Portada » Historia » La Restauración Borbónica: Estructura Política y Movimientos de Resistencia
El periodo de la Restauración Borbónica, que abarcó desde 1874 hasta 1902, se fundamentó en el ingenioso sistema político diseñado por Cánovas del Castillo. Este sistema se sustentaba en la Constitución de 1876 y se caracterizaba por el turno pacífico de los partidos Conservador y Liberal en el poder. Dicho acuerdo se consolidó con el Pacto del Pardo, firmado tras el fallecimiento de Alfonso XII en 1885, garantizando la continuidad del turnismo durante la Regencia de María Cristina (1885-1902). La eficacia de este sistema se basaba, en gran medida, en la adulteración caciquista de los procesos electorales. A pesar de los momentos de crisis, como la Guerra de Cuba o el asesinato de Cánovas, el mecanismo del turnismo se mantuvo operativo.
A pesar de la aparente solidez del sistema, la oposición al régimen de la Restauración, conformada por diversos grupos sociales, políticos e ideológicos, no logró alcanzar un éxito significativo. Los carlistas, tras su derrota militar en 1876, vieron mermada su influencia pública, dividiéndose entre aquellos que se oponían frontalmente al régimen y los que optaron por la creación de un partido político. Los partidos republicanos se encontraban sumidos en una profunda desorganización y en constantes desacuerdos internos:
Por otro lado, la oposición intelectual se manifestaba contraria a un régimen que, a su juicio, obstaculizaba la modernización del país. Finalmente, es crucial destacar la emergencia de los nacionalismos y regionalismos, así como el desarrollo del movimiento obrero y campesino como focos de disidencia.
A finales del siglo XIX, surgieron en Cataluña y el País Vasco movimientos nacionalistas que reivindicaban su estatus como naciones. Estos movimientos se fundamentaban en la existencia de rasgos distintivos propios, como la lengua, los derechos históricos y la cultura, y demandaban, en distintos grados, autonomía administrativa o incluso la independencia. Este planteamiento suponía un modelo de Estado descentralizado, en clara contraposición al modelo centralista del sistema canovista.
El catalanismo tuvo sus raíces en la década de 1830 con la Renaixença, un movimiento cultural enfocado en la recuperación de la lengua catalana. Sin embargo, el catalanismo político cobró impulso en 1882 con la fundación del Centre Catalá por parte de Almirall, entidad que reivindicaba la autonomía catalana y denunciaba el caciquismo imperante. En 1891, Prat de la Riba impulsó la Unió Catalanista, que elaboró las Bases de Manresa, un proyecto de Estatuto de Autonomía. En 1901, se fundó la Lliga Regionalista, el primer gran partido catalanista, liderado por Prat de la Riba y Cambó. Este partido, de carácter conservador, católico y burgués, defendía la autonomía política y la protección de los intereses económicos e industriales de Cataluña.
El nacionalismo vasco, aunque de aparición posterior al catalán, experimentó una rápida evolución. Su principal reivindicación se centró en la restauración de los fueros, abolidos en 1876 tras la derrota carlista. En 1895, Arana Goiri fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), cuyas bases ideológicas incluían la independencia de Euskadi, un radicalismo antiespañol, la exaltación de la etnia vasca (con un énfasis en la pureza racial), el integrismo religioso católico, la promoción del idioma y la cultura vasca (euskaldunización) y un marcado conservadurismo ideológico. El nacionalismo vasco encontró eco principalmente entre la pequeña y mediana burguesía y en el mundo rural, concentrándose su influencia en Vizcaya y Guipúzcoa, con menor arraigo en Álava y Navarra.
Los fenómenos regionalistas en Galicia, Andalucía y Valencia fueron considerablemente más minoritarios. El regionalismo gallego, con un desarrollo más pausado y menor arraigo social, se inició a mediados de siglo con el movimiento cultural Rexurdimento. Avanzó hacia el ámbito político con la creación de la Asociación Regionalista Gallega por parte de Manuel Murguía, quien lideraba una corriente liberal que defendía la necesidad de un poder legislativo gallego propio.
Finalmente, el movimiento obrero experimentó un desarrollo significativo. Tras la creación de la sección española de la AIT durante el Sexenio Democrático, impulsada por el anarquista Fanelli y el marxista Lafargue, el golpe de Pavía en 1874 supuso una dura represión para el movimiento obrero. La escisión entre las corrientes marxista y bakuninista provocó la división entre anarquistas y socialistas. Los anarquistas constituyeron el grupo mayoritario en España. Tras la aprobación de la Ley de Asociaciones de Sagasta, desplegaron una intensa actividad organizativa y de lucha social, fundando la Federación de Trabajadores de la Región Española (1881). Su influencia se concentró en Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía. Las divisiones internas y la represión llevaron a finales de los ochenta a un activismo sindical (CNT), mientras una minoría derivó hacia el radicalismo (Mano Negra). Por su parte, los socialistas fundaron clandestinamente en 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), bajo el liderazgo de Pablo Iglesias. En 1888, se creó la Unión General de Trabajadores (UGT), el sindicato socialista cuyo objetivo era la mejora de las condiciones laborales y de vida de los obreros. En contraste con los anarquistas, los socialistas mantuvieron una ideología más moderada.