Portada » Español » Fundamentos de la Planificación Didáctica y Desarrollo de Conceptos Espaciales y Temporales en Ciencias Sociales
Tiene una dimensión espacial. Permite el conocimiento y la reflexión sobre los fenómenos y los procesos que tienen lugar en el territorio como consecuencia de las actividades y relaciones entre los seres humanos, potenciando al mismo tiempo el desarrollo de habilidades, destrezas y sensibilidades relacionadas con el concepto percepción y representación del espacio.
Tiene una dimensión temporal. Es el ámbito del conocimiento del paso del tiempo. Permite el análisis de los procesos de cambio y evolución de la sociedad humana en el tiempo, por tanto, nos da la posibilidad de conocer distintas formas de vida y de organización social en el transcurso de una evolución. Al enseñar historia se debe incluir en el proceso de evolución el cambio histórico que se produce entre dos momentos de tiempo, por lo tanto, los contenidos relacionados con el cambio histórico serán los que permitan relacionar la historia con las otras ciencias sociales. El tiempo no puede explicarse sin un espacio que lo sustente y cualquier espacio está sujeto a los procesos temporales que lo configuran, incluso los procesos naturales tienen un tiempo. Resumiendo, la historia es inseparable del concepto del tiempo. Finalmente podemos decir que la naturaleza del tiempo excede la disciplina de la historia, puesto que es relevante para otras disciplinas.
Estudia las características de los objetos artísticos a partir del conocimiento de obras, autores y clientes en distintas sociedades y épocas.
Piaget con su teoría trató de demostrar que en la mente del niño se produce una sucesiva diferenciación de propiedades geométricas del espacio que con el paso del tiempo siguen un esquema evolutivo. Este proceso de diferenciación se inicia partiendo de aquellas propiedades del espacio que son independientes de la forma y del tamaño de los objetos.
Son las llamadas propiedades topológicas y hacen referencia a:
El segundo grupo de propiedades que según Piaget distinguen las mentes infantiles son las llamadas propiedades proyectivas, que suponen la capacidad de predecir qué aspecto tendrá un objeto visto desde diferentes puntos de vista o ángulos de visión.
El tercer grupo en la evolución de los esquemas espaciales del niño es en el que se reconocen las propiedades euclidianas, que hacen referencia al tamaño y, por tanto, a la medida del espacio, distancias y direcciones.
Los efectos del egocentrismo infantil aparecen en tres áreas diferentes:
El niño, poco preparado para comprender el mundo y el espacio de los adultos, lo transformará de alguna manera para reducirlo a sus propias dimensiones. Este espacio propio que el niño descubre desde sus primeras semanas de vida, pronto se abrirá hacia el espacio de las cosas. Este espacio es un espacio de adultos que no se corresponde con la dimensión de un ser que apenas ha salido de la estrechez de la cuna. El niño reconstruirá y adaptará ese mundo a sus propias dimensiones mediante la imaginación que transforma las cosas. El espacio es algo ajeno para ellos porque no lo entienden y una forma de acercarlo es transformarlo gracias a la fantasía. Por lo tanto, el niño no solo transforma el espacio desde el punto de vista cuantitativo, es decir, referido a las dimensiones, sino también cualitativo, es decir, referido a su significación. El papel del profesor es el de ayudar al niño a penetrar en espacios más amplios y verdaderos.
En cuanto al “realismo intelectual” (comprensión de lo real) del niño, se advierte que la noción de perspectiva durante mucho tiempo resulta inconcebible para los más pequeños. Por lo tanto, el espacio y su representación todavía se hallan mezclados. Respecto a la distinción entre derecha e izquierda presentan una gran dificultad para el niño. Para el niño el espacio se divide en cuatro partes: lo que está delante de mí, lo que está detrás de mí, lo que está a mi derecha y lo que está a mi izquierda.
El niño, de cinco a ocho años, distingue lo que se haya a su derecha y a su izquierda pero le resulta imposible señalar la de su interlocutor. A partir de los ocho hasta los once años consigue señalar la parte izquierda o derecha de su interlocutor. Finalmente, a partir de los once o doce años sabrá situar los objetos en su relación recíproca. Por lo tanto se puede llegar a la siguiente conclusión: en principio, el niño no es capaz de comprender el espacio ni en sus dimensiones reales ni en su significación verdadera, no sabe representarlo ni analizarlo, por lo tanto, el profesor será el que subsanará esas dificultades.
