aristóteles, la elección del término medio).
Kant rechaza las éticas materiales por varios motivos:
Frente a las éticas materiales, Kant propone una ética formal, es decir, vacía de contenido empírico, que no nos dice qué es lo que tenemos que hacer, sino cómo debemos hacerlo; propone una ética a priori, es decir, independiente de la experiencia y, por tanto, universal. Una ética autónoma, donde la ley viene dada por la propia razón; frente a lo teleológico, propone una ética deontológica, a saber, una ética cuyo ideal es el deber y no el logro de ningún fin; y que se expresa mediante el imperativo categórico que ordena ‘haz A’, sin condiciones. El imperativo categórico es por ello válido de forma absoluta y necesaria.
¿Y en qué consiste esta ética? Para Kant, ni las cosas ni los actos son en sí mismos buenos o malos; lo único que hay bueno en sí es la buena voluntad. ¿Y cómo será una voluntad buena?: Será aquella que obre por deber, por respeto a la ley misma, no solo conforme a deber (legalidad) sino por respeto a la ley moral (moralidad), una ley que emana de la razón y que en el hombre se expresa mediante el imperativo categórico.
Aunque el imperativo categórico es único, Kant lo formula en cinco versiones diferentes, entre ellas estas dos:
* Entendemos por máxima la ley subjetiva que sigue el sujeto en el momento de la acción.
Vemos, pues, cómo no se nos dice qué cosa en concreto debemos hacer, sino cómo debemos hacerlo: un acto será moralmente valioso si el sujeto que lo realiza lo hace porque lo considera como absolutamente debido y entiende que el principio subjetivo (máxima) que en ese momento dirige su acción podría convertirse en una ley universal válida para todos; porque cree que lo que hace es lo que en esas circunstancias todo hombre debería hacer (no para conseguir un fin), sino entendiendo al hombre y a su acción como un fin en sí mismo.
Ahora bien, para que la moral sea posible, son necesarios tres supuestos o condiciones necesarias, esto es, tres postulados propuestos por la razón práctica, postulados que, por ser afirmaciones metafísicas, son consideradas no científicas en la Crítica de la Razón Pura y que aquí encuentran su lugar. Son los siguientes:
Como vemos, los postulados de la razón práctica abren el camino a la religión.