Portada » Historia » Historia de España: Al-Ándalus, Reinos Medievales, Guerra Civil y Franquismo
La llegada musulmana a la Península Ibérica se debió a la crisis interna de la monarquía visigoda y a la expansión del Islam. La muerte de Witiza y la llegada al trono de Don Rodrigo provocaron una guerra civil, que fue aprovechada por los musulmanes. Dirigidos por Tariq, los musulmanes derrotaron a Don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711). En unos tres años, conquistaron la Península, excepto las zonas montañosas del norte. La rapidez de la conquista se debió a la desaparición del ejército visigodo y a la ocupación mediante dos sistemas: la rendición incondicional y los pactos o capitulaciones. Los pueblos invasores eran árabes y bereberes del norte de África.
Tras la muerte de Almanzor, se produjo un periodo de crisis política. En 1031, el Califato de Córdoba se declaró extinguido. El territorio musulmán quedó dividido en veintisiete reinos independientes, conocidos como los reinos de taifas (1031-1090), bajo el control de árabes, bereberes y eslavos. A causa del aumento de la presión cristiana, se vieron sometidos al pago de parias, lo que no frenó el avance cristiano.
A finales del siglo XI, las taifas se vieron incapaces de frenar el avance cristiano y pidieron ayuda a los almorávides (1090). En 1145, los almorávides sucumbieron, dando origen a las segundas taifas, en las que tuvo lugar la invasión de los almohades (1146). Estos fueron frenados por los cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), lo que dio inicio a las terceras taifas, que fueron siendo conquistadas a excepción del reino de Granada.
Fundado por Muhammad I, estaba dividido en tres coras (Elvira, Rayya y Pechina). Pagaban parias a Castilla y reconocían vasallaje a su rey. En 1492, fueron incorporados a Castilla, marcando el fin de la presencia musulmana en la Península Ibérica.
Su organización económica era de mercado y muy urbana. Las tierras de calidad se encontraban bajo el control de antiguos dirigentes visigodos y élites árabes; a pesar de ello, predominaron los campesinos libres. Las principales actividades fueron la agricultura, ganadería y comercio. La moneda era un sistema bimetálico.
La sociedad estaba muy jerarquizada. La minoría árabe componía la élite político-militar. Los musulmanes (bereberes) tomaban un papel secundario, siendo en ocasiones una fuente de conflicto. Los judíos y los mozárabes se vieron sometidos al pago de tributos especiales (jizya) para mantener sus derechos.
En la cultura, sobresale una clara influencia sobre la nuestra. Destaca la biblioteca de Al-Hakam II a causa del gran esplendor cultural de su reinado. Como aportaciones importantes, se pueden mencionar el sistema de numeración indio, las jarchas (primeras manifestaciones líricas en romance) y una rica herencia léxica.
Respecto al arte musulmán, se caracteriza por aunar elementos de diferentes culturas. Los palacios (como Medina Azahara) y las mezquitas (como la de Córdoba) son las principales construcciones. Por encima de ellas, sobresale la Alhambra de Granada, una ciudad palacio de la que destaca la decoración en el Patio de los Leones, el Salón de los Abencerrajes y el Patio de los Arrayanes.
Castilla consolidó su autoridad y fortaleció el papel de la monarquía desde Alfonso X (1252-1284), basándose en su origen divino y en la reintroducción del derecho romano. Se articuló en torno al Consejo Real como órgano consultivo, la Audiencia (1371) y la Chancillería (1442). Las Cortes de Castilla (1188) sirvieron para aprobar subsidios para la corona, de carácter consultivo, y en ellas participaban la nobleza, el clero y los procuradores de ciudades.
La Corona de Aragón tenía una monarquía pactista (cuatro territorios), más débil que la castellana. En cada reino había un virrey, las Cortes controlaban a la Corona y en 1362 se creó la Diputación o Generalitat. Todo este entramado sirvió para someter al rey mediante pactos para articular la vida política.
En Navarra, las instituciones clave eran: el Consejo Real, que era el órgano asesor del rey; las Cortes, ante las cuales el rey debía jurar los fueros del reino y en cuyas reuniones se promulgaron leyes de gran importancia; y la Diputación de los Tres Estados, creada a mediados del siglo XV para gestionar la recaudación de los subsidios votados en las Cortes.