Los efectos del sincretismo sobre la percepción del espacio en el niño/a:
Una de las consecuencias del sincretismo es el hecho de que las propiedades de un objeto se consideran como adheridas o pegadas a él. Esta unión o confusión entre lo accidental y lo esencial vuelve a encontrarse en el nivel de comprensión del espacio en la medida que el niño no sabe separar el objeto del espacio que ocupa.
La percepción del espacio en el niño avanza en tres etapas:
Aproximadamente, entre los 2 y los 6 años de edad, el espacio se percibe como una serie de relaciones de proximidad, separación y cercanía. Es pues una etapa topológica de la percepción espacial, en la que el niño “vive” el espacio, no concibe la distancia y solo le consta por la imposibilidad física de alcanzar los objetos; solo los objetos que son tangibles existirán para él siendo su cuerpo el elemento de referencia para organizar el espacio; un espacio que siempre será vivido, experimentado y práctico, fundamentalmente físico, en el que el niño se halla en contacto, vivenciándolo sobre todo a través del movimiento mediante el que empezará a apreciar la diferencia entre las distancias que le separan de los objetos. Además, el escolar en estos momentos comienza a formar conceptos descriptivos sencillos que se basarán en su experiencia con el entorno.
Una vez superada una etapa anterior a los 5 años, en la que la representación del mundo es antropocéntrica, los niños de 5, 6, 7 años saben, por ejemplo, que pueblo y ciudad son dos entidades distintas diferenciándolas solo por su tamaño, pero sin embargo a la hora de describirlas los niños que viven en una zona rural tienen más dificultades que los que viven en una zona urbana para definir la ciudad y a la inversa. La noción de país no pasa de ser una entidad vaga y lejana cuyo significado se solapa con la noción de ciudad, pueblo, calle, región o continente, porque que los niños no se consideran parte integrante de estas entidades. Esto se debe a la dificultad de comprender la relación que existe entre un todo y sus partes.
Respecto a la labor de mapas, los niños empiezan a desarrollar la capacidad de tratar con la información del tipo de la contenida en estos documentos hacia los 6 años, siempre que no haya necesidad de leer palabras (sin palabras), y siempre que sean de su localidad. Los mapas que ellos realizan nos hablan del tipo de información que utilizan para orientarse y son resultado del nivel egocéntrico que caracteriza a esta etapa. Los elementos principales que componen estos mapas son los llamados mojones, es decir, objetos o puntos de decisión que sobresalen del entorno porque poseen algún rasgo distintivo que contrasta con la información del resto del espacio en el que el niño se encuentra inmerso. En resumen, se trata de representaciones espaciales pictóricas en las que aparecen algunos puntos distintivos en un espacio donde no hay escala, orientación, dirección o distancia reales.
Como considera Hannoun, el niño en esta etapa percibe el espacio tal como lo piensa, transformándolo “para reducirlo a sus propias dimensiones y dándole un significado conforme a su propia personalidad y deseo”. Es un espacio vivido.
En los últimos años se ha criticado el hecho de que la dimensión temporal que se enseña en las Ciencias Sociales se reduce solo al tiempo cronológico. Pero la cronología, a pesar de que mide el transcurrir de las existencias personales y colectivas, de hecho no dice ni explica nada sobre lo que mide. Pero el tiempo cronológico es un soporte previo y necesario para cualquier construcción del tiempo social o histórico. Por tanto, ignorar la cronología y hacer Historia sin fechas ni periodizaciones y sin una construcción de estratos temporales sucesivos en los que situar los hechos es condenar al alumno a confundirlo todo. Por otro lado, en el colegio se debe enseñar al niño el tiempo civil de la propia cultura desde la lectura del reloj a la utilización del calendario antes o simultáneamente incluso a la construcción de los diversos tiempos históricos del pasado.
