Portada » Historia » Claves de la España Contemporánea: Industrialización, Nacionalismo y Crisis Políticas
El documento representa una acción de la empresa Altos Hornos de Vizcaya (AHV), símbolo de la industrialización del País Vasco a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Esta compañía se fundó en 1902, tras la unión de varias siderúrgicas vascas, y llegó a ser una de las empresas más importantes de España. Su creación refleja el paso de una economía basada en la extracción de mineral de hierro a otra centrada en la producción de acero y bienes industriales, lo que transformó profundamente la economía de Bizkaia. La industrialización fue posible gracias a la abundancia de mineral de hierro en las minas de Triano y al apoyo de capital británico y local, que impulsó un desarrollo económico sin precedentes. Además, las políticas proteccionistas del Estado beneficiaron a las empresas siderúrgicas frente a la competencia extranjera. Por otro lado, este proceso no fue igual en todo el País Vasco: Bizkaia se especializó en la siderurgia y en la industria pesada; Gipuzkoa, en la máquina-herramienta y la armería; mientras que Álava mantuvo una economía más agrícola. Todo ello provocó un gran crecimiento urbano en torno a Bilbao, que se convirtió en el centro industrial y financiero del norte de España. En conclusión, esta fuente refleja el momento en que Bizkaia alcanzó su madurez industrial y se consolidó como uno de los motores económicos de España, representando el inicio del desarrollo moderno del País Vasco.
La expansión de Altos Hornos de Vizcaya y de otras industrias atrajo a miles de trabajadores de distintas regiones de España, lo que provocó un fuerte crecimiento demográfico en zonas como Barakaldo, Sestao o Portugalete. Sin embargo, las condiciones laborales eran muy duras: jornadas extensas, salarios bajos y alta siniestralidad, lo que generó un profundo malestar entre los obreros. Como consecuencia, surgió una conciencia de clase que dio origen al movimiento obrero. En Bizkaia, el socialismo tuvo una gran influencia a través del PSOE y del sindicato UGT, que protagonizaron importantes huelgas, como las de 1890 o 1910. Figuras como Facundo Pérezagua o Indalecio Prieto destacaron en esta lucha por los derechos de los trabajadores. Al mismo tiempo, también aparecieron otras corrientes, como el anarquismo, representado por la CNT, y el sindicalismo nacionalista vasco, que dio lugar en 1911 a Solidaridad de Obreros Vascos (ELA-STV). En definitiva, el rápido proceso de industrialización trajo progreso económico, pero también conflictos sociales y laborales. El movimiento obrero se consolidó como una fuerza esencial en la vida política de Bizkaia y marcó el inicio de una nueva etapa de reivindicaciones y organización sindical.
El texto pertenece al estatuto fundacional del primer Euskeldun Batzokija, publicado el 24 de mayo de 1894 en el periódico Bizkaitarra. Fue creado por Sabino Arana, considerado el fundador del nacionalismo vasco, con el objetivo de reunir a quienes compartían la defensa de la lengua, la religión y las tradiciones vascas. El lema “Jaun Goikua eta Lagi-Zarra” (“Dios y las antiguas leyes”) resume sus ideales: catolicismo, tradición y defensa de los antiguos fueros. El nacimiento de este batzoki se entiende dentro del contexto de la pérdida de los fueros (1876) y de los profundos cambios sociales provocados por la industrialización. La llegada de inmigrantes y la expansión de las ideas liberales causaron preocupación entre los sectores más tradicionales, que sintieron que la identidad vasca estaba desapareciendo. Sabino Arana canalizó ese sentimiento mediante un proyecto político y cultural que defendía la identidad vasca frente al centralismo español. Por ello, la fundación de este centro fue el primer paso hacia la creación del Partido Nacionalista Vasco (PNV) en 1895, que se convertiría en la principal fuerza política del nacionalismo vasco.
Durante la Restauración (1874-1931), la política en el País Vasco se organizó en torno a tres grandes fuerzas, conocidas como el triángulo político:
El documento del Euskeldun Batzokija se sitúa en el primer vértice de ese triángulo, simbolizando el nacimiento de un movimiento cultural, religioso y político que buscaba reafirmar la identidad vasca frente a los efectos de la industrialización y la inmigración. En resumen, este texto refleja el inicio del nacionalismo vasco dentro de un contexto político complejo, donde convivían y competían el tradicionalismo, el liberalismo español y el socialismo obrero, tres corrientes que marcaron profundamente la historia de Euskadi durante la Restauración.