Los historiadores han denominado a esta etapa guerra de columnas y batalla en torno a Madrid. La lucha tomó la forma de enfrentamiento de agrupaciones de fuerzas de uno y otro bando (milicias), con la inexistencia de un frente estable. El plan inicial de los nacionales era ocupar Madrid para terminar rápidamente la guerra. El grueso de las tropas de Marruecos, gracias a la ayuda alemana, pudo ser transportado a la Península a través del estrecho de Gibraltar, aunque la mayor parte de la marina estaba en manos del Gobierno republicano. Tras conquistar Sevilla y Córdoba, las tropas de Marruecos pasaron a Extremadura y Toledo, que fue tomada a fines de septiembre, y de allí llegaron a las puertas de Madrid. En octubre, fue organizado en Burgos el gobierno nacional y el general Franco fue nombrado Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado. A partir de noviembre, se preparó un amplio ataque contra Madrid en tres frentes: desde la carretera de La Coruña, el Jarama y Guadalajara. Pero resultó infructuoso, ya que la resistencia de la capital no pudo ser rota. Extremadura, Sevilla, Córdoba, Valladolid, Burgos, Galicia, Pamplona y Zaragoza cayeron en poder de los sublevados, al igual que los dos archipiélagos, a excepción de Menorca. En Madrid y Barcelona, los militantes de los partidos de izquierdas y de las centrales sindicales se enfrentaron a la insurrección. En noviembre de 1936, el Gobierno republicano se trasladó a Valencia, dejando Madrid en manos de una Junta de Defensa presidida por Miaja. Madrid resistió el ataque gracias a la movilización general de la población, a la llegada de las primeras Brigadas Internacionales, a los carros de combate rusos y a la columna anarcosindicalista liderada por Durruti.
Las tropas nacionales, ante el fracaso de la toma de Madrid, se centraron en el frente del norte. De junio a octubre de 1937, fueron tomadas las ciudades industriales y su entorno, consiguiendo la conquista total del País Vasco (con el trágico bombardeo de Guernica el 26 de abril), Cantabria y Asturias. Estas derrotas de los republicanos supusieron que una zona de primera importancia económica (recursos mineros, siderúrgicos e industriales) pasase a manos de los sublevados. En el mismo tiempo, habían fracasado las ofensivas republicanas lanzadas para distraer a las tropas de Franco en la toma del norte (Segovia, Brunete y Belchite).
En diciembre de 1937, tuvo lugar la batalla de Teruel, una de las más duras de la guerra. Con el fin de aislar el frente de Aragón de los demás frentes nacionales, el gobierno republicano lanzó una gran ofensiva y arrebató esta ciudad a los nacionales, pero estos poco después la recuperaron. En abril de 1938, aprovechando el desgaste sufrido por las tropas republicanas en la defensa de Teruel, los nacionales llevaron a cabo la campaña de Aragón: atravesando el Maestrazgo, lograron llegar al Mediterráneo por el País Valenciano en Vinaroz (Castellón), dividiendo el territorio de los republicanos en dos partes y haciendo, por tanto, más difícil su resistencia.
De julio a noviembre de 1938, tuvo lugar la batalla del Ebro, iniciada por el ejército republicano con la esperanza de reconquistar territorio y volver a unir las zonas fieles a la República. La victoria de los nacionales provocó el hundimiento del ejército republicano del este.
Tras la derrota de los republicanos en la batalla del Ebro, el general Franco lanzó una ofensiva contra Cataluña, que a principios de febrero de 1939 estaba totalmente en sus manos. Manuel Azaña, presidente de la República, dimitía desde su exilio en Francia. Aunque los comunistas pretendían seguir resistiendo, el desmoronamiento del gobierno y del ejército republicano era total. La mayor parte de los militares republicanos querían firmar la paz. El coronel Casado, en contra del gobierno de Negrín y de la influencia de los comunistas, se dispuso a negociar la rendición de la capital. El 28 de marzo de 1939, Madrid fue tomada y el 1 de abril, tomadas Alicante, Valencia y Menorca, se daba la guerra por terminada.
El franquismo tenía una ideología antiliberal, totalitaria y anticomunista. Defendía un Estado centralista, que prohibía cualquier forma de autogobierno, el corporativismo sindical y el nacionalcatolicismo. Franco creó una dictadura personalista, que concentraba todos los poderes en la figura del dictador, convertido en Jefe del Estado, del Gobierno, de las Fuerzas Armadas y del único partido permitido, FET y de las JONS (conocido como “el Movimiento”), al que se subordinaban las demás instituciones, como las Cortes franquistas, meramente consultivas.
Para legitimar el régimen, junto al Fuero del Trabajo (1938), se promulgaron otras Leyes Fundamentales:
Estas se completarían con la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958) y la Ley Orgánica del Estado (1967).
La evolución política del régimen, marcada por la política internacional, pasó del aislamiento al reconocimiento exterior.