Portada » Psicología y Sociología » Fundamentos de la Conducta Humana: Motivación, Conflictos y Mecanismos de Defensa
El principio del determinismo afirma el condicionamiento causal de todos los fenómenos. Freud es quien ha estudiado y demostrado el carácter causal de los fenómenos psicológicos, de tal manera que la indagación de los motivos de la conducta es uno de sus grandes aportes a la psicología, es decir, el estudio del porqué de las motivaciones.
La diferencia entre causalidad histórica y ahistórica se refiere al hecho de que las situaciones o acontecimientos pasados no son causas de un fenómeno presente, y que estas tienen que ser buscadas en las condiciones actuales en las que el fenómeno estudiado aparece.
Malinowski critica las teorías de supervivencia, ya que para él, las supervivencias caracterizadas por el continuo uso del pasado existen porque han adquirido un nuevo significado y una nueva función que armoniza con ciertos elementos de la organización presente. En otras palabras, un hecho actual tiene sus causas en el presente.
En este concepto hay tres series de causas, en las cuales lo que actúa es la resultante de su interacción. La primera serie está dada por los factores hereditarios y se incluyen todos aquellos transmitidos por herencia y genes. La segunda está constituida por las experiencias infantiles. Y la tercera serie está constituida por factores desencadenantes o actuales. Estos últimos actúan sobre el resultado de la interacción entre la primera y la segunda serie, es decir, sobre la disposición. Las dos primeras series están incluidas dentro de la causalidad histórica, mientras que la última constituye la causalidad ahistórica. Estas tres series están siempre presentes en toda conducta, pero puede existir un predominio de cada una de ellas. En el caso de que predomine en las dos primeras, se caracteriza como un predominio de factores endógenos, mientras que cuando lo importante es el factor desencadenante, se caracteriza como un predominio de los factores exógenos.
La causalidad opera en todos los niveles de integración de la conducta y reservamos específicamente el término causalidad para todos los niveles, excluido el psicológico. La causalidad que opera en este último es lo que denominamos motivación.
Motivación es, entonces, la causalidad que opera en el nivel psicológico de integración, ya que la motivación es también conducta.
La causalidad, tanto como la motivación, pueden ser estudiadas en todos y cada uno de los ámbitos de la conducta; con esto se sostiene que todos los niveles de integración pueden ser aplicados en todos los ámbitos.
Las causas pueden ser estudiadas en los tres campos. La causalidad se deriva de la coincidencia o divergencia entre las causas de los tres distintos campos, que solo son aspectos parciales de una unidad y una totalidad.
Si relacionamos la causalidad con los campos de la conducta, podemos entender más correctamente los fenómenos de donde ha derivado la clasificación de las causas objetivas y subjetivas, por un lado, y en exógenas y endógenas, por otro. La clasificación de causas endógenas y exógenas tiene en cuenta al organismo, por un lado, y a los demás factores, por otro.
Lo que una persona percibe o expresa como motivación de su conducta puede ser solo parte de la motivación total. Este primer caso es lo que lleva a la distinción entre motivos conscientes e inconscientes. La motivación consciente o inconsciente se refiere al conocimiento o desconocimiento que el propio individuo tiene de sus motivaciones.
Las causas orgánicas y psicológicas se asientan sobre un dualismo sustancial: cuerpo y mente, pudiendo derivar las causas de la conducta de cada uno de ellos. En este planteamiento se incurre en una confusión entre el cuerpo como área de conducta y el cuerpo como nivel de integración biológico. Toda conducta tiene causas, y el cuerpo es fundamental en su manifestación.
Pero el cuerpo no es, en rigor, el cuerpo del ser humano total, porque en este último todas sus manifestaciones son también y siempre psicológicas en cuanto lo consideramos como área de la conducta.
Las causas psicológicas son, por un lado, fáciles de definir si se admite como hecho psicológico la existencia de la mente o la psique, posición que ya no podemos mantener con rigurosidad en la actualidad.
Las causas psicológicas no deben ser referidas a un origen mental o psíquico, sino a la relación del sujeto con su medio y especialmente a su relación con otros seres humanos. Debemos aclarar una concepción dinámica de las enfermedades que atribuyen a la psicogénesis un papel fundamental en las distintas áreas de la conducta, los afectos y las emociones. El error consiste en partir de la conducta en una de las áreas, tomada en forma aislada como punto de partida motivacional, rompiendo así con el contexto, la situación total que es la fuente de la causalidad psicogenética.
