Portada » Lengua y literatura » Lecciones de Sabiduría: Los Ejemplos de El Conde Lucanor y los Consejos de Patronio
El conde Lucanor le da a entender a Patronio que un hombre poderoso se ha mostrado muy amigo suyo y le ha propuesto dejarle sus tierras, ya que él se quería ir y nunca más volver.
Un rey tenía un favorito, y el resto de la corte lo envidiaba. Pensaron cómo hacer para que el rey le retirara su favoritismo. Le dijeron al rey que el favorito estaba tramando su muerte para poder apoderarse del pequeño heredero. El rey se preocupó y dudó, y quiso averiguar qué sucedía. En dos oportunidades le dijo al favorito que quería dejar el reino y que deseaba que él se hiciera cargo del mismo. El favorito no quería aceptarlo y le dio razones para que no lo dejara, pero luego terminó sintiéndose complacido por la propuesta.
El favorito tenía un consejero, y este le dijo que el rey hizo eso para probarlo. Le aconsejó al favorito ir al día siguiente con todas sus riquezas a ver al rey y decirle que lo acompañaría en su retiro. El rey entendió así lo leal que su favorito era y le dijo que estuvo a punto de ser engañado.
Lucanor acepta y entiende el consejo de Patronio.
Nada viene tan fácilmente de alguien desconocido, en cuyo caso, habría que dudar de lo que se propone.
Lucanor le dice a Patronio que algo que quería hacer, si lo hacía, sería criticado, y si no lo hacía, también.
Un hombre bueno tenía un hijo, y a cada cosa que el padre proponía, el hijo le decía que podía suceder lo contrario. Esto era un gran estorbo para los negocios del padre, por el perjuicio y por el enojo que le producía todo lo que el hijo le decía. Ambos eran labradores y fueron a comprar cosas, acordando llevar una bestia para traerlas. En un comienzo iban los dos a pie. Ante esto, la gente les dijo que era ilógico que ambos estuvieran a pie. El padre le preguntó esto a su hijo, que estuvo de acuerdo, entonces el hijo subió a la bestia.
Luego sucedió lo mismo, pero ahora la gente decía que lo lógico era que el padre estuviera en la bestia. Le preguntó a su hijo qué le parecía y le dio la razón. El hijo bajó y el padre subió. Luego sucedió lo mismo y subieron los dos. A esto, la gente dijo que la bestia no estaba lista para recibir el peso de los dos. El padre le preguntó al hijo qué pensaba, y estuvo de acuerdo, y ambos bajaron. El padre dijo que lo hizo de ejemplo para que se diera cuenta de que nunca va a poder hacer algo que todos aprueben.
Lucanor acepta y entiende el consejo de Patronio. Le dice que se aconseje con gente leal y que no tome decisiones apresuradas.
No hay que tener miedo al qué dirán, y hacer lo que uno cree conveniente.
Un día, el Conde Lucanor le dijo a Patronio que él estaba muy bien como estaba ahora mismo, pero le estaban aconsejando meterse en un negocio dudoso. Entonces Patronio le contó una historia de lo que le dijo un genovés a su alma antes de morirse.
Había un genovés que tenía mucha riqueza y que, cuando estaba a punto de morir de viejo, les dijo a todos sus familiares que se reunieran con él. Cuando estaban con él, empezó a hablar con su alma y a decirle que tenía todo lo que pudiera desear: joyas, tapices, buenos amigos, mucha fama, y que no entendía por qué se quería ir a un sitio que desconocía.
Patronio le dijo a Lucanor que le estaba pasando algo parecido, ya que está bien como está y no necesita meterse en ningún negocio para complicarse la vida.
El que bien sentado está, que no se levante.
Lucanor le dice a Patronio que un hombre lo alaba mucho y lo honra, y le propuso un convenio que, a primera vista, parece favorable.
Un cuervo halló un pedazo de queso y se subió a un árbol. Un zorro lo vio y pensó en cómo quitarle el queso. Lo halagó de todas las maneras posibles: su pelaje, sus ojos, sus garras. Cuando el cuervo pensó que el zorro era su amigo, este último le pidió al cuervo que cantara. Cuando lo hizo, el cuervo soltó su queso, el zorro lo tomó y huyó.
Patronio le dice al Conde que si tanto lo alaba, es porque lo quiere engañar, y aquel hombre le hace creer que es más de lo que realmente es.
