Portada » Historia » Grandes Etapas de la Historia de España: Desde la Prehistoria al Franquismo
En la península Ibérica, el Paleolítico se divide en inferior, medio y superior:
Durante el Mesolítico, en la zona levantina (Valltorta, Cogul), surgen escenas de caza y rituales, caracterizadas por ser monocromas y esquemáticas.
El Neolítico (VI-III milenio a.C.) trajo desde Oriente Medio innovaciones fundamentales como la agricultura, la ganadería y el sedentarismo. Esto impulsó el comercio, la diferenciación social y el desarrollo de nuevas tecnologías (cerámica, rueda, navegación), dando lugar a culturas distintivas como la cardial, los sepulcros en fosa y la de Almería.
Hacia el 1200 a.C., los celtas llegaron a la Península, mezclándose con los indígenas y formando el área celtíbera (norte, centro, oeste). Los pueblos del norte (astures, vascones, cántabros, galaicos) eran menos desarrollados que los del centro-oeste (vettones, lusitanos, vacceos, etc.), con una economía agrícola-ganadera y una organización social basada en el parentesco.
En el sur y levante se encontraba el área ibérica (layetanos, edetanos, turdetanos), caracterizada por un avanzado comercio, metalurgia, una estructura estatal incipiente y un arte distintivo, como la famosa Dama de Elche.
En Andalucía occidental floreció Tartessos, una civilización de gran riqueza hasta su decadencia en el siglo VI a.C. (evidencias en el Tesoro del Carambolo).
Los fenicios y griegos llegaron atraídos por los metales, fundando colonias comerciales clave: Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga) y Sexi (Almuñécar) por los fenicios; Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias) por los griegos. Estas colonizaciones aportaron importantes innovaciones como la moneda, el cultivo del olivo, el alfabeto y nuevas técnicas escultóricas.
Desde el siglo IV a.C., Cartago controló el comercio mediterráneo con enclaves estratégicos como Cartago Nova (Cartagena) y Ebusus (Ibiza). Aunque influyeron significativamente en la cultura ibérica, su colonización fue conflictiva y culminó en enfrentamientos directos con Roma.
En 711, los musulmanes aprovecharon las disputas internas visigodas y, tras desembarcar en Gibraltar, vencieron a Don Rodrigo en la batalla de Guadalete. Conquistaron casi toda la península en solo dos años, a excepción de la franja cantábrica y los Pirineos.
La península pasó a ser un emirato dependiente de Damasco, hasta que en 756 Abd-al-Rahmán I se proclamó emir independiente. En 929, Abd-al-Rahmán III se autoproclamó califa, marcando el apogeo de Al-Ándalus.
Con Almanzor (976), el califato se transformó en una dictadura militar. Tras su muerte, estallaron luchas internas que llevaron a la desintegración del califato en 1031, dando origen a los diversos reinos de taifas.
Ante el avance cristiano (conquista de Toledo en 1085), se solicitó ayuda a los almorávides, quienes vencieron en Sagrajas (1086), regresaron en 1090 y dominaron las taifas.
En 1145, surgieron los segundos reinos de taifas, hasta que los almohades ocuparon Sevilla en 1147 y unificaron Al-Ándalus. Derrotaron a los cristianos en Alarcos (1195), pero en 1212 fueron decisivamente vencidos en la batalla de las Navas de Tolosa por una coalición cristiana.
Solo quedó el reino nazarí de Granada, que se mantuvo como vasallo de Castilla hasta que en 1492 fue entregado a los Reyes Católicos, marcando el fin del último poder musulmán en la península.
La economía andalusí se basaba principalmente en la agricultura, con importantes mejoras en el regadío y la introducción de nuevos cultivos como el arroz, el algodón o el azafrán. Predominaban los latifundios, y las ciudades se convirtieron en centros de consumo, impulsando la artesanía, el comercio y la exportación de productos como el aceite.
En lo social, la estructura era compleja:
Culturalmente, Al-Ándalus sobresalió en diversos campos:
Tras la Reconquista, gran parte de este saber pasó al mundo cristiano, especialmente a través de la Escuela de Traductores de Toledo. El arte islámico brilló en construcciones emblemáticas como la Mezquita de Córdoba y palacios como Medinat-al-Zahara y la Alhambra.
