Portada » Latín » Esplendor y Legado de Roma: Política, Sociedad y Cultura Latina
El poder residía en el Senado, generalmente compuesto por los hombres más ancianos y, por ende, considerados los más sabios de la ciudad, quienes ocupaban su cargo de por vida. Se realizaban Asambleas públicas (Comitia) donde los ciudadanos varones podían intervenir y votar sobre las decisiones políticas y la elección de magistrados.
Existían diversas magistraturas, cargos públicos que, en su mayoría, no eran remunerados y cuyos titulares eran elegidos anualmente (con algunas excepciones). Desempeñar estas funciones, que podían decidir sobre el futuro de Roma, era considerado un gran honor y una etapa crucial en la carrera política (cursus honorum). Los magistrados eran asesorados por el Senado. Las principales magistraturas incluían:
Los patricios pertenecían a la aristocracia, descendientes de las familias fundadoras de Roma (patres, «padres»). Gozaban de plenos derechos políticos, sociales y religiosos, y controlaban inicialmente el acceso a las magistraturas y al Senado.
Los plebeyos (del latín plebs, que significa multitud) conformaban la mayoría de la población libre: campesinos, artesanos, comerciantes. Inicialmente, sus derechos eran limitados en comparación con los patricios:
Una de las primeras y más significativas conquistas de los plebeyos fue la publicación de la Ley de las XII Tablas (circa 451-450 a.C.). Esta codificación escrita del derecho consuetudinario mejoró las condiciones legales de los plebeyos, proporcionando una base legal conocida por todos y limitando la arbitrariedad de los magistrados patricios. Progresivamente, los plebeyos fueron accediendo a más derechos y cargos, incluyendo el de Tribuno de la Plebe, una magistratura creada específicamente para defender sus intereses.
Roma se enfrentó en una serie de tres conflictos cruciales, conocidos como las Guerras Púnicas (264-146 a.C.), contra la poderosa ciudad-estado de Cartago, situada en el norte de África y principal rival de Roma por el control del Mediterráneo occidental.
La Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.) fue particularmente dramática. Aníbal Barca, el brillante general cartaginés, invadió Italia cruzando los Alpes con un ejército que incluía infantería, caballería y unos 40 elefantes de guerra, infligiendo severas derrotas a los romanos. A pesar de sus victorias iniciales, Aníbal sufrió un enorme desgaste y, sin recibir suficientes refuerzos de Cartago, fue finalmente vencido por el general romano Publio Cornelio Escipión en la batalla de Zama (202 a.C.), en África. Escipión recibió el sobrenombre de «el Africano» por esta victoria.
Tras las Guerras Púnicas, Roma continuó su expansión hacia Oriente y por todo el Mediterráneo, conquistando el mayor territorio de su historia hasta ese momento. Ante el formidable poderío del ejército romano, muchos pueblos optaban por no luchar y, en su lugar, intentaban negociar alguna ventaja o se sometían. Roma no siempre los aniquilaba, pero les exigía el pago de tributos y la sumisión política. Las zonas conquistadas eran incorporadas como provincias del Estado. Sin embargo, a menudo a estos pueblos no se les concedía la ciudadanía romana plena, lo que implicaba la pérdida de importantes derechos y generaba tensiones.
La expansión también trajo consigo profundos cambios sociales y económicos en Roma, como el enriquecimiento de una minoría, el empobrecimiento de pequeños agricultores y un aumento de la esclavitud, lo que exacerbó las tensiones internas.
Las luchas por los derechos civiles y las reformas sociales continuaron. En este contexto de agitación, alrededor del 133 a.C. y en los años subsiguientes, surgieron dos figuras prominentes que lucharon con pasión para mejorar la vida y la condición de los plebeyos y los pobres: los hermanos Tiberio Sempronio Graco (tribuno en 133 a.C.) y Cayo Sempronio Graco (tribuno en 123-122 a.C.). Ambos, en su rol de Tribunos de la Plebe, utilizaron su elocuencia para impulsar reformas cruciales, como una ley agraria para un reparto más equitativo de las tierras públicas (ager publicus) y una ley frumentaria para asegurar un precio más bajo del trigo. No obstante, sus propuestas reformistas desafiaron los intereses de la oligarquía senatorial, y ambos hermanos fueron trágicamente asesinados en disturbios promovidos por sus oponentes.
En este clima de inestabilidad y luchas civiles, se consolidaron dos facciones políticas principales: los populares, que abogaban por reformas en beneficio del pueblo y a menudo utilizaban las asambleas populares para impulsar sus agendas, y los optimates, conservadores que representaban los intereses de la aristocracia senatorial (la «mejor gente») y defendían la autoridad tradicional del Senado, oponiéndose a cambios que consideraban radicales. Figuras como Cayo Mario (popular) y Lucio Cornelio Sila (optimate) protagonizaron sangrientas guerras civiles.
