Portada » Historia » Historia del Conflicto Israel-Palestina: Orígenes, Evolución y Perspectivas
El conflicto Israel-Palestina tiene sus raíces en el surgimiento del sionismo a finales del siglo XIX, un movimiento nacionalista judío que proponía la creación de un Estado judío en Palestina como solución al antisemitismo que sufrían los judíos en Europa. A partir de la década de 1880, comenzaron las primeras oleadas de migración judía hacia la región (conocidas como aliyás), que entonces formaba parte del Imperio Otomano. Mientras tanto, la población árabe local empezó a desarrollar una identidad nacional palestina, ligada al panarabismo y al rechazo al colonialismo. Inicialmente, los palestinos no tenían una identidad nacional separada, sino que se consideraban parte del mundo árabe en general, pero la inmigración judía y la compra de tierras por parte de colonos sionistas (muchas veces a grandes terratenientes ausentes) generaron tensiones y provocaron el desplazamiento de campesinos árabes, alimentando un incipiente nacionalismo palestino.
Tras la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano fue derrotado y Palestina quedó bajo control británico por mandato de la Sociedad de Naciones (Mandato Británico de Palestina, 1920-1948). En 1917, el gobierno británico había emitido la Declaración Balfour, donde expresaba su apoyo a la creación de un «hogar nacional judío» en Palestina, aunque sin perjudicar los derechos de las comunidades no judías. Esta declaración fue bien recibida por los sionistas, pero causó alarma entre los árabes palestinos, que temían perder el control de su tierra. Durante el mandato británico, la inmigración judía se intensificó, alterando el equilibrio demográfico y económico. Esto provocó enfrentamientos como los disturbios en Jerusalén (1920), Jaffa (1921) y Hebrón (1929), en los que hubo muertos en ambos bandos. Ante la creciente violencia, los judíos organizaron su propia fuerza de defensa, la Haganá, mientras los británicos emitían medidas conciliatorias como el Libro Blanco de 1922, que intentaba limitar las expectativas judías sin detener la inmigración.
En los años treinta, la tensión aumentó aún más. En 1936 estalló la Gran Revuelta Árabe en Palestina, liderada por sectores armados como el grupo de al-Qassam. Comenzó como una huelga general árabe, seguida de ataques contra fuerzas británicas y colonos judíos. El levantamiento reflejaba el profundo descontento palestino ante la inmigración judía y la falta de opciones políticas. La represión británica fue brutal: desplegaron tropas, causaron miles de muertos, heridos, detenidos y la destrucción de hogares palestinos. Como consecuencia, la élite política palestina fue eliminada o exiliada, debilitando el movimiento nacional palestino para los años siguientes.
En 1937, el Reino Unido envió la Comisión Peel, que reconoció que coexistían dos nacionalismos incompatibles en Palestina y propuso dividir el territorio en dos Estados. El plan asignaba al Estado judío las tierras más fértiles y al árabe zonas más áridas, e implicaba una transferencia de población forzosa, algo muy polémico. Los líderes sionistas aceptaron el plan como un paso hacia su objetivo mayor, mientras que los líderes palestinos lo rechazaron por considerarlo injusto, ya que la población árabe era mayoritaria, pero se le ofrecía menos territorio. La revuelta continuó y, en 1939, ante la violencia, el Reino Unido dio marcha atrás: emitió un nuevo Libro Blanco, limitando la inmigración judía y prometiendo la independencia de Palestina en 10 años bajo un gobierno conjunto árabe-judío. Esta nueva postura británica provocó el rechazo del movimiento sionista, y algunas milicias judías (como Irgún y Lehi) comenzaron a ver a los británicos también como enemigos, aunque pausaron sus acciones durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el impacto del Holocausto generó un fuerte apoyo internacional al sionismo. Gran Bretaña, incapaz de controlar la creciente tensión en Palestina, llevó el asunto a la ONU, que en 1947 aprobó el Plan de Partición (Resolución 181), dividiendo el territorio en un Estado judío (55%) y otro árabe (45%), con Jerusalén bajo control internacional. Aunque los judíos aceptaron el plan como paso hacia su Estado, los árabes palestinos y los países vecinos lo rechazaron por considerar que ignoraba su mayoría demográfica y derecho a la autodeterminación. Estalló entonces una guerra civil entre comunidades: las milicias sionistas (Haganá, Irgún, Lehi) combatieron a grupos palestinos mal organizados. La violencia fue intensa, con masacres como la de Deir Yassin, y provocó el éxodo de más de 700.000 palestinos, fenómeno conocido como la Nakba, que significó la destrucción de su tejido social y la creación de una población refugiada en Gaza, Cisjordania y países vecinos.
