Portada » Historia » El Origen y Desarrollo de la Revolución Industrial en Gran Bretaña y España
La Revolución Industrial se inició en Gran Bretaña en el siglo XVIII y se difundió por Europa y Norteamérica durante el siglo XIX.
La industrialización significó el paso de la economía agraria a otra dominada por la industria, donde la producción de bienes se hacía de forma mecánica. Los cambios en los sistemas de producción implicaban una nueva organización económica (capitalismo) y transformaron la organización de la sociedad (sociedad de clases).
La Revolución Industrial fue posible gracias a una serie de revoluciones paralelas: revolución agrícola, demográfica, tecnológica, comercial y de finanzas.
Un conjunto de transformaciones en el campo impulsaron el aumento de la producción agrícola en la segunda mitad del siglo XVIII.
Hacia 1750, la población europea experimentó un crecimiento conocido como revolución demográfica. Esta se debió al aumento de la producción de alimentos y mejoras en medicina e higiene, lo que supuso un estímulo para el despegue industrial del siglo XIX. La mortalidad fue descendiendo y la natalidad creció ligeramente; la esperanza de vida pasó de 38 a 50 años. Por otro lado, la industrialización convirtió las antiguas ciudades en grandes metrópolis y sus habitantes se multiplicaron. Se crearon nuevos medios de transporte (ferrocarril), nuevas infraestructuras (alcantarillado) y nuevos servicios (hospitales). En la nueva ciudad industrial, los barrios estaban diferenciados entre la burguesía y los obreros.
En el siglo XVIII, la aplicación de las nuevas tecnologías se realizó en la industria textil. El gobierno británico prohibió la llegada de algodón de la India y, con ello, estimuló la producción de algodón en el país. El algodón es un tejido de fácil lavado, más higiénico que la lana y, además, más económico.
El proceso de mecanización se inició con la lanzadera volante de Kay, que aumentó la velocidad del proceso del tejido, y la máquina de hilar Jenny, que aumentó la producción de hilo. El último paso fue la incorporación del telar mecánico de Cartwright, que abarató los costes.
En el siglo XVIII, aumentó la demanda de hierro para fabricar maquinaria. Se buscaba un nuevo combustible menos costoso y más efectivo que el carbón vegetal.
La gran innovación llegó con el convertidor Bessemer, que permitió la fabricación de acero (mezcla de hierro y carbono).
La generación del uso de minerales como materia prima fue otra característica del mundo industrial. El carbón mineral se convirtió en la fuente de energía de la Revolución Industrial.
Las regiones carboníferas atrajeron industrias siderúrgicas que proporcionaban hierro a las nuevas máquinas.
La Revolución Industrial dio paso a una economía de mercado en la que se producía, no solo para el autoconsumo, sino también para la venta. El comercio interior aumentó gracias a los nuevos sistemas de transporte y el comercio exterior, gracias a las colonias extraeuropeas inglesas, ofreció a estos mercados donde vender sus productos.
Inventada por James Watt, aprovechaba la fuerza del vapor para generar un movimiento continuo que trasladó a las máquinas. El ferrocarril fue el primero en aplicar la máquina de vapor; más tarde apareció la locomotora de Stephenson y, en el siglo XIX, el barco de vapor.
La Revolución Industrial impulsó el desarrollo del capitalismo, un sistema económico sustentado en el liberalismo económico, que se basaba en la iniciativa privada y fue establecido por Adam Smith.
El capitalismo es un sistema económico en el que las fábricas, máquinas y bienes son de propiedad privada. Las actividades económicas responden a la libre iniciativa de los individuos que tienen como objetivo la búsqueda del máximo beneficio. El mercado se regula por la ley de la oferta y la demanda.
El capitalismo se ve azotado por las crisis de sobreproducción provocadas por un exceso de producción en relación con la capacidad de consumo de la sociedad. La industrialización también supuso el desarrollo de las entidades bancarias, convirtiéndose en captadoras de ahorros y suministrando el capital necesario para la industria.
El Reino Unido, como pionero del proceso industrializador, se mostró partidario del libre cambio, es decir, la no intervención del estado en el comercio para evitar la competencia del Reino Unido y fomentar su propia industria. El resto de países aplicaron medidas proteccionistas, es decir, imposición de impuestos a la entrada de productos extranjeros.
El capitalismo organizó la sociedad en dos clases:
Las duras condiciones de trabajo y la miseria en la que vivían los obreros generaron conflictividad social. La primera reacción obrera contra el trabajo industrial fue el ludismo, movimiento que se inició en Inglaterra a principios del siglo XIX y que consistió en destruir violentamente las máquinas.