Los instintos no son hechos, sino inferencias, y se entienden de distintas maneras:
La psicología tradicional los entiende como fuerzas o pulsiones que actúan como estímulos internos de carácter biológico, sobre lo que asienta toda la vida psíquica. De otra forma, el instinto es la estructura orgánica que posibilita determinadas conductas, pero solo aparecen si se da la experiencia, de manera tal que la conducta y su objeto no pueden ser considerados como instintos. La cantidad de instintos admitidos por los distintos autores es muy variable: Freud ha reconocido dos instintos y describió la existencia de instintos sexuales y del yo, bajo la denominación de instintos de vida.
El papel de los instintos en la vida humana se ha reducido; los estudios de Bernard y el libro de Fletcher conducen a estudios tradicionales sobre instintos que se refieren al estudio de necesidades, de las cuales no se excluyen las necesidades básicas y fundamentales. Todos los instintos son necesidades, pero no toda necesidad se realiza cuando el objeto que satisface dicha necesidad es un valor de cambio.
Todos aquellos factores cuya magnitud puede sufrir modificaciones, aquellos que tienen valores concretos y que el investigador modifica metódicamente, se llaman en psicología experimental variables independientes. Todos aquellos factores cuyos valores quedan definidos por los de estas últimas reciben el nombre de variables dependientes.
Tolman introdujo las variables intermedias, que son de dos tipos: variables inmanentes y cognitivas. Las primeras incluyen las necesidades sexuales, de seguridad, hambre, etc., mientras que entre las segundas se incluyen las actividades complejas y superiores.
Las variables independientes son los factores identificados, medidos y que pueden ser discriminados en el sistema, como las condiciones antecedentes de los sucesos.
Las variables dependientes designan los sucesos que el sistema predice o prevé.
Las variables intermedias se interpolan entre las dos anteriores.
Las variables independientes y dependientes pueden ser empleadas con tres sentidos distintos: sistemático, empírico y matemático.
La coexistencia de conductas (motivaciones) contradictorias configura un conflicto. Este es consustancial con la vida misma y tanto puede significar un elemento propulsor en el desarrollo del individuo como puede llegar a constituir una situación patológica. Lo ideal no es la ausencia de conflictos, sino que lo importante es estudiarlos tal como son: la única manera de dirigirlos. Lo que importa es el destino de los conflictos y la posibilidad de resolverlos o sobrellevarlos.
Freud sostuvo la hipótesis de un conflicto fundamental entre el individuo y la sociedad en el sentido de que cada uno tiene que reprimir pulsiones, instintos o aspiraciones; este conflicto transcurre, psicológicamente, entre fuerzas instintivas y la formación psicológica que representa la coerción social internalizada, funcionando así como parte del sujeto mismo.
Los conflictos están implicados y relacionados en todos los ámbitos de la conducta. De esta manera, el conflicto puede ser estudiado en cada individuo considerando el contexto que presentan estos ámbitos, integrando una única totalidad, ya que un estudio completo debe abarcar todos estos ámbitos.
Llamamos frustración a todas aquellas situaciones en las cuales no se obtiene el objeto necesario para satisfacer una necesidad, y puede ser de origen totalmente externo o interno. En ambos casos se habla de un predominio relativo, ya que se condicionan recíprocamente en un círculo vicioso e inclusive pueden proyectarse obstáculos de carácter psicológico. Las frustraciones pueden ser consecuencia de situaciones conflictivas, pero también una frustración inicial puede generar conflictos.
El grado de tolerancia a la frustración es muy variable y constituye una resultante del desarrollo y estructura de la personalidad total.