La imagen muestra al rey Alfonso XIII junto al dictador Miguel Primo de Rivera, en el contexto de la dictadura militar (1923-1930) que puso fin al sistema político de la Restauración borbónica (1875-1931). Este régimen nació tras el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923, cuando Primo de Rivera, entonces capitán general de Cataluña, se sublevó con el apoyo del ejército y el consentimiento del rey. En consecuencia, el sistema parlamentario liberal quedó suspendido y se instauró una dictadura con el objetivo de “regenerar” la vida política y acabar con el caciquismo, el separatismo y el desorden social. Para entender el documento, es necesario recordar que la Restauración había entrado en una profunda crisis desde comienzos del siglo XX. El sistema político bipartidista (basado en el turno pacífico entre conservadores y liberales) se sostenía en la corrupción electoral y el caciquismo, mientras que amplios sectores sociales —socialistas, republicanos, nacionalistas o anarquistas— quedaban excluidos del poder. Además, la pérdida de las colonias (1898), la crisis de 1917 y el desastre de Annual (1921) debilitaron la monarquía y desacreditaron al ejército. Así, el golpe de Primo de Rivera fue visto por el rey como una salida provisional para restablecer el orden. No obstante, con el paso de los años, la dictadura derivó en un régimen autoritario que suprimió las libertades, disolvió las Cortes y prohibió los partidos. Aunque al principio logró cierta estabilidad gracias al crecimiento económico y a la mejora de las infraestructuras, la crisis de 1929 provocó el descontento social y político que acabó con su caída en 1930. En resumen, la imagen refleja la alianza entre el monarca y el dictador, símbolo de la última etapa de la Restauración y del fracaso del sistema liberal, que desembocaría en la Segunda República (1931).
La relación entre Alfonso XIII y Primo de Rivera fue de colaboración y dependencia mutua. Al comienzo, el rey vio en el general una figura capaz de salvar la monarquía ante la crisis del régimen parlamentario. Por ello, respaldó y legitimó su golpe de Estado en 1923, confiando en que sería una dictadura temporal que regeneraría la vida política. Sin embargo, con el paso del tiempo, Alfonso XIII comprometió su imagen al vincular su reinado al éxito o fracaso del dictador. Durante los primeros años, Primo de Rivera gobernó con el apoyo del monarca y del ejército, logrando cierta estabilidad gracias a los avances económicos y laborales y a la pacificación de Marruecos. Pero poco después, la dictadura mostró su carácter autoritario y su incapacidad para resolver los problemas estructurales de España. La crisis económica internacional de 1929 y la corrupción interna del régimen provocaron su derrumbe. Cuando Primo de Rivera dimitió en enero de 1930, Alfonso XIII intentó distanciarse mediante la llamada “Dictablanda” de Berenguer, pero ya era demasiado tarde. La monarquía había perdido el apoyo social y político, y las elecciones municipales de abril de 1931 precipitaron su exilio y la proclamación de la Segunda República. En conclusión, Alfonso XIII y Primo de Rivera mantuvieron una relación política basada en la mutua conveniencia, pero su alianza terminó hundiendo a ambos: la caída de la dictadura arrastró también el fin de la monarquía.
El texto pertenece a la obra Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España, escrita por Joaquín Costa en 1901, y describe la corrupción política del sistema de la Restauración. Según Costa, el poder no lo ejerce el pueblo, sino las élites conservadoras y los caciques locales, que manipulan las elecciones y mantienen un sistema oligárquico y antidemocrático. Por tanto, este documento debe situarse en el contexto de la crisis del régimen de la Restauración (1875-1931), caracterizado por el turno pacífico de partidos (Cánovas y Sagasta), el caciquismo y la corrupción electoral. A pesar de los avances económicos e industriales, el sistema excluía a amplios sectores sociales (obreros, republicanos, nacionalistas, etc.), lo que generó malestar y oposición creciente. A esta crisis política se unieron diversos factores: la pérdida de las colonias en 1898, el movimiento regeneracionista, la crisis de 1917 y el desastre de Annual (1921). En definitiva, el texto de Costa denuncia las carencias democráticas y anticipa la necesidad de una profunda reforma política y social, que nunca llegó a realizarse durante la Restauración.
El Regeneracionismo fue un movimiento intelectual y político que surgió tras el Desastre de 1898, cuando España perdió sus últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) frente a Estados Unidos. La derrota generó una profunda crisis moral y nacional, y muchos pensadores —entre ellos Joaquín Costa— reclamaron una renovación profunda del país, tanto política como económica y educativa. Según Costa, para que España se regenerase era necesario “cerrar el sepulcro del Cid y abrir las escuelas”, es decir, abandonar el atraso, la corrupción y el militarismo, y apostar por la educación, la modernización y la justicia social. Así pues, el regeneracionismo proponía un Estado fuerte, honesto y eficiente, capaz de combatir el caciquismo y de fomentar el progreso. La relación con la guerra de 1898 es directa: la derrota ante Estados Unidos fue el detonante de este movimiento. Mientras el país norteamericano representaba el modelo moderno y dinámico, España simbolizaba el atraso y la decadencia. El regeneracionismo, por tanto, fue la respuesta intelectual a la crisis del 98 y puso de manifiesto la necesidad de reformar el sistema de la Restauración, aunque sus propuestas no se llevaron a la práctica hasta décadas más tarde.
