Portada » Economía » El Crack de 1929 y la Gran Depresión: Causas, Consecuencias y el Impacto del New Deal
Ya en 1928, se detectó un grave descenso de la Formación Bruta de Capital Fijo, un indicador clave del crecimiento económico que incluye viviendas, estructuras residenciales, infraestructuras para maquinaria y suelos industriales. Se constató que las empresas invertían más en activos financieros que en su propio crecimiento, y que existía un excesivo endeudamiento a corto plazo por parte de bancos y agencias de inversión, lo que impulsaba la especulación bursátil.
En el momento en que comenzó a dudarse de la sostenibilidad de este crecimiento, el 9 de agosto de 1929, la Reserva Federal decidió subir los tipos de interés del 5% al 6%. Esta medida produjo un incremento del precio del dinero, una contracción de los créditos y una reducción del riesgo en las carteras de inversión, lo que provocó que los activos más rentables del pasado dejaran de crecer.
Las ofertas de compra se hicieron cada vez menos habituales, comenzando así el pánico y las prisas por liquidar las inversiones. El descenso de las cotizaciones provocó que los títulos depositados ya no cubrieran la deuda con el bróker, conduciendo al impago de este.
Esta secuencia de acontecimientos desencadenó el Jueves Negro (24 de octubre de 1929), día en que se ofrecieron 29 millones de títulos sin prácticamente órdenes de compra. Este mismo pánico se repitió a los pocos días: el Martes Negro (29 de octubre de 1929). Ante la negativa a intervenir del Presidente Hoover, se disparó la cadena de ventas.
La crisis de 1929 no fue solo un colapso bursátil, sino el inicio de un periodo de profunda recesión conocido como la Gran Depresión. Aunque el Crack de la Bolsa de Nueva York fue el detonante visible, la Depresión fue consecuencia de problemas estructurales que venían gestándose desde los años veinte. Entre ellos destacaban el freno del crecimiento económico estadounidense, las dificultades en la recuperación europea tras la Primera Guerra Mundial, el peso de Estados Unidos en la economía mundial y la rigidez del sistema del patrón oro, que limitaba la capacidad de respuesta ante las crisis.
Dos corrientes económicas han interpretado las causas de la Gran Depresión de forma diferente:
Uno de los efectos más visibles del crack fue el hundimiento del sistema financiero. Cuando los precios de las acciones se desplomaron, los inversores que habían comprado títulos a crédito no pudieron pagar sus deudas. Los brókeres, que se habían quedado con los títulos como garantía, vieron cómo su valor ya no cubría el préstamo concedido. Esto provocó una oleada de quiebras, que se extendieron a los bancos, muchos de los cuales habían prestado dinero a esos intermediarios financieros. El temor se apoderó de los ciudadanos, que corrieron a retirar sus depósitos, provocando un efecto dominó que afectó incluso a los bancos sanos.
Este pánico bancario provocó una contracción severa del crédito. Al no poder prestar dinero, los bancos limitaron la financiación a empresas y particulares, lo que redujo el consumo y la inversión. Así se inició una espiral deflacionista: al haber menos dinero en circulación, se consumía menos, lo que obligaba a las empresas a bajar precios y a despedir trabajadores, generando aún más desempleo y reduciendo todavía más la demanda.
La crisis financiera se trasladó rápidamente a la economía real. Las empresas, ante la falta de crédito y de clientes, redujeron su producción. El desempleo aumentó de forma masiva, y aunque los salarios también descendieron, lo hicieron más lentamente que los precios, debido a la rigidez impuesta por convenios o sindicatos. Esto incrementó los salarios reales, encareciendo aún más los costes laborales para las empresas, que respondieron con nuevos despidos. El resultado fue un colapso generalizado de la actividad productiva.
