Portada » Español » Historia y Formación del Idioma Español: Influencias Prerromanas, Árabes y Orígenes Poéticos
Decimos del español que es una lengua románica o romance porque deriva directamente del latín, al igual que el portugués, el gallego o el catalán, en la Península Ibérica, y como el francés y el italiano, en la Europa ultrapirenaica.
Los estudiosos han percibido en el español, particularmente en muchos de sus topónimos (nombres de lugares), diferentes sustratos que obligan a remontarse hasta las lenguas prerromanas, esto es, las lenguas habladas por los primitivos pobladores de la Península.
La lengua española, en su evolución, revela otros influjos lingüísticos, entre los que destaca el del árabe, que se justifica por los casi ocho siglos de permanencia de los moros en el territorio peninsular.
Al respecto, no puede ser más categórico y revelador el dato aportado por Rafael Lapesa:
«El elemento árabe es, después del latín, el más importante del vocabulario español, que le debe (incluyendo formaciones derivadas) más de cuatro mil palabras».
(Historia de la lengua española [Madrid: Gredos, 1980 (8.ª ed.)], p. 135).
Con la etiqueta «castellano medieval» o «español medieval», nos referimos a la lengua romance hablada en la zona central de la Península, con sus varios dialectos y sus diversas formulaciones escritas (y, por ende, cabe suponer que habladas), de orden regional y social, a lo largo de toda la Baja Edad Media, particularmente en los siglos más tempranos.
Tradicionalmente, los historiadores de la lengua han coincidido en que la estandarización inicial del español escrito solo se alcanzó durante el reinado de Alfonso X el Sabio, gracias a la inmensa labor desarrollada por su real escritorio; no obstante, los rastreos más recientes de una relativa (y solo eso) estabilidad ortográfica apuntan a los años de su padre, Fernando III el Santo.
Los límites del español medieval van, por una parte, desde el Cantábrico central hasta la frontera meridional con la España musulmana, dondequiera que esta se sitúe en cada momento, aunque dicha frontera fue siempre permeable al romance; por otra, el español aparece enmarcado, como hoy mismo, por el catalán por el Este y el gallego-portugués (más tarde, el gallego y el portugués) por el Oeste.
Difícil resulta establecer la frontera entre las lenguas protorrománicas y el latín vulgar; con todo, los primeros testimonios escritos de voces en romance nos remiten a los inicios del siglo IX en el conjunto de Europa.
Por esa época, más concretamente en 813, el concilio de Tours ordenaba que los clérigos predicasen en una rustica romana lingua correspondiente a las diversas maneras de romance en que había dado el latín vulgar en su evolución.
Cuando lo que interesa no es la palabra suelta sino el texto redactado en vernáculo, la cronología es otra; de hecho, fuera de algunos testimonios especialmente madrugadores de la literatura francesa (como los Serments de Strasbourg de 842 o la Séquence de Sainte Eulalie de hacia 880), el terminus a quo hay que situarlo en el siglo XI, en que, entre otras obras, vio la luz la Chanson de Roland.
Esta es, concretamente, la data segura de algunas de las jarchas que han llegado hasta nosotros; no obstante, por su carácter tradicional y por su preexistencia respecto de las moaxajas que las acogen, debe de haberlas incluso anteriores a esa centuria.
En el mismo año de 1949 en que salió a la luz el librito de Frings, Minnesinger und Troubadours, que volvía por los fueros de los «orígenes populares», un ensayo de Dámaso Alonso revelaba a los romanistas el sensacional hallazgo de Samuel Miklos Stern: veinte textos poéticos románicos, anteriores algunos de ellos a la obra de Guillermo IX. Y no solo eso: eran Frauenstrophen, breves monólogos de muchacha enamorada.
Las estrofitas se habían encontrado, escritas en caracteres hebreos, al final de muwashahas de poetas judíos españoles, casi todos de los siglos XI y XII.
La muwashaha, inventada hacia el año 900, fue cultivada durante varios siglos por los poetas hispanoárabes y, a imitación de ellos, por los hebreos. Se compone de estrofas (en general, cinco) que se dividen cada una en dos partes:
La composición suele ir precedida por un preludio (mafia’, gu.~n), que coincide en número de versos y rimas con los qujls. … El último qujl o simt de la muwashaha se llama jarcha (o markaz) y es fundamental: él daba la pauta rítmica y rímica a todo el poema.
La jarcha tenía además una peculiaridad notable: no estaba escrita en árabe vulgar o en romance, un romance mezclado las más veces con palabras y frases en árabe vulgar.