Si alguien te alaba más de lo normal y quiere algo de usted, es probable que le esté engañando.
Lucanor le dice a Patronio que le propusieron un gran negocio, pero para que este se dé, se deberían dar demasiados hechos encadenados.
Una señora muy pobre iba con una olla de miel en su cabeza. Se imaginó que luego la vendería, compraría huevos, nacerían gallinas, compraría ovejas y sería más rica que sus vecinas. Pensó que sus hijos se casarían y la admirarían por pasar de la pobreza a la riqueza. Hasta que la miel se cayó, y junto con la olla, se fueron todos sus sueños.
Patronio le dice a Lucanor que crea en cosas posibles y no en vanas esperanzas.
Creer en cosas lógicas y no en esperanzas prácticamente imposibles de concretar.
Lucanor dice que Dios le dio más de lo que él merece y podría retribuirle, pero a veces se siente tan pobre que le da igual vivir o morir. Le pide consejos a Patronio.
Dos hombres que fueron muy ricos sufrieron la pobreza. Uno llegó a comer altramuces, que eran amargas y de mal sabor, y se sentía muy triste por esto. Pero luego vio al otro hombre, que antes era más rico que él, que comía las cáscaras de las altramuces. El primero de estos dos se dio cuenta de que había gente en peores condiciones que él y se debía sentir menos desgraciado. Con ayuda de Dios encontró la forma para salir adelante y mejorar su estado.
Patronio le dice a Lucanor que nadie puede tener absolutamente todo lo que desea, y si alguna vez está en algún problema, tiene que tener en cuenta que siempre hay gente en peores condiciones.
Por más pobreza que uno tenga, no debe sentirse desgraciado, ya que siempre hay gente que está peor que uno.
Lucanor conoció a un hombre que dijo que si lo ayudaba, luego este haría por él todas las cosas que fuesen para su honra y bien. Sin embargo, cada vez que Lucanor le pedía algo, este siempre le ponía excusas.
Un deán quería saber el arte de la nigromancia (predecir el futuro) y fue a ver a Don Yllán, que lo recibió muy bien. El deán le dijo que si le enseñaba el arte, le prometía y aseguraba que haría todo lo que Don Yllán mandase. Don Yllán mandó a una manceba que preparara unas perdices. Luego llevó al deán a una cámara y le mostró todos sus ascensos, hasta llegar a ser Papa. En cada uno de los ascensos, Don Yllán le pedía algún favor y el deán siempre ponía excusas.
Luego Don Yllán se fue a comer las perdices, ya que en realidad, nunca salieron de su casa; todo esto lo vio por el arte de la nigromancia.
Patronio le dice a Lucanor que si este hombre le pide ayuda y no le agradece, no tiene por qué preocuparse por él.
Si usted ayuda a alguien y no se lo agradece, mientras mejor condición tenga esa persona, menos le agradecerá.
Lucanor le dice a Patronio que tiene un enemigo, y un pariente de este enemigo se quería unir a él para poder hacerle más daño a su adversario.
Los cuervos tenían una pelea con los búhos, y estos últimos los atacaban a los cuervos en la noche, causándoles mucho daño. Un cuervo pensó en que el resto de los cuervos le sacaran todas sus plumas y dejarlo indefenso para ir a hablar con los búhos, para “contarles” dónde estaban todos los cuervos. Los búhos se alegraron creyendo todo lo que decía, excepto por uno, que sospechó, pero no fue tenido en cuenta y se alejó del resto.
Una vez que el cuervo se recuperó, les dijo a los búhos que iría a ver dónde estaban los cuervos para luego atacarlos. Cuando el cuervo se juntó con el resto de los cuervos, les dijo dónde estaban los búhos y los fueron a atacar y matar, quedando como vencedores.
Lucanor acepta y entiende el consejo de Patronio. Le dice que esta persona solo se acercó para hacer daño, pero si no corre peligro él, quizás lo que diga sea verdad.
Aquel que es tu enemigo, no le deberías creer ni confiar mucho.
Un día, el conde Lucanor le dijo a Patronio que un hombre fue a verle y le dijo que le podía proporcionar mucho poder y riquezas, pero que tenía que darle algo de dinero para empezar.