La reacción del gobierno estadounidense ante esta situación fue muy criticada. El Presidente Herbert Hoover, firme defensor del liberalismo económico y del patrón oro, se negó a intervenir, convencido de que el mercado se autorregularía. Esta actitud de inacción agravó la crisis y provocó un aumento del malestar social. Ante esta pasividad, surgieron dos propuestas para superar la crisis: los monetaristas proponían aumentar la masa monetaria y facilitar el crédito para detener la deflación, mientras que los keynesianos defendían una política de gasto público y déficit fiscal para reactivar la economía. Según Keynes, solo el Estado podía sustituir la demanda privada perdida, generar empleo y devolver la confianza a consumidores e inversores.
La Gran Depresión no afectó solo a Estados Unidos, sino que se extendió rápidamente al resto del mundo. Alemania, que dependía fuertemente de las inversiones estadounidenses para pagar sus deudas y financiar su reconstrucción, fue una de las primeras afectadas. Cuando cesó el flujo de capital, la economía alemana colapsó, y la crisis económica derivó en una crisis política que facilitó el ascenso de partidos extremistas como el nazismo. Austria sufrió una situación similar. En América Latina, donde muchas economías dependían de la exportación de productos agrarios cuyos precios cayeron drásticamente, la crisis provocó una caída de ingresos y un deterioro de los términos de intercambio. En respuesta, muchos países optaron por políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), fomentando la producción nacional para reducir su dependencia del exterior. A nivel global, muchos países reaccionaron al hundimiento del comercio aplicando políticas proteccionistas, como aranceles y restricciones a las importaciones. Esto redujo aún más el comercio internacional y empeoró la crisis.
En el ámbito monetario, la restricción del mercado internacional de capitales llevó a países como Gran Bretaña a abandonar el patrón oro en 1931.
Ante los problemas de contracción monetaria, causados por la reducción del valor de los activos y las restricciones de crédito exterior en países periféricos, la única manera de paliar el sufrimiento social fue ampliando el presupuesto público mediante la monetización del déficit, con la consiguiente depreciación de la libra en un momento en que acababa de recuperar su valor.
El resto de los países, al ver que Inglaterra abandonaba el patrón oro, aplicaron políticas monetarias muy parecidas, produciéndose un abandono de la convertibilidad y de la disciplina del patrón oro, encaminadas a aplicar políticas de expansión monetaria (monetización del déficit). En muchos casos, se optó por las devaluaciones competitivas como respuesta a las restricciones comerciales. Sin embargo, al aplicarlo muchos países, el efecto de la devaluación de un país con otro se anula, lo que produce inflación en sus respectivos países.
En el ámbito comercial, se establecieron restricciones mediante la imposición de aranceles más altos (por ejemplo, el arancel Smoot-Hawley). Sin embargo, esta medida de limitación de importaciones no estimuló las exportaciones y, además, redujo el consumo interno más que estimular la producción nacional. La generalización de las medidas anteriores activó el uso de nuevas herramientas políticas más restrictivas, como la prohibición de importar. Es en este momento cuando se creó el Banco de Pagos Internacionales (BPI) en Basilea, que sirvió para intentar minimizar los movimientos de divisas entre unos países y otros.
Como conclusión, se puede afirmar que a partir de 1929 el comercio internacional se redujo drásticamente.
En noviembre de 1932, en plena crisis económica sin perspectivas de recuperación, Franklin Delano Roosevelt ganó las elecciones presidenciales. Su campaña se basó en el lema New Deal, con la promesa de sentar la economía sobre bases nuevas, ya que las tradicionales habían fracasado ante la crisis.
Inspirado en Keynes, Roosevelt defendía la intervención del Estado para complementar al mercado en la asignación de los recursos, generando un impulso en la demanda agregada (consumo, inversión, gasto público y exportaciones). El problema residía en que el pánico económico frenaba tanto el consumo de las familias como la inversión de las empresas. Por ello, el Estado debía garantizar financiación y demanda suficientes.
El plan se estructuró en tres objetivos clave:
El desarrollo del New Deal puede analizarse en cinco grandes áreas: