Portada » Lengua y literatura » La Casa de Bernarda Alba: Temas Centrales, Personajes y Simbolismo
A pesar de que en la obra todos los personajes son mujeres, de ahí el subtítulo «Drama de mujeres en los pueblos de España», Bernarda adoptará el rol masculino de la familia y como tal se comportará. El propio nombre de Bernarda significa «con la fuerza de un oso», característica más propia de un hombre. No solo el nombre alude a cualidades masculinas, sino también su forma violenta de actuar, su lenguaje agresivo y el bastón con el que acostumbra a golpear el suelo para reforzar sus palabras, que le confieren ese carácter de masculinidad al personaje. Por si hubiera alguna duda, ella misma lo corrobora con sus palabras: «A partir de ahora yo seré el hombre en esta casa».
En esta obra queda clara la actitud del hombre y su rol tanto en la familia como en la sociedad, ya que, como dice Poncia, los maridos, una vez casados, se despreocupan de la familia y lo dejan todo en manos de la mujer mientras ellos se divierten. Socialmente, el hombre tiene todos los derechos y goza de total libertad; incluso cuando tiene relaciones con otras mujeres, su comportamiento no se condena. Por el contrario, la mujer siempre depende de un hombre (padre, marido…) y si tiene alguna relación fuera del matrimonio, es condenada por la sociedad e incluso puede ser linchada, como la hija de la Librada. En esta obra de mujeres, una de ellas, como hemos visto, asume el papel masculino y se comporta como tal.
El drama de estas mujeres encerradas se concreta en la ausencia de amor en sus vidas y en el temor a permanecer solteras. El dominio de Bernarda, que ha impuesto el luto, impide cualquier posibilidad de que entablen una relación amorosa. En consecuencia, las hijas han perdido toda esperanza de encontrar marido: «Sé que ya no me voy a casar» (Magdalena, Acto I). La irrupción de Pepe el Romano desencadenará las pasiones de estas mujeres que desean casarse para liberarse de la tiranía de Bernarda y vivir alegres y felices.
La búsqueda y el deseo de varón, así como la pasión amorosa, se concretan en la obra de dos formas diferentes: por medio de referencias y alusiones a historias amorosas acaecidas fuera de la escena (Paca la Roseta, la hija de la Librada, la declaración amorosa del marido de Poncia, la llegada de los segadores…) y por medio de las vivencias auténticas de los personajes (la actitud de Angustias en el funeral, la pasión de Adela, el enamoramiento de Martirio…).
La preocupación por la opinión ajena, el temor a la murmuración y el deseo de aparentar lo que no se es, en definitiva, la hipocresía que oculta la realidad, son temas centrales en la obra. Esta preocupación por las apariencias se refleja en la obsesión por la limpieza que caracteriza a Bernarda (Acto I), quien, por miedo a los comentarios de las vecinas, oculta a su madre, pues se avergüenza de ella. El «qué dirán» marca la conducta de todos: «Nos pudrimos por el qué dirán», «De todo esto tiene la culpa esta crítica que no nos deja vivir», en especial la de Bernarda, que tras el suicidio de Adela quiere ocultar la realidad y aparentar que nada extraño ha sucedido.
Unido a este tema, se desarrolla el de la honra. Bernarda se mueve por unos principios convencionales y rígidos, apoyados en la tradición, que exigen un comportamiento público inmaculado, es decir, una imagen social limpia e intachable.
Las relaciones sociales están jerarquizadas (Bernarda, Poncia, Criada, Mendiga) y dominadas por la crueldad y la mezquindad de quien se encuentra en el escalafón superior, y la sumisión de quienes están en una posición inferior. El contraste entre riqueza y miseria, que determina esta jerarquía, se plantea desde la primera escena y afecta incluso a las hijas de Bernarda (Pepe elige a Angustias por su fortuna).
Lorca denuncia también la marginación de la mujer en la sociedad de su época. Para ello, enfrenta dos modelos de comportamiento femenino: el basado en una moral relajada (Paca la Roseta, la prostituta contratada por los segadores, la hija de la Librada) y el basado en la decencia, que Bernarda impone a sus hijas. Este último implica la sumisión a las normas sociales y convencionales, que discriminan a la mujer a favor del hombre.