El 14 de mayo de 1948, Ben-Gurión proclamó la independencia de Israel, y al día siguiente estalló la Primera Guerra Árabe-Israelí, cuando Egipto, Siria, Líbano, Irak y Transjordania intentaron impedir la formación del Estado judío. Sin embargo, Israel logró ampliar su territorio más allá del plan original de la ONU, controlando el 78% de la Palestina histórica tras los armisticios de 1949. Palestina como Estado no se creó: Egipto ocupó Gaza y Transjordania anexó Cisjordania y Jerusalén Este. A los refugiados palestinos se les negó el derecho de retorno (pese a la Resolución 194 de la ONU), mientras que Israel absorbió a unos 700.000 judíos expulsados o emigrados de países árabes. Esta guerra marcó el nacimiento del Estado de Israel y el inicio del conflicto árabe-israelí prolongado. Para los judíos fue la Guerra de Independencia, para los palestinos la Nakba, una tragedia nacional que aún define su identidad y lucha por un Estado propio.
Tras 1949, la causa palestina quedó eclipsada por el conflicto árabe-israelí, con guerras interestatales. En 1956, durante la Crisis de Suez, Israel invadió el Sinaí junto a Reino Unido y Francia tras la nacionalización del canal por Nasser; aunque ganó militarmente, la presión de EE. UU. y la URSS forzó su retirada. La Guerra de los Seis Días (1967) fue clave: Israel lanzó un ataque preventivo contra Egipto, Siria y Jordania, ocupando Gaza, Sinaí, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán. Con ello, controló todos los territorios del antiguo Mandato de Palestina, dejando a más de un millón de palestinos bajo ocupación militar. A pesar de la Resolución 242 de la ONU, que pedía retirada a cambio de paz, Israel comenzó a construir asentamientos ilegales en territorios ocupados, dificultando una solución futura.
Desde 1967, la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) se consolidó bajo el liderazgo de Yaser Arafat y del grupo Al-Fatah. Adoptó una estrategia de lucha armada y atentados para visibilizar su causa, incluyendo acciones como el ataque en Múnich (1972). Estos actos provocaron represalias militares israelíes. La OLP operó desde Jordania hasta que fue expulsada tras los enfrentamientos del Septiembre Negro (1970), trasladándose al Líbano, donde continuó sus ataques desde el sur del país. Esta presencia desestabilizó aún más al Líbano, contribuyendo al inicio de su guerra civil en 1975 y al surgimiento posterior de grupos como Hezbolá. Durante la Guerra Fría, el conflicto fue también escenario de la rivalidad entre EE. UU. (aliado de Israel) y la URSS (aliada de países árabes), lo que reforzó el conflicto pero también abrió espacio para la diplomacia. La Guerra de Yom Kipur (1973), en la que Egipto y Siria atacaron a Israel, fue un punto de inflexión: aunque Israel ganó, su imagen de invencibilidad quedó dañada y el embargo petrolero árabe obligó a EE. UU. a implicarse más en los intentos de paz. A partir de entonces, Egipto cambió su enfoque y optó por negociar directamente con Israel, marcando una nueva etapa en el conflicto.
