Portada » Biología » Receptores Sensoriales y Órganos de los Sentidos: Piel, Tacto y Visión
El sistema nervioso posee sensores especializados para detectar diferentes estímulos.
Se localizan en la periferia del cuerpo y responden a estímulos externos. Incluyen los sentidos de la vista, olfato, gusto, oído y equilibrio, así como las terminaciones nerviosas de la piel responsables del sentido del tacto.
Se encuentran en el interior del organismo y detectan cambios químicos o de presión. Dentro de este grupo se incluyen los propioceptores, ubicados en tendones, zonas articulares y músculos estriados, que informan sobre la posición, orientación, estiramiento o contracción muscular.
Los receptores sensoriales son terminaciones nerviosas que reaccionan enviando impulsos nerviosos. La mayoría se encuentran en la piel, detectando estímulos de presión, temperatura y dolor. Los estímulos concretos se localizan en los órganos de los sentidos: ojos, oídos, fosas nasales, lengua y piel. El tacto, en realidad, responde a varios tipos de estímulos y receptores.
La piel es un órgano fino y de gran superficie donde se ubican los receptores del sentido del tacto, que incluye la percepción de presión, estiramiento, temperatura (Tº) y dolor.
Compuesta por varias capas de células que se reproducen constantemente en la parte basal. Estas células son empujadas hacia afuera y, a medida que ascienden, se van impregnando de queratina y mueren, quedando como escamas que impermeabilizan la piel y se desprenden poco a poco.
Tejido conjuntivo que alberga los folículos pilosos (que producen pelos) y glándulas que liberan grasa o sudor. Presenta vasos sanguíneos y pequeños músculos lisos que erizan los pelos.
Formada por fibras conjuntivas y tejido adiposo (graso) y vasos sanguíneos. Proporciona movilidad, almacena grasa y actúa como aislante térmico.
Son abundantes y responden a dos tipos de estímulos:
Son dendritas envueltas en tejido conjuntivo. Funcionan como mecanoreceptores de tacto y presión y reciben los nombres de sus descubridores (Meissner, Krause, Ruffini y Pacini).
El globo ocular está compuesto por tres capas principales: la esclerótica, la coroides y la retina. Está dividido en dos cavidades:
Se sitúa delante del cristalino y contiene el humor acuoso, un líquido claro de viscosidad similar al agua. El iris la separa en dos partes.
Ocupa la mayor parte del interior del globo y está rellena del humor vítreo.
Tejido fibroso que protege el globo. La parte anterior es transparente, sobresaliente y abombada, y se denomina córnea; el resto es de color blanco.
Contiene vasos sanguíneos y pigmentos. La parte anterior, bajo la córnea, incluye:
Esta capa no existe en la parte anterior del globo. Contiene dos tipos de neuronas fotorreceptoras:
Los axones de estas neuronas se dirigen a una zona posterior del globo, llamada disco óptico, donde atraviesan la esclerótica para formar el nervio óptico.
Alrededor de los ojos hay estructuras que los protegen, como el sistema lacrimal (con glándulas y conductos que mantienen húmeda la córnea), las cejas, los párpados y las pestañas. Los músculos oculares sirven para mover los globos oculares.
Mediante la musculatura lisa que forma el iris, se regula la cantidad de luz que entra en el ojo (reflejo pupilar).
La imagen tiene que quedar enfocada en la retina gracias al cristalino, una lente deformable por los músculos ciliares y ligamentos. Al atravesar el cristalino, la imagen se invierte.
Al mirar objetos, el ojo se orienta para enfocar. Si el objeto está lejos, los ejes de visión son paralelos. Si está cerca, la posición del ojo hace que vea distinto al otro, debiendo colocarse de forma convergente. Esta doble visión diferente es integrada en el cerebro, dando la percepción del relieve (visión binocular).
Los fotones de luz estimulan los fotorreceptores, emitiendo un impulso nervioso que se dirige por el nervio óptico hasta el cerebro.