Portada » Latín » La Romanización de Hispania: Desde las Guerras Púnicas hasta la Integración Imperial
La romanización es un momento clave en la Península Ibérica, un proceso que se inició con la conquista romana. Esta conquista duraría casi dos siglos (218-19 a.C.), aunque la presencia romana se consolidó tras la Segunda Guerra Púnica. Para entender este periodo, primero debemos hablar de Cartago.
Cartago era considerada una sociedad violenta; se escribían mitos sobre ella, algunos de los cuales narraban grandes viajes y aventuras que llevaban a los cartaginenses a alcanzar tierras lejanas, lo que se representaba por su habilidad en la navegación. Se situaba en Túnez, y su origen se remonta a:
Mientras tanto, se estaba creando una nueva potencia: Roma, con un marcado carácter expansionista. Se hizo con el territorio céntrico de la península itálica, lo que provocó que Cartago y Roma, al principio, tuvieran un contacto amistoso, ya que la zona de interés de cada uno era diferente. Roma también tenía contacto con Grecia.
A mediados del siglo III a.C., Roma ocupó el sur de Italia, por lo que su interés por el Mediterráneo aumentó y entró en conflicto con Cartago. Este conflicto los llevaría al enfrentamiento y al inicio de la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), de la que Roma salió victoriosa.
Cartago fue derrotada y tuvo que hacer frente a una indemnización de guerra; el general derrotado fue Amílcar Barca.
El objetivo de Cartago era formar un imperio conquistando territorios de la Península Ibérica por dos vías: la guerra y la diplomacia. En uno de los enfrentamientos con la población indígena, Amílcar murió y le sucedió Asdrúbal, quien optó por la diplomacia. Fundó Cartago Nova (actual Cartagena) y Roma volvió a enviar una embajada, pero lograron llegar a un acuerdo que establecía un límite de expansión: al norte del Ebro no podrían seguir conquistando.
Después del acuerdo, murió Asdrúbal y le sucedió Aníbal, quien continuó con la actividad expansiva a través de la guerra y la diplomacia. Aníbal se encontró con Sagunto, una ciudad de gran tamaño que tenía relación con los griegos. Esta ciudad pidió ayuda a Roma, pero no llegó, ya que Roma estaba preparando un ataque a Cartago, iniciándose así la Segunda Guerra Púnica.
Roma organizó una estrategia: enviar una fuerza a Cartago y otra hacia la Península Ibérica, pero Aníbal también había preparado la guerra.
El ejército de Roma desembarcó en Ampurias y rápidamente conquistó Tarraco. A partir de aquí, surgieron varias guerras entre Roma, Cartago y los pueblos autóctonos. Con la llegada a la Península en el 210 a.C. de Publio Cornelio Escipión, fue conquistada gran parte del territorio cartaginense, incluida Cartago Nova. En Ilipa (o Baecula) se produjo otra batalla donde ganaron los romanos y, cuatro años después, Roma conquistó Gades (Cádiz). En el 201 a.C. se firmó la paz con la derrota definitiva de los cartaginenses.
Tras la expulsión cartaginesa, Roma inició la conquista y pacificación total de la Península Ibérica, un proceso que duraría casi dos siglos.
Destacan figuras como Viriato y la resistencia de Numancia.
Esta fase comenzó con la caída de Numancia. Aparecieron figuras que querían hacerse con el control del Senado de Roma, como Pompeyo y Sertorio. Pompeyo acabó con Sertorio y decidió implementar reformas para favorecer las condiciones romanas en la península y así obtener más apoyo. Posteriormente, Julio César, cuando la península estaba pacificada, provocó la guerra yendo a Lusitania para que los pueblos de las montañas descendieran a las llanuras y atacarlos finalmente. Julio César conquistó casi toda la península y es conocido también por la conquista de las Galias.
Lideradas por Augusto, estas guerras se dirigieron contra los pueblos que aún conservaban su independencia, astures y cántabros. En diez años (29-19 a.C.), Augusto acabó con su independencia, completando la conquista romana de Hispania.
El territorio se organizó en provincias con una capital. El cargo más importante era el pretor en las provincias pacificadas y el cónsul en las que no.
Hispania fue organizada con fines concretos: abastecer el Imperio Romano. Se especializó en la producción de productos alimenticios y mineros: vid, trigo, aceite, oro y plata.
La romanización fue la adaptación del pueblo prerromano a las formas de vida, organización y política procedentes de Roma, lo que formaría la sociedad hispanorromana.
Roma creó una serie de ciudades que se unieron a las ya existentes, de tamaño medio (aproximadamente 50.000 habitantes), construidas con un modelo romano: forma ortogonal, con cardos y decumanos, y en el cruce de estas dos vías se ubicaban los foros. Las ciudades se dotaron de infraestructuras romanas como teatros, termas y acueductos.
Durante la conquista, existieron tres tipos de ciudades:
Las ciudades se administraban de manera independiente a través de un consejo municipal y magistrados. La función de los magistrados era asegurar el buen funcionamiento de la ciudad a través de servicios que se subvencionaban con los impuestos, y los magistrados eran elegidos por votación ciudadana. Apareció la iniciativa privada.
En el ámbito rural, la villa romana se dividía en dos partes:
Los romanos crearon dos vías principales para conectar el territorio: la Vía de la Plata (Astorga-Sevilla) y la Vía Augusta (Gades/Cádiz-Roma).
La sociedad romana se dividía principalmente en libres y no libres.
Dentro de los ciudadanos, se distinguían:
Las mujeres en Hispania eran consideradas ciudadanas, pero no con todos los derechos. Dependían de los varones de la unidad familiar y recibían educación básica. En Roma, participaban en la vida pública.
Roma respetó las creencias de los pueblos prerromanos. Con la llegada del cristianismo, este fue inicialmente perseguido por no aceptar el culto al emperador. Finalmente, el emperador Teodosio impuso el cristianismo como religión oficial del Imperio.
La educación romana se estructuraba en tres niveles: