Portada » Psicología y Sociología » La Identidad en el Siglo XXI: Construcción, Características y Desafíos Interculturales
El concepto de identidad es fundamental para comprender la situación intercultural.
El interés que ha adquirido la noción de identidad a partir de 1950 refleja las preocupaciones del mundo moderno. Esta noción se ha impuesto a causa de los importantes cambios culturales provocados por las modificaciones en la sociedad. La globalización de la economía, un modelo económico único, la introducción de nuevas tecnologías y de medios de comunicación son el origen de grandes cambios en las sociedades actuales.
Esta evolución ha alcanzado a la identidad individual y colectiva, provocando efectos psicológicos, sociales y políticos concretos. La sociedad ha pasado de una forma comunitaria a otra en la cual el individuo es el centro. El individualismo es uno de los cambios más importantes.
La construcción de la identidad individual es un trabajo complejo. Antiguamente, la alternativa de comportamiento era menos amplia y con reglas más claras. Hoy en día, cada persona dispone de muchas posibilidades; por ejemplo, en una relación de pareja, puede decidirse si llegar al matrimonio o desarrollar una vida en común. Sin embargo, el individuo se encuentra relativamente solo frente a estas posibilidades. Vivimos en un periodo de grandes cambios, incluyendo el tema de la identidad.
La identidad es un conjunto de rasgos específicos de un individuo o de un grupo.
La identidad constituye también un sistema de símbolos y de valores que permiten afrontar diferentes situaciones cotidianas; es decir, un individuo con sus valores y su modo de pensar, de sentir y de actuar, reaccionará de alguna manera definida. La identidad está en constante recreación.
Cada cultura y subcultura transportan valores e indicadores de acciones, pensamientos y sentimientos. De este modo, la influencia de la pertenencia a subconjuntos es fundamental para la estructura de la identidad.
La identidad es la síntesis que cada uno hace de los valores y de los indicadores transmitidos por los diferentes medios a los que pertenece. Integra esos valores según sus características individuales.
«Soy yo», responderá una persona a la que se pregunta lo que representa su identidad. «Lo que en mí permanece igual». La permanencia aparece como la característica más evidente de la identidad. Elementos que se repiten continuamente: «soy así, soy siempre la misma persona». Se confunde la identidad con lo que en una persona es inmutable.
Este punto de vista no es del todo erróneo, pero los comportamientos, las ideas y los sentimientos cambian según las transformaciones del contexto familiar, institucional y social en el cual vivimos. Cambiamos con la edad. En definitiva, nuestra identidad es constante y a la vez cambiante en el transcurso de la vida.
La base de experiencia emocional de la identidad proviene de la capacidad del individuo de seguir sintiéndose él mismo a través de los cambios continuos.
La adolescencia es un buen ejemplo. Los cambios que se producen en esta etapa son tan fuertes y notorios que todos los seres humanos tienen dificultades para pasar este escollo.
La construcción de la identidad no es un trabajo individual. Se modifica en el encuentro con el otro. La identidad se sitúa siempre en un juego de influencia con los otros: «Estoy influenciado por la identidad del otro y mi identidad influye en la suya». Los otros me definen y yo me defino.
Es importante definir el contexto en el cual se produce un encuentro: la interacción será diferente si se produce en la piscina, en la casa de sus padres, en la escuela, solo o en grupo.
La identidad es el centro de dos acciones indispensables. La primera es darse una imagen positiva de sí misma; la segunda, adaptarse al entorno.
La función de la valoración de sí mismo es la que guía al ser humano a tener una imagen positiva, a llegar a ser una persona de valor, a creerse capaz de actuar sobre las cosas.
La función de adaptarse se trata de la capacidad de los seres humanos de gestionar su identidad y de manipularla, de su capacidad de cambiar sin perder la sensación de seguir siendo ellos mismos.
En algunas circunstancias, el medio donde vive da una imagen positiva de sí mismo; se siente bien allí y se conocen los códigos que allí funcionan.
