Portada » Historia » Diplomacia, Totalitarismos y la Configuración del Orden Mundial (1920-1947)
Estados Unidos, tras la Primera Guerra Mundial, se consolidó como la primera potencia económica mundial. Su producción industrial superaba a la de todas las potencias europeas, realizaba inversiones en el extranjero y su comercio era altamente competitivo. Una vez superada la crisis inicial, impuso un sistema de vida americano que originaría un ritmo de esplendor, conocido como “Los Felices Años 20”, caracterizado por el triunfo del consumo, el desarrollo industrial, y la abundancia de mano de obra y capital.
Esta etapa se inició con el Plan Dawes, puesto en marcha en 1924. Este plan consistió en reajustar la deuda de reparación de guerra contraída por Alemania y concederle préstamos para que reactivase sus negocios y pudiera hacer frente a los pagos. Este planteamiento supuso el final de la ocupación por parte de Francia de la cuenca del Ruhr, que había mantenido desde 1923 debido a la negativa alemana a pagar las indemnizaciones.
A partir de este momento y hasta 1929, se mantuvo una situación de distensión diplomática sostenida por:
El ascenso del nazismo al poder en Alemania estuvo marcado por una serie de purgas y actos de violencia que consolidaron el régimen totalitario de Adolf Hitler:
En 1933, se incendió el Reichstag o Palacio del Parlamento Alemán. El régimen culpó a los comunistas, consiguiendo la ilegalización del Partido Comunista y de los sindicatos. En sustitución de estos últimos, se crearía el Frente del Trabajo, equivalente a las corporaciones fascistas italianas.
Entre 1933 y 1937, se depuró la Administración, eliminando las tendencias socialistas internas en la llamada “Noche de los Cuchillos Largos”, el 30 de junio de 1934, donde los principales dirigentes de la SA (Sección de Asalto) fueron asesinados. Desde 1933, funcionaron los campos de concentración para los disidentes y delincuentes comunes, a los que se sumarían los judíos desde 1935.
Sin embargo, el exterminio sistemático de los judíos no comenzaría hasta 1938, en la denominada “Noche de los Cristales Rotos”, entre el 9 y 10 de noviembre. En esta jornada, los establecimientos comerciales pertenecientes al colectivo judío fueron boicoteados y destruidos. A partir de ese día, se les prohibiría ejercer cualquier tipo de actividad mercantil.
Benito Mussolini fundó en 1921 el Partido Nacional Fascista, que se nutrió de las clases medias y contó con el apoyo de la Iglesia. En 1922, tomó el poder organizando la llamada Marcha sobre Roma. El 30 de octubre se convirtió en el nuevo líder italiano, destacando la promulgación de las Leyes Fascistísimas.
Mussolini creó medidas adicionales que concluyeron con el Pacto de Letrán en 1929, donde se restablecieron las relaciones con la Iglesia Católica. Instauró un sistema autárquico que conservaba el capitalismo a través de un liberalismo centralizador e intervencionista.
Se creó el Estado corporativo, en el que se prohibieron las huelgas y los sindicatos libres, organizándose un único sindicato fascista que se articularía bajo las directrices de la Carta del Trabajo. Esta carta constituyó en 1927 el Estado fascista de los trabajadores de la nación italiana. Además, puso en práctica una política expansionista con la ocupación de Etiopía, cuestión que marcaría uno de los virajes hacia la Segunda Guerra Mundial.
El distanciamiento entre EE. UU. y la URSS, denominado Guerra Fría, se caracterizó por una situación internacional muy tensa entre dos potencias que iniciaron una carrera de armamentos, aunque nunca se enfrentaron de forma directa.
Los resultados de la Segunda Guerra Mundial fueron desastrosos para Europa, cuyos habitantes carecían de los recursos necesarios para mantener a sus respectivas poblaciones. Ante esta situación, EE. UU. se convenció de la necesidad de una política intervencionista, en oposición al “aislamiento” anterior a la guerra, actuando en un doble sentido:
La Doctrina Truman se centró en intervenir para detener el avance del comunismo. Para ello, el gobierno norteamericano aumentó el número de soldados en Europa y procedió a la instalación de bases militares en Grecia y Turquía. Además, EE. UU. condicionaría cualquier ayuda económica a la aceptación de sus principios políticos.
El Plan Marshall (oficialmente, Programa de Reconstrucción Europea) buscaba una solución política y económica a los problemas de Europa. Se pretendía la restauración de las economías de libre mercado, ya que el hundimiento económico europeo podía privar a EE. UU. de mercados de exportación. La ayuda estaba dirigida a toda Europa, con la notable excepción de España.