En 1978, Egipto e Israel firmaron los Acuerdos de Camp David, impulsados por EE. UU. Egipto fue el primer país árabe en reconocer a Israel, que a cambio devolvió la península del Sinaí. Aunque el acuerdo incluía una propuesta de autonomía palestina en Cisjordania y Gaza, esta nunca se concretó: Israel no quiso avanzar en ella y la OLP no fue reconocida como interlocutor, lo que provocó el aislamiento de los palestinos del proceso de paz. En los años ochenta, la OLP continuó su resistencia desde el Líbano, pero tras la invasión israelí de 1982 y la masacre de Sabra y Chatila, fue expulsada y Arafat se exilió en Túnez. A pesar de ello, el sentimiento nacional palestino se mantuvo vivo y, a finales de los ochenta, resurgió dentro de los territorios ocupados.
La Primera Intifada estalló en 1987 como un levantamiento popular en Gaza y Cisjordania contra la ocupación israelí, marcado por protestas, huelgas y enfrentamientos entre jóvenes palestinos y soldados israelíes. Este movimiento mostró al mundo la realidad de la ocupación y provocó una ola de simpatía internacional hacia los palestinos. En paralelo, surgió Hamás, de ideología islamista, que se oponía tanto a Israel como a la línea laica y negociadora de la OLP. La Intifada también llevó a un cambio clave: en 1988, la OLP reconoció la solución de dos Estados, aceptó las resoluciones de la ONU y renunció al terrorismo, buscando abrir un diálogo con la comunidad internacional. Aunque Israel seguía sin reconocer a la OLP, el proceso de paz se activó tras el final de la Guerra Fría, y en 1991 se celebró la Conferencia de Madrid, con la participación conjunta de israelíes y palestinos. Si bien no hubo acuerdos inmediatos, se abrió un canal de diálogo que preparó el camino para las negociaciones que llevarían a los Acuerdos de Oslo.
En 1993, tras negociaciones secretas en Noruega, Israel y la OLP firmaron el Acuerdo de Oslo I, el primer reconocimiento mutuo entre ambos: Israel reconoció a la OLP como representante del pueblo palestino, y esta aceptó el derecho de Israel a existir en paz. El acuerdo estableció una transición de cinco años, con la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para autogobernar partes de Gaza y Cisjordania, mientras se negociaban los temas más difíciles: Jerusalén, refugiados, asentamientos y fronteras. En 1995, Oslo II dividió Cisjordania en zonas A, B y C, con diferentes niveles de control. Aunque los acuerdos generaron esperanza, también encontraron resistencia de ambos lados: atentados de Hamás y la Yihad Islámica y acciones de extremistas judíos, como la masacre de Hebrón. El asesinato del primer ministro Rabin en 1995 fue un golpe duro al proceso. Su sucesor, Netanyahu, lo ralentizó y amplió asentamientos, aunque se firmaron acuerdos parciales como Hebrón (1997) y Wye River (1998). Mientras tanto, la frustración palestina crecía, ya que la ocupación continuaba y la expansión de colonias contradecía el espíritu de Oslo.
En 2000, el presidente Clinton convocó la Cumbre de Camp David II entre Arafat y Barak, buscando un acuerdo final. Barak propuso retirar la mayoría de Cisjordania y Gaza, mantener algunos bloques de asentamientos y establecer un régimen especial en Jerusalén. Pero las diferencias sobre Jerusalén Este, el derecho de retorno de los refugiados y las fronteras impidieron el acuerdo. Arafat rechazó la propuesta por considerarla insuficiente, especialmente respecto a la soberanía en Jerusalén. El fracaso dejó el proceso en punto muerto, y semanas después se desató una nueva ola de violencia. Así, lo que comenzó como un histórico avance hacia la paz, terminó marcado por la desconfianza mutua, violencia y falta de avances concretos en los temas clave.
