Portada » Historia » La Gesta de Independencia de México: Protagonistas y Momentos Clave (1808-1817)
Los acontecimientos políticos ocurridos en España en 1808, tras la invasión de las tropas napoleónicas, indujeron al Ayuntamiento de la Ciudad de México a examinar la situación de la metrópoli y de la colonia. El síndico Francisco Primo de Verdad y el regidor Juan Francisco Azcárate acordaron dirigirse al virrey José de Iturrigaray, proponiéndole que, mientras los reyes y la nación no fuesen enteramente libres, la máxima autoridad de la colonia siguiese gobernando de manera provisional a nombre de Fernando VII.
Como el virrey Iturrigaray se mostró partidario de esta propuesta, un grupo de españoles, incitados por el acaudalado hacendado Gabriel de Yermo, apoyó a la Real Audiencia, que había rechazado lo propuesto por el Cabildo, destituyendo al virrey y mandando encarcelar a los miembros del Ayuntamiento.
En septiembre de 1809, surgió una nueva conspiración con ideas políticas similares a las que había propuesto el Ayuntamiento de México. En Valladolid (hoy Morelia), militares, eclesiásticos y abogados, entre los que figuraban José María García Obeso, Fray Vicente de Santa María y el cura Manuel Ruiz de Chávez (entre los religiosos), así como los letrados José María Michelena (hermano del militar del mismo nombre, también comprometido) y Mariano Soto Saldaña, se mostraron a favor de que la colonia debía resistir a los franceses y conservarse en favor de Fernando VII. Sin embargo, si España sucumbía, el proyecto tendía a la independencia. Al ser descubierta en diciembre, la conspiración fue disuelta y sus miembros nuevamente encarcelados.[2]
Mientras esto ocurría en Valladolid, en la ciudad de Querétaro se gestó otra junta conspiradora. Al ser descubierta y alertarse a los implicados, uno de ellos, el cura de la parroquia de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, inició el movimiento armado la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
En el estudio político del lenguaje usado por Hidalgo durante el tiempo que estuvo en acción, no se aclara con exactitud quién sería el titular de la autoridad ejecutiva, ni el carácter monárquico o republicano del nuevo Estado. Fernando VII continuaría públicamente reconocido por los insurgentes como rey, pero quizá en la conciencia de los directores la obediencia sería fingida. Ya en agosto de 1810, escribía Ignacio Allende a Hidalgo: «El alférez real D. Pedro Septién robusteció sus opiniones diciendo que si se hacía inevitable la revolución, como los indígenas eran indiferentes al verbo libertad, era necesario hacerles creer que el levantamiento se lleva a cabo únicamente para favorecer al rey Fernando».[3]
Además de esta postura, las acciones y el discurso de Miguel Hidalgo evidenciaron ciertos indicios de un nacionalismo excluyente, cuando al referirse a los españoles opinaba: «Ellos no han venido sino a despojarnos de nuestros bienes, a quitarnos nuestras tierras, a tenernos siempre avasallados bajo sus pies».[4]
Capturado y ejecutado Hidalgo, Ignacio López Rayón quedó como jefe de los insurgentes. Al reconocer que el movimiento carecía de cohesión, convocó a una Junta Suprema Nacional Americana en Zitácuaro el 19 de agosto de 1811. Sin embargo, la junta no logró la unificación política ni militar de los grupos insurgentes; cada caudillo encaminó sus esfuerzos por donde creyó conveniente. A pesar de esto, la Junta fue un antecedente del Congreso de Apatzingán, donde nuevamente se buscó, mediante la instalación de un congreso, el establecimiento de una base legal e ideológica que diera sustento al movimiento.
En estos momentos, se consolidó la figura de José María Morelos y Pavón, artífice del sustento político de la independencia. Se emancipó de la ficción fernandina en el Manifiesto a los habitantes de Oaxaca, del 23 de diciembre de 1812, el cual explicaba: «Ya no hay España, porque el francés está apoderado de ella. Ya no hay Fernando VII, porque él quiso ir a su casa de Borbón a Francia y entonces no estamos obligados a reconocerlo, o lo llevaron a la fuerza y entonces ya no existe; y aunque estuviera, a un reino conquistado antaño por Cortés le es lícito reconquistarse y a un reino obediente le es lícito no obedecer a un rey cuando es gravoso con sus leyes».[5]
Con la publicación de sus Sentimientos de la Nación (1813), Morelos definió de manera clara, a diferencia de Hidalgo, el concepto de una patria mexicana, cuya homogeneización le permitiría quedar libre de la influencia extranjera.
Morelos, convencido de que el movimiento corría peligro, procuró darle unidad. Para tal fin, convocó a un Congreso Nacional en Chilpancingo, buscando darle una personalidad legal al proyecto de nación. Sin embargo, las disputas internas entre los mismos congresistas constituyentes debilitaron su unidad, a tal grado que Félix María Calleja manifestó ante esta situación que la «anarquía insurgente» era la mejor muestra de que era un movimiento sin dirección.
A pesar de los desacuerdos internos, el Congreso hizo la declaración de independencia respecto de España. Elaboró un documento conocido como el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana (también conocido como la Constitución de Apatzingán), en donde se sintetizaron los postulados más importantes del liberalismo y las revoluciones extranjeras, sobre todo la francesa y la norteamericana, así como los que había plasmado Morelos en los Sentimientos de la Nación.
En cuanto a la organización política, se señaló como única forma de gobierno la República Central, depositando el poder en un Supremo Congreso, instituyéndose además los poderes Ejecutivo, Judicial y el Supremo Tribunal de Justicia.
Con estas medidas, el Congreso debilitó el campo de acción de Morelos, pues quedó sujeto a sus disposiciones. Así, mientras que los demás preceptos de la Constitución de Apatzingán no llegaron a aplicarse, pues la situación de guerra en la colonia no lo permitía, se debilitó la presencia en el sur del Siervo de la Nación.
En los momentos en que la desorganización de los insurgentes parecía ser superada, ocurrió la elevación de Calleja a virrey, lo que fue contraproducente para los insurgentes. Preparando y actualizando a las tropas realistas, logró derrotar a Morelos, quien cayó prisionero y fue pasado por las armas en diciembre de 1815.
A partir de este momento, el movimiento decayó de forma evidente, y solo se mantuvieron en pie de lucha grupos aislados en el centro y sur. Implementando la guerra de guerrillas, sostuvieron la lucha Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y Pedro Moreno, entre otros, aunque la idea de independencia se diluía poco a poco.
Los acontecimientos operaron de esta manera durante los años de 1815 a 1817, cuando algo inesperado ocurrió en el ambiente político de la Nueva España: el virrey Calleja, que había logrado acabar prácticamente con la revolución, fue llamado intempestivamente a España. Se alude que fueron intereses personales y de clase los que influyeron en su alejamiento. Aprovechando esta situación, los grupos insurgentes retomaron cierta vitalidad que se incrementó con la llegada del español Francisco Javier Mina, quien venía a luchar contra el despotismo declarado de Fernando VII. Este, al regresar al trono de España en 1814, había derogado la Constitución Liberal de Cádiz (promulgada en 1812), alegando que la pretendida Constitución Política de la Monarquía promulgada en Cádiz por las llamadas Cortes Generales y Extraordinarias en marzo, había sido obra de personas que de ninguna provincia de la monarquía tenían poderes para hacerla.[6] Sin embargo, la participación del liberal español en suelo novohispano no duró mucho; fue tomado prisionero junto con el insurgente Pedro Moreno y fusilado en 1817. El movimiento había tocado fondo y era solo cuestión de tiempo para que se extinguiera totalmente.