Portada » Filosofía » Conceptos Clave de la Filosofía: Dios, Conocimiento y el Ser Humano en Descartes, Santo Tomás y Hume
Dios ocupa un papel fundamental en la filosofía cartesiana, ya que es la garantía del conocimiento. Descartes elabora varias pruebas para demostrar su existencia:
Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes concluye que Dios no es un engañador, ya que la mentira y el engaño son defectos, y un ser perfecto no puede tener defectos. Si Dios ha puesto en nosotros la capacidad de conocer mediante la razón, entonces el conocimiento claro y distinto debe ser verdadero.
Además, en su concepción mecanicista del universo, Dios es el creador de la materia y del movimiento. Aunque no interviene constantemente en el mundo, es quien establece las leyes naturales y mantiene el orden.
Por lo tanto, la existencia de Dios no solo refuerza el conocimiento humano, sino que también explica el orden del universo y la posibilidad de alcanzar la verdad.
La filosofía cristiana medieval, conocida como Escolástica, se desarrolló inicialmente en escuelas monacales y catedrales, evolucionando luego en las universidades. Santo Tomás de Aquino representa la culminación de esta corriente al abordar de manera rigurosa la relación entre razón y fe. Según él, la filosofía y las ciencias se fundamentan en la luz natural de la razón, mientras que la teología combina el uso de la razón con principios basados en la fe y la revelación. Tomás distingue tres tipos de verdades: las exclusivas de la teología, como los dogmas que no pueden ser alcanzados por la razón (por ejemplo, la Trinidad); las propias de la filosofía o ciencia, que no han sido reveladas (como los teoremas matemáticos); y las compartidas entre ambas, conocidas como «preámbulos de la fe» (como la existencia de Dios), que son reveladas pero también demostrables racionalmente. Dentro de la teología, diferencia entre la dogmática, basada en la Revelación, y la natural, parte de la filosofía, que examina las verdades comunes desde la perspectiva de la razón. Tomás formula cinco argumentos para demostrar la existencia de Dios, conocidos como las «vías tomistas«, basados en el principio de causalidad:
Todo lo que se mueve requiere de un motor que lo ponga en marcha. Como no puede haber una secuencia infinita de motores, es necesario pensar que existe un primer motor inmóvil, que es Dios.
Todo ser tiene una causa eficiente que lo ha creado, pero no puede haber una secuencia infinita de causas. Por lo tanto, debe existir una causa primera no causada. Esta causa no causada es Dios.
Cada uno de los seres que pueblan el cosmos existe pero podría no existir, por lo que todo lo que nos rodea es contingente. Todo ser contingente depende de otros, pero no tiene sentido postular una cadena infinita; debe haber una divinidad necesaria que siempre haya existido: Dios.
Todas las personas son capaces de juzgar hechos y acciones, calificarlos como más o menos nobles. Esto es debido a que existe un bien supremo en función del cual se puede juzgar todo lo demás. Este bien supremo es Dios.
En el mundo, todo lo que acontece está dirigido a un fin. El orden en la naturaleza y la finalidad de los objetos irracionales requieren una mente divina que los guíe: Dios.
Aunque la existencia de Dios puede ser demostrada, su naturaleza no puede ser conocida plenamente, ya que el conocimiento humano depende de los sentidos. Tomás propone dos enfoques para hablar de Dios. La vía negativa, heredada del neoplatonismo, excluye de Dios las imperfecciones observadas en los seres creados, describiéndolo como infinito, inmutable, eterno y Acto Puro. La vía positiva permite atribuir a Dios perfecciones como inteligencia, bondad o sabiduría, ya que estas se encuentran en los seres creados. Sin embargo, estas cualidades no se predican de Dios de forma unívoca, sino analógica, dado que la distancia entre el creador y las criaturas es infinita. De este modo, Santo Tomás logra integrar la filosofía aristotélica con los principios cristianos, estableciendo una armonía entre razón y fe en la Escolástica medieval.