La muerte de Carlos II sin descendencia en 1700 desató una lucha por la sucesión al trono español entre los Borbones (representados por Felipe de Anjou) y los Habsburgo (representados por el Archiduque Carlos). Este conflicto implicó a las principales potencias europeas como Holanda, Inglaterra, Prusia, Saboya y Portugal.
En España, Castilla apoyaba a los Borbones, buscando un modelo centralista, mientras que la Corona de Aragón se inclinaba por los Habsburgo, deseando el respeto a sus fueros e instituciones tradicionales. El Tratado de Partición propuesto por Inglaterra fue rechazado por Carlos II, quien finalmente nombró a Felipe de Anjou como su sucesor.
La intervención de Luis XIV de Francia en apoyo de su nieto llevó al estallido de la Guerra de Sucesión Española (1702-1714). La guerra concluyó con la firma de la Paz de Utrecht (1712-1714), por la cual Felipe V renunció a sus derechos de sucesión al trono francés, y España cedió importantes territorios europeos a Austria (Países Bajos, Milán, Nápoles, Cerdeña) e Inglaterra (Gibraltar y Menorca, además de privilegios comerciales como el asiento de negros y el navío de permiso). Esta pérdida de territorios europeos permitió a España centrarse en sus problemas internos y en la reorganización de su imperio colonial.
Posteriormente, los Pactos de Familia con Francia (tres en total) permitieron a los Borbones españoles recuperar territorios como Sicilia y Nápoles. Con el Tercer Pacto de Familia, España participó en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, logrando la recuperación de Menorca.
Tras la Guerra de Sucesión, Felipe V emprendió la unificación de España mediante los Decretos de Nueva Planta. Estos decretos eliminaron los fueros, instituciones y leyes propias de los reinos de la Corona de Aragón (Valencia, Aragón, Cataluña y Mallorca), aunque Navarra y el País Vasco conservaron los suyos por su apoyo al bando borbónico.
Esta política de centralización convirtió a Madrid en el centro de poder y estableció una administración unificada con Cortes únicas (las Cortes de Castilla). Se instauró un modelo de gobierno más absolutista, y la ley sálica prohibió a las mujeres reinar.
Los antiguos consejos fueron reemplazados por Secretarías de Estado y del Despacho, dirigidas por hombres de confianza del rey, como Esquilache, Floridablanca y Aranda. Además, se aplicó una política de regalismo, que buscaba la supremacía del poder real sobre el eclesiástico, y que incluyó la expulsión de los Jesuitas en 1767 tras el Motín de Esquilache.
A pesar de la fuerte influencia de la Iglesia y la nobleza, la monarquía Borbónica logró un relativo saneamiento de las finanzas públicas tras la pérdida de territorios europeos y la aplicación de diversas reformas administrativas y económicas.
A mediados del siglo XVIII, España implementó profundas reformas borbónicas en sus colonias americanas con el objetivo principal de aumentar su explotación económica y rentabilidad para la metrópoli.
En el ámbito económico, se promovieron las Compañías de Comercio, se aumentaron los impuestos y se flexibilizó el comercio con el Reglamento de Libre Comercio de 1778, que abrió más puertos al tráfico transatlántico.
La Corona estableció nuevos virreinatos, como los de Nueva Granada (1717) y Río de la Plata (1776), y centralizó la administración, reduciendo la influencia de los criollos y excluyéndolos de cargos importantes. La expulsión de los jesuitas en 1767 permitió a la Corona tomar control de vastas tierras y propiedades de la orden.
Estas medidas generaron un fuerte descontento y provocaron importantes revueltas, como la de Túpac Amaru II en Perú y la de los Comuneros de El Socorro en Nueva Granada, debido a la creciente explotación indígena y la exclusión de los criollos del poder. Aunque estos movimientos fueron reprimidos, contribuyeron a consolidar un sentimiento criollo de identidad y autonomía que sería clave en los procesos de independencia del siglo XIX.
El siglo XVIII en España estuvo marcado por un notable crecimiento poblacional, impulsado por mejoras agrarias y el fin de las grandes epidemias de peste, lo que a su vez aumentó la fuerza de trabajo y el consumo.
