Portada » Filosofía » Galileo, Descartes y la Tensión entre Fe y Razón en la Modernidad
“La Biblia no nos dice cómo es el cielo, sino cómo llegar al cielo”. Galileo.
En 1616, Galileo es llamado a Roma. Sin juicio previo, la Inquisición le ordena no defender el sistema copernicano. Roberto Bellarmino lo defiende ante el consejo, afirmando que los pensamientos y expresiones de Galileo son hipótesis.
En 1623 escribe Il Saggiatore, obra que dedicó a su amigo, el Papa Urbano VIII.
En 1632, Galileo prepara el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. Los filósofos aristotélicos conspiran contra Galileo y lo acusan ante la Inquisición de haber violado la prohibición impuesta en 1616. También afirman que se burla del Papa Urbano VIII en su obra.
A partir de entonces comienza el segundo proceso contra Galileo, ya anciano, quien es llamado nuevamente a Roma. En enero de 1633, es obligado a ir a Roma, siendo alojado en la embajada del Duque de Toscana. El tribunal lo interroga para determinar si ha enseñado el copernicanismo. El dictamen final declara a Galileo sospechoso de herejía, argumentando que las tesis heliocentristas contradecían la filosofía aristotélica y la fe católica.
Galileo acepta la abjuración. La pena impuesta es la cadena perpetua, que el Papa conmuta por arresto domiciliario, situación en la que permanecerá hasta su muerte.
Existen principalmente dos interpretaciones sobre los juicios a Galileo: la maximalista y la minimalista.
La interpretación maximalista sostiene que el juicio a Galileo es la prueba de que la Iglesia Católica se opuso a los avances de la ciencia, mostrándose enemiga de la investigación filosófica y científica. Dentro de esta corriente, a veces se distorsiona la historia, llegando a afirmar erróneamente que Galileo fue quemado en la hoguera.
La interpretación minimalista reduce la trascendencia del juicio a Galileo, considerándolo un episodio desafortunado pero fundamentalmente ligado a circunstancias personales y conflictos de poder, más que a un enfrentamiento esencial entre fe y ciencia.
El juicio a Galileo tuvo gran trascendencia porque marcó una ruptura en la armonía percibida entre la fe bíblica, la filosofía tradicional y la emergente ciencia experimental.
El caso Galileo fue revisado por una comisión instituida por el Papa Juan Pablo II con el objetivo de examinar el proceso y reconocer posibles errores. La comisión concluyó que Galileo sufrió injustamente a manos de organismos de la Iglesia. El conflicto entre paradigmas científicos, como el evidenciado en este caso, a menudo se resuelve integrando o reemplazando el modelo antiguo por uno nuevo y más amplio.
René Descartes es considerado el iniciador de la corriente filosófica del Racionalismo.
Nació en La Haye en Touraine (Francia) en 1596 y murió en Estocolmo (Suecia) en 1650. Falleció de pulmonía mientras instruía en su filosofía a la reina Cristina de Suecia.
Estudió en el colegio jesuita de La Flèche, donde se sintió decepcionado por la filosofía escolástica dominante, considerándola alejada del rigor científico que buscaba. Esto lo impulsó a viajar por Europa en busca de un saber más fundamentado.
La famosa ‘experiencia de la estufa’ (recogida en el Discurso del Método) marca un punto crucial en su vida, correspondiéndose con el descubrimiento de su nuevo método, con el que buscaba dar una fundamentación segura a todo el saber.
Previo a la aplicación de las reglas del método, Descartes establece la necesidad de la duda metódica (o duda sistemática). Propone dudar de todo aquello que no sea absolutamente evidente para alcanzar una certeza indubitable.
Descartes aplica la duda a los sentidos (nos engañan a veces), a la realidad externa (dificultad para distinguir sueño y vigilia) y a las verdades matemáticas (hipótesis del genio maligno). Busca ideas claras y distintas, aquellas que se presentan a la mente con tal evidencia que no se puede dudar de ellas.
A través de la duda radical, Descartes llega a la primera certeza: Cogito, ergo sum (‘Pienso, luego existo’). Aunque dude de todo, no puedo dudar de que yo, que dudo, existo como ser pensante.
El Cogito establece la existencia del yo pensante, pero cae inicialmente en el solipsismo (la única certeza es la propia mente). Para recuperar la certeza sobre la existencia del mundo exterior y la validez del conocimiento, Descartes necesita demostrar la existencia de Dios como garante de la verdad.
Argumenta que la idea de un ser perfecto (Dios), presente en su mente finita e imperfecta, no puede haber sido creada por él mismo, sino que debe haber sido puesta allí por ese mismo ser perfecto.
Para Descartes, la idea de Dios es una idea innata fundamental, y su existencia garantiza la objetividad del conocimiento claro y distinto y la correspondencia entre nuestras ideas y la realidad externa (siempre que usemos correctamente la razón).