La Segunda Intifada (también llamada Intifada de Al-Aqsa) estalló en septiembre de 2000 tras el fracaso de Camp David y la visita provocadora de Ariel Sharón a la Explanada de las Mezquitas. Sin embargo, la raíz del conflicto era más profunda: tras siete años de proceso de Oslo, los palestinos seguían sin Estado, con más ocupación y expansión de colonias. Esta frustración acumulada estalló en un levantamiento mucho más violento que el anterior, con atentados suicidas palestinos y una respuesta israelí militar muy dura, que incluyó bombardeos, reocupación de ciudades de Cisjordania y asesinatos selectivos de líderes como Salah Shehade. En 2002, Israel lanzó la Operación Escudo Defensivo y volvió a ocupar toda Cisjordania. La violencia fue intensa: se estima que murieron unos 1.000 israelíes y más de 3.000 palestinos, la mayoría civiles. Además, Israel inició la construcción del muro de separación alrededor de Cisjordania, cuya ruta, en gran parte dentro de territorio palestino, fue declarada ilegal por la Corte Internacional de Justicia en 2004. El muro fragmentó aún más el territorio y provocó nuevas tensiones.
En 2004, murió Yaser Arafat, símbolo de la lucha palestina, dejando a Mahmud Abbas como sucesor. Por su parte, Ariel Sharón, tras liderar la represión de la Intifada, sorprendió al anunciar en 2005 la retirada unilateral de Gaza, evacuando colonias y tropas. Esta medida fue vista con esperanza por parte de la comunidad internacional, aunque muchos señalaron que su objetivo era aislar Gaza y reforzar el control israelí en Cisjordania, donde los asentamientos seguían creciendo. Israel mantuvo el control del espacio aéreo, fronteras y aguas de Gaza, por lo que, aunque ya no había presencia militar directa, se hablaba de una ocupación remota. La Segunda Intifada marcó un punto de inflexión: el proceso de paz quedó estancado, la violencia dejó miles de víctimas y el conflicto entró en una nueva fase marcada por la división política interna palestina y el aislamiento progresivo de Gaza.
Tras la retirada israelí de Gaza en 2005, se intensificó la división entre Fatah y Hamás. En 2006, Hamás ganó las elecciones legislativas y, tras enfrentamientos con Fatah, tomó el control total de Gaza en 2007. Desde entonces, el territorio palestino quedó dividido: Cisjordania gobernada por la Autoridad Palestina (Fatah) y Gaza bajo el control de Hamás, lo que paralizó el sistema político palestino y debilitó su capacidad negociadora. Israel y Egipto impusieron un bloqueo sobre Gaza, creando una crisis humanitaria grave. Mientras tanto, las negociaciones de paz colapsaron, y la expansión de asentamientos israelíes continuó, obstaculizando la viabilidad territorial de un Estado palestino. Los intentos de diálogo, como Annapolis (2007) o los esfuerzos de John Kerry (2013–2014), fracasaron.
El conflicto derivó en sucesivas guerras en Gaza: en 2008-09, 2012, 2014 y 2021, con miles de víctimas, la mayoría palestinas, y destrucción masiva. Hamás lanzó cohetes contra Israel, e Israel respondió con bombardeos y ofensivas terrestres. En Cisjordania, también hubo tensiones frecuentes, incluyendo disturbios en Jerusalén Este, la llamada “Intifada de los Cuchillos” (2015–2016) y una expansión constante de colonias (más de 600.000 colonos en 2017). La ANP perdió legitimidad y eficacia, mientras buscaba alternativas diplomáticas: en 2012, Palestina fue reconocida como Estado observador en la ONU, y se unió a organismos como la Corte Penal Internacional, aunque Israel y EE. UU. rechazaron estos movimientos. En 2020, los Acuerdos de Abraham entre Israel y varios países árabes (EAU, Baréin, Marruecos) debilitaron el apoyo regional a la causa palestina.
El conflicto se agravó dramáticamente el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sin precedentes desde Gaza, cruzando la frontera y matando a unos 1.200 israelíes, además de secuestrar a unos 250. Israel respondió con una declaración de guerra y una devastadora ofensiva militar en Gaza, que ha causado hasta 2025 más de 15.000 muertos palestinos, la destrucción de infraestructuras, desplazamientos masivos y una grave crisis humanitaria. La comunidad internacional está dividida entre el respaldo al derecho de Israel a defenderse y las peticiones de alto el fuego por motivos humanitarios. En conjunto, este periodo ha consolidado la división política palestina, el bloqueo y aislamiento de Gaza, la parálisis diplomática y un ciclo de violencia cada vez más destructivo, sin solución a la vista.