Patronio le contó lo que le sucedió a un rey con un hombre que le dijo que sabía hacer oro. Había un pícaro que se enteró de que en un reino había un rey que no era muy listo y estaba buscando en la alquimia el poder de hacer oro. Entonces, redujo cien doblas a polvo y, juntándolo con otras cosas, hizo cien bolitas. Se dirigió a ese reinado y fue a un especiero y le preguntó para qué servían esas bolas, y este le contestó que servían, entre otras cosas, para hacer oro, y al preguntarle cómo se llamaba, le dijo que se llamaba tabardíe.
El pícaro estuvo tiempo en la ciudad corriendo el rumor de que sabía hacer oro, hasta que un día el rey le llamó para que fuera a verle. El pícaro negó que pudiera hacerlo, pero después de insistirle, el rey dijo que sí y le dijo que le trajeran lo que necesitaba para hacerlo. Entre esas cosas estaba el tabardíe, sacando una dobla de oro. El rey vio que el hombre no le había engañado y, cuando el hombre se fue, se dispuso él a fabricarlo, pero cuando se agotaron los tabardíes ya no podía hacer el oro.
Entonces hizo llamar al pícaro para que le dijera cómo conseguir los tabardíes. El pícaro le pidió dinero para realizar el viaje en busca de ellos. Cuando el pícaro recibió el dinero para ir a por él, desapareció. La gente del pueblo hizo una lista de los más tontos, los más ricos y los más valientes, y encabezaba la de los más tontos el rey. Este los hizo llamar y les preguntó por qué lo habían puesto en la lista de los tontos, a lo que estos le contestaron que por haberle dado tanto dinero a quien no conocía.
Patronio le dijo a Lucanor que no le diera dinero a ese hombre para que no le pasase lo mismo que al rey.
El conde Lucanor le dijo a Patronio que tenía un pariente que se le murió y le dejó un hijo al cual él ha criado y que quiere como a un hijo. Quería que llegase a buen camino y que nadie le confundiera a hacer lo contrario.
Había un rey que tenía un hijo al cual estaba educando un filósofo, en quien confiaba mucho. Cuando el rey murió, el filósofo adoctrinó a su hijo hasta los quince años. Pero luego el chico entró en la mocedad y empezó a desdeñar los consejos del sabio y a hacer caso a los consejos de otros chicos que, como no le querían, no se preocupaban por su fama y salud. Todo el mundo lo criticaba por no cuidarse y por malgastar los tesoros.
El filósofo, al no poder controlarlo y conseguir que hiciera las cosas bien, pensó un plan en el cual empezó a decir a todo el mundo que entendía el lenguaje de las aves, hasta que llegaron los rumores al rey. El rey le dijo que fuera y le preguntó si esto era verdad. Al principio, el filósofo no quería contárselo para hacerse más desear, pero al final lo contó.
Acordaron que al día siguiente, a la mañana, madrugarían y fueron a un valle y vieron una corneja que graznaba. Entonces el filósofo hacía como que entendía el lenguaje de las aves. Al poco, otra corneja empezó a “hablar” con la otra, y cuando acabó, el filósofo empezó a llorar. El rey, preocupado, le preguntó por qué lloraba, y este le respondió que lloraba porque las dos cornejas habían acordado casar al hijo de una y a la hija de la otra, y que como hacía tiempo que el casamiento estaba acordado, ya era hora de que se casasen.
La otra corneja le dijo que tenía razón, pero que como ella ahora era más rica, porque desde que reinaba el rey habían quedado abandonadas las casas y estaban llenas de culebras y demás víveres para ellas, el casamiento ahora no era lo mismo que antes. Cuando la otra oyó esto, se empezó a reír porque era una tontería aplazar por eso el casamiento, ya que si seguía viviendo el mismo rey, seguiría pasando lo que estaba pasando.
El rey, al oír esto, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y enderezó su reino y salió hacia adelante.
Patronio le dijo a Lucanor que tuviera cuidado con su chico y no le regañase, ya que le podía suceder como al filósofo.
Lucanor le dice a Patronio que tiene muchos mozos, uno de elevada condición y otros no tanto, y que tienen extrañas maneras de ser. Le pide que le aconseje de qué manera podrá conocer qué mozo llegará a ser mejor hombre. Patronio le dice que es algo difícil de saber.
