Portada » Lengua y literatura » Intrigas Electorales y Poder en Cebre: Un Capítulo de Los Pazos
Las visitas de Trampeta al gobernador eran cada vez más frecuentes. De ellas podía dar cuenta su mula, la cual, a fuerza de tanto viaje, cada vez estaba más flaca. En una de esas visitas, Trampeta pidió al gobernador fondos para comprar votos, ya que, en caso contrario, la posibilidad de obtener la victoria en las urnas se alejaba cada vez más de ellos.
El gobernador le reprochaba que él, en su día, dijo que sus contrincantes no tenían dinero para invertir en esas elecciones y que el marqués de Ulloa, a pesar de sus rentas, siempre andaba a la quinta pregunta. Este le dijo que así era, en efecto, y que aunque había pedido dinero a su suegro, el de Santiago de Compostela, padre de su esposa, este no se lo había podido dar al no tenerlo. Trampeta le dijo al gobernador que era el segundo suegro quien le prestaba miles de duros. En un principio, el gobernador quedó perplejo, pero, luego, el cacique le recordó que se refería a Primitivo.
El gobernador, recordando ya los chismes que tiempo atrás Trampeta le había contado, sabía que el montero mayor de los Pazos de Ulloa era padre de Sabel, la mujer que estaba enredada con el marqués y con quien tenía un hijo. No obstante, preguntó al cacique de dónde sacaba este criado el dinero. Trampeta le contestó que quitándoselo al señor y engañándole en la administración de los Pazos, las cosechas, etc. Ante la pregunta de por qué quería prestárselo, Trampeta le dijo que así se aseguraba capital y un amo. El gobernador creyó entender y dijo que así, si el marqués resultaba elegido diputado, Primitivo tendría más influencia en el país y sería más poderoso.
Trampeta miró asombrado al gobernador al escuchar tanta simpleza. Contestó diciendo que, en realidad, el marqués no serviría en nada a los de su partido y, por el contrario, el zorro de Primitivo siempre conseguiría lo que quisiese, tanto si estaba a su lado como al de Barbacana, sin necesidad de que don Pedro fuese diputado. Más aún, añadía, hasta poco antes era partidario suyo. El gobernador preguntó por qué se había cambiado de bando. Trampeta le contestó diciendo que, porque sabía que el clero y los señoríos (Los Limiosos, los Méndez, etc.) siempre permanecen. Finalmente, el cacique, apretando los puños, exclamó que mientras no acabasen con Barbacana nada se podría hacer en Cebre y, por supuesto, diciendo siempre la consabida coletilla de “como usted me enseña”, refiriéndose al gobernador.
El gobernador lo que realmente quería saber era si sufrirían una deshonrosa derrota. Trampeta le contestó que, llegado el momento, alguna treta se le ocurriría, puesto que ni el diablo discurría tanto como él, y que en su cabeza algo daba vueltas, pero que hasta que no llegase el momento oportuno, la idea no saldría.
Mientras, en Cebre, el Arcipreste y Barbacana se reunían en el despacho del abogado. El Arcipreste tenía gran afición por las contiendas electorales, aunque él ya, por su edad, no formase parte activa en ellas.
En Cebre se hablaba de política hasta por los codos, estando al tanto de todo lo que ocurría en Madrid y, de paso, enmendando la plana a los gobernantes y estadistas, por lo que se podía oír de continuo, poniéndose en la piel de esos políticos, frases como:
Al salir de casa de Barbacana, el Arcipreste se encontró con don Eugenio, el abad de Naya, marchando juntos a los Pazos. En el camino, el Arcipreste hablaba de lo convencido que estaba de que ganarían las elecciones; por su parte, el abad de Naya no lo tenía tan claro, pues el gobierno, según decía, tenía mucho poder, pudiendo coaccionar a los votantes por medio de la Guardia Civil. Además, don Eugenio decía que en la villa de Cebre, dominada por Trampeta, estaban indignados con don Pedro Moscoso a causa del concubinato que este mantenía con Sabel y de la bastardía de su hijo. Esa conducta amoral no era la que ellos querían que su representante político mantuviese. Por su parte, el Arcipreste lanzaba gritos llamándoles fariseos e hipócritas, lo cual provocaba la risa del abad de Naya. El Arcipreste decía que eso ocurría desde hacía siete años y nunca hasta ahora había importado.
Aún contó más don Eugenio al Arcipreste, provocando la sorpresa y el enfado de este al escuchar semejantes calumnias. Al parecer, alguien de los Pazos había dicho que la señorita Nucha y el capellán mantenían relaciones ilícitas. Y aún más, el abad de Naya añadía que el mismísimo Barbacana había dicho que Primitivo le haría una perrería gorda en la elección. El Arcipreste exclamaba que eso pasaba ya de la raya y que no quería oír nada más.