Potencia colonial mandataria (1917-1948), su doble juego de promesas (a judíos con la Declaración Balfour y a árabes mediante correspondencia con el jerife Husein) sembró las semillas del conflicto. Su retirada apresurada en 1948 sin resolver la disputa dejó un vacío que derivó en guerra. Británicos y franceses también protagonizaron la Crisis de Suez en 1956 intentando frenar a Nasser, sin éxito duradero.
Principal aliado de Israel desde la Guerra Fría, Washington proporciona apoyo militar, económico y diplomático constante (actualmente otorga 3.800 millones de dólares anuales en asistencia militar). En la ONU, EE. UU. ha usado su poder de veto para bloquear más de 40 veces y para proteger a Israel, especialmente desde los años 2000. EE. UU. se ha posicionado como mediador clave en todos los procesos de paz importantes. Sin embargo, su parcialidad ha generado desconfianza entre los palestinos. Ha liderado todos los grandes procesos de paz (Camp David 1978, Oslo 1993, Hoja de Ruta 2003, plan Trump 2020), pero no ha logrado una solución definitiva. Sin embargo, su papel de árbitro no es visto como neutral por los palestinos, dado su claro alineamiento con las posiciones israelíes.
La URSS inicialmente apoyó la creación de Israel (votó a favor del Plan de Partición de 1947 y suministró armas en 1948), pero luego cambió de posición y se alineó con los estados árabes (Egipto, Siria, Irak) en la Guerra Fría, suministrando armamento. Tras 1967 rompió relaciones con Israel. La actual Rusia ha restablecido vínculos tanto con Israel como con Palestina y más recientemente con Hamás, buscando mantener relevancia en la región. Integra el Cuarteto de Madrid, junto con EE. UU., la UE y la ONU, y ha acogido intentos de reconciliación palestina. Moscú sigue siendo un actor relevante, tiene influencia pero no tanto como Washington. También la emigración de cientos de miles de judíos soviéticos en los noventa influyó en la sociedad israelí.
Desde la Revolución Islámica (1979), se ha convertido en el mayor enemigo regional de Israel. Apoya con dinero, armas y entrenamiento a Hezbolá, Hamás y la Yihad Islámica, promoviendo una estrategia de “resistencia armada”. Israel ve estas alianzas como una amenaza existencial. Irán usa la causa palestina como herramienta geopolítica para ganar legitimidad en el mundo musulmán. Su rivalidad con Israel añade una dimensión regional peligrosa al conflicto (tensiones en Siria, ciberataques, amenazas nucleares, etc.).
La ONU tuvo un rol fundamental desde el inicio del conflicto. Creó el Plan de Partición (1947) para crear dos Estados, y en 1948 aprobó la Resolución 194 sobre el retorno de refugiados palestinos. Tras la Guerra de los Seis Días (1967), adoptó la Resolución 242, que establece el principio de “territorios a cambio de paz”, y más tarde la 338 y la 2334, esta última condenando la expansión de asentamientos israelíes. Aunque sus resoluciones han sido importantes en términos jurídicos y políticos, la ONU carece de capacidad para imponerlas, especialmente por el veto recurrente de EE. UU. en el Consejo de Seguridad, que ha bloqueado muchas iniciativas críticas con Israel. A nivel humanitario, ha dado ayuda humanitaria; la ONU destaca por la creación de la UNRWA, que asiste a millones de refugiados palestinos. En 2012, Palestina fue reconocida como Estado observador, y ha ingresado en organismos internacionales, como la UNESCO o la Corte Penal Internacional. La ONU ofrece legitimidad a la causa palestina, pero su influencia práctica es limitada por divisiones entre grandes potencias.