Un rey moro tenía tres hijos y quería saber cuál iba a ser el heredero del trono. Al hijo mayor y al del medio, a cada uno le dijo de ir un día distinto. Ambos llegaron tarde, y en el momento de vestir a su padre, iban y venían por cada prenda que le ponían a este. Y lo mismo hicieron en el momento que tenían que ensillar el caballo. Cuando el rey les pidió que recorrieran el pueblo y que luego le dijeran qué pensaban de este, le dijeron que estaba todo bien y le criticaron cosas irrelevantes, como que había mucho ruido.
Todo lo contrario hizo el hijo menor. Madrugó antes que su padre, le preguntó una sola vez cómo quería vestirse y cómo quería que ensillara a su caballo. Y en el momento que fue a recorrer el pueblo, cuando volvió le dijo que, aunque era buen rey, si por él no fuese, todo el mundo debía ser suyo (refiriéndose a que el rey debía ser ambicioso y conquistar más). En el momento de elegir al rey, lo hizo por las señales que vio.
Patronio le dice a Lucanor que si quiere saber cuál mozo es mejor, por las obras que estos hagan y las maneras de ser, podrá saber cuál es mejor.
Por los actos y las obras que una persona haga, se puede determinar cuál de estos es mejor.
Lucanor le dice a Patronio que un pariente suyo tiene problemas y entiende que estos son muy graves. Y le pide a Patronio que lo aconseje para que no esté tan mal.
Un zorro entró a un corral, mató a gallinas, y cuando quiso salir, se dio cuenta de que era de día y había mucha gente, y no había lugares para esconderse. Decidió tenderse como si estuviera muerto en la calle. Al principio nadie le prestó atención, luego uno se dio cuenta de que podía utilizar los pelos del zorro muerto, otro la uña del pulgar, otro los dientes. A todo esto, el zorro permanecía inmóvil. Hasta que uno dijo que el corazón del zorro podía ser útil. En ese momento, el zorro decidió que era mejor salir corriendo, porque entre morir acuchillado o que lo capturaran, no había diferencia, pero si corría había alguna posibilidad de salvarse. Se aventuró y se salvó.
Patronio le dice a Lucanor que le diga a su pariente que aguante cuanto pueda, hasta sufrir graves daños. Ya que es mejor la muerte defendiendo su honra que vivir sin esta.
Uno debe sufrir hasta un cierto punto, luego, debe alejar las cosas lo más que pueda.
Lucanor, cuando ayuda a un hombre, este da a entender que se lo agradece, pero sin embargo, si no lo hace como este hombre quiere, se irrita y da a entender que no lo agradece y se olvida de todo lo que Lucanor hizo por él.
El rey Abenabet, casado con Ramayquia, era muy bueno, pero ella tenía muchos antojos. Por ejemplo, cayó una nevada, y luego se puso triste porque no había siempre nieve. Por lo tanto, el rey hizo plantar almendrales para que apareciesen flores similares a la nieve. Luego vio a una mujer revolviendo lodo descalza. Ella quiso hacer lo mismo, entonces el rey mandó llenar de agua de rosas una albufera (laguna costera).
Otro día, ella lloró diciendo que el rey no hacía nada para complacerla, a lo que este le respondió si no se acordaba lo que había hecho por ella el día del barro.
Patronio le dice a Lucanor que no haga tanto por él, y que si en algún momento la situación fuera al revés, que agradezca lo hecho previamente.
No busques hacerle tanto bien a aquel que no reconoce el bien que uno hace.
Un hombre le propone algo a Lucanor, que no se lo puede contar a nadie, y de hacerlo, su vida corre peligro.
Tres farsantes le dijeron a un rey que podían hacer un paño que solo podía ser visto por aquel que era hijo legítimo de su padre. Lo cual agradó al rey, ambicioso, ya que podría obtener las herencias de los hijos adoptivos. Estos se encerraron hasta tener el paño listo. Le dijeron que podía ir a verlo, pero si iba sin compañía. Envió a un camarero, que no se atrevió a decir que no veía el paño, y le dijo que el paño era muy bueno. Y luego envió a muchos otros sirvientes que venían con la misma respuesta, por temor a ser hijos adoptivos.
