Portada » Lengua y literatura » Maestros de la Lírica Española: Darío, Jiménez y Machado en el Siglo XX
Rubén Darío, el poeta modernista más destacado de su época, sintetiza magistralmente el modernismo americano y los movimientos europeos de finales de siglo, como el parnasianismo y el simbolismo francés.
Su trayectoria poética se divide en dos grandes épocas:
Esta fase incluye obras fundamentales como Azul… y Prosas profanas. Azul… refleja el estilo característico del modernismo americano, marcado por el exotismo, el erotismo y una profunda musicalidad. Por su parte, Prosas profanas culmina esta tendencia, añadiendo marcadas resonancias parnasianas. La profunda renovación de los temas, el lenguaje y la métrica que propuso Darío provocó reacciones opuestas, desde la rendida admiración hasta el desprecio.
La segunda etapa, marcada por Cantos de vida y esperanza, se desarrolla tras su segundo viaje a España. En esta fase, Darío muestra una mayor preocupación por los contenidos humanos y combina motivos españoles, cercanos al espíritu del Grupo del 98, con poemas de tema político y otros de carácter evasivo o esteticista. También escribe composiciones de tono grave y tema existencial, como el célebre poema Lo fatal.
En prosa, Darío escribió numerosos artículos periodísticos y, sobre todo, cuentos que destacan por su excelente prosa poética modernista.
Juan Ramón Jiménez es una figura fundamental para el desarrollo de la lírica en el siglo XX. Su obra actúa como nexo entre la primera generación del siglo (modernistas y Generación del 98) y la Generación del 27. Para él, la poesía se identifica con la belleza y la verdad, y la creación poética le permite alcanzar sus anhelos de belleza, eternidad y conocimiento, pues la poesía eterniza la belleza y facilita el conocimiento.
Jiménez recoge la idea del poeta médium, que es la capacidad de percibir más allá de las apariencias. La palabra poética, según él, se consigue tras una difícil labor de la inteligencia, y su obra es un continuo diálogo con la belleza.
Entre sus obras, destacan algunas dedicatorias como «a la minoría» o «a la inmensa minoría», que revelan su anhelo de una perfección estética que solo puede ser apreciada por las élites cultivadas. Su obra poética se divide en tres etapas principales:
Incluye obras como Rimas, Arias tristes y Jardines lejanos. Refleja el influjo de Bécquer y de los simbolistas por su intimismo, sencillez, suave musicalidad y tono melancólico.
Su objetivo era la desnudez del lenguaje, despojándolo de ornamentos para plasmar lo esencial. Abandona el sentimentalismo, utilizando un lenguaje estándar y moderno, a menudo con verso libre. En conjunto, tiende a una mayor sencillez y depuración del estilo, resultando en una poesía difícil, abstracta y metafísica, pues el poeta se mueve en el mundo de las ideas.
Escrita en el exilio a partir de 1936, destacan obras como En el otro costado, Animal de fondo y Dios deseado y deseante.
También escribió prosa muy variada, donde destaca la prosa poética de Platero y yo. Otras obras importantes son Diario de un poeta recién casado (escrita durante su viaje en barco a Nueva York), Eternidades, Poesía y La estación total.
Antonio Machado: Su trayectoria poética refleja la evolución de la poesía de su tiempo, transitando del modernismo simbolista a la búsqueda de nuevas formas expresivas con un estilo sencillo. Escribió prosa, poesía y teatro, pero destaca fundamentalmente como poeta.
Su trayectoria se distingue en tres etapas:
Se inicia con Soledades, ampliada posteriormente a Soledades, galerías y otros poemas. Esta obra se inscribe en el modernismo simbolista, con claras raíces románticas (Bécquer y Rosalía de Castro) y la influencia del simbolismo francés de Verlaine. El tipo de lírica es intimista, pues el poeta transmite sus sentimientos de tristeza y hastío, y lamenta el vacío de su presente mediante numerosos símbolos, como la melancolía de las tardes otoñales o los viejos parques.
Machado dialoga consigo mismo o interpreta los mensajes de la naturaleza, como los románticos, actuando como un poeta médium capaz de entender el lenguaje de las fuentes o el viento. El tema central es el tiempo, su transcurrir implacable y la nostalgia del pasado. A pesar de su adscripción al simbolismo, el estilo es sencillo, de una sensorialidad poco estridente, evocador, con una musicalidad suave y un cromatismo apagado y simbólico. La métrica es variada, pero predominan las formas flexibles como las silvas y los populares romances.
Se inicia con la obra Campos de Castilla y representa un periodo más historicista y menos intimista, donde el paisaje soriano adquiere un gran protagonismo. Se señalan coincidencias con la Generación del 98, pues comparte sus preocupaciones ideológicas. En general, es una poesía más descriptiva que refleja un paisaje real, como los campos de Soria o las orillas del Duero, y, al igual que en el 98, se establece una identificación habitual entre Soria-Castilla y España.
En algunos poemas líricos, se encuentra la identificación entre el paisaje y el alma del poeta, ya que a veces el paisaje provoca una reflexión histórica y crítica sobre la decadencia española, la envidia o el cainismo constante que muestra la imposibilidad de convivir en las «dos Españas». En general, son poemas reflexivos.
Entre sus obras, Poesías completas amplía Campos de Castilla con el ciclo de Leonor (composiciones que recuerdan a su esposa muerta) y poesías de tema andaluz que desarrollan una crítica social en tono irónico.
Incluye Nuevas canciones, que defraudó por su carácter irregular. Los aspectos más interesantes de esta etapa se encuentran en Proverbios y cantares, composiciones a modo de sentencias populares que abordan los temas constantes del autor: el relativismo, el tiempo, la búsqueda de Dios, la vida como un camino y la crítica sobre el país.