Apoya activamente la solución de dos Estados con Jerusalén compartida. Europa es el mayor donante económico a la Autoridad Palestina y la UNRWA, sosteniendo la administración palestina y servicios esenciales. Aunque integra el Cuarteto diplomático, su peso político ha sido menor que el de EE. UU. debido a la falta de una política exterior unificada. Algunos países europeos han reconocido a Palestina o han criticado las políticas israelíes (demoliciones, asentamientos). La UE, pese a su peso económico, la influencia europea se ve menguada por la falta de una política exterior unificada contundente y por el hecho de que Israel prioriza su alianza estratégica con EE. UU.
Inicialmente participaron directamente en las guerras contra Israel (1948, 1967 y 1973). Egipto y Jordania firmaron tratados de paz con Israel (1979 y 1994) y desde entonces han actuado como intermediarios: Egipto media entre Israel y Hamás; Jordania gestiona los lugares sagrados islámicos en Jerusalén. Siria perdió los Altos del Golán en 1967 y sigue en estado de guerra con Israel. Líbano ha tenido enfrentamientos a través de Hezbolá, con una guerra importante en 2006. Irak, aunque no fronterizo, participó en guerras y lanzó misiles contra Israel en 1991, pero hoy su papel es marginal. Arabia Saudita y las monarquías del Golfo han financiado históricamente a la OLP y la ANP. En 2002, Arabia Saudita promovió la Iniciativa de Paz Árabe, ofreciendo reconocimiento a Israel a cambio de su retirada de los territorios ocupados y la creación de un Estado palestino con capital en Jerusalén Este. Aunque Israel no la ha aceptado formalmente, la propuesta sigue vigente. Sin embargo, en los últimos años, algunos países (EAU, Baréin, Marruecos, Sudán) han normalizado relaciones con Israel sin exigir primero un Estado palestino, debilitando la posición común árabe. Aun así, Arabia Saudita sigue condicionando su reconocimiento a avances en la causa palestina.
Tras la creación del Estado de Israel en 1948, el sionismo pasó de ser un movimiento para fundar un Estado judío a convertirse en la ideología oficial del país. En sus inicios dominó el sionismo laborista (socialista), liderado por Ben-Gurión, centrado en construir el Estado, integrar a millones de inmigrantes judíos, desarrollar un sistema de bienestar, los kibutzim y un ejército nacional. Con el tiempo, otras corrientes sionistas ganaron fuerza, como el sionismo revisionista, fundado por Jabotinsky, que rechazaba dividir la tierra y defendía el control total del territorio histórico israelí. Esta línea, representada por el partido Likud desde 1977, promovió la expansión de asentamientos en Cisjordania tras 1967. También surgió con fuerza el sionismo religioso, que considera la tierra de Israel como una promesa divina y defiende la colonización de territorios ocupados como parte de una misión sagrada, oponiéndose a cualquier Estado palestino.
En paralelo, surgió un sionismo más moderado o liberal, vinculado a la izquierda israelí, que apoya la solución de dos Estados para garantizar una paz duradera y preservar el carácter democrático y judío de Israel. Sin embargo, este sector perdió influencia tras el fracaso de los Acuerdos de Oslo y las intifadas. Hoy el sionismo sigue siendo la base del Estado, pero existe un fuerte debate interno: unos apoyan negociar con los palestinos, mientras otros prefieren mantener el control total del territorio aunque eso signifique una ocupación prolongada. Actualmente, la tendencia dominante es más nacionalista y expansionista, con leyes como la “Ley del Estado-Nación” que refuerzan el carácter exclusivamente judío del país. Aun así, hay voces dentro de Israel que advierten que sin una solución política, el país corre el riesgo de entrar en un conflicto permanente o de perder su carácter democrático.