Hasta principios del siglo XX la idea de tiempo histórico era prácticamente sinónima de la de tiempo cronológico. La Historia era una única concepción lineal de los hechos o acontecimientos que había que fijar con precisión a través de la cronología. El hecho ordenado y su fecha era el único tiempo de la Historia. Este tipo de Historia positivista fue criticada desde principios del siglo XX sobre todo en Francia a partir de la obra del historiador francés Ferdinand Braudel. Braudel es el primero en hablar de más de un aspecto temporal de la Historia. Para Braudel la Historia tradicional de fechas y hechos es solo lo que él ha llamado el tiempo corto, que es el tiempo del acontecimiento. Paralelamente al tiempo corto Braudel dice que existe otro tiempo más largo, es decir, de larga duración, que es el tiempo que explica mejor los movimientos sociales, las distintas formas del pensamiento del ser humano en una década, en un siglo… Este tiempo de larga duración puede tener varias tipologías que durante un largo período de tiempo constituyen imposiciones o barreras a los cambios. Por tanto, el tiempo histórico podría definirse actualmente como la simultaneidad de duraciones, movimientos y cambios diversos que se dan en una colectividad humana a lo largo de un período determinado.
Los objetos y los seres humanos se sitúan en determinados lugares, también en tiempos precisos, en momentos que al principio el niño no sabe distinguir. Comprender un fenómeno significa también decir cuándo sucedió. Hay que ayudar al niño a conocer el medio que le rodea para dominarlo y esto implica ayudarle a analizar el tiempo. La idea que tiene el niño del tiempo se basa sobre todo en hechos que tienen lugar durante un determinado período. Alcanzar una concepción continua del tiempo solo puede hacerse a través de las adquisiciones culturales. En la evolución de las nociones temporales entra en juego la madurez intelectual del niño, la formación escolar y las experiencias cotidianas. Los conceptos temporales, al igual que los del espacio, forman parte de la experiencia vital del niño.
Antes de ser capaz de abordar las cronologías históricas y de situar en el tiempo los acontecimientos de su propia historia, el niño posee una imagen del tiempo relacionándola con su propia existencia. Esto es propio del egocentrismo infantil imperante en los primeros años de vida del niño.
En los primeros años el niño no es capaz de situar nada que no sea de su tiempo. Para el niño cualquier acontecimiento solo ha sucedido antes si se relaciona con un hecho vivido por él. Por lo tanto, los puntos de referencia temporales para el niño son de índole personal; los puntos de referencia objetivos vendrán mucho más tarde, la descentración llevará al niño a emplear la fecha como único factor de localización de los acontecimientos en el tiempo mediante referencias familiares primero, y sociales después.
El niño concibe el tiempo de una forma sincrética, no pudiendo desligar las nociones temporales de su experiencia personal de tal manera que en los primeros años de vida va a distinguir mal las estructuras temporales del “antes”, “después” y “ahora”, la posición relativa de los instantes entre sí, la duración en su aspecto cualitativo, cuantitativo, la apreciación de las velocidades. Todo esto se encuentra en un primer momento mal organizado en su mente pero poco a poco irá separando la idea de edad y tamaño y a coordinar las nociones de duración y sucesión.
El descubrimiento del tiempo por el niño pasa por etapas similares a las del espacio. Tanto Piaget como Hannoun coinciden en señalar tres etapas:
La primera noción de tiempo que aparece en la mente infantil antes de los 2 años, está relacionada con los ritmos biológicos. A partir de esos momentos, hasta pasados los 5 años, los niños hacen constantes progresos. Antes de los 2 años parecen comprender la palabra “hora”. Empiezan a emplear la palabra “hoy” en el sentido de “ahora” o de “ahora mismo”.
Entre los 2 y los 3 años, parecen comprender expresiones temporales como “espera un minuto”, “deprisa”, “date prisa”, “ahora mismo”. También distinguen pasado, presente y futuro, con el uso de palabras como mañana o tarde. Comienzan con una cierta organización del tiempo que se adapta a los esquemas que viven en la familia.
Entre los 3 y los 4 años, expresan duraciones como “toda la semana” y “años”.
Entre los 4 y los 5 años conoce su edad, sabe responder correctamente a si es por la mañana o por la tarde, y empieza a responder sobre cuestiones simples utilizando las palabras “antes” y “después”. Advierte también algunas primeras simultaneidades físicas como que dos lámparas se han apagado y encendido al mismo tiempo.
Entre los 5 y los 6 años, empieza a interesarse activamente por el tiempo preguntándose cuándo sucederá una cosa o cuándo podrá acontecer. Sabe en qué día de la semana se encuentra, recuerda el proyecto de un juego de un día para otro, y logra ordenar correctamente los momentos principales de una narración fácil.