Para el inmigrante la cosa es diferente, ya que no conoce todos los códigos de adaptación y, a pesar de ello, tiene la necesidad de ser reconocido en su cultura, en su propia manera, desconocida para los demás. Está negociando constantemente su identidad.
Los individuos que crecen y se desarrollan entre sistemas culturales diferentes deben conseguir evolucionar entre ambos. Para hacerlo, elaboran «estrategias identificativas», lo que les permite superar la angustia creada por los códigos culturales diferentes. Buscan encontrar su lugar en la sociedad.
Estas estrategias han sido analizadas por una empresa francesa de producción petrolera. Allí se encuentran individuos en lucha contra diferentes modos de vida. Para estos hombres se trata de mantenerse fieles a sus comunidades de origen. Deben maniobrar entre dos sistemas culturales, elaborando «estrategias identificativas». Este es el caso de los inmigrantes.
La estrategia de coherencia simple privilegia la lógica. De este modo, para intentar resolver las tensiones que provoca la contradicción entre dos culturas, se puede decidir desdeñar una de las dos culturas y adoptar valores de la otra.
La estrategia de coherencia compleja, a diferencia de la simple, permite al individuo combinar ambas culturas, adoptando compromisos racionales o irracionales.
Son irracionales cuando un individuo conserva los rasgos que considera ventajosos de la cultura de origen, buscando «maximizar las ventajas».
Son racionales cuando los individuos son capaces de integrar un cambio y adaptarse a una lógica de continuidad con los valores de la cultura de origen.
No es raro que de una situación de biculturalidad se forje una identidad negativa.
La identidad personal, entendida como individualidad, supone un proceso dinámico, ya que puede ir modificándose a lo largo de la vida.
Cada persona va construyendo de forma paulatina su identidad mediante interacciones con sus semejantes. En la modernidad, poseer una identidad personal supone tener la capacidad de decidir, de elegir, gracias a una voluntad libre.
El fracaso de la modernidad ha llevado a que se considere el proceso de construcción de la identidad personal no tanto como una esencia individual, sino como un diálogo entre el individuo y el resto de la sociedad. El proceso de socialización ha adquirido mayor importancia, de modo en el que el sujeto se ve a sí mismo y se entiende.
Cada persona es solo relativamente autónoma, ya que depende de su entorno social y cultural.
Según Herbert Read, el progreso se valora por el grado de articulación y diferenciación entre los individuos de una sociedad, lo que permite a la persona desarrollar una comprensión más amplia y profunda de la existencia humana y pasar a ser un miembro activo en el proceso.
El estatismo político y social tiene su analogía en las normas y códigos que podemos construir a nivel personal y que nos llevan a dificultades y dogmatismos. Algunos expertos han insistido en que las ideas nunca deben ser institucionalizadas. Es una construcción anarquista, es decir, cambiante y dinámica.
El principio fundamental de una identidad personal emancipadora es permanecer siempre fresco y abierto.
Los patrones de moralidad se entenderían como construcciones que los individuos realizan para poder ordenar sus interacciones.
En el proceso de construcción de la identidad personal se busca la autonomía moral y la maximización de las oportunidades de emancipación del sujeto. El objetivo es no solo el desarrollo de habilidades, también la capacidad de comprender las situaciones problemáticas que el sujeto va a encontrar. Desarrollar el sentido crítico y la autonomía es dejar a un lado todas las presiones ambientales de la naturaleza sociocultural.
Una comprensión crítica de la realidad requiere tanto de un desarrollo de habilidades morales como de una capacidad de modificarlas sobre la base de la argumentación.
No existe propiamente sujeto o identidad personal sin los otros, los cuales contribuyen de manera decisiva a su propia configuración. De sus relaciones con la comunidad, la persona toma modos de ser y estilos de hacer que, en suma, forman parte de su identidad. Somos animales simbólicos, seres capaces de innovar y de crear.