El nacionalismo palestino surgió como respuesta al dominio colonial británico y al avance del sionismo, tomando forma política durante el Mandato Británico. En un principio fue liderado por figuras locales como el muftí de Jerusalén, que organizaron resistencia frente a la inmigración judía. Tras la derrota de 1948, la sociedad palestina quedó desmembrada y sin Estado propio, viviendo bajo control de otros países árabes (Egipto en Gaza y Jordania en Cisjordania). Durante las décadas siguientes, la causa palestina quedó relegada al panarabismo, hasta que en los años sesenta, con la creación de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) y especialmente tras la guerra de 1967, resurgió un nacionalismo palestino independiente dirigido por Yaser Arafat y su grupo Al-Fatah. La OLP pasó a ser reconocida como el representante legítimo del pueblo palestino, combinando lucha armada con diplomacia, y evolucionó desde la aspiración de liberar toda Palestina hasta aceptar la idea de dos Estados, con un Estado palestino limitado a los territorios ocupados en 1967. Este cambio hizo posible los Acuerdos de Oslo.
Sin embargo, no todos los palestinos estuvieron de acuerdo con ese curso. El surgimiento de movimientos islamistas como Hamás y la Yihad Islámica introdujo una visión diferente, religiosa y radical, que rechaza la existencia de Israel y defiende la resistencia armada. Desde 2007, Hamás gobierna Gaza y Fatah (dominante en la OLP y la Autoridad Palestina) Cisjordania, lo que ha fragmentado al liderazgo palestino. Hoy, el nacionalismo palestino atraviesa una profunda crisis: la ocupación continúa, la comunidad internacional presta menos atención y el liderazgo político es débil y cuestionado. Mientras tanto, la frustración de los jóvenes crece, y aparecen nuevas formas de resistencia en Cisjordania. A pesar de las divisiones internas y la falta de avances, el deseo de libertad y autodeterminación sigue muy presente en la identidad colectiva palestina, sostenido por la memoria histórica, la cultura y el exilio.
Desde los años noventa ha habido numerosos intentos de paz entre israelíes y palestinos, como la Conferencia de Madrid (1991), los Acuerdos de Oslo (1993-1995) y la Cumbre de Camp David (2000), que intentaron crear una solución de dos Estados. También se propusieron planes como la Hoja de Ruta (2003), los Parámetros Clinton y la Iniciativa de Ginebra, que detallaban compromisos en puntos clave: fronteras, refugiados, Jerusalén y asentamientos. La Iniciativa de Paz Árabe de 2002 ofrecía normalización con todos los países árabes si Israel se retiraba a las fronteras de 1967. Sin embargo, ninguno logró éxito duradero, y los procesos de negociación fueron debilitándose con los años. En 2020, el llamado “Acuerdo del Siglo” de Donald Trump fue muy criticado por favorecer casi totalmente a Israel, dejando a los palestinos un territorio fragmentado. Con el cambio a la administración Biden, ese plan quedó abandonado, pero no surgieron nuevas propuestas reales. Hoy, la solución de dos Estados sigue siendo la preferida por la comunidad internacional, pero su aplicación se complica cada vez más debido a la expansión de asentamientos, la desconfianza mutua y la división política entre Gaza y Cisjordania.
Ante el estancamiento, algunas voces sugieren una solución de un solo Estado binacional donde todos, israelíes y palestinos, tengan los mismos derechos. Sin embargo, esto es rechazado por la mayoría de israelíes (porque perderían la mayoría judía) y por muchos palestinos (que temen ser una minoría sin poder real). También se ha hablado de una “solución de tres Estados”, con Gaza y Cisjordania como territorios separados, pero ni palestinos ni los países vecinos apoyan esto seriamente. Para que haya un acuerdo real, deben resolverse temas centrales como las fronteras, el estatus de Jerusalén, los refugiados, los asentamientos y la seguridad. Hoy en día, la falta de avances ha llevado a una situación de ocupación prolongada y de violencia continua. Organizaciones de derechos humanos han advertido que la realidad actual en Cisjordania se parece cada vez más a un sistema de apartheid. Aunque las bases para un acuerdo justo son conocidas, su aplicación necesita voluntad política, compromisos difíciles y apoyo internacional firme. Si esto no ocurre, el conflicto seguirá generando sufrimiento sin resolver sus causas de fondo.