Se hizo evidente que un territorio tan vasto y complejo no podía ser gobernado eficazmente por las antiguas instituciones republicanas, diseñadas para una ciudad-estado. Así, en el año 60 a.C., se formó una alianza política informal conocida como el Primer Triunvirato, integrada por tres influyentes personajes:
Las luchas por el poder entre ellos no tardaron en surgir. Mientras Julio César se encontraba conquistando las Galias, Pompeyo, con el apoyo de la facción optimate del Senado, maniobró para consolidar su poder en Roma. Craso murió en batalla en Oriente (53 a.C.). Al considerar que su posición y dignidad (dignitas) eran amenazadas, César cruzó el río Rubicón con su ejército en el 49 a.C., pronunciando la famosa frase Alea iacta est («La suerte está echada»), desafiando la autoridad del Senado y desencadenando una nueva guerra civil. Venció a Pompeyo en la decisiva batalla de Farsalia (48 a.C.). Tras la derrota y posterior muerte de Pompeyo en Egipto, Julio César se convirtió en el gobernante de facto de la República, acumulando diversos cargos (como dictador vitalicio) y honores.
El creciente poder de César y sus reformas, percibidas por algunos como autocráticas, provocaron el temor de muchos senadores, que veían en él una amenaza a las tradiciones republicanas y temían que se proclamase rey. En los idus de marzo (15 de marzo) del año 44 a.C., Julio César fue asesinado en una conspiración liderada por un grupo de senadores, entre ellos figuras como Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino. Recibió múltiples puñaladas durante una sesión del Senado.
Tras el asesinato de César, se desató una nueva oleada de caos y guerras civiles. Para vengar su muerte, perseguir a los asesinos y restaurar el orden estatal, se constituyó oficialmente el Segundo Triunvirato en el 43 a.C. (Triumviri Rei Publicae Constituendae), compuesto por:
A diferencia del primero, este triunvirato fue una magistratura oficial con amplios poderes. Sin embargo, al poco tiempo, las ambiciones personales y las luchas por el poder entre los triunviros recomenzaron. Lépido fue marginado, y la rivalidad se centró entre Octaviano, que controlaba Occidente, y Marco Antonio, que dominaba Oriente y mantenía una alianza política y amorosa con Cleopatra VII, reina de Egipto. Esta relación fue hábilmente utilizada por Octaviano en su propaganda para desacreditar a Antonio en Roma.
El enfrentamiento final tuvo lugar en la decisiva batalla naval de Accio (Grecia) en el 31 a.C., donde las fuerzas de Octaviano, comandadas por Agripa, derrotaron a la flota combinada de Marco Antonio y Cleopatra. Tras la derrota, ambos se retiraron a Egipto y se suicidaron al año siguiente (30 a.C.). Según la tradición, Cleopatra eligió la mordedura de un áspid.
Con sus rivales eliminados, Octaviano, contando con el apoyo de los sectores más ricos e influyentes de Roma, el respaldo incondicional del ejército y el anhelo general de paz, se convirtió en el dueño indiscutible del poder. Entró triunfalmente en Roma en el año 29 a.C. Este evento, junto con la posterior reorganización del Estado que emprendió, marca tradicionalmente el fin de la República Romana y el comienzo de una nueva etapa: el Imperio Romano. Octaviano, quien en el 27 a.C. recibiría del Senado el título de Augusto, se convirtió en su primer emperador (princeps).
La literatura latina, aunque profundamente influenciada por los modelos griegos, desarrolló características propias y produjo obras de gran trascendencia que han marcado la cultura occidental.
La épica narra en verso las hazañas de héroes y dioses, a menudo vinculadas a los orígenes, la historia y la grandeza de Roma. Publio Virgilio Marón (Virgilio, 70-19 a.C.), quien vivió durante la época de Augusto, es el autor cumbre de la épica latina con su obra maestra inacabada, La Eneida. El título proviene del nombre de su protagonista, Eneas, un héroe troyano que, según la leyenda, huye de la ciudad de Troya tras su destrucción por los griegos, y tras un largo y azaroso viaje, llega a Italia para fundar una nueva estirpe, considerada el origen mítico del pueblo romano.
Este género poético, con profundas raíces en la tradición griega (Safo, Alceo, Anacreonte), se caracteriza por expresar los sentimientos personales, reflexiones íntimas, emociones y vivencias del poeta. Entre los poetas líricos latinos más importantes se encuentran:
El género dramático, que incluye la tragedia y la comedia, tuvo su origen y esplendor inicial en Grecia, especialmente en el siglo V a.C., con grandes trágicos como Esquilo, Sófocles y Eurípides, y comediógrafos como Aristófanes. En Roma, el teatro también tuvo un desarrollo importante, adaptando modelos griegos (fabula palliata, de tema y ambiente griego) y creando también obras de ambiente romano (fabula togata).
En Roma, la tragedia tuvo a Lucio Anneo Séneca (Séneca el Joven, c. 4 a.C.-65 d.C.), filósofo estoico y preceptor de Nerón, como uno de sus máximos exponentes. Sus tragedias (como Medea, Fedra, Edipo), de carácter filosófico, retórico y moralizante, con escenas truculentas, estaban probablemente más destinadas a la lectura en círculos cultos que a la representación escénica masiva.
La comedia romana tuvo gran popularidad. Los principales autores de comedia griega que influyeron en Roma fueron, especialmente, los de la Comedia Nueva, como Menandro. En Roma, destacaron:
En las representaciones teatrales de la antigüedad, tanto en Grecia como en Roma, los actores eran siempre hombres. Ellos interpretaban también los papeles femeninos y utilizaban máscaras distintivas (personae) que ayudaban a caracterizar a los personajes, indicar su estado de ánimo y, posiblemente, a proyectar la voz en los grandes teatros al aire libre.