David Hume es uno de los filósofos más importantes del empirismo, corriente filosófica que sostiene que todo conocimiento proviene de la experiencia. Su obra Tratado sobre la naturaleza humana representa una crítica a las teorías racionalistas y metafísicas del conocimiento, estableciendo los límites de la razón humana y cuestionando nuestras creencias sobre la realidad. Hume distingue dos tipos de contenidos mentales:
Por ejemplo, si observamos una manzana roja, la percepción directa es una impresión; pero si cerramos los ojos y tratamos de recordarla, lo que tenemos en mente es una idea. Las impresiones e ideas pueden ser:
Las ideas en nuestra mente no están aisladas, sino que se relacionan entre sí siguiendo tres principios básicos:
La idea de causalidad ha sido considerada una verdad necesaria, pero Hume la cuestiona. Según él, no tenemos ninguna impresión directa de una conexión necesaria entre causa y efecto, solo observamos que ciertos eventos ocurren juntos repetidamente. Por ejemplo, cuando dos bolas de billar chocan, vemos que la primera bola se mueve antes que la segunda y que esta última empieza a rodar tras el impacto. Sin embargo, no percibimos una conexión necesaria entre ambas, solo una sucesión constante.
Por lo tanto, la creencia en la causalidad no se basa en la razón, sino en la costumbre y el hábito. Creemos que el fuego quemará porque siempre lo ha hecho antes, pero no hay una justificación racional absoluta para asegurar que ocurrirá en el futuro.
Hume concluye que nuestro conocimiento está limitado a la experiencia. No podemos estar seguros de que el mundo exterior exista realmente, solo podemos afirmar que tenemos impresiones de él.
Tampoco podemos demostrar la existencia de Dios, ya que no poseemos una impresión directa de su ser. El alma y la sustancia tampoco pueden demostrarse, porque no experimentamos directamente su existencia, sino solo percepciones cambiantes.
En resumen, Hume lleva el empirismo a sus últimas consecuencias y desarrolla un escepticismo moderado, según el cual el conocimiento humano se basa en la experiencia, pero no podemos conocer con certeza la naturaleza de la realidad ni afirmar verdades absolutas.
Hume aplica su visión empirista también al problema del ser humano, cuestionando la existencia de un «yo» estable y desmontando la idea tradicional del alma. Su pensamiento representa una ruptura con el dualismo cartesiano, según el cual el hombre está compuesto por cuerpo y alma como dos sustancias independientes.
Los filósofos racionalistas, como Descartes, sostenían que el ser humano posee una identidad estable basada en la sustancia pensante, es decir, el alma o el «yo». Sin embargo, Hume niega esta idea, afirmando que no hay ninguna impresión de un «yo» permanente en nuestra experiencia.
Según Hume, cuando miramos dentro de nosotros mismos, solo encontramos una sucesión de percepciones cambiantes:
No hay una percepción fija y constante de un «yo» inmutable, sino una colección de impresiones que cambian continuamente. Por lo tanto, el «yo» no es una sustancia, sino un conjunto de percepciones en movimiento.
Para explicar su teoría, Hume compara la mente humana con un teatro, donde diferentes percepciones aparecen y desaparecen constantemente, sin que haya un espectador único observando la función.
La idea de identidad personal surge porque nuestra memoria nos permite recordar experiencias pasadas y conectar unas impresiones con otras. Sin embargo, esto no significa que exista un «yo» real y permanente.
Otro aspecto importante de la filosofía de Hume es su visión determinista del comportamiento humano. Si todo lo que sabemos proviene de la experiencia y las impresiones, entonces nuestras acciones están determinadas por nuestros sentimientos y deseos, no por una voluntad libre y racional.
Hume rechaza la idea de que la moral se base en la razón, como defendían los racionalistas. Según él, la moralidad se fundamenta en los sentimientos y las emociones, especialmente en la empatía y el sentido de justicia:
Siguiendo su crítica al «yo», Hume también rechaza la noción de sustancia material y sustancia espiritual. No podemos afirmar que exista una realidad material fuera de nuestras percepciones, ni tampoco que haya un alma inmortal separada del cuerpo. Tampoco acepta la idea de una causa primera o de un ser supremo, ya que no tenemos impresiones directas de Dios. La creencia en un ser divino es solo una construcción cultural basada en la costumbre y en el miedo a lo desconocido. Hume redefine la idea del ser humano desde una perspectiva empirista y escéptica:
Su filosofía rompe con la tradición metafísica anterior y marca el camino hacia una visión más científica del ser humano basada en la psicología y la observación empírica.