Los economistas ilustrados promovieron reformas en sectores clave como la agricultura, que seguía siendo la base económica. Propusieron una reforma agraria para mejorar la producción y las condiciones de vida, con intentos de repartir tierras y aumentar la colonización de áreas despobladas. Sin embargo, la industria seguía siendo predominantemente artesanal, destacando las Fábricas Reales, aunque su rendimiento económico no siempre fue positivo.
El comercio con América se intensificó gracias a los Decretos de 1765 y 1778, que permitieron la apertura de más puertos al comercio colonial. El Estado controlaba productos estratégicos a través de estancos (monopolios estatales) y compañías privilegiadas.
En el ámbito cultural, los ilustrados renovaron el pensamiento, buscando la razón y el progreso, aunque respetando la tradición católica. Fundaron importantes academias como la Real Academia Española. En literatura, surgió el periodismo y destacaron autores como Leandro Fernández de Moratín.
En arte, el barroco perduró, pero el neoclasicismo se consolidó, especialmente en arquitectura, con figuras como Francesco Sabatini y Juan de Villanueva. Hacia finales de siglo, Francisco de Goya emergió como un pintor destacado, marcando la transición hacia el Romanticismo.
Tras la Guerra Civil, el régimen franquista desarticuló sistemáticamente a la oposición mediante la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, el exilio forzado, el encarcelamiento masivo o las ejecuciones. Se persiguió implacablemente a republicanos, socialistas, comunistas, anarquistas y demócratas.
En el exterior, los republicanos exiliados no lograron coordinarse eficazmente. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, surgió una esperanza de intervención aliada, y aparecieron los maquis (guerrilla antifranquista), pero fueron finalmente derrotados. Más de 400.000 personas se exiliaron, principalmente a Francia y Latinoamérica; México, en particular, acogió a numerosos intelectuales destacados.
El régimen buscó establecer un estado totalitario y autárquico hasta 1945; posteriormente, tras 1959, experimentó ciertos cambios económicos y una apertura limitada.
En los años 60, la oposición creció significativamente con huelgas obreras, protestas estudiantiles y la aparición de nuevas organizaciones como CCOO (Comisiones Obreras, 1964). Los universitarios desafiaron al SEU (Sindicato Español Universitario), y algunos sectores católicos, liderados por figuras como el Cardenal Tarancón, adoptaron posturas críticas tras el Concilio Vaticano II.
En 1962, en Múnich, la oposición democrática en el exilio condenó públicamente el franquismo. El PCE (Partido Comunista de España) logró una notable penetración en las masas obreras; el PSOE se renovó en el Congreso de Suresnes (1973) con el liderazgo de Felipe González. Surgieron también nuevos partidos (Izquierda Demócrata Cristiana, maoístas, trotskistas) y los nacionalismos vasco y catalán revivieron con fuerza (PNV, ETA, Convergencia Democrática).
La censura afectó profundamente el debate intelectual y artístico, aunque destacaron autores como Cela, Aleixandre, Laforet, Delibes, Buero Vallejo, y cineastas como Berlanga y Bardem. La represión continuó con tribunales especiales y, en 1975, se ejecutó a militantes de ETA y FRAP, generando una fuerte condena internacional. En política exterior, la Marcha Verde de Marruecos forzó a España a ceder el Sáhara Occidental.
Franco murió en 1975, abriendo paso a la Transición Española. Aunque en lo económico España se modernizó en los años 50 y 60, políticamente se mantuvo un inmovilismo autoritario. Los tecnócratas del Opus Dei desplazaron a los falangistas en el gobierno. Dentro del propio régimen surgieron tensiones entre inmovilistas (el «búnker», con figuras como Girón), conservadores (Carrero Blanco) y aperturistas (Fraga).
Se aprobaron tímidas reformas como la Ley de Prensa (1966) y la de Libertad Religiosa (1967). En 1969, Franco nombró sucesor a Juan Carlos I. El asesinato de Carrero Blanco por ETA en 1973 desestabilizó gravemente al régimen. Arias Navarro, nuevo presidente, habló de una «apertura», pero no logró democratizar el país. La crisis final llegó con la enfermedad de Franco y el freno de los militares del «búnker» a cualquier reforma significativa.
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