Se distingue el trabajo de hombres y mujeres: «Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón», y se pone de relieve el sometimiento familiar de la mujer al varón: «A los hombres solo les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer». Se alude también a la desigualdad de unos y otras ante la ley: «Porque los hombres se tapan unos a otros las cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar», y frente a la prohibición a las mujeres de cualquier impulso amoroso, a los hombres se les permiten las relaciones extramatrimoniales, se les consiente todo.
Bernarda (Su nombre significa «con fuerza de oso») es la encarnación de las fuerzas represivas. Ante todo, representa las convenciones morales y sociales más antiguas, habiendo interiorizado plenamente la mentalidad tradicional vigente.
Reconoce la importancia de las críticas, del «qué dirán», y por ello vive obsesionada por las apariencias, aun cuando —como sucede al final— no se correspondan con la realidad. En el centro de esta mentalidad reside lo relativo a lo sexual: a los impulsos eróticos opone la decencia, la honra y la obsesión por la virginidad.
Bernarda representa la autoridad, el poder. Así lo indica el bastón, que siempre lleva en escena, y el lenguaje prescriptivo en sus labios. Se la llama «tirana, mandona, dominante» y es comparada con un varón: «siempre bregando como un hombre». Podría decirse que encarna el tradicional principio de autoridad masculina que sujeta a la mujer. Su opresión, que se manifiesta en sus hijas de forma notoria, se hace particularmente vejatoria con las criadas, incluso con la Poncia: «Me sirves y te pago. Nada más».
Este poder que encarna Bernarda es un poder irracional: «No pienso (…) Yo ordeno», una especie de ceguera que le lleva a tomar sus deseos por realidades, a que las cosas sean como ella quiere, incluso en momentos críticos: «Aquí no pasa nada».
La sed que afirman tener Adela y Martirio hace referencia al deseo sexual; el río representa la vida que fluye; el agua del mar simboliza también la vida y la sexualidad plenamente desarrollada; y el agua estancada de los pozos es símbolo de muerte. En este sentido, es significativa la manera en la que Bernarda Alba se refiere en el Acto Primero al pueblo en el que viven: «Este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos».
El calor, al que se hace referencia en la obra en múltiples ocasiones, simboliza el deseo sexual reprimido o no desarrollado de manera plena.
El bastón que lleva Bernarda es símbolo del poder tiránico que ejerce sobre todos los que la rodean. Se sirve de él para imponer silencio y para golpear a sus hijas. Muy relevante en este sentido es el momento en el que Adela, ya en el Tercer Acto, le arrebata el bastón a su madre y lo parte en dos al grito de «¡Aquí se acabaron las voces del presidio!».
El contraste entre el blanco y el negro son los dos colores predominantes en La casa de Bernarda Alba. El blanco simboliza la vida, la alegría y la libertad (son blancas las enaguas, las estrellas, el caballo semental, la oveja que lleva María Josefa en brazos…), mientras que el negro representa la muerte, la tristeza y la represión (trajes negros del luto, abanico negro, noche oscura y negra…). Nótese, en este sentido, cómo el color blanco de las paredes va perdiendo su color original a medida que avanza la obra: en el Acto Primero se nos habla de una «habitación blanquísima»; en el segundo, de una «habitación blanca»; y en el Acto Tercero, de «cuatro paredes blancas ligeramente azuladas».
El color verde adquiere connotaciones de rebeldía y muerte. Así, el abanico de Adela tiene flores rojas y verdes; y verde es también el vestido con el que Adela rompe el luto en el Acto Primero.
El caballo garañón (semental) es símbolo de la virilidad.
Las flores poseen un valor erótico y sensual. Así, Adela lleva en el Acto Primero un abanico con flores rojas y verdes; María Josefa aparece en escena en el Acto Primero con flores en la cabeza; y Paca la Roseta, después de mantener relaciones sexuales en el olivar (lugar de los encuentros eróticos), regresa al pueblo con «el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza».
El mar y el campo son símbolos de libertad.
La oveja que María Josefa lleva en sus brazos en el Tercer Acto admite muchas interpretaciones: podría tratarse únicamente de una muestra de su locura o podría interpretarse como símbolo del instinto maternal frustrado de las mujeres de la casa, a quienes se les prohíbe todo contacto con hombres.
Por último, también los nombres de los personajes poseen una carga simbólica. Así, por ejemplo:
También parecen encerrar un significado simbólico los nombres de otros personajes de la obra, como: