Portada » Historia » Etapas Clave de la Historia Antigua y Medieval de la Península Ibérica
La Prehistoria estudia la etapa humana anterior a la invención de la escritura (aproximadamente 3000 a.C.). En la Península Ibérica, las primeras evidencias de presencia humana corresponden al Homo antecessor, hallado en Atapuerca y datado en hace unos 800.000 años.
El fin de la última glaciación trajo consigo un clima más cálido y seco. Aunque pervivió la economía depredadora, la presión demográfica impulsó cambios significativos. La Revolución Neolítica, con núcleos iniciales en el Levante peninsular y el sur, supuso el paso de una economía depredadora a una economía de producción, basada en la agricultura y la domesticación de animales. Las principales consecuencias fueron la sedentarización (aparición de poblados estables) y la división social del trabajo. Tecnológicamente, destacan la aparición de la piedra pulimentada y la cerámica.
La pintura rupestre, asociada a menudo a un significado mágico-religioso, representaba principalmente escenas de caza y figuras relacionadas con la fertilidad. Se distinguen dos grandes escuelas:
La conquista romana de la Península Ibérica se inició en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (219-201 a.C.) contra los cartagineses. Comenzó por el este y el sur peninsular, zonas de influencia cartaginesa. Fue un proceso largo y complejo que duró casi dos siglos, enfrentando una fuerte resistencia por parte de algunos pueblos indígenas (lusitanos, celtíberos -Numancia-). La conquista finalizó en tiempos del emperador Augusto con las guerras cántabras y astures (29-19 a.C.).
La Romanización es el proceso de asimilación de la cultura, la lengua, las leyes y los modos de vida romanos por parte de los pueblos indígenas de la Península Ibérica. Fue un proceso gradual y desigual, más intenso en las zonas costeras mediterráneas y los valles del Ebro y Guadalquivir, y menos profundo en el norte y el interior.
La llegada de los musulmanes revitalizó la economía de la Península Ibérica, llevándola a un periodo de notable prosperidad.
La sociedad andalusí era muy heterogénea y compleja, con la religión como principal factor de diferenciación:
Al-Ándalus fue un importante foco cultural durante la Edad Media.
La presencia judía en la Península Ibérica es muy antigua, pero fue durante el periodo de Al-Ándalus cuando la cultura hebrea alcanzó un desarrollo extraordinario, conocido como la Edad de Oro del judaísmo español (principalmente siglos X-XII).
La presencia musulmana en la Península Ibérica se extendió durante casi ocho siglos (711-1492), pasando por distintas etapas políticas:
Aprovechando las luchas internas por el trono visigodo tras la muerte del rey Witiza, facciones nobiliarias enfrentadas al rey Don Rodrigo solicitaron ayuda a los musulmanes del norte de África. Un ejército dirigido por Tariq ibn Ziyad cruzó el Estrecho en 711 y derrotó a Rodrigo en la batalla de Guadalete. La conquista fue sorprendentemente rápida; en apenas cuatro años, gran parte de la Península quedó bajo dominio musulmán, excepto algunas zonas montañosas del norte donde se formaron los primeros núcleos de resistencia cristiana.
Inicialmente, Al-Ándalus se configuró como una provincia (emirato) dependiente política y religiosamente del Califato Omeya de Damasco. La capital se estableció en Córdoba. Este periodo se caracterizó por la inestabilidad interna, con frecuentes luchas entre árabes y bereberes. El avance musulmán hacia el norte de Europa fue frenado por los francos en la Batalla de Poitiers (732).
En el año 756, Abderramán I, príncipe omeya superviviente de la matanza de su familia por los Abasíes (que habían trasladado el califato a Bagdad), llegó a Al-Ándalus y se proclamó emir independiente. Esto supuso la independencia política respecto al nuevo Califato Abasí, aunque se mantuvo la dependencia religiosa (se seguía reconociendo al califa de Bagdad como líder espiritual). Abderramán I y sus sucesores lograron consolidar el estado andalusí, aunque tuvieron que hacer frente a numerosas revueltas internas (muladíes, bereberes, mozárabes) y a la presión de los reinos cristianos del norte.
En 929, Abderramán III se autoproclamó califa, rompiendo definitivamente la dependencia religiosa con Bagdad y fundando el Califato de Córdoba. Este periodo representa la época de mayor esplendor de Al-Ándalus en todos los ámbitos: político, militar, económico y cultural. Se logró pacificar el territorio, frenar el avance cristiano e incluso intervenir en el norte de África. A finales del siglo X, destacó la figura de Almanzor, un hachib (primer ministro) que ejerció el poder de facto y lanzó numerosas campañas victoriosas (razzias) contra los reinos cristianos. Sin embargo, tras su muerte (1002), se desató una guerra civil (fitna) que condujo a la desintegración del Califato en 1031.
Tras la derrota almohade y el rápido avance cristiano por el valle del Guadalquivir y Levante en el siglo XIII, el territorio de Al-Ándalus quedó reducido al Reino Nazarí de Granada. Gobernado por la dinastía nazarí, logró sobrevivir durante más de dos siglos y medio, a menudo como vasallo de Castilla. A pesar de su debilidad militar, experimentó una notable prosperidad económica (agricultura de regadío, artesanía de la seda, comercio con el Magreb y Génova) y un gran florecimiento cultural y artístico, cuyo máximo exponente es la Alhambra de Granada. Finalmente, fue conquistado por los Reyes Católicos en 1492, poniendo fin a la presencia política musulmana en la Península Ibérica.