La obra Los fusilamientos del 3 de mayo de Francisco de Goya representa la ejecución de los madrileños que se habían sublevado el día anterior, el 2 de mayo de 1808, contra las tropas francesas que ocupaban la ciudad. Este hecho se enmarca en la Guerra de la Independencia española (1808-1814), un conflicto que comenzó cuando Napoleón Bonaparte, aprovechando la crisis de la monarquía borbónica, impuso en el trono a su hermano José Bonaparte, tras las conocidas Abdicaciones de Bayona. La entrada de las tropas francesas en España provocó un rechazo generalizado, y el levantamiento popular de Madrid fue el primer gran estallido de resistencia. La violenta represión que siguió al día siguiente, representada por Goya, muestra con gran realismo la brutalidad del ejército napoleónico frente a la población civil indefensa. De esta forma, la pintura se convierte en un símbolo de la resistencia española y una denuncia contra la violencia y la opresión extranjera.
A través del dramatismo de la escena —con el hombre de camisa blanca alzando los brazos frente al pelotón—, Goya quiso reflejar no solo la tragedia de un episodio concreto, sino el valor del pueblo español que luchó por su libertad. Por tanto, la obra tiene un significado tanto histórico como moral y artístico: representa el inicio de la resistencia nacional frente a la ocupación francesa y el inicio de la conciencia liberal y patriótica que caracterizó el siglo XIX español.
El levantamiento del 2 de mayo de 1808 y los fusilamientos del día siguiente simbolizan el comienzo de la resistencia española contra la invasión napoleónica. Esta oposición se desarrolló en dos frentes: por un lado, la guerrilla, formada por grupos irregulares que hostigaban a los franceses por todo el territorio; y por otro, la resistencia política, que surgió a través de las juntas locales y provinciales. Estas juntas asumieron la soberanía ante la ausencia del rey y coordinaron la lucha, dando origen a la Junta Central Suprema. En 1810, dicha Junta convocó las Cortes de Cádiz, que iniciaron un proceso político fundamental: la redacción de la Constitución de 1812, conocida como “La Pepa”. Esta Constitución estableció principios liberales como la soberanía nacional, la división de poderes, la igualdad ante la ley y los derechos individuales, marcando el nacimiento del Estado liberal en España. Por tanto, la escena que Goya pintó no es solo una representación del horror de la guerra, sino también el punto de partida de un cambio histórico: la lucha por la independencia se transformó en un movimiento político que dio origen a las primeras ideas constitucionales y democráticas. En conclusión, la pintura de Goya no solo refleja la violencia de la ocupación francesa, sino también el espíritu de resistencia y libertad que culminó con el proceso constitucional de Cádiz, convirtiéndose en uno de los símbolos más universales del heroísmo y la dignidad del pueblo español.
El texto pertenece al Decreto de Desamortización de Mendizábal, publicado el 21 de febrero de 1836 durante la Regencia de María Cristina de Borbón, en la Gaceta de Madrid. Su autor, Juan Álvarez Mendizábal, era ministro del gobierno liberal y proponía la venta de bienes eclesiásticos y nacionales con el fin de reducir la deuda pública y fortalecer el Estado liberal. Este decreto se dictó en un contexto marcado por la Primera Guerra Carlista (1833-1840), conflicto que enfrentó a los carlistas, defensores del absolutismo, con los liberales, partidarios de Isabel II y del nuevo sistema constitucional. En ese escenario, Mendizábal impulsó una serie de reformas liberales destinadas a obtener recursos económicos para financiar la guerra y consolidar políticamente la causa isabelina. Así pues, la desamortización fue una medida con un triple objetivo:
Los objetivos principales de la desamortización fueron reducir la deuda pública, aumentar los ingresos del Estado, fomentar la propiedad privada y fortalecer al régimen liberal. Además, pretendía cambiar la estructura social heredada del Antiguo Régimen, transfiriendo los bienes de la Iglesia y del Estado a manos privadas. Sin embargo, en la práctica, la mayor parte de las tierras fueron adquiridas por la burguesía, lo que amplió las desigualdades sociales y no benefició realmente a los campesinos. Aun así, estas medidas, junto con las posteriores desamortizaciones de Espartero (1841) y Madoz (1855), contribuyeron al proceso de construcción del Estado liberal, basado en la propiedad privada, el mercado y la desaparición de los privilegios estamentales. La desamortización también tuvo consecuencias en las relaciones Iglesia-Estado, ya que generó una ruptura profunda: la Iglesia perdió gran parte de su poder económico y se enfrentó abiertamente al régimen liberal. Por tanto, este proceso marcó el inicio de una larga etapa de tensión entre el poder civil y el religioso en la historia contemporánea de España. En conclusión, el decreto de Mendizábal supuso un paso decisivo en la consolidación del Estado liberal español, aunque sus efectos sociales fueron limitados y agravaron el conflicto entre la Iglesia y el nuevo orden político.
