Portada » Filosofía » La Acción Humana y sus Fases: Un Enfoque Ético de la Conducta Moral
La ética se ocupa de la corrección de las acciones humanas. Pero, ¿qué se entiende por corrección en ética y qué tipo de conducta humana puede considerarse correcta?
Las acciones humanas se definen como aquellas que involucran el ejercicio de la libertad y el discernimiento racional del ser humano. En principio, no se puede considerar que algo sea correcto fuera del campo de la acción humana. Por ejemplo, los actos físicos realizados por animales no pueden ser evaluados como correctos o incorrectos, ya que ellos siguen pautas inmutables y carecen de libertad. Si existiera alguna incorrección en su comportamiento, esta podría ser atribuida a un deficiente amaestramiento del animal.
La palabra «correcto» proviene del latín correctus, que significa «enderezado completamente» o «que no contiene errores». Es importante recordar la distinción fundamental entre los actos del hombre (que no son libres, como por ejemplo, respirar) y los actos humanos (que son libres y resultan de un discernimiento racional).
Las omisiones también pueden ser valoradas de igual manera que las acciones. Un ejemplo claro de esto es el deber de socorro, donde se espera una acción y la omisión de esta puede ser considerada incorrecta desde el punto de vista ético.
Las fases de la acción humana, desde una perspectiva ética, incluyen:
La deliberación es el momento crucial en el que el agente moral reflexiona antes de realizar una acción. Esta reflexión implica una valoración de los fines que se pretenden alcanzar y la identificación de los medios disponibles para lograr esos fines. Si no se lleva a cabo una deliberación, el acto no se consideraría un acto humano, sino un mero acto del hombre.
Cuando se pondera la idoneidad de los medios para alcanzar un fin, se pueden visualizar dos aspectos fundamentales:
No basta con querer algo para conseguirlo; es necesario contar con los medios adecuados para obtener el resultado deseado. En la deliberación, primero se analiza el fin y luego se buscan los medios para alcanzarlo. La máxima clásica lo resume: “Primero en intención, último en ejecución”. No todos los medios son suficientes por sí mismos; por ello, es crucial deliberar sobre aquellos que, aunque necesarios, puedan no ser suficientes por sí solos.
Este aspecto significa que el fin, que aparece en la reflexión propia de la deliberación, se presenta al agente como algo que tiene valor en sí mismo. Si el fin posee un valor intrínseco, la acción para alcanzarlo puede considerarse correcta, salvo que exista un doble efecto. En los actos humanos concurren la libertad y la racionalidad. La deliberación es una parte esencial de la acción, ya que asegura que las decisiones sean lúcidas y no impulsivas. Con la deliberación, se posibilita la imputación y la responsabilidad moral.
Cuando un acto humano tiene más de un efecto éticamente evaluable, pueden surgir problemas éticos. Por ejemplo, si el fin pretendido no es intrínsecamente correcto, o si los medios utilizados son reprochables desde el punto de vista ético. El impacto causal de los actos humanos es importante, ya que todas nuestras acciones modifican cursos causales.
Si se adoptan medios no éticos, el agente es responsable, incluso si el resultado negativo no fue su intención principal. También es responsable de los efectos secundarios de la acción si estos son previsibles. Este principio ético permite evaluar decisiones complejas que implican daños para proteger un bien mayor.
La volición es el acto de querer, es decir, aplicar la voluntad a aquello que la razón práctica presenta como opción para actuar. La volición es una operación transitiva, ya que se dirige a un fin más general que el que directamente preside la realización de cada acción. Supone un acto de autodeterminación del agente (excepto en actos de pura percepción, como la de ver o escuchar).
El polo intencional de la volición es el fin, algo que el agente representa como posible y dependiente de su actuar, situado en el futuro.
Los impulsos volitivos son nuevas voliciones dirigidas a los órganos del cuerpo que se emplearán para ejecutar la acción. Son una prolongación de la volición del fin para materializarlo. En muchas ocasiones, la volición del fin y los impulsos volitivos se suceden tan rápidamente que no percibimos la diferencia entre ambos momentos.
Sin embargo, en otros casos, hay una gran diferencia, como cuando se toma una decisión que no se materializa de inmediato. En tales situaciones, los impulsos volitivos deben superar una resistencia para ejecutar la decisión, y la volición se experimenta como un esfuerzo. En caso de omisión, el esfuerzo volitivo brilla por su ausencia, ya que no se hace el intento de realizar la acción.
La realización es la ejecución consciente de los movimientos ordenados por los impulsos volitivos. La diferencia entre ejecución e impulsos volitivos puede percibirse cuando, por circunstancias ajenas al impulso volitivo, el agente no logra realizar lo que había pretendido. Por ejemplo, si alguien intenta matar a otra persona lanzándole una flecha, pero el arco se rompe al tensarlo.
Desde un punto de vista moral, el hecho de que la acción no se materialice no cambia su valoración, ya que la decisión fue tomada y ejecutada conscientemente en las fases previas.
Los resultados son los efectos de una acción ejecutada conscientemente. Desde el punto de vista del derecho penal, hay una gran diferencia entre alcanzar la fase de ejecución consciente y obtener los resultados deseados.
Desde una perspectiva moral, el acto adquiere su valor completo una vez alcanzada la fase de los impulsos volitivos. Desde el punto de vista ético, la valoración moral del acto se establece una vez alcanzada la fase de los impulsos volitivos, ya que el agente ha querido y ejecutado conscientemente su acción, independientemente de los resultados finales. La habilidad del agente en la ejecución no afecta su responsabilidad moral sobre el acto en sí mismo.