Portada » Filosofía » Filosofía Antigua: Del Mito al Logos y el Nacimiento del Pensamiento Racional
Antes de explicar racionalmente los fenómenos de la naturaleza, los seres humanos explicaban la realidad a través de mitos, relatos que surgían de la imaginación, protagonizados por héroes, dioses y otros seres sobrenaturales. Los dioses ordenaban la naturaleza a su antojo; no había un orden preestablecido. El mito era un saber acrítico y dogmático, transmitido oralmente, con poder explicativo y que orientaba el comportamiento, el pensamiento y las prácticas.
En el siglo VII a.C. comienza el paso del mito al logos. Con esta expresión se señala el nacimiento de una nueva forma de pensar, de preguntarse y de entender la realidad, basada en la explicación racional. El logos tiene un significado muy amplio en la cultura griega: es palabra, razón, discurso, inteligencia y razón cósmica. El logos supone un universo ordenado que conocemos por medio de la razón. Esta forma de entender la realidad permitió el nacimiento de la ciencia y la filosofía.
A principios del siglo VII a.C., en la ciudad de Mileto, entendieron el arjé como un principio que ha de buscarse en el mundo físico, y que todo lo que existe emana de un único elemento, lo que los sitúa como monistas:
Para Heráclito y Parménides, la physis es la realidad, solo que ahora no se van a preguntar únicamente por el arjé de la physis, sino que su cuestión apunta a lo que se conocerá como el problema del cambio. Vinculada a esta cuestión, aparecerá también una pregunta epistemológica: ¿cómo acceder a la realidad verdadera, a través de los sentidos o de la razón?
Heráclito de Éfeso (siglo VI a.C.) fue apodado ‘el Oscuro’ porque se expresaba con aforismos y no le gustaba estar en compañía de otras personas. Según este filósofo, no existe una sustancia que sea eterna, invariable e infinita; por el contrario, todo está en continuo cambio, en devenir, y no existe nada que permanezca. Heráclito utilizó la expresión griega panta rei, que se puede traducir como ‘todo fluye, nada permanece’, para ilustrar la idea de devenir. Lo que gobierna el cosmos es la guerra, el pólemos: el universo surge de la lucha eterna de contrarios. Sin embargo, y curiosamente, los contrarios se necesitan, y es en esta lucha eterna donde aparece la Unidad, la armonía del cosmos. Esta necesidad de los contrarios se denominará dialéctica, y apunta a la idea griega del eterno retorno. Considerará el fuego como arjé de la physis y, a nivel epistemológico, afirmará que accedemos al conocimiento de la realidad con los datos de los sentidos, ante los cuales el cambio es innegable.
Parménides fue el fundador de la escuela de Elea. Fue el mayor crítico de Heráclito al afirmar que el devenir es una ilusión. Además, negó el cambio al señalar que de la nada no puede surgir algo, y viceversa. Por primera vez en la historia del pensamiento, el Ser aparece contrapuesto a la nada: ‘lo que es, es; y lo que no es, no es’. Con este planteamiento, dará lugar a la metafísica occidental que estudia el Ser. Al afirmar esto, Parménides apunta al concepto de esencia: aquello que es uno, eterno, inmutable, infinito, indivisible, continuo e inmóvil; aquello que hace que las cosas sean lo que son. Y a la existencia de dos realidades diferentes: un mundo verdadero que permanece siempre igual, y un mundo aparente que se expresa en el cambio. La vía de la opinión (doxa) y la vía de la verdad, basada en la razón, que da acceso a la verdadera realidad. Aparece un nuevo problema filosófico: el problema del conocimiento o epistemología. Un principio fundamental es el Principio de No Contradicción: una cosa no puede Ser y no Ser al mismo tiempo.
Empédocles y Anaxágoras, a principios del siglo V a.C., trataron de conciliar la inmovilidad y unidad del Ser de Parménides.
La democracia ateniense llegó a generar cierto descontento debido a que las palabras de los oradores podían manipular a los ciudadanos. Estos se hallaban confusos y no sabían qué votar, e incluso llegaban a tomar decisiones injustas, como, por ejemplo, la condena de Sócrates. Con la nueva organización política de Atenas, la democracia, las preguntas de la filosofía ya no se centrarán en la física, sino que ahora girarán en torno a los seres humanos. Aparecerán nuevas preguntas sobre cuestiones éticas y políticas, a lo que se conoce como el giro antropológico de la filosofía. En este contexto surge una de las discusiones más importantes de la Antigüedad: la polémica entre Sócrates y los sofistas. Con el comercio, y dado que los sofistas eran itinerantes, vieron que en el mundo existían diferentes culturas y costumbres.
Los sofistas eran pensadores, oradores y maestros ambulantes que iban de un lugar a otro enseñando retórica y oratoria a cambio de dinero. Todos eran extranjeros. La retórica y la oratoria eran fundamentales porque no existía la abogacía (cada persona tenía que defenderse a sí misma) y porque los ciudadanos tenían que saber hablar de forma convincente y persuasiva en la asamblea para convencer al resto de miembros. Aunque los sofistas tenían un agudo ingenio y un brillante manejo del lenguaje, la oratoria y la retórica no serán bien vistas por Sócrates ni, más adelante, por Platón, porque la educación que impartían no buscaba la verdad, sino que se orientaba hacia la práctica: su fin era enseñar a construir un discurso útil.
Platón divide la realidad en dos mundos completamente diferentes, porque los separa un abismo insalvable:
Las Ideas, en su valor de realidades existentes en sí mismas, son los arjai, los modelos o prototipos de los que las cosas participan, haciéndoles ser lo que son. Los objetos del mundo físico no serían más que una mera imitación (mímesis), una copia imperfecta de las Ideas. Siguiendo este argumento, toda cosa del mundo sensible tendrá un modelo al que parecerse. Por ello, solo si conocemos las Ideas podremos conocer la realidad.