Algunos obreros empezaron a darse cuenta de que debían asociarse para luchar por sus intereses. Así, se crearon los primeros sindicatos que reunían a trabajadores del mismo oficio. Más tarde se creó la Great Trade Union, asociación de trabajadores de distintos oficios. Sus primeras reivindicaciones fueron el derecho de asociación, la reducción de la jornada laboral, las mejoras sociales y la regulación del trabajo infantil.
En la sociedad industrial aparecieron algunos pensadores que denunciaron las injusticias generadas por el capitalismo.
Karl Marx y Friedrich Engels denunciaron la explotación de los trabajadores y defendieron la revolución proletaria que debía tener dos fases:
Reúne las ideas de pensadores como Bakunin. Se basa en la solidaridad social y la defensa de la propiedad colectiva, rechazando toda autoridad. Defiende la creación de una sociedad igualitaria con formas de propiedad colectiva y se opone a la organización de partidos políticos.
Marxistas y anarquistas propusieron la necesidad de unir a todos los obreros del mundo para conseguir su emancipación social. A iniciativa de Karl Marx, en 1864 se creó la Internacional de Trabajadores. En 1889 fundaron la II Internacional y crearon algunos símbolos de identidad, como el himno de la Internacional y la fiesta del 1 de mayo como obra de trabajadores.
El proceso de Revolución Industrial en España se realizó con cierto retraso con respecto al resto de países de Europa del norte debido a:
España pasó de tener 11.5 millones de habitantes en 1797 a 18.6 en 1900; por tanto, se trata de un crecimiento sostenido. El dato más interesante es la desigual distribución de este crecimiento, es decir, la población creció más en las zonas de costa que en el interior. Por otro lado, la concentración de la tierra en manos de la nobleza y el clero y la pobreza de los campesinos obligó a muchas personas a emigrar, tanto del campo a la ciudad, fomentando el desarrollo de las ciudades, como emigrando al exterior (América Latina).
Idea de atraso: La idea más tradicional sobre la industrialización española defendía la idea de fracaso de la Revolución Industrial en España; salvo el País Vasco y Cataluña, hoy se sostiene más la idea de un retraso relativo.
La agricultura continuó siendo la principal actividad económica del país durante el siglo XIX. Su renovación se inició con la reforma agraria liberal que puso fin al régimen señorial y acabó con una gran cantidad de tierras amortizadas en manos de la nobleza y el clero.
La reforma agraria liberal fue un conjunto de reformas que se realizaron en España a partir de la subida al poder de los progresistas. Su objetivo era la disolución del antiguo régimen en el campo y la introducción de formas de propiedad y producción capitalistas.
Estas reformas se conocen como desamortizaciones, que consistieron en la expropiación y posterior venta en subasta pública de los bienes de la iglesia (desamortización de Mendizábal, 1836) y los ayuntamientos (desamortización de Madoz, 1855). La mayor parte de las tierras fueron compradas por sus antiguos propietarios, y los efectos sobre la modernización de la agricultura fueron significativos.
La Revolución Industrial en España no afectó a todo el territorio por igual.
Durante el siglo XIX se produjo en España el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases. A pesar de la transformación social, la nobleza, los altos cargos del ejército y el clero continuaron manteniendo su influencia política.
La burguesía aumentó durante el siglo XIX, diferenciándose en dos grupos: la alta burguesía (empresarios, banqueros, grandes comerciantes) y la mediana y pequeña burguesía (pequeños empresarios y comerciantes, médicos).
Por otro lado, la mayoría de la población española se dedicaba a la agricultura. La situación de los campesinos era diferente según las zonas; en el norte predominaba la pequeña y mediana propiedad, mientras que en el sur predominaban los grandes latifundios trabajados por jornaleros.
La industrialización compartió el surgimiento de un proletariado industrial que se concentraba en Cataluña, País Vasco, Madrid y Asturias. Contrariamente a la mujer burguesa, que se dedicaba al cuidado de la familia y del hogar, las mujeres de las clases populares también debían trabajar fuera.
Ante las duras condiciones de vida y de trabajo que sufrían los trabajadores en las fábricas, se asociaron para luchar por la mejora de su situación.
Las primeras protestas de la clase trabajadora consistieron en destruir las máquinas de hilar. Paralelamente, se separaron las primeras asociaciones de obreros para defender sus demandas. La huelga fue el instrumento de presión, y la primera tuvo lugar en 1855.
En 1870 se creó la Federación Española de la Primera Internacional; de este modo, las corrientes marxistas y anarquistas se introdujeron en España.