Luego el rey entró al lugar y no vio nada. Por temor a no ser hijo biológico, se aprendió la descripción y lo comenzó a alabar, contando maravillas de la calidad. Siguió mandando gente, y todos venían con la misma respuesta. Así siguió hasta el día que había una gran fiesta, a la cual llevó el paño. Los habitantes lo veían venir de ese modo y nadie dijo nada por temor a no ser hijos biológicos. Excepto un negro que no tenía nada que perder y le dijo que no veía nada. Entonces la gente se animó a decir que no veía nada. Se dieron cuenta de que era una gran mentira, pero cuando volvieron, los farsantes ya se habían ido.
Lucanor acepta y entiende el consejo de Patronio. Le dice que lo querían engañar.
Quien quiere esconderle las cosas y no le permite compartirlas, le quiere engañar sin testigo alguno.
Lucanor le dice a Patronio que un criado suyo se iba a casar con una mujer más rica y noble que él, pero esta mujer es la más violenta y la de más mal carácter del mundo.
Un hombre tenía un muy buen hijo. Este hombre también tenía un amigo más honrado y rico, con una hija de muy mal carácter. El buen hijo deseaba casarse con la hija del amigo del padre, a lo que este último le dijo que si le daba la hija a su hijo, sería un mal amigo, pero si él lo deseaba, no tenía ningún problema. Su hijo rogaba el casamiento, por lo tanto, se terminó concretando.
Dejaron a los novios solos. Él llamó al perro y le dijo que le trajera agua. Como no lo hizo, lo mató. Lo mismo sucedió con un gato y con su único caballo. Luego le dijo a su mujer que hiciera esto, y por temor, ella no dudó y cumplió lo que el novio le dijo. A la mañana siguiente no se escuchaban voces, y pensaron que el novio estaba o muerto o herido. Luego todos comprendieron lo que él había hecho, y su suegro quiso hacer lo mismo, pero la mujer le dijo que debió haber comenzado antes porque ya se conocían.
Lucanor acepta y entiende el consejo de Patronio.
Si no demuestras quién es usted en la primera impresión, después cambiar la imagen que tienen de uno es más difícil.
Hablando el conde Lucanor con Patronio, le dijo que como es tan rico y tan poderoso, y como lo que más le conviene es ser cada vez más rico y más poderoso, quería saber lo que pensaba Patronio de esto.
Era un país que tenía la costumbre de cada año cambiar de rey y dejarlo desnudo en una isla desierta. Sucedió que el último que había sido rey era más listo que ninguno y dijo que le hicieran una casa donde lo iban a dejar, y allí vivió muy bien.
Patronio le dijo que él lo que tenía que hacer era realizar buenas obras para que en la vida siguiente tuviera una buena vida.
Estaba un día el conde Lucanor con su consejero Patronio, y le dijo que no sabía qué era mejor, si la soberbia o la humildad. A esto Patronio le contestó que le iba a contar lo que le sucedió a un rey cristiano muy soberbio.
Era un rey tan soberbio que una vez, oyendo el cántico de Nuestra Señora, oyó algo de la humildad e hizo que lo cambiaran por algo que no tuviera esa palabra. Esto no le gustó a Dios, ya que lo que tenía sin ninguna duda la Virgen es humildad.
Al rey soberbio le sucedió que un día se fue a bañar fuera del Alcázar y dejó la ropa en otra habitación. Mientras se estaba duchando, Dios mandó un ángel tomando la figura del rey y le quitó la ropa y se fue con sus acompañantes, dejando unos harapos. De esto no se percató el rey y al salir de la ducha empezó a llamar a sus gentes, pero al no estar no le oían. Entonces salió de la ducha y, al no encontrar sus ropas, cogió lo que dejó el ángel: unos harapos de mendigo. El rey se sintió burlado y se los puso, y se fue derecho al castillo para que no lo vieran. Entonces, al llegar allí, nadie le reconocía y todos le tomaron por loco.
Estuvo así tanto tiempo mendigando por las casas que creyó que estaba loco, y entonces se dio cuenta de que todo esto había venido al cambiar las palabras de aquel cántico. Entonces Dios se dio cuenta de que se había arrepentido de sus actos e hizo que el falso rey lo llamara. Así pasó y el ángel le dijo que él no estaba loco y que en verdad él había sido rey. Entonces le devolvió la corona y le dijo que cambiaran otra vez las cosas de aquel cántico a como estaban, y ya no volvió a ser soberbio.
Patronio le dijo al conde que lo peor que puede hacer una persona es ser soberbia.