K. Lewin estudió tres tipos de conflicto que llama:
El conflicto denominado atracción-rechazo es el tipo de conflicto que Bleuler llamó ambivalencia. Este último va acompañado de gran tensión y ansiedad, en una situación de gran inseguridad, porque peligra el objeto que uno quiere y al que se le tiene al mismo tiempo un odio o rechazo. El conflicto ambivalente puede resolverse sobre el plano de una integración que permite aceptar aspectos positivos y negativos al mismo tiempo, pero, cuando no se resuelve, es el punto de partida de todas las situaciones conflictivas y de las conductas defensivas que tienden a reducir o resolver la tensión o la ansiedad que acompaña al conflicto. Actúa así el pasaje a lo que Pichón Rivière ha llamado la divalencia: división en dos conductas disociadas hacia dos objetos distintos, es decir, cuando se produce una disociación esquizoide en la que la relación objetal es con objetos parciales, lo cual es una conducta defensiva básica.
La disociación del conflicto ambivalente implica una separación de los términos del conflicto y esta divalencia es una resolución de la tensión que acompañaba al conflicto ambivalente. Para que esta divalencia se mantenga y no reaparezca la ansiedad o la tensión, tiene que establecerse un control que mantenga una distancia entre ambos términos del conflicto y con ello evite la reaparición de la ambivalencia. Una vez logrado, se estructura sobre la división esquizoide.
El resultado de la disociación es la aparición de manifestaciones contradictorias en las distintas áreas de la conducta o en la misma área. A su vez, esta disociación y contradicción de las áreas implica una misma función en los campos de la conducta.
Si los términos de la contradicción dejan o pierden la posibilidad de ser discriminados, aparece la confusión; pero si, aun estando discriminados, coexisten disociados pero no suficientemente distanciados unos de otros, tenemos la duda o la vacilación manifestadas en el área uno o tres.
Una estabilización de la disociación del conflicto implica una disociación estabilizada de las áreas de la conducta o disociación de una misma área, lo que lleva a una alienación o limitación de posibilidades expresivas de la conducta integrada y la personalidad total.
Este concepto lleva a que el conflicto reside en un mismo objeto donde se recogen experiencias y se promueven actitudes, ambas en contradicción.
La disociación del objeto total en dos objetos parciales hace que con uno de ellos se viva solamente la parte gratificante y con el otro únicamente las experiencias frustrantes. Al primero se denomina “objeto bueno” y al segundo “objeto malo”; denominaciones introducidas por M. Klein. La división esquizoide permite mantener separados estos dos objetos. La división del objeto total en objeto bueno y malo implica una división del sujeto y una disociación de la estructura del vínculo.
Freud y M. Klein realizaron hipótesis diferentes en cuanto a la angustia, de la cual ambas teorías superponen la psicología con la biología, este último aspecto de carácter especulativo. En cambio, Klein sistematizó el conocimiento de dos tipos de ansiedad: uno de ellos ligado al conflicto ambivalente y que se denomina ansiedad depresiva (tristeza); el otro, ansiedad que se produce siempre que la disociación divalente corre riesgo de perderse cuando el objeto malo amenaza al yo y al objeto bueno a él ligado, se denomina ansiedad paranoide (miedo). Ambos son coexistentes y poseen una relación dinámica, tanto como la hay entre la ambivalencia y la divalencia.
El conflicto ambivalente es el primordial en el sentido de que todos los demás derivan de él y significan con respecto a él una cierta defensa. Por el contrario, los conflictos divalentes son defensas frente al conflicto ambivalente. Además, existen conflictos que son una divalencia, pero eluden la ambivalencia en cada una de las divalencias.
Sintetizando las perspectivas más importantes, se podrían concluir las siguientes afirmaciones:
Este término fue empleado por Freud en 1894 y en su estudio lo describió en relación con síntomas y formaciones defensivas frente a ideas y afectos insoportables y dolorosos. Además, todas las conductas defensivas operan sobre la disociación y tienden a fijar y estabilizar una distancia óptima entre objeto bueno o malo. Estos mecanismos de defensa se originan en la conducta y derivan de un proceso de generalización y abstracción de estas. Las conductas defensivas son técnicas con las que opera la personalidad total para mantener un equilibrio homeostático, eliminando fuentes de inseguridad, tensión o ansiedad. Logran un ajuste del organismo sin resolver el conflicto, recibiendo así el nombre de disociativas. En todo momento en que fracasan las conductas defensivas, aparece la ansiedad como un índice de restitución de la ambivalencia que promueve la formación de nuevas conductas defensivas.
Además, toda conducta defensiva conduce a una restricción del yo o una limitación funcional de la personalidad, porque siempre opera contra una parte del yo ligada a un objeto perturbador.
