Portada » Lengua y literatura » Evolución de la Novela Española: Del Franquismo a la Democracia (Post-1975)
Tras la muerte de Franco en 1975, España inició un periodo de transición hacia la democracia, marcado por elecciones libres, la aprobación de la Constitución en 1978 y momentos clave como el intento de golpe de Estado en 1981 o el ingreso en la Comunidad Económica Europea en 1986. Este contexto político, social y cultural influyó directamente en la novela española, que abandonó la experimentación compleja y hermética de los años 60-70 para centrarse en historias más accesibles, con narradores menos implicados emocionalmente y una mayor importancia del argumento y la intriga. El objetivo principal era atraer al público general, esfuerzo apoyado por políticas educativas, premios literarios y ferias del libro. En este periodo, la novela se consolidó como el género más leído, superando a la poesía y el teatro.
Una de las características más destacadas de la novela en democracia es la diversidad temática y estilística. Surgieron numerosos subgéneros que enriquecieron enormemente el panorama literario, tales como:
Entre las obras más representativas del periodo destacan:
Además, destacan autores como Javier Marías, con novelas de gran introspección psicológica como Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí; y Antonio Muñoz Molina, que combina intriga y calidad literaria en títulos como.
Junto a ellos, otros autores relevantes son Terenci Moix, Manuel Vicent, Francisco Umbral o Manuel Vázquez Montalbán. En las últimas décadas del siglo, se observó también un auge del cuento y el microrrelato con autores como Manuel Rivas o Quim Monzó, y un importante crecimiento de la literatura escrita por mujeres, con figuras como Rosa Montero, Almudena Grandes o Marta Sanz, herederas de escritoras como Carmen Martín Gaite o Ana María Matute. En conjunto, la novela española desde 1975 hasta finales del siglo XX se caracteriza por su apertura, riqueza y variedad.
Tras la Guerra Civil, la narrativa española se vio marcada por la censura y la pérdida de grandes escritores, ya fuera por fallecimiento (Unamuno, Valle-Inclán), exilio (Ramón J. Sender, Francisco Ayala) o la necesidad de adaptarse a las restricciones del régimen. Los autores exiliados mantuvieron contacto con la literatura extranjera y en sus primeras obras predominó la nostalgia por España. Destacan Réquiem por un campesino español de Ramón J. Sender, que aborda el odio generado por la guerra, y Memorias de Leticia Valle de Rosa Chacel, novela de introspección psicológica influida por Ortega y Gasset.
En los años 40, dentro de España, surgieron dos líneas narrativas:
Se desarrollaron novelas como:
En los años 50, con la entrada de España en la ONU y una leve relajación de la censura, surgió el realismo social, que denunciaba las injusticias y la falta de libertades. Camilo José Cela inició esta etapa con La colmena (1951), donde Madrid y su sociedad son el personaje principal, con una estructura fragmentada y una visión pesimista. De aquí se desarrollaron dos tendencias:
En los años 60, la novela experimentó una profunda renovación formal, influida por autores como James Joyce y William Faulkner. Se abandonó la linealidad temporal, se introdujo un narrador más activo y se mezclaron distintos tipos de textos. Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín-Santos es la obra clave, al criticar la pobreza y la desigualdad con innovaciones narrativas. Otras obras destacadas son:
En los años 70, la experimentación se moderó y se recuperó el interés por la historia y la narración más estructurada. Destacan:
Con la llegada de la democracia y la eliminación de la censura, la narrativa se diversificó en múltiples géneros (realismo, novela histórica, social, experimental, feminista, etc.), consolidándose como el género literario más desarrollado en los siglos XX y XXI.
La obra posterior a 1975 que he leído es La estanquera de Vallecas, obra teatral compuesta por José Luis Alonso de Santos en 1981. Esta pieza, de cierto carácter social, se escribe en los inicios de la Democracia española, marcando una ruptura con el teatro de posguerra.
El teatro de posguerra estaba condicionado por la censura, existiendo temas “tabú” totalmente prohibidos. Con la muerte del dictador Francisco Franco, renació la libertad de expresión, en sintonía con los nuevos aires democráticos. La estanquera de Vallecas es una obra sencilla, sin gran complejidad escenográfica. La acción transcurre en un barrio obrero de Madrid y los personajes son tratados por el autor con mucho cariño y respeto.
El lector rápidamente descubre que los atracadores (Tocho y Leandro) son, en cierto modo, víctimas del sistema y de la sociedad. España en aquella época atravesaba un periodo de crisis económica y paro; además, la llegada de drogas como la cocaína y la heroína hizo mella en la población juvenil de los años 80, época conocida como “la movida madrileña”. Los personajes femeninos (la estanquera y su nieta Ángeles) se encariñan con los atracadores porque intuyen que, en el fondo, son buenas personas cuyas circunstancias les empujan a delinquir.
Se percibe también, como contrapunto, una visión negativa hacia los cuerpos de seguridad del Estado (la policía). Estos cuerpos ejercieron mucha presión durante el franquismo y, en consecuencia, durante la democracia el pueblo aún sentía cierto resquemor hacia ellos. Es notable cómo la policía, al final de la obra, mantiene una actitud arrogante y despreciativa hacia la estanquera, algo muy novedoso, pues criticar a las fuerzas del orden era tabú en el teatro de posguerra. Otro hecho muy importante y llamativo es la mofa hacia Franco que realizan Tocho y Leandro, algo impensable durante el teatro de los años 40-70.
El lenguaje de la obra está adecuado a la condición humilde de sus protagonistas. Alonso de Santos mezcla en sus acotaciones lenguaje coloquial con bellas descripciones, algunas de ellas muy poéticas.