Portada » Historia » Imperialismo y Taylorismo: Claves Históricas de la Expansión Colonial y la Producción Industrial
El taylorismo, llamado así por Frederick W. Taylor, es un método de organización industrial cuyo fin es aumentar la productividad mediante la eliminación de movimientos superfluos del obrero y la optimización del tiempo empleado, para así reducir costos.
Henry Ford llevó a cabo la aplicación más innovadora del taylorismo en su fábrica de Detroit, adaptando la cadena de montaje a la producción de automóviles, buscando fabricar en gran número a bajo costo.
En el último cuarto del siglo XIX se inició un proceso de dominio político, militar y económico de grandes territorios de Asia y África por parte de países industrializados de Europa, EE. UU. y Japón. Este fenómeno se conoce como imperialismo y desde 1880 las cuestiones coloniales se situaron de nuevo en primer plano y las potencias industriales emprendieron una carrera de ocupaciones territoriales. Este proceso culminó, a inicios del siglo XX, con la colonización del continente africano y de una parte del asiático. A lo largo de ese proceso hubo momentos de fuerte tensión entre las potencias colonialistas, lo que constituyó una de las causas del estallido de la Primera Guerra Mundial.
Una de las más importantes causas del imperialismo fue el desarrollo de la industria europea y su necesidad de hallar nuevos mercados y materias primas. El desarrollo de la Segunda Revolución Industrial impulsó a los países más industrializados a buscar nuevos mercados donde exportar su cada vez mayor producción, también lugares donde obtener materias primas (algodón, caucho, etc.) abundantes y baratas, y una mano de obra a bajo costo y con escasa actividad reivindicativa.
A su vez, las colonias eran un lugar donde se podían invertir los capitales excedentes de la producción industrial en cómodos regímenes de monopolios y de construir infraestructuras de transporte en localizaciones clave para el comercio mundial.
El imperialismo no benefició económicamente a toda la población de las metrópolis (los países conquistadores); los grandes réditos fueron a parar a las manos de las grandes empresas coloniales, pero los costos de su mantenimiento y defensa (económicos y humanos) se repartieron entre todos los habitantes, especialmente las clases medias, a través de impuestos y reclutamiento.
La superioridad militar de los europeos les facilitó una rápida ocupación territorial. La exaltación del nacionalismo, el “orgullo nacional”, obligaba a contar con colonias, donde los militares hacían méritos y conseguían ascensos y medallas. El imperialismo, por tanto, se consideraba como un signo de prestigio y poder de los Estados.
Por otra parte, existían motivos estratégicos que hacían que una potencia se apoderara de un territorio clave para el control de las rutas comerciales marítimas y terrestres o para impedir el acceso a una zona por parte de otro Estado, alcanzando así una mayor influencia en el ámbito de la diplomacia internacional en busca de la hegemonía colonial.
El vertiginoso crecimiento de la población europea (aumenta en unos 150 millones de personas entre 1870 y 1914) animó a la búsqueda de mejores posibilidades de vida en las colonias, o bien, hacia otros países, como ocurrió con la enorme emigración europea hacia EE. UU. o la de españoles, italianos y portugueses hacia Argentina y Brasil; a este fenómeno se le llamó la explosión blanca.
El poblar nuevos territorios se convirtió también en una válvula de escape para aliviar la superpoblación del Viejo Continente, favorecido por las políticas de los gobiernos, que creaban nuevos asentamientos, y por la opinión pública que manifestaba frecuentemente su apoyo.
El interés científico, es decir, el deseo de conocer y cartografiar otros lugares todavía desconocidos, fue una motivación importante, especialmente al inicio del proceso. Muchos europeos se sentían atraídos por esos territorios y se lanzaban a la exploración de ríos y áreas desconocidos; las manchas blancas en los mapas iban borrándose poco a poco.
Destacó el papel de las sociedades científicas que se constituyeron en muchos países europeos con la misión de estudiar África y financiar expediciones de exploración (como las de Livingstone y Stanley) al interior del continente que terminarían por favorecer la posterior ocupación.
La creencia en la superioridad de la raza blanca hizo que se considerara un “deber” transmitir los avances de la civilización y la cultura europeas (educación, sanidad, mejora de vida) a los pueblos colonizados. Por otro lado, las Iglesias cristianas (la católica y la protestante) se encontraron ante una nueva fase para evangelizar y extender su confesión religiosa por el mundo. La exaltación patriótica inglesa (jingoísmo) y francesa (chovinismo).
Las colonias son territorios ocupados y administrados por un gobierno ajeno a estos, mediante la conquista o asentamiento de sus súbditos, y en el que se impone una autoridad extranjera. Puede hablarse de colonialismo cuando un pueblo o gobierno extiende su soberanía y su control político sobre otro territorio o pueblo extranjero como fuente de riqueza y de poder, a menudo incluso con violencia.
Las colonias eran organizadas para ser controladas y administradas por la metrópolis, y podemos distinguir varios tipos de territorios coloniales según su organización administrativa:
La expansión europea contribuyó a la europeización del mundo. Las consecuencias de la ocupación de estos territorios son positivas o negativas, dependiendo de la perspectiva: la de los pueblos europeos o la de los pueblos sometidos.
En el ámbito económico, los indígenas pierden sus tierras para plantaciones que, junto con sus otros recursos económicos y naturales, pasan a ser explotados por los ocupantes sin beneficiarlos. Esto generó así una fuerte dependencia de las metrópolis que controlaban incluso la construcción de infraestructuras. También se consolidó el abuso de la mano de obra gratuita o a muy bajo precio de los colonizados.
Demográficamente aumentó la población en los países ocupados debido a la erradicación de epidemias y la consiguiente reducción de la mortalidad gracias a las medicinas (vacunas, antibióticos, etc.) introducidas por los europeos, a pesar de las muertes causadas por los trabajos forzados y el belicismo inherente al proceso colonial. Así se rompió el equilibrio entre población y recursos que se había mantenido hasta la llegada de la población europea y que, sumado a otros factores, provocó la aparición de la subalimentación en muchos de estos territorios.
Las consecuencias sociales las vemos en la destrucción de las estructuras sociales tradicionales y el establecimiento de fronteras totalmente arbitrarias por parte de los europeos, sin tener en cuenta a los pueblos indígenas. Así, se impuso la convivencia forzada entre grupos étnicos tradicionalmente enfrentados, mientras otros pueblos se vieron repentinamente divididos. En muchos casos habrá una fuerte segregación racial y falta de respeto por las realidades autóctonas, controlando a las élites locales mediante prebendas para imponer su dominio indirectamente.
Culturalmente los colonizadores provocaron, en muchos casos, la destrucción de la lengua y la cultura de los colonizados y de su sociedad tradicional, perdiendo su propia identidad ante la superposición de los modos culturales occidentales: cristianismo, lenguas, costumbres, etc. Esto fue especialmente grave en el caso de la mayor parte de África.