Freud, en el año 1938, admitió la escisión del yo frente a los conflictos, con la aparición de dos conductas opuestas, ambas válidas y efectivas.
Se denomina proyección al hecho de atribuir a objetos externos características, intenciones o motivaciones que el sujeto desconoce en sí mismo; puede realizarse tanto sobre objetos inanimados como sobre seres animados. Lo que se proyecta y experimenta es uno de los términos de la divalencia y una estructura que incluye un objeto parcial y parte del yo ligado a ese objeto. La proyección se realiza ubicando el objeto parcial en el área tres, sobre un objeto real del mundo exterior y reteniendo el objeto parcial en el área uno o en la dos; se puede proyectar tanto el objeto bueno como el malo.
Pichón Rivière ha introducido una terminología que permite comprender el proceso de proyección en diferentes situaciones normales y patológicas; denomina depositario al objeto externo sobre el cual se efectúa la proyección, depositante al sujeto que la realiza y depositado a lo que es proyectado.
Es la incorporación o asimilación por parte de un sujeto de características o cualidades que provienen de un objeto externo; una objetivación de estados internos a través de objetos exteriores que, además, cumple un papel fundamental en la formación de la personalidad.
La introyección se alterna, sucesiva y reiteradamente, con la proyección, permitiendo un mejor sentido de la realidad y la rectificación de la proyección (proyección-introyección). La introyección puede ser de un objeto parcial tanto como de un objeto total. Si el objeto introyectado invade demasiado la personalidad del sujeto, pasa a conducirse parcial o totalmente con los rasgos del objeto introyectado; esta identificación introyectiva incluye también todo lo que se relaciona con la imitación.
Es la reactivación o actualización de conductas que corresponden a un período anterior ya superado por el sujeto. La regresión tiene lugar siempre que aparece un conflicto actual que el sujeto no puede resolver; entonces, reactiva y actualiza las conductas que han sido adecuadas en otro momento de su vida, pero que corresponden al nivel anterior. Nunca es un revivir total de las conductas anteriores, sino conductas nuevas y distintas, solo se manifiestan dentro de un molde que pertenece al pasado. Esta regresión puede ser total o parcial y puede implicar todas las áreas de la conducta.
En el desplazamiento, las características de un objeto o la proyección efectuada sobre él se propagan o difunden a otros objetos o parte de la realidad externa, de alguna manera asociadas. En el desplazamiento interviene, siempre, el proceso de proyección-introyección.
A partir de la disociación, uno de los objetos parciales y las manifestaciones de conducta con él ligadas quedan excluidos de la conducta actualmente desarrollada. Si esto ocurre en el área de la mente, llamamos represión a este proceso que lleva necesariamente a una limitación de la capacidad funcional del yo. Esta exclusión puede realizarse sobre objetos proyectados y sobre los depositarios de dicho objeto.
Uno de los términos del conflicto (objeto parcial) se fija como conducta en el área del cuerpo, en forma de un síntoma o una manifestación orgánica.
En el aislamiento ocurre un distanciamiento de la conducta ligada a uno de los objetos parciales, como forma de impedir la reaparición del objeto parcial reprimido o negado. Este tiende a lo inverso a lo del desplazamiento porque es justamente lo que trata de evitar.
Se trata de una impotencia o déficit de una función o de un tipo de conducta en todas sus áreas. La conducta o función inhibida ligada a un objeto parcial que es negado, de tal manera que se inmoviliza uno de los términos del conflicto y, por lo tanto, se evita la ambivalencia.
La racionalización es una utilización del razonamiento para encubrir o negar realidades, mientras que el razonamiento no implica esto.
Se reprime toda la conducta ligada al objeto malo, pero no en forma estabilizada o fija, sino que la conducta manifestada, ligada al objeto bueno, se extrema y se hace más intensa.
Son conductas que, socialmente aceptadas y útiles, canalizan o descargan tendencias que eran culturalmente rechazadas en su forma original. Toda la actividad y la producción científica, intelectual, artística, cultural en general, son consecuencias de la sublimación.
La sublimación permite una integración y resolución de la ambivalencia y, por lo tanto, del conflicto, haciendo que en esa integración se canalicen armónicamente y de manera socialmente productiva tanto el objeto malo como el bueno.