Portada » Historia » España en la Transición del Siglo XVIII al XIX: De la Crisis Borbónica al Liberalismo
El reinado de Carlos IV (1788-1808) se desarrolló en la transición del siglo XVIII al siglo XIX. Un año después de su ascenso al trono, estalló la Revolución francesa (1789) con la toma de la Bastilla, un evento que culminaría con la ejecución de Luis XVI, primo del monarca español, en 1793. Ante el temor de una expansión de la revolución liberal en Europa, las reformas ilustradas del periodo anterior (Carlos III) se frenaron. Tras años de conflicto con la Francia revolucionaria, la Paz de Basilea (1796) dio paso a un enfrentamiento de España, bajo la influencia francesa, con Gran Bretaña y Portugal. La batalla de Trafalgar (1805) marcó el declive del poderío naval español. En este contexto, Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, firmó el Tratado de Fontainebleau (1807), permitiendo la entrada de tropas napoleónicas en la península ibérica con el pretexto de invadir Portugal, lo que generó descontento entre la población y las élites.
En 1808, Fernando VII, hijo de Carlos IV y príncipe de Asturias, lideró el Motín de Aranjuez, provocando la caída de Godoy y la abdicación de su padre. Napoleón, aprovechando la situación, forzó las abdicaciones de Bayona (mayo de 1808) e impuso a su hermano, José I Bonaparte, como rey. El descontento popular por la presencia francesa desembocó en el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, dando inicio a la Guerra de la Independencia, que se prolongaría hasta el regreso de Fernando VII en 1814. Durante la guerra, la resistencia se organizó a través de guerrillas y Juntas de Defensa. La sociedad se dividió entre afrancesados, partidarios de José I, y patriotas, defensores de Fernando VII, que a su vez se dividían entre absolutistas y liberales.
Las ideas de la Ilustración, que inspiraron la Revolución francesa, influyeron en grupos de patriotas españoles, quienes impulsaron el carácter liberal de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. Ante la ausencia del monarca, se estableció una Regencia que convocó Cortes extraordinarias en Cádiz, ciudad libre de la ocupación francesa. A estas Cortes acudieron representantes de todo el país e incluso de las colonias americanas. Se formaron tres grupos principales: absolutistas, jovellanistas (reformistas partidarios de la soberanía compartida entre rey y Cortes) y liberales, defensores de la soberanía nacional. Las Cortes de Cádiz abolieron el régimen señorial y los privilegios estamentales, impulsaron el liberalismo económico (supresión de bienes en manos muertas, abolición de los gremios, supresión de la Mesta, libertad de comercio, etc.) y redactaron la primera Constitución española, conocida como «La Pepa» (1812).
La Constitución de 1812, con sus 384 artículos, sentó las bases del liberalismo en España. Entre sus principios destacan: la soberanía nacional, la división de poderes, Cortes unicamerales con poder legislativo compartido con el monarca, limitación del poder real, igualdad ante la ley, sufragio universal masculino para mayores de 25 años y confesionalidad del Estado (catolicismo). «La Pepa» estableció una monarquía parlamentaria y reconoció derechos y libertades como la de imprenta.
A pesar del avance del liberalismo, el Antiguo Régimen persistió. El Congreso de Viena (1814-1815) buscó revertir las reformas liberales iniciadas en 1789. Tras la Paz de Valençay (1813), Fernando VII regresó a España y, a pesar de las expectativas de las Cortes de Cádiz, rechazó la Constitución de 1812 con el apoyo del Manifiesto de los Persas (1814), iniciando el Sexenio Absolutista (1814-1820). Durante este periodo, se derogó la Constitución y muchos liberales se exiliaron. Sin embargo, en 1820, el pronunciamiento de Rafael de Riego en Las Cabezas de San Juan obligó a Fernando VII a aceptar el regreso del liberalismo y la Constitución de 1812, dando comienzo al Trienio Liberal (1820-1823). Este periodo finalizó con la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis, que restauraron el absolutismo en la Década